Ese día particularmente soleado iba a reencontrarse con Karen. Su corazón, dando un vuelco de alegría, lo motivaba a alistarse y compartir sus nuevas experiencias de vida con su joven y querida amiga.
Recordaba aquel día como si hubiera sido ayer, con un gusto peculiar. Había vivido una verdadera experiencia que cambió el rumbo de su vida, y que, a pesar de no sentirse del todo bien aún, al menos esas ideas tan locas que lo habían acechado tan intensamente ya no estaban.
Iba con tiempo de sobra, pensando en cómo podía comenzar a escribir una nueva sinfonía mientras caminaba hacia la banca en la que vería a su hermosa amiga Karen.
El aire fresco soplaba en su rostro mientras veía las caras y los edificios, y un tanto despistado cruzó la calle para acercarse cada vez más al parque. A lo lejos pudo ver un tumulto de personas corriendo de un lado al otro un tanto nerviosas, sin embargo, no hizo caso de ello y mejor se enfocó en una tienda un tanto peculiar que tenía prácticamente frente a él. Había pasado, sin exagerar, unas doscientas veces por esa tienda, sin embargo, para él era nueva, ya que nunca se había detenido en ella. Se veía vieja, seguramente mucho más vieja que él, y no parecía ser una tienda muy visitada.
A pesar de la crítica que Erik iba formulando respecto a la tienda, algo llamó tanto su atención que no pudo evitar detenerse y apreciar, a través de la vitrina, las pequeñas reliquias y antigüedades que posaban ahí impecables y lustrosas.
Una en particular llamó su atención: un collar dorado bellísimo. El dije que pendía de una cadena de oro era una flor con una gema roja al centro en forma de llama. Al verlo, Erik recordó a su querida amiga y decidió simplemente entrar a apreciar más de cerca el dije.
En ese instante y sin titubeos entró a la tienda. Tras abrir la puerta y escuchar la campanada que anunciaba su acceso, vio como al final de un largo pasillo un señor ya grande y encorvado se enderezaba lentamente mientras regresaba una lámpara a un buró de madera y se encaminaba para recibirlo.
Lo primero que percibió al entrar fue el olor tan peculiar del lugar, le recordaba al de los museos o de la casa de su tía Petra. Las antigüedades lucían maravillosas y pensó certeramente: “Sería imposible colocar una pequeña antigüedad más… Es más, un dedal de porcelana no cabría”. Y tenía toda la razón del mundo. La tienda, impecable y ordenada, estaba tan atiborrada de artefactos, arreglos, estatuillas y toda clase de cosas que parecía imposible que hasta lo más pequeño pudiese ser añadido a la hermosa colección.
Cuando finalmente el anciano estuvo a una distancia muy corta a Erik le dijo en un tono excesivamente fuerte, dejándole saber de su sordera:
—¡Hola, sea usted bienvenido a la tienda de antigüedades Madame Rochelle! Dígame, señor, en qué le puedo servir.
—Buenas tardes, señor —le contestó Erik mientras retrocedía un poco con la mayor cautela posible de no tirar nada y quedando lo suficientemente alejado dentro de lo que él, erróneamente pensó, no podría oler el mal aliento del anciano.
—Al pasar por la avenida no pude evitar notar un pendiente hermoso con un rubí rojo al centro y quería preguntar cuál era su precio —dijo Erik entre expectante e intrigado por lo que pudiera llegar a responder el viejo. Esperaba con todo su corazón que el precio del pendiente fuese algo accesible para él.
—Pues depende —respondió el vendedor. Y en ese momento Erik deseó no haberse venido con sus mejores prendas pensando en que el viejo le cobraría según como lo viera capaz de pagar—. Realmente podría no estar a la venta. Pero eso depende también —añadió el viejo, con lo que Erik quedó todavía más intrigado y sorprendido—. ¿Para qué lo quiere, joven? —le preguntó el señor gritando.
—Verá, señor… —respondió Erik fuerte y claramente, asegurándose de que el vendedor escuchara cada palabra—. Hace poco conocí a una muchacha… con quien no tengo intenciones más que una pura y linda amistad —aclaró Erik rápidamente al ver la reacción suspicaz del vendedor—. Y cuando la conocí, tuvimos un encuentro que provocó un cambio importante en mi vida. Yo había llegado demasiado conflictuado al parque el día que la conocí, pero al escucharla… al ponerle atención… decidí darle una segunda oportunidad a mi vida.
Mientras hablaba, notó cómo el señor se había interesado de manera extraordinaria por su historia y lo escuchaba con gran paciencia y entusiasmo.
