Capítulo Dos

Lorne se estiró y volteó a abrazar a Henry, su collie.

—Es hora de levantarse, perezoso.

Henry levantó la cabeza, sacó la lengua y le lamió el lado derecho de la cara.

—¿Quién necesita un hombre cuando un perro puede darte besos como esos?

Ella salió de la cama silenciosamente y, antes de ir al piso de abajo, entró al baño. Dio un grito.

—¡Por Dios! ¡Mira lo que parezco! ¿Qué hombre consideraría dormir conmigo de todos modos? —miró como tenía el maquillaje corrido y lo despeinada que estaba. Su perro de ocho años ladró en respuesta. Ella sabía que su ladrido era más bien por querer ir él al baño, que por querer contestar su pregunta.

—Está bien, pequeñín. Vamos.

Se dirigió hacia el piso de abajo de su pequeña casa de dos habitaciones en Highbury, seguida por Henry. Miró de reojo el reloj que tenía en la cocina. Once y cuarto.

—¡Demonios! ¿Cuándo pasó la mañana? —dijo mirando el reloj que su compañero le había regalo años atrás.

El oficial Pete Childs había sido su gran compañero en aquellos días en los que ella era una inspectora exitosa en la MET y su fiel amigo. Como lo extrañaba. Ahora él ya no estaba. Había sido asesinado en un callejón por el Unicornio, aquel terrorista que había sido su archienemigo por ocho años. Lo había tenido acorralado varias veces, pensando que no tenía escapatoria, pero aun así él lograba desaparecer. Él era el culpable de arruinar su vida.

El tipo había planeado darle una lección al secuestrar y violar a su preciosa hija de trece años, Charlie, y poniéndola a trabajar en uno de sus burdeles junto a docenas de chicas europeas que habían sido traídas a Inglaterra en camiones. También le había quitado al hombre por el cual ella iba a dejar a Tom.

Solo un par de días después de haber enterrado a su compañero, Pete, Lorne se vio forzada a despachar el cuerpo del forense Jacques Arnaud a Francia, para que sus seres queridos lo despidan. Había sido una tarea que le había destrozado el corazón.

Eso había sucedido un año atrás, y la despedida de Jacques fue la gota que rebalsó el vaso. Así dejó su carrera. Luego de ver como explotaba el barco donde estaba el Unicornio, el jefe había decidido que ese había sido su último acto de maldad. El instinto de Lorne volvió, y por más que veía el humo, ella estaba convencida que el maldito de Baldwin había podido escapar.

Mientras el jefe superior y el comisario se felicitaban por el magnífico trabajo que habían hecho, Lorne completaba una renuncia de dos páginas. Ni siquiera le había dado la oportunidad a Roberts de poder convencerla de quedarse.

Luego de darle el sobre a Roberts, dio media vuelta y salió del edificio. Nunca más había vuelto al lugar. Ni siquiera sabía si su superior había tenido la intención de mantenerla en el equipo. Esa respuesta iba a mantenerse como misterio ya que él nunca se había molestado en contactarla. No era algo que no la dejara dormir, pero sí la molestaba, un poco.

Siendo lo testaruda que era, ella se hubiese negado. Pero no le hubiese molestado que intentara.

Las últimas palabras de Baldwin la atormentaban día a día. Cada uno de tus seres queridos morirá. Y por esas mismas palabras crueles que más que ser una amenaza, ella sabía que eran una promesa, Lorne había decidido divorciarse de Tom y que Charlie viviera con él, lejos de cualquier daño. Su corazón no le daba más de dolor, no por el divorcio, sino por no poder estar cerca de Charlie para verla convertirse en una mujer.

Tom había insistido en vender y dividir la ganancia cincuenta y cincuenta, pero teniendo en cuenta que Charlie viviría con su padre, Lorne creyó que sesenta – cuarenta, a favor de Tom, sería más que justo.

Tom firmó los papeles por la división igualitaria del valor de la casa sin que ella supiera, y Lorne, sin ganas de discutir –todo el matrimonio había sido una sola discusión- aceptó el trato.

La terapeuta de Charlie aplaudía la decisión de Lorne al dejar que su hija viviera con Tom, considerando que sería una vida más estable para ella. Así que así vivía Lorne, junto a Henry quien la acompañaba en los largos días y noches, más largas aún. Le dolía el corazón todos los días por lo que había sufrido en los últimos doce meses. Rezaba todas las noches pidiendo en algún momento recuperar su vida.

Incluso Henry la miraba con comprensión cuando presenciaba esos momentos de tristeza, donde se preguntaba si alguna vez encontraría un hombre para ella, si se atrevería a traer alguien a su vida sabiendo que corría riesgo, con Baldwin vaya uno a saber dónde. Más seguido de lo que quería recurría a su botella de vodka.

El ladrido de Henry, pidiendo ingresar de nuevo a la casa, la trajo de nuevo a la realidad. Cuando iba a abrir la puerta, escuchó que sonaba el teléfono en la sala.

—Quédese ahí, señor. Lo último que quiero es una casa sucia por tus patitas con barro. Regreso enseguida para secarte.

Se apresuró por la cocina, cerrando la puerta para que el perro no pudiera ingresar. Lorne renegó mientras buscaba el teléfono inalámbrico.

