Por la edad y condición de David, pasaron tres noches en Tyangboche. El aire ahí ya se sentía mucho más delgado y aclimatarse, sobre todo para un hombre anciano, era algo extremadamente importante. Por ello fue que en vez de quedarse sólo una noche decidieron pasar dos noches más en aquel hermoso monasterio.
Pasang Sona y los escaladores canadienses estuvieron de acuerdo, sobre todo por la gran estima que le tenían ya a David y las charlas tan amenas que sostenían con él en que les contaba historias que por supuesto incluían a Lisa y al muy querido por todos Edmund Hillary.
Tenían cuatro días más delante de ellos después de los cuales llegarían ya a Gorak Shep, donde se hospedarían para visitar el campamento base del Monte Everest.
Los escaladores y Pasang Sona se quedarían ya en el campamento base y comenzarían lo que definitivamente sería una de las aventuras más grandes de sus vidas. Así que se despidieron de los monjes y especialmente de Rinchen, quien se había convertido en una amiga cercana para todos.
—Recuerda, Ada, mantén los ojos y el corazón abiertos y dentro de muy poco habrás descubierto el gran significado de los cinco elementos de la transformación.
—Así lo haré, amiga —le respondió la otra, con gratitud—. Nos vemos al regreso; no sé en cuánto tiempo, pero seguro nos vemos.
—Aquí estaré, Ada.
Y con una sonrisa, cruzaron el arco con las dos columnas y despidiéndose del monasterio que tanto les había dado, continuaron con su camino, ahora hacia el Monasterio de Pangboche, donde comerían y continuarían hasta Periche, y ahí pasarían la noche.
Cada hora que pasaba, la cima más alta del mundo brillaba más y más destellando a lo alto como un imán que los jalaba cada vez con mayor fuerza.
—Es indescriptible —le dijo Karen a Erik.
—¿Qué cosa, Karen? —le preguntó él.
—La belleza del mundo, el crecimiento, el poder entender tanto, y al mismo tiempo saber que todavía no entendemos nada.
—¡Sí, lo es! —confirmó el otro con una gran sonrisa—. ¿Sabes. ¿Sabes, Karen? Dudaba mucho antes de venir al viaje. Honestamente, con facilidad pude haberme quedado, pero me hubiera perdido de todo esto y…
—¡Pero aquí estás! —lo interrumpió Karen.
—Sí, aquí estoy… A lo que me refiero es que cuando tuve una oportunidad tan grande enfrente para crecer y transformar mi vida de una manera tan grandiosa, realmente no la reconocí. Sabía que sería una linda experiencia, pero jamás pensé que fuera a ver tanta belleza y a crecer tanto como persona.
—Muchas veces lo mejor está a simple vista, delante de nosotros, y no nos damos cuenta.
Erik sintió un vuelco en su corazón y un hormigueo comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo.
“¿Será que Karen se refiere a otra cosa?”, se preguntó nerviosamente, hasta que finalmente se armó de valor y le dijo:
—Siempre. Siempre lo mejor está justo delante de nosotros. Y podemos verlo, y perderlo.
Karen se puso más nerviosa de lo que estaba, y pensó: “¿Será que se refiere a mí con eso que está diciendo o es una indirecta y él espera que haga algo?”.
Ambos guardaron silencio. Sin embargo, sus corazones latían potentemente.
En cada respirar Erik podía oler el dulce aroma que se desprendía del cabello de Karen, una fragancia que le parecía inagotable. Le sabía a un néctar dulce de flores de vainilla, y a pesar de que el aroma llegaba de manera sutil, lo transportaba por completo.
Sus sentidos se agudizaban cada instante más y más y la brisa que acariciaba su rostro se hacía más notoria. Él imaginaba que era ella quien con sus dedos recorría cada centímetro de su rostro. Los colores cobraban vida y resaltaban intensamente para Erik. Podía ver cómo cada cabello, uno a uno, cada uno con un tono ligeramente distinto, pero todos en conjunto, bailaban al compás de los pasos de Karen en un ritmo perfecto y en total sincronía con la naturaleza que los rodeaba.
Pero nada, nada se comparaba con esos labios. Labios carnosos y perfectos. Erik podía ver cómo su color, más intenso que nunca, y su brillo, tan destellante que parecía tener luz propia, eran simplemente incomparables con nada de lo que había visto en su vida. Por un instante creyó que había más belleza en esos labios que en todo el resplandor de los Himalaya y el paisaje perfecto que los rodeaba. Para él no había más nada… Hasta que lentamente Karen volteó hacia él y, tras un lento pestañeo, se encontraron sus miradas.
