Una vez que él se fue, Lorne pensó con cuidado su oferta. Finalmente, luego de media hora de intenso análisis, la tentación fue muy fuerte para Lorne. Volvió a llamar a Tony, y le pidió que contara con ella.
Era casi media noche cuando el avión llegó al aeropuerto de Francia. El vuelo había sido tranquilo, ambos callados, inmersos en sus pensamientos. El aterrizaje los trajo al presente.
—Es por aquí —Tony la tomó del brazo y la guio hacia la salida. Ingresaron al asiento trasero del coche que los esperaba.
Lorne toleró el machismo de Tony en llevarla de un lado a otro solo porque estaba agotada. Sentía que los eventos había ocurrido todos desorganizados, siendo arrastrada de un lugar a otro.
Después de la visita sorpresa de Tony su día había cambiado por completo. Primero había llamado a su padre, rogándole que cuidara a Henry por un par de días. Luego, hizo una de las llamadas más duras en su vida. Charlie atendió en el primer repique, lo que le dio poco tiempo para pensar una excusa que explicara la cancelación de planes para el fin de semana. Planes que habían organizo hacía un mes y que incluía una sorpresa por adelantado para el cumpleaños de Charlie: una cena para las dos en el mejor lugar de Inglaterra. Lorne había reservado esa mesa seis meses atrás. Seis meses. Oh, Tony, sí que sabes elegir el momento indicado.
Pero Charlie no se había enojado ni encaprichado como lo haría cualquier otra adolescente, o la antigua Charlie. Quizá las visitas a la doctora Charmichael estaban dando frutos después de todo. En cambio, su hija dijo:
—Está bien, mamá. Entiendo. Quizá el próximo fin de semana.
La manera en la que la joven aceptó la situación sin recriminar nada, hizo que Lorne se sintiera todavía peor. Odiaba decepcionarla, pero sabía que si este viaje a Francia terminaba con la captura de Baldwin, ella y Charlie podrían festejar felices en la cena. Fuera cual fuese el resultado de esto, ella volvería a compensar a su única hija.
Tony le dio un codazo en las costillas, sacándola de sus pensamientos.
—Oye, Lorne, ¿Estás bien?
—Sí, sí, solo estaba pensando —ella sonrió a pesar de su cansancio.
—¿En si decepcionas a Charlie? —preguntó Tony.
Ella asintió. —Entre otras cosas.
—¿Le explicaste por qué vienes a Francia?
—No. Eso fue lo más difícil de todo, no poder decirle la verdad. Ha mejorado mucho yendo a terapia. Pensé que si le decía el verdadero motivo por el que me voy, la haría retroceder. Le dije que uno de mis amigos más queridos necesitaba mi ayuda urgente.
—Bueno, eso es verdad —él tomó su mano con fuerza, la levantó y la apretó aún más— No podría hacer esto sin tu ayuda, Lorne.
Él la sorprendió cuando le besó la mano en gesto de agradecimiento.
Lorne terminó con el momento sentimental sin siquiera querer darle lugar a que ocurra.
—Tonto, sí que sabes convencer a las chicas, ¿eh?
—Son años de práctica. Pronto llegaremos al hotel. Nos quedaremos esta noche aquí en París, y partiremos mañana, luego del desayuno, si te parece a las siete...—ella asintió y él continuó— nos recogerá otro coche a las siete treinta y nos encontraremos con otros agentes de Interpol. Esa parte la mantendremos en secreto. No estoy seguro que pasará luego, pero supongo que nos enviarán a Normandía y al lugar donde se esté hospedando Baldwin.
Lorne miraba por la ventana el maravilloso paisaje que ofrecía París, agachándose para ver la punta de la Torre Eiffel.
—Me alegra escuchar que ya no lo llames el Unicornio. Ese no es un nombre para un hijo de puta como este.
—Te entiendo. “Baldwin” es un nombre mucho más asqueroso, tal como su persona.
—Puede ser.
Teniendo en cuenta que