—¿Dónde mierda está? —Arrojó todos los almohadones del sofá al suelo, y finalmente lo encontró— ¿Quién es? ¿Y qué quiere?

—Es un placer hablar contigo, Lorne —dijo una voz áspera.

—Vuelvo a preguntar, ¿Quién es? —la voz le era conocida, pero la resaca que tenía le impedía identificar la voz.

—Eres una persona muy difícil de rastrear, incluso con mis habilidades excepcionales —la frase terminó con una risa.

—Bueno, maldito, tienes tres segundos para identificarte o corto... Uno, Dos...

—¡Por Dios, mujer! ¿Cuándo perdiste el sentido del humor?

—Tres —Lorne terminó la llamada y volvió furiosa a la cocina. En primer lugar porque no había sido capaz de reconocer la voz, y en segundo lugar, porque nunca hubiese reaccionado de esa manera un año atrás.

Casi había llegado a la cocina, cuando el teléfono volvió a sonar. Convencida de que era el mismo molesto que había llamado antes, se veía en un dilema: ¿Dejaba sonar el teléfono y esperaba a que el otro se rinda? ¿O por el bien de su resaca, y el pensamiento de creer conocer a la persona, atendía el teléfono de una vez?

—¿Qué mierda quieres? Estoy cansada, con resaca y para nada de humor-

—Lorne, por el amor de Dios, soy Tony.

—¿Tony?

—Vaya, que rápido me olvidan las mujeres —bromeó él.

—Dame una pista.

—Estoy apenado, la verdad. Y yo que pensé que éramos buenos amigos.

—Vuelvo a contar, y ya sabes qué pasa cuando llego a tres. Uno... Dos...

—Tony Warner. Tu amigo. El espía. ¿Me recuerdas? —dijo ya perdiendo el humor, y la paciencia.

Luego de varios segundos de silencio, Tony le preguntó si todavía estaba allí.

—Sí, estoy aquí. ¿Por qué? —preguntó Lorne, tirándose en el sofá.

—¿Te refieres a por qué llamo?

—Sí.

—Si te digo que quería saber cómo estabas, ¿me creerías? —preguntó él.

—Negativo.

—Eso es lo que pensé. Entonces, ¿Por qué no me abres la puerta, me dejas entrar y discutimos por qué quiero hablar contigo después de tanto tiempo?

—¿Qué? ¿Estás aquí? Pero-

Sonó el timbre.

—Creo que es un poco tarde para preocuparnos por lo que los vecinos piensen, ¿verdad? —preguntó riéndose mientras la seguía por el pasillo de la entrada.

—Que astuto. Dame un segundo así me cambio, ¿sí? —sus mejillas estaban rojas, y odiaba ponerse así.

—No te preocupes por mí. Hace tiempo que no veía una señorita con piyamas tan lindos.

Mientras Lorne subía las escaleras, olvidándose del dolor de cabeza, le mostró el dedo del medio.

—Ponte cómodo, solo no ingreses a la coci- —dejó de hablar cuando escuchó que Henry subía las escaleras detrás de ella.

—Disculpa, ¿Dijiste algo?

Negando con la cabeza, ella tomó al perro y lo llevó al baño para lavarle las patas llenas de barro.

—Ven, amiguito. No te preocupes, si los hombres tuvieran cerebro serían demasiado peligrosos para este universo.

Una vez que la dueña y el perro se veían más presentables, bajaron para ver que sorpresa les tenía el invitado inesperado.

Lorne encontró a Tony en la cocina, mirando por la ventana al jardín.

—Supongo que esto es trabajo en progreso, ¿no?

—Si es de tu interés, Tony, acabo de terminar de renovar por completo este lugar. Si supieras algo de renovaciones, sabrías que el último lugar en arreglar es el jardín y el exterior.

—¿A eso te dedicas ahora?

Lorne llenó la tetera con agua, sintiéndose avergonzada por las manchas de barro en el piso nuevo.

—Estaba a punto de lavar a Henry cuando llamaste. Deberás disculparme por el desorden aquí, y en el resto de la casa ahora, gracias a ti.

—¿Qué hice? —sonaba desorientado, solo como los hombres pueden hacerlo en ese tipo de circunstancias.

—Olvídalo. ¿Por qué estás aquí?

—¿Hay alguna posibilidad de ir a algún lugar menos desordenado? —Su mirada recorriendo la mesa llana de revistas de diseño y boletas y correo sin abrir.

Lorne sirvió el agua hirviendo en dos tazas, le agregó leche y azúcar y se dirigió por el pasillo, hacia la sala.

—¿Mejor así? —preguntó entregándole una taza a Tony.

—Mucho mejor. Ahora, necesito que te sientes.

Su humor se había ido, y ahora él tenía una mirada mucho más seria, lo que preocupaba a Lorne.

—Estás bromeando. Solo dímelo, Tony, por Dios —dijo Lorne, negándose a sentarse en su nuevo sofá de cuero.

—Siéntate.

Al mirarlo a los ojos, se le erizó el pelo de la nuca. Su tono anticipaba lo peor. Ella se sentó suavemente y dejó la taza en la mesa junto al sofá.

—Ya me senté. ¿Qué sucedió?

—Ha vuelto —dijo Tony.