—Ahora que venía caminando por la calle y vi hacia su aparador, este precioso pendiente llamó mi atención… Realmente tiene algo que me hace pensar en mi amiga Karen… así se llama. Cuando pienso en ella, pienso en una mujer con un futuro grandioso. La veo con tanta chispa y… no lo sé… simplemente vi ese pendiente y no puedo evitar pensar que fue hecho para ella.
—Encantadora, encantadora su historia —le gritó el señor a Erik.
—Por eso me interesa comprarlo, señor, quiero regalárselo a mi amiga Karen. Que por cierto la voy a ver en unos minutos más en el parque, en donde nos conocimos.
—Muy bien —dijo el señor efusivamente—. Pues su precio es un acto de amor para el mundo, y como veo que usted tiene pensado hacer precisamente eso, entonces puede llevarse la pieza.
Erik no podía creer lo que acababa de escuchar. Incrédulo y boquiabierto, miraba al señor.
—¿Es verdad lo que me está usted diciendo, señor?
—Es verdad, amigo —le gritó el otro—. Sólo hay una condición, que es muy importante entender —le dijo el viejo mientras lo miraba fijamente a través de sus lentes gruesos, como fondos de botella.
—Sí… ¡Claro! —dijo Erik, impaciente por escuchar las condiciones del anciano.
—Madame Rochelle… —comenzó el otro de manera orgullosa— fue mi patrona. Ella falleció de manera muy lamentable hace tres años. Sin embargo, antes de su muerte decidió donar toda su fortuna de reliquias y colecciones a personas como tú, que tuvieran un propósito. Así que meses antes de su muerte me mandó comprar este local y ahora sigo yo con la misión y encomienda de mi patrona, que en paz descanse —el vendedor hizo una pausa en lo que recuperaba el aliento—. La única condición, querido amigo, es que ninguna reliquia puede pertenecer por mucho tiempo a nadie, pues su propósito es desencadenar una serie de eventos que, de persona en persona y de corazón en corazón, puedan ir impactando a la mayor cantidad de vidas posibles. ¿No le parece que mi excelsa patrona gozaba de una genialidad superlativa? —preguntó el viejo, apasionado y entusiasmado con la visión de su patrona.
—Sí… ¡Brillante! —afirmó Erik, quien todavía no podía creer lo que estaba sucediendo. Sentía que estaba soñando y que tarde o temprano tendría que despertar de su sueño.
—Así que, amigo mío, puedes llevarte el pendiente, y quiero decirte que era uno de los favoritos de mi patrona. Para ella representaba el fuego, tan necesario en el corazón de las personas que buscan trascender. Piensa en ese significado —le dijo a Erik mientras los ojos se le humedecían—. Sólo recuerda que su propósito es tocar la vida del mayor número de personas posibles. Así que tú hoy serás el mensajero para tu amiga Karen, pero será el propósito de tu amiga Karen ser la mensajera de alguien más al pasarle el pendiente y con él el significado de una vida con propósito. ¿Entiendes lo que te digo? —le preguntó el señor severamente mientras lo miraba profundamente a los ojos.
—Lo entiendo perfectamente, señor… Y me comprometo con usted y con Madame Rochelle a llevar a cabo esta hermosa misión.
Y fueron ésas las palabras que movieron al señor a tomar el pendiente muy delicadamente con sus guantes especiales, colocarlo en una caja y entregársela al joven amorosamente.
—Sólo me queda pedirle una última cosa —añadió el vendedor—. ¿Estaría usted dispuesto a firmar un compromiso de honor con Madame Rochelle para sellar su palabra y cumplir con su voluntad? Ese mismo compromiso iría enmarcado y sería colocado en el muro junto con el compromiso de todas las demás personas que, como usted, se han comprometido con la humilde misión de mi difunta patrona —le dijo a Erik mientras le señalaba los numerosos cuadros enmarcados que decoraban una de las paredes de la tienda. El muro tenía todavía espacio para bastantes cuadros más.
—Sí, por supuesto… Sería un honor hacerlo, señor —le respondió Erik, todavía sin creer lo que acababa de vivir. Así que tomó la carta y la leyó cuidadosamente.
Muy querida o querido amigo mío,
Mi nombre es Claudine Louise Rochelle Bouchot y si estás leyendo esta carta es porque he disfrutado ya la totalidad de mis hermosos días en la larga vida que gocé entre el siglo XX y los inicios del siglo XXI. Al saber que mis días estaban llegando a su fin, decidí hacer algo todavía en vida y con lo mucho o poco que tenía para dejar un legado de amor al mundo. Así es que la prenda, joya, mueble, reliquia u obra de arte que te será entregada será encomendada única mente a ti con un propósito: que seas un mensajero de este mismo mensaje de amor, fe y esperanza para otro corazón dispuesto a hacer lo mismo. Así que al firmar este documento serás tú el único o la única responsable de llevar a cabo esa humilde y hermosa labor e impactar al mundo con tu esencia dadora y generosa. Así, sembrarás una luz y un mensaje de esperanza y un corazón a la vez, podremos impactar al mayor número de personas posibles.
Cada vez que tu reliquia cambie de manos será importante contar esta historia. Que quede claro, no es la mía: es la nuestra. La historia de amor y el legado de trascendencia que entre todos podemos ir construyendo para dejar un mundo al menos más consciente.
Así que, si tu compromiso es noble, así como tu corazón, firma este documento y que comience la diversión.
Con amor:
C. Louise Rochelle Bouchot
Erik firmó la carta con muchísima emoción después de haberla leído completamente.
Entre nervioso y emocionado, tomó el paquete que contenía el collar y pudo notar que su peso era mucho mayor al que esperaba. Al ver su mirada, el señor lo miró profundamente y dijo:
—El pendiente es de oro puro, por eso pesa tanto, y al centro tiene un rubí que perteneció hace quinientos años a una princesa francesa.
—Al ver la cara de sorpresa de Erik por la noticia, el viejo continuó, muy emocionado—. Así que cuídalo mucho, amigo mío, mientras continúas con tu misión.
—Así lo haré —respondió el joven adulto y, tras el sonido de la campana, se desapareció en la calle.
Después de mirar su reloj, se apresuró para llegar rápidamente a la banca, pues le quedaban apenas cinco minutos para su cita y tenía todavía un buen tramo por andar. Había perdido completamente la noción del tiempo.
Sudando y un tanto acalorado, llegó a la dichosa banca. Para su sorpresa, Karen todavía no estaba ahí. Se sintió aliviado, y mientras la esperaba recordaba su reciente experiencia, sentiendo en sus manos el peso del paquete que dentro de poco le entregaría a su querida amiga.
Pasaron diez minutos, pero la chica todavía no había llegado. Erik comenzó a sentirse nervioso. Sus nervios eran un tanto de impaciencia y un tanto por el presente que estaría entregando dentro de poco.
Veinte minutos, y nada.
La chica todavía seguía sin llegar y su nerviosismo comenzó a crecer y a convertirse en preocupación. La idea de que ella lo dejara ahí plantado se hizo cada vez más y más grande. A la media hora, ya estaba resignado a la idea de que Karen nunca llegaría a su encuentro. En ese instante su voz interior era la de un hombre derrotado. Una vez más estaba solo. Y ahora, sin saber qué hacer con aquel regalo envuelto perfectamente entre sus manos.
Se puso de pie y cerró sus ojos. Respiró profundamente recordando la conversación de aquella vez y echó a andar, así con los ojos cerrados, imaginando el camino delante de sí y preguntándose cuánto lograría avanzar con los ojos cerrados, aunque aún abiertos su vida era eso: un simple andar con los ojos cerrados.
Había dado apenas unos cincuenta pasos, cuando alguien pasó junto a él corriendo, rozándolo. Su instinto le hizo abrir los ojos y notar a una muchacha, aproximadamente de su edad. Ese incidente lo conectó una vez más con su realidad y le recordó por qué estaba él ahí en primera instancia.
No supo qué fue, pero algo de aquella chica llamó poderosamente su atención. Definitivamente no era Karen, pero había algo en ella… No podía apartar la vista de la muchacha que frente a la banca miraba para todos lados. Se notaba impaciente y desesperada. Después de dudarlo un poco, comenzó a gritar para ver si alguien respondía a su llamado:
—Erik… ¡Erik!
Él sintió un vuelco en el corazón. No estaba seguro de qué estaba sucediendo. ¿Se habría referido a él? ¿O acaso sería otro Erik al que buscaba? ¿Sería ella la que quería ver a Erik o algo le había sucedido a Karen? La chica lucía sumamente impaciente y no sabía qué hacer.
Sin pensarlo más, Erik se acercó cautelosamente buscando hacer contacto visual con aquella joven. Cuando estaba a unos diez metros de ella, la chica se percató de su presencia y, muy angustiada y bajando su tono de voz, se acercó a él y le preguntó:
—¿Tú eres Erik?
Erik, sin saber qué más hacer, respondió afirmativamente. Pudo notar cómo sus manos habían comenzado a sudar; el papel del pequeño y pesado paquete que sostenía se pegaba a su mano derecha.
—¡Dios mío, Erik! —dijo la otra agitadamente—. Karen tuvo un accidente y está en urgencias en el hospital. La atropellaron y creo que está grave. ¡Tienes que venir conmigo!