RECUERDO

Ése había sido definitivamente un día importante para Ada. Al fin había recibido noticias importantes respecto a su recuperación. Se sentía más fuerte que nunca y comenzaba a sentir una vitalidad profunda.

Esa tarde caminó ya por los pasillos del hospital sin dolor alguno en su pie, aunque con una muy ligera molestia en su cabeza. Después de su caminata cayó de súbito en un sueño en el que aparecía David y la gran misión que lo mantenía siempre con fuego en el corazón.

Su siesta había sido interrumpida por lo que parecían llantos y sollozos. Cuando despertó de su dulce sueño, primero, se preocupó pensando que algo malo le pudo haber sucedido a David y que era Claudia quien lloraba y se lamentaba por él. Sin embargo, el llanto provenía de la cama de junto, y no pudo evitar sentir lástima por la mujer y su profunda aflicción.

Ada intentó recordar su juventud, su infancia, su adolescencia, sin embargo, a pesar de cerrar los ojos y tratar con todas sus fuerzas, nada venía a su mente. Su pasado seguía prácticamente en blanco.

Después de unos cinco minutos de escuchar aquel lamento, mismos que parecieron eternos, hizo algo muy inusual: se armó de valor y le habló a la mujer:

—Hola. ¿Hola? —preguntó tímidamente.

La chica cesó su lamento. Tras unos largos segundos, finalmente hubo una respuesta.

—¿Hola? —dijo dulcemente.

—¿Estás bien, niña? ¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor? —preguntó Ada.

—Estoy muy angustiada, no sé qué va a pasar con mi vida.

—¿Cómo te llamas, linda?

—Mi nombre es Karen —respondió la chica.

—Mucho gusto, Karen, yo soy Ada —a pesar de sentir un poco de pena por la chica, se sentía feliz por el simple hecho de estar conectando con ella—. Vas a ver que todo estará bien. No te preocupes.

—El doctor y Claudia también me lo dijeron, pero ¿cómo puedo yo estar segura? Siento que mi mundo se está desmoronando. Y… mis padres —dijo Karen con mucho pesar y muy angustiada—. ¡Me van a matar! Nunca más me van a volver a hablar.

Después de esas palabras, Karen echó a llorar.

—Pero, ¿por qué? ¿No llegaste por un accidente, como todos aquí?

—Sí —respondió Karen—. Me atropelló un auto y tengo dos costillas rotas. Fuera de eso no me pasó nada más. El problema no es ése… es que… —y llorando incontrolablemente terminó su frase—. Cuando el doctor Rogers me hizo el ultrasonido me dijo que… estoy embarazada.

Hubo un silencio total. Dentro de Ada comenzó a pasar algo muy inusual. Algo que ella anhelaba profundamente y deseaba desde que había despertado hacía un par de días: ¡comenzó a recordar!

No sabía si era una idea o un recuerdo real. Porque ¿qué tan seguro está uno de la realidad de los recuerdos?

En su mente, como una ráfaga, vino la imagen de ella misma, mucho más joven, enterándose de que sería madre. Tenía ya un pequeño bulto en el vientre, y un doctor le explicaba lo que aquello significaba y las implicaciones que vendrían. Era demasiado joven como para ser madre. No logró recordar más aunque cerrara los ojos y apretara con fuerza pidiéndole a su cerebro que hiciera un esfuerzo. ¿Había nacido su hijo o hija? ¿Qué más le pasó? ¿Acaso era madre y había alguien allá afuera buscándola? O, ¿será que a pesar de ser madre ya nadie la esperaba?

Comenzó a llorar. La desesperación que sentía por no poder recordar su pasado, el cual intuía doloroso, la afligía, además de no estar segura de recuperar la memoria alguna vez. ¿Cómo sobrevivir en un mundo tan competitivo sin saber hacer absolutamente nada? Pensó en el viaje con David, y en ese momento dudó si realmente era cierto lo que le había dicho el viejo. Y como fuera, de todas formas, sería un viaje pasajero. Terminaría en cualquier momento y eventualmente tendría que enfrentar la dura realidad.

—¿Karen? —dijo Ada.

—¿Sí? —respondió ella.

—Me acabas de dar algo maravilloso. Muy feo y duele mucho, pero creo que es bueno —hizo un esfuerzo por contener el llanto—. Por primera vez desde que estoy aquí en este hospital, logré acordarme de algo de mi vida.

—¿Acordarte? —preguntó Karen desconcertadamente.

—Sí. Mi primer recuerdo. Cuando tuve el accidente hace unos cuantos días, me pegué muy fuerte en la cabeza y se me borró todo. Creí que ya no me acordaría de nada nunca. Ahorita que te escuché, cuando hablaste, algo que estaba muy enterrado despertó, y creo que en algún lugar del mundo hay alguien que puede decirme mamá. Y tal vez por él o por ella valga la pena salir de aquí —suspiró tan profundamente como es humanamente posible y continuó compartiendo con Karen, pensando que ahora se trataba de ella y que no valía la pena ser una carga más para la chica.

—Karen —continuó Ada, imaginando su rostro dulce y fino como su voz—. Un hijo puede ser tu cielo o tu infierno, puede ser el regalo más grande del mundo o aquello que más te haga sufrir, y creo que eso no depende tanto de tu hijo sino de ti. Y me gustaría decirte más pero no me acuerdo.

Ada, sorprendida por sus propias palabras, guardó silencio por un instante e intentó recordar un poquito más, pero nada. En su mente sólo existía la imagen en donde se veía a sí misma, casi una niña, y descubriendo que estaba embarazada.

—¿Tú tienes hijos? —le preguntó Karen, intrigada.

Después de un suspiro Ada le respondió:

—No sé, te digo que no me acuerdo. Como si mi vida hubiera sido borrada. Al escuchar lo que te sucedió, al fin me acordé de algo y lo que me vino a la mente, como si fuera una película, fue cuando un doctor me dijo que estaba embarazada —en ese momento Ada se llevó las manos a su abdomen y sintió algunas estrías que iban de su ombligo a su bajo vientre—. La verdad, no sé qué pasó, creo que sí lo tuve, pero no sé si es niño o niña o si me está buscando. Tampoco sé hace cuántos años fue… Me pregunto dónde está la respuesta, en dónde está mi hijo o mi hija si es que está en algún lado. No sé cómo explicarlo, pero mi corazón me dice que en algún lugar del mundo hay un ser humano que me puede mirar a los ojos y decirme mamá.

Karen, sin haber encontrado muchas respuestas a su inquietud, seguía bastante intranquila.

—La vida duele —dijo Karen con un nudo en la garganta—. Duele demasiado, tanto que uno siente que ya no quiere vivir y que lo más fácil es terminar con todo y decir adiós con el único fin de darle vuelta de hoja y arrancar el sufrimiento, ponerle fin a las penas, problemas y pesares. No nacimos para vivir en el dolor, no nacimos para sufrir. Así la vida ha pierde el sentido. Así ya no quiero más estar aquí.

En ese instante algo brusco y repentino interrumpió a Karen.