Esos ojos, ese brillo, esa inocencia y a la vez ese poder tan grande.
“Es su alma que me llama”, pensó Erik.
“Es la llama de su corazón que llama al mío”, pensó Karen.
—¿Erik —dijo ella después de un largo silencio de perfección absoluta. Él no sólo escuchó su nombre, lo sintió. Físicamente sintió las vibraciones de su voz, mismas que habían salido de ella, de su pecho, y se habían fundido con el suyo. Su voz seguía resonando, no sólo en su pecho, sino también en todo su cuerpo. Erik sentía la voz de Karen vibrando en cada célula de sí.
Ella y él, lentamente y como sin quererlo, rozaron sus manos. Primero Erik tocó con sus dedos el dorso de su mano; luego ella, respondiendo ávidamente al tacto, mismo que a pesar de haber sido tan sutil se había convertido en una explosión de éxtasis que la llevó a un suspiro intenso y desconsolado.
No podían pensar. Estaban tan presentes en cuerpo y alma que eran sus sentidos los que pensaban por ellos, sentían por ellos, actuaban por ellos.
Olvidaron todo el mundo. Para Erik era el aroma, cada figura de su perfecto cuerpo destellante, su voz que seguía resonando en todo su ser, y sobre todo el roce y el tacto de su mano que ahora se entrelazaba con la suya.
Para ella era el latido de su corazón que podía sentir adentro del de ella misma; eran la seguridad y la firmeza de su tacto; era la profundidad y a la vez la sutileza de su mirada; era su aroma a hombre, mismo con el que deseaba ella despertar cada mañana.
Lenta y sutilmente Karen se fue acercando a él, y Erik a ella.
Sus piernas se tocaron, sus corazones se aceleraron. Sin dejar de mirarla, Erik comenzó a recorrer la delicada espalda de Karen con sus brazos.
El aroma que antes se percibía sutilmente ahora comenzaba a adueñarse de él.
En ambos y de manera simultánea, una corriente de energía recorrió cada centímetro de sus cuerpos. Las yemas. Las yemas de sus dedos las sentían al borde de un estallido, pidiendo recorrer cada centímetro de la piel del otro.
Erik tomó a Karen con mayor firmeza, pero guardando el cariño y la gentileza, cada vez podía escuchar más sus latidos y sentir los de ella. Karen se dejó abrazar mientras con una mano recorría el pecho de su hombre y con la otra finamente le acariciaba el cuello con sus uñas.
Karen sabía que el ritmo de sus corazones iba al unísono. Eran un corazón en dos cuerpos diferentes.
Erik sentía que su corazón quería salírsele del pecho. Cada caricia de ella era para él la experiencia más placentera que jamás había experimentado. Mientras los dedos de Karen recorrían su cuello, para él el mundo dejaba de existir.
Todo era el momento.
Todo era la caricia de Karen.
Lentamente apretó Erik un poco más a Karen de tal forma que sus cuerpos se empalmaron perfectamente y se hicieron ambos una sola pieza.
Karen nunca se había sentido tan segura en su vida.
Erik nunca se había sentido tan seguro de sí en su vida.
Volteando lentamente la cabeza, él inhaló profundamente la esencia misma de ella. Ella sentía el tacto de la nariz de Erik recorrer su cuello, estremeciéndola.
Karen sentía que quería abandonarse al éxtasis. Sus piernas se aflojaron, pero Erik en su firmeza la sostenía; ella, con sus ojos cerrados, acercaba lentamente su rostro al rostro de Erik.
Sus narices se encontraron primero en un jugueteo travieso; sus bocas entreabiertas se deseaban ya profundamente.
Erik entreabrió los ojos para encontrarse únicamente con unos labios deseosos, carnosos, jugosos, perfectos. Mismos que de manera lenta y suave en un instante eterno se toparon con los suyos.
Simplemente el sutil roce de los labios de Erik era para Karen un deseo cumplido. Un secreto bien guardado en lo más profundo de su ser y que ahora se estaba convirtiendo en realidad.
Ese instante, aparentemente tan corto para la historia de la humanidad, era para ellos un momento de eternidad absoluta.
El roce de labios se tradujo en una danza, y después… ¿Después?
Era el primer beso de Karen y Erik. El primer y más perfecto beso que el Chomolungma en todos sus milenios había magnificentemente presenciado.