Simplemente no lo podían creer.
Estaban muy serios, casi nadie quería hablar.
David había preferido reposar. La noticia no le había sentado nada bien, y demás de eso, tenía un aspecto extraño a pesar de que no aceptaba los comentarios que, cada vez más frecuentemente, todos le hacían. Comentarios como: “David, luces muy mal”. O: “¿Te siente mal?” Él siempre respondía: “No podría sentirme mejor”.
Karen sentía que estaba soñando, que lo que estaba escuchando no era real. No podía serlo.
Karen, a su vez, sentía que estaba soñando, que la noticia que estaba escuchando no era real. No podía serlo.
—Tenemos que hacer algo —le dijo Karen a Erik—. No podemos quedarnos así sin hacer nada al respecto.
—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó el otro, desconcertado—. A la montaña no podemos subir, ¡sería suicida!
—¡No sé, pero algo! —imploró Karen, desesperada y al borde de las lágrimas.
Erik sintió una conexión profunda y una necesidad muy grande de proteger a su amada.
—Karen, creo que aprendí algo muy importante durante este viaje: hay veces en las que podemos cambiar las circunstancias que nos rodean. Cuando tenemos la oportunidad de hacerlo, creo que es nuestra obligación moral actuar para bien de todos. Sin embargo, hay otras en las que realmente no podemos hacer más nada, excepto una cosa…
—¿Qué cosa?
—Cambiar nosotros.
—¿Cómo? —le preguntó Karen de vuelta.
—Me refiero a transformar la manera en la que vemos el mundo. La forma en la que le damos un significado a las cosas. Por enojarte y estresarte tú no vas a hacer bien a nadie ni salvar a ningún extraviado en la montaña.
Karen guardó silencio y se quedó pensativa.
—¿Recuerdas cuando estuviste en el hospital? ¿Recuerdas cómo te sentiste con lo que pasó con tu papá?
Ella asintió.
—Tú no lo cambiaste a él ni cambiaste la situación de estar embarazada. Pero sí cambiaste la manera de ver las cosas y de todo eso sacaste algo bueno para ti.
—Te escucho, y todo tiene sentido. Pero ahorita que me pongo a reflexionar lo que me dices, me doy cuenta de que, efectivamente, no estoy aplicando lo que aprendí en el hospital, no estoy viviendo desde el presente… —recordó la flor de cinco pétalos que había dado al taxista Carlos—. Sin embargo, Erik, me cuesta mucho trabajo pensar en algo positivo de esta situación.
—¿Sabes, Karen?, hay una voz interna, muy profunda que me dice que siempre es posible generar ese cambio. Creo que el dolor no es malo, es inevitable sentirlo, pero sí depende de nosotros que ese dolor se convierta en aprendizaje o en sufrimiento.
—¡Chicos! —los llamó abruptamente Ada, quien entraba a la tienda comedor, interrumpiendo la conversación.
Se veía pálida y asustada. Estaba temblando.
—¡Ada! ¿Qué pasa? —se exaltó Karen, quien estaba frente a Ada cuando entró.
—Es David… Está muy mal, no sé qué le pasa —dijo la otra hecha un mar de lágrimas.
Ambos se levantaron sin pensarlo y salieron corriendo de la tienda.
—Ada —le dijo Erik—, ¡necesitamos llamar a un doctor!
—Ya, ya Diana fue —dijo a duras penas la otra entre sollozos.
Nadie más dijo nada.
Entraron a la tienda de David en silencio.
El viejo estaba acostado y respiraba muy difícilmente. De pronto, con una mueca y un gemido se hizo evidente el tremendo dolor que estaba experimentando.
A pesar de que la tienda no era nada grande, se acomodaron dos de cada lado del viejo.
—Papá, aquí estamos —susurró Ada—, estamos juntos aquí contigo.
David sonrió con mucha dificultad.
—Mi hija —dijo pausadamente en un tono quedo y levantó su mano izquierda, misma que Ada tomó y comenzó a acariciar.
—Ya viene un doctor a revisarte, y de ser necesario, un helicóptero —dijo Diana entre lágrimas y suspiros.
—No —interrumpió David—. Yo sé qué ten… tengo y… qué pasa.
Todos guardaron silencio.
—Es el cán…cer.
—¿Cómo? —preguntó Karen.
—Sí… cáncer… en muchas partes —respondió David.
La noticia fue impactante, e incrementó más la tensión y la angustia de los presentes, excepto de David, quien añadía, con muestras de dolor pero con tranquilidad:
—Ha sido un pri… vilegio muy grande pa… ra mí haberlos conocido a to… dos ustedes.
—¡David! ¡Papá! ¡No digas eso! Suenas como si te estuvieras despidiendo.
David lentamente se dirigió a Ada con una mirada profunda que la atravesó hasta el alma, y le sonrió con su enorme y destellante sonrisa de siempre.
Por un pequeñísimo instante Ada olvidó en dónde estaba y qué estaba sucediendo. Sintió la tremenda dicha de ser amada de una manera profunda e incondicional. Aquel instante de pequeña eternidad fue tan largo para Ada, y al mismo tiempo tan efímero.
Ella tomó la mano de Diana sin soltar a David. Diana igualmente tomó la mano de Karen; ésta, la de Erik; y éste, la de David.
No obstante que el viejo cada segundo se sentía más débil, los miró a cada uno, y les dijo.
—Es perfecto… Este momento. Somos… un todo. Un ciclo. Todo en la… vida es un ciclo. Por eso es tan importante aprender a ser como el agua.
Con esas palabras, pareció que David tomó otro aire de vida. Sus ojos brillaron más que antes y a pesar del dolor tan profundo que sentía pudo continuar con mucha mayor claridad y elocuencia.
—La vida es un… arte. Ser como el agua es… fundamental para poder vivir bien.
Todos, sin soltar sus manos, escuchaban atentamente a David.
—Todos formamos… parte de un ciclo, como el agua. Somos… gotas de agua. Gotas de agua, y no importa en donde estemos, no importa qué nos esté rodeando o qué tanto parezca que estamos cayendo como gotas de tormenta. Todos vamos a cumplir nuestro sueño y vamos a llegar al mar. En el mar no hay diferencia entre una gota y otra… entre tú y yo. Todos somos uno. Y eventualmente un rayo de sol nos hará volar y regresar a vivir una vez más la experiencia de ser gotas. Y cuando… soy como el agua, entonces me doy cuenta de que no importa si, después de convertirme en nube, regreso al mar como suave lluvia o inquietante tormenta o…, si caigo como copo de nieve en los Himalaya, tal vez en cientos o miles de años descienda como hielo de glaciar hasta incorporarme a un río que alimente árboles y plantas…, que luego den ricas cosechas en deliciosos frutos, y esa misma gota sea luego comida por un turista que semanas después derrame una lágrima… —y soltándose de la mano que tenía entrelazada en la de Ada, con índice señaló las lágrimas que descendían de la mejilla de su hija adoptiva.
“Esas lágrimas se evaporarán y unirán a una nube en donde eventualmente, algún día, llegarán al mar. No importa cómo ni cuándo, pero llegarán. Y los caminos posibles que tiene son infinitos, igual que nosotros. Ahora, la gota no se queja ni reprocha su camino. Lo vive total y absolutamente. Sin embargo, tú y yo muchas veces somos incapaces de comprender que en la vida todo es parte de un plan más grande, de un ciclo más grande en el que todo lo que es tiene que ser. Todo lo que ha sido ha tenido que ser así, como lo que será.
El viejo hizo pausa; empezaba de nuevo a debilitarse la fuerza de su voz. Tras un suspiro, continuó.
—Por eso…, mis queridos, ser como el agua es aprender a fluir en la vida, aprender a reconocer la causalidad de todo lo que nos rodea y, sobre todo de nuestro presente. Es reconocer que en donde estoy, desde donde estoy, tengo un propósito que sólo yo puedo cumplir. Nadie más, nunca más. Y por eso, estoy siempre en el momento correcto, en el lugar correcto.
Y con esas palabras, intercambió una mirada con cada uno de los ahí presentes, quienes, conmovidos, percibían que algo importante estaba por suceder.
—Así que fluyan siempre, que la vida está siempre a su favor. Por ninguna circunstancia piensen que la corriente va en su contra o que los quiere alejar de su verdadero propósito. El río de la vida da muchas vueltas, a veces inesperadas, pero siempre, siempre, siempre, el río de la vida, que es todo un arte…, siempre está a su favor. Recuerden que el dolor es una puerta a la consciencia si somos como el agua; si no será una puerta al sufrimiento. Así que no huyan de la vida ni huyan del dolor. Acéptenlo… Porque el acto de aceptar es el camino a la verdadera espiritualidad y a una vida de grandeza. Y cuando ésta llegue a su fin, será únicamente para concluir un ciclo e iniciar uno completamente nuevo y diferente. Así como hace la gota cuando llega…
David tosió fuertemente, más fuerte que nunca, y enseguida hizo una gran inhalación. Apretó ambas manos que lo sujetaban: la de Ada y la de Erik. En un instante los demás imitaron su gesto.
David los destelló por última vez con una enorme sonrisa, la misma de siempre, aquella que quedaría guardada por toda una eternidad en el corazón de sus seres queridos.
—Así como la gota cuando regresa al…