El sol pintaba la mañana de colores vivos y convertía el firmamento de montes y picos nevados en una obra de arte. Erik abrazaba a Karen y acariciaba su vientre. Ya comenzaba a sentir que algo se movía dentro de esa pequeña panza de embarazada.
—¿Cómo va a ser cuando nazca? —le preguntó Erik al oído a su amada.
—No sé, ni quiero pensarlo. Si es niña, me gustaría que se pareciera a mí; y si es niño… no me gustaría que se pareciera a su papá.
—Pero… yo voy a ser su papá. Claro, si tú no tienes inconveniente.
—¡Erik! —prorrumpió Karen, emocionada y al borde de las lágrimas—. ¿De verdad quieres eso?
—No sólo lo quiero, lo deseo en lo más profundo de mi corazón.
Karen no añadió más nada, únicamente sujetó con mayor fuerza los brazos de Erik que la rodeaban, y sintió la protección que tanto necesitaba.
Llegaron por ellos en una camioneta vieja. El espectáculo de luces del amanecer quedó a sus espaldas mientras se dirigían al aeropuerto.
—Qué rápido pasó todo —dijo Diana.
—Sí, qué rápido se pasa la vida, Dianita —le respondió Ada—. Parece que fue ayer cuando nos conocimos, y mira ya cuántas experiencias nos unen.
—¿Qué será ahora de nosotros? —preguntó Diana melancólicamente.
—¿Qué será? —repitió Erik en un tono que apenas disimulaba que se sentía exultante—. Yo diría, más bien, qué es de nosotros. Somos una gran familia. ¿Sabes?, en la vida no podemos elegir el lugar donde nacemos o a las personas que nos verán llegar al mundo, pero sí podemos elegir con quién disfrutar de la vida y a quién llamar familia. Yo los elijo a ustedes.
—¿Y qué será lo primero que harán llegando a casa? —preguntó Diana una vez más.
—Yo me iré directamente a mi pueblo natal a encontrar respuestas. Tal vez a encontrarme a mí misma —respondió Ada—. ¿Ustedes?
Karen y Erik no lo habían considerado sino hasta ese momento, pero tan compenetrados estaban que bastó una sola mirada mutua para saber lo que deseaban hacer.
—Nosotros —dijo Karen sin terminar de decir.
—…queremos ir contigo —completó Erik.
—¡Si tú decides que está bien, claro! —se apresuró Karen a decir, precavida.
Ada, gratamente sorprendida por la extraña propuesta, se quedó atónita.atónita.
—¡Claro! —respondió alegremente—. Sólo tienen que saber que el pueblo de dónde soy no es un lugar bonito.
—Tal vez el lugar no lo sea —dijo Erik—, pero una familia unida hace de cualquier desierto un oasis de amor. ¿Qué dices, cuñada, vamos los cuatro?
Diana se alegró al escuchar “cuñada”.
—¡Por supuesto que sí! ¿Creen que me pueden dejar sola?
Todos rieron entre nerviosos y emocionados.
—Tenemos mucho que hacer, entonces. Recuerden el deseo de David, mi verdadero padre: después de ir a mi pueblo, tenemos que investigar en dónde están las profundidades más hondas del mar para ir a depositar sus cenizas.
—Creo que detrás de ese deseo tenía otro más grande —dijo Karen, reflexiva—. Creo que ese viaje no será más que otra gran lección en nuestras vidas, esperando ser descubierta y… ¿quién sabe?, tal vez esperando transformar nuestra vida tanto como lo hizo este primer viaje a la cima más alta del mundo.
—Viaje a lo más profundo de tu ser —añadió Erik.
—Sí —especificó Diana—, un viaje que inició en el dolor pero termina en el amor y la apreciación de la vida desde una nueva consciencia.
Ada guardó silencio y recordó aquella noche triste y lluviosa, cuando hacía no tanto tiempo estaba cumpliendo un año más de vida y no podía encontrarle sentido alguno a su existir.
—Es curioso cómo hace tan poco era simplemente una sirvienta, soportando el maltrato de otros, y ahora estoy transformada en una mujer libre del pasado, miedos e inseguridades —hizo una pausa mientras reflexionaba—. Todos hemos sido transformados por los cinco elementos.
—Vivir con pasión, que es el fuego —dijo Erik, seguido por Karen.
—Vivir sin expectativas, que es la tierra.
A lo cual Diana añadió:
—Vivir sin apegos ni ataduras, que es el aire.
Ada continuó:
—Vivir fluyendo en la perfección del presente, que es el agua.
Y, finalmente, Erik completó:
—Y viviendo desde la expansión de nuestra consciencia, desde el amor incondicional, que es el espacio.
Se miraron mutuamente, sellando con ello su compromiso de vida.
Ada suspiró profundamente y exclamó:
—¡Cuánto nos falta por recorrer! ¡Que en nuestro camino viva la vida y que muera nuestro sufrir!
—Como decía [quitar comillas]
David: la vida es un arte —dijo Erik—. Es un verdadero arte… y hay que aprender a vivir.