Después de una meditación y breve plegaria, Sungdare se despabiló y llamó por el radio a los otros sherpas, que estaban en sus respectivas tiendas, y salió para encontrarse con los administradores.
Para su sorpresa, había muchos administradores esta temporada, lo cual significaba una sola cosa: vendrían muchos escaladores y entonces el peligro aumentaría significativamente para todos.
—Señores, buen día. Mi nombre es Sungdare, para quienes no me conocen. Por varios años mi equipo y yo hemos colocado las escaleras y abierto el camino al Campamento II. Hemos preparado mapas para cada uno de ustedes y estamos dispuestos, si es que así lo desean, a pasar tiempo con sus sherpas para explicar todo más a fondo.
Todos prestaban mucha atención a las palabras del sherpa líder.
—Esta temporada no es como cualquier otra. Se puede respirar el peligro de la montaña. Varias nevadas recientes e inusuales causaron derrumbes y avalanchas en todo el Chomolungma, por lo que el camino es muy incierto, inestable y poco seguro. Especialmente al atravesar las cascadas de hielo, hay un peligro inminente porque mucha de la nieve no ha terminado de asentarse y compactarse; mucha nieve posa sobre los barrancos, y si es pisada… pues bueno, ustedes saben lo que pasa.
Sungdare suspiró profundamente y continuó.
—Perdimos a Jangbu hace dos días, un sherpa muy experimentado, con seis años de experiencia y cinco asensos al Chomolungma.
Con esas palabras, se hizo el silencio entre los presentes. Se podía percibir una tensión muy grande entre los administradores. Después de una pausa, comenzaron algunos a cuchichear entre sí.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó uno, ansioso por conocer el peligro que enfrentarían.
—Fueron justamente las cascadas de hielo cubiertas por la nieve. Con el calentamiento del sol se desplomó de un segundo al otro el piso donde estaba parado Jangbu. Veníamos asegurados, y por poco me voy con él. El peso era muy grande, no tenía en dónde anclarme… Él cortó la cuerda. De no ser así, no estaría yo aquí con ustedes.
Los administradores escuchaban con mucho pesar.
—Eso quiere decir que por nada del mundo deben ustedes o sus sherpas abrir nuevas rutas o desviarse de la que ya está puesta, ya que es la única que podemos asegurarles que es relativamente segura.
—¿Relativamente? —preguntó de repente un administrador, repentinamente ofendido—. Yo no pago mi parte para que abran una ruta “relativamente” segura.
Esa actitud desató un gran desorden entre los administradores.
—Señor —le respondió Sungdare, molesto, pero sin perder el control—, ustedes me pagan para trazar y poner la mejor ruta posible, lo cual he hecho con el costo de la vida de uno de mis hombres. Quien venga a la montaña no viene a buscar seguridad y sabe que hay un riesgo. No puedo afirmar que la ruta es cien por ciento segura porque desde que alguien da el primer paso en la montaña sabe que le puede costar la vida. Si usted decide o prefiere abrir una nueva ruta, es libre de hacerlo. Si prefiere no subir a sus hombres, también es libre de hacerlo. Y si no le parece, nada por favor no nos pague nada, no queremos su dinero y menos su mala actitud.
Con esas palabras, Sungdare fue respaldado por la la mayoría de los administradores, quienes le manifestaron su apoyo con un aplauso.
Aquel administrador, de nombre Dimitri Ivanov, era un ruso que había realizado ya numerosas campañas y expediciones en distintas partes del mundo. Era famoso, pero su soberbia era aún más grande que su fama.
—Pues no me parece y no sé por qué tengo que escucharte.
Dimitri se puso de pie y, seguido de dos administradores, más, se marchó hablando fuertemente en ruso.
El gesto no fue nada bien visto ni bien recibido por el resto de los administradores, que respetaban y admiraban la labor de los sherpas.
La tensión del ambiente se desvaneció cuando de repente, a lo lejos, apareció un grupo de escaladores.
Sungdare identificó perfectamente a Robert, quien iba seguido de sus escaladores, y vio que mucho más atrás, todavía visibles con la luz del atardecer, estaban otras seis personas, que dio por hecho que eran los cinco aventureros con las cenizas y su primo Pasang Sona. A él tendría que ponerlo al tanto de la tragedia ocurrida y comunicarle que le correspondía suplir a Jangbu en el ascenso que harían otros dos o tres escaladores.
La emoción de llegar era inigualable e inestimable. Cada paso que los acercaba al campamento base los llenaba también de una emoción desbordante que ponía sus cuerpos a vibrar de expectativa y alegría.
Podían ver las tiendas de acampar y tiendas más grandes. Podían ver que algunas personas comenzaban a encender fogatas, que ardían muy tenue y lentamente.
El glaciar del Chomolungma parecía un río de sangre conforme con colores del atardecer se iba pintando primero de anaranjado y luego de un rojo intenso.
—Ésos son los atardeceres que describía mi padre —le comentó Pasang Sona a David—. Atardeceres de purificación y transmutación.
—¡Qué hermosura! —respondió el viejo—. Nunca pensé que estaría aquí, presenciando esta belleza con mi Lisa cargada a mis espaldas. Es un sueño hecho realidad —en eso, tosió fuertemente, levantando su mano para dar a entender que no pasaba nada.
—Que entonces este atardecer sea por ellos —dijo Pasang Sona—, por mi padre Dorje Sona y por su esposa Lisa.
—¡Qué así sea! —dijo David desde el corazón y muy conmovido por el momento—. Vivámoslo como si fuera el último de nuestras vidas.
—Decía mi padre que cuando el Glaciar Khumbu se pintaba de rojo representaba la sangre de todos, no sólo los escaladores y sherpas muertos en la montaña, sino también todos los que en la vida se dedican a subir montañas y perseguir cumbres. Creo que se refería también a todas las personas que daban su vida por una vida de lucha, por un propósito. Esas personas incansables, que sin importar lo que sucediera, seguían adelante. Personas como ustedes, señor David. Decía que simbólicamente eran ellos el atardecer y que era su luz la que venía a la tierra para recordarnos que sólo hay un camino al que tenemos que enfocarnos y ese camino siempre es la cima de la montaña. Igual que el camino trazado en la montaña por el atardecer.
Acompañando esas palabras, la luz roja del atardecer recorría la montaña de abajo hacia arriba mientras poco a poco pero de manera constante la sombra de la noche, como un manto, iba cubriendo la montaña, Ésta, gloriosa, se despedía de todos los presentes mientras se sumergía en la noche.
Todavía unos rayos de luz eran visibles, haciendo deslumbrar la cima. El Chomolungma parecía posar con una corona de fuego: atento a todo, observando a todos en su resplandor máximo y brillando y destellando majestuosamente.
—Ese destello… —agregó Pasang Sona—, es el destello más alto del mundo. Y nosotros estamos en comunión en este momento con él.
—Qué bendición —respondió David— poder elegir con quién comparto el tiempo, mi momento de vida. Me alegra mucho estar aquí y ahora con ustedes.
Finalmente, el sol destelló por última vez en la cima más alta del mundo. En ese instante, David se preguntaba: “¿Llegará a estar mi Lisa ahí arriba, destellando gloriosamente en todos los atardeceres de la cima más alta del mundo?”.
Y como si le pudiera leer el pensamiento, Pasang Sona le dijo:
—Ahí arriba, destellante, estará su esposa Lisa, señor David.
Con la poca luz del anochecer se acercaron al Campamento base. No podían creer lo que estaba sucediendo. ¡Estaban ya en las faldas de la montaña más alta del mundo! Y hacía frío, mucho frío.
—Pensar que tan sólo hace unas semanas estábamos en casa —le dijo Erik a Karen, abrazándola dulcemente.
—¿Sabes? Mi hogar es ahora en donde tú estés. No importa qué parte del mundo sea —el flujo cálido de esas palabras fue interrumpido al toparse con Sungdare, quien después de saludar a todos se apartó rápidamente llevando consigo a Pasang Sona. Se veían ambos muy alterados. Extrañamente alterados.
—¡¿Van a subir?! ¡¿Ustedes van a escalar también?! —prorrumpió una voz con marcado acento extranjero. Era la voz de un hombre rubio, alto y robusto cuya tosca apariencia imponía. A pesar de que parecía ya de unos cincuenta años de edad, exhibía una gran musculatura y una vitalidad como de veinticinco.
—No, no… —le respondió pronta y gentilmente David—, no vamos a subir, vamos a —no pudo terminar de hablar. Fue bruscamente interrumpido aquel hombre.
¡Entonces, no tienen nada que hacer aquí! Este espacio es para alpinistas que arriesgan sus vidas al subir el Monte Everest. ¡No queremos nada de distracciones!
Dimitri —por detrás del ruso llegó Robert, quien ya era muy conocido por todos—, ellos. Ellos vienen conmigo. El señor David y su difunta esposa fueron íntimos amigos de Sir Edmund Hillary.
—¡Mucho gusto, Dimitri! —dijo prontamente David extendiendo su mano para saludarlo. Sin embargo, su saludo no fue correspondido con el mismo entusiasmo.
—Hola —dijo el otro secamente dejando a David con la mano extendida—. No importa de quién sean ustedes amigos. Robert, este lugar no es para turistas.
—¿Y qué eres tú para los sherpas de aquí, Dimitri?
Todos se quedaron pasmados, sin saber qué hacer.
Sin hacerle más caso al ruso, Robert se dirigió al grupo y les dijo.
—Muchachos, acompáñenme, por favor, tenemos una rica cena esperándonos.
Así lo hicieron, dando la espalda a Dimitri, quien se había quedado enfurecido y con el ceño fruncido.
Entraron a una tienda en donde había una mesa colocada al centro con todo tipo de comida de la región. Con una sensación de alivio, volvieron a sentir ese calor sabroso de la guarida.
A la mitad de la cena, llegó Pasang Sona. Se veía pálido y serio.
—Pasang, ¿qué tienes? —le dijo Diana preocupadamente.
—Murió uno de los sherpas.
Silencio total. Nadie daba crédito de lo que escuchaba.
—Lo siento mucho —dijo Ada.
—Yo no lo conocía muy bien, pero era muy cercano a Sungdare y había conocido muy bien a mi padre.
—¡Qué triste! —dijo Karen—. ¿Fue uno de los sherpas que conocimos en Katmandú?
—Sí, precisamente Jangbu.
—Oh, qué pena —se lamentó David solemnemente.
—Esta zona es peligrosa. Hay muertes muy seguido —dijo Pasang Sona.
—Pero tú vas a estar bien, Pasang, tú no vas a hacer nada muy peligroso —lo animó Karen.
—Gracias, pero de eso no podemos estar seguros. Ahora voy a suplir a Jangbu y realizaré la labor que él tenía. Subiré con el grupo acompañando a Robert y seré responsable de dos de los escaladores, y si es necesario, llegaré a la cumbre con ellos.
Eso es fantástico…, ¿no? —aventuró Erik.
—Si eres un escalador, sí. Si eres un sherpa que desea regresar a ver a su familia… también, pero también es atemorizante.
Todos rieron, aunque no sabían si reían por las ganas de llorar o si reían por la gracia y el nerviosismo del momento.
—Ser como el viento —dijo Ada de repente.
Esas palabras fueron como medicina para Pasang Sona. Lo hicieron conectar con un estado mental y emocional totalmente distinto. Respiró profundo, y se dirigió a Ada:
—Sí. Gracias, Ada. Necesitaba escuchar eso.
Los demás se sorprendieron. David miró a su hija, a la que regaló una enorme y amorosa sonrisa.
—Mañana salimos. Así que, si no es molestia, señor David, le pediría su permiso para llevarme a su esposa esta noche conmigo.
David soltó una fuerte carcajada y el resto del grupo también. Había sonado muy gracioso lo que había dicho Pasang Sona, quien no entendió a qué se debía la risa.
Claro que sí, Pasang. Me despediré de ella y la llevaré a tu tienda. ¿Cuál es?
—Mejor lo espero aquí. Hay muchas tiendas y no vaya a ser que por equivocación termine en la tienda de ese tal Dimitri.
Nuevamente rieron los demás.
—Pues muy bien —dijo David después de un largo suspiro—, no se diga más.
De su mochila sacó la urna que había llevado consigo durante todo el viaje y la puso en el centro de la mesa.
Cada uno se quedó mirando, sorprendido, sin entender qué sucedía.
Con su brazo derecho David tomó a Ada por su hombro izquierdo. Ella, a la derecha de David, tomó a su vez a Diana por su hombro izquierdo y ésta hizo lo mismo con Erik y él a su vez repitió el gesto con Karen, quien finalmente cerró el círculo tomando a David por su hombro izquierdo.
David, admirado de la profunda conexión que los unía a todos y en un estado de gran consciencia, puso su mano izquierda sobre la urna, y sin soltarla, dijo lo siguiente:
—Amada Lisa: El día de hoy eres el punto de reunión en la ubicación exacta, en el día preciso y el lugar correcto en donde convergemos los seres que te amamos. Todos somos soñadores. Y los cinco hoy somos uno, unidos por el amor. El amor a la vida, el amor a una vida de propósito, el amor a una vida de consciencia, el amor a una vida de significado y el amor a una vida de trascendencia. Hoy estás aquí, en tu representación física, para recordarnos que lo verdaderamente importante en esta vida no tiene cuerpo ni tiene forma y tampoco puede morir ni perderse en el espacio, porque es eterno y existe en donde quiera que haya consciencia, buena voluntad y, sobre todo amor. Que sea éste tu mensaje para el mundo y cada uno de nosotros seamos tus portavoces. De ti, mujer de amor, mujer divina, tú que fuiste una artista de la vida. ¡Qué bello fue tu arte, qué hermosa fue tu dedicación, qué exquisita la gracia de tu andar por la vida y qué sublime tu capacidad por encontrarle la dicha a cada pequeño instante de la vida, por más difícil que fuera! Que la vida nos premie regalándonos aunque sea un poco de la visión que tuviste y el sabor que de cada momento percibiste. Hoy sólo puedo sentirme agradecido por una vida a tu lado, una vida de tantos años, vida tan dichosa, tan larga, pero al mismo tiempo tan efímera, que parece más corta que el latido de nuestros corazones. Pero lo fue, tal vez un millón, tal vez mil o tal vez un solo latido, que resonó tan fuertemente que estoy seguro de que queda y quedará resonando en los confines del Universo mientras el tiempo siga siendo tiempo. Y en esa expansión de amor es que tú y yo seguiremos siendo uno, para ti, para mí, para Dios y para el mundo, al cual le diremos a través de nuestro ejemplo y nuestra intensidad de vida que mientras exista el amor y la fe en el corazón de las personas, la esperanza de un mundo mejor seguirá viva dentro de cada uno de nosotros. Así como vives tú en mi corazón, desde que crucé por primera vez tu mirada, desde que fuimos pensados y concebidos, desde que unimos nuestras vidas para hacerla una sola vida y una sola experiencia de amor, así tu ejemplo seguirá vivo en el corazón del mundo y en la memoria de aquellos que viven por y para el amor. Por eso, amor mío, hoy no te digo hasta nunca sino hasta siempre, que desde las alturas regresarás a ser nuevamente uno con el mundo y uno con el Universo en donde tú y yo seremos juntos y seguiremos compartiendo en esta y otra existencia la dicha, la fortuna y alegría de nuestra bendita eternidad.
Todos, absolutamente todos los presentes derramaban lágrimas. Algunos de compasión por el viejo, otros de dicha y alegría, otros de tristeza y añoranza, pero en cada uno fueron lágrimas de amor. Así, David concluyó su sentida ceremonia:
—¡Viva mi amada, viva mi compañera de vida y de lucha por el amor, viva su ejemplo de vida y viva el arte con el que nos enseñó que la vida, tan simple y exquisita, es un arte que vale la pena aprender a vivir! ¡Viva eternamente Lisa y viva su amor eterno siempre en nuestros corazones!
Y entonces uno a uno fueron los presentes colocando su mano izquierda sobre la urna, mientras decían unas palabras.
La primera fue Ada, quien siguió a David en tomar la palabra.
—Que viva eternamente en paz y en amor la madre que tuve y que hoy conozco no con los ojos sino con el corazón.
La siguiente en colocar su mano y hacer uso de la palabra fue Diana.
—Que Dios guarde tu alma siempre y encuentres la vida eterna en su gloria.
La siguiente en posar la mano fue Karen. Con lágrimas en los ojos, levantó su mirada hacia David, quien estaba justamente delante de ella. Los dos suspiraron en perfecta sintonía y entonces Karen dijo:
—Que tu luz siga siendo el brillo de la estrella del amor que vive en cada uno de nosotros. Gracias por ser la bendición y el punto de unión de todos nosotros, que gracias ti hoy somos una familia.
Finalmente, habló Erik después de haber colocado su mano con las del resto del grupo. Todas las manos posaban, entrelazadas, sobre la urna de Lisa.
—Que desde la cima más alta del mundo seas la chispa que necesitan los corazones para encender en la misma pasión que caracterizó tu vida de grandeza, propósito y entrega. No sólo serás recordada por todos nosotros sino también serás honrada con nuestro amor y ejemplo de vida.
Ese momento de unión fue simplemente perfecto. Todos tomaban el hombro de uno de sus compañeros y la mano de todos. Sin haberlo planeado, formaban parte de una misma célula, de un mismo todo, y ellos podían sentirlo mientras sus corazones latían fuertemente.
Ninguno supo cuánto tiempo estuvieron así, tomados de las manos en perfecta unión. Pudo haber sido un pestañeo, así como una hermosa eternidad, marcada por un momento de amor y una causa divina.
En el Universo no existen las coincidencias, todo es causa y efecto, todo tiene un “para qué”, y para el Universo esa unión de amor tenía un “para qué” muy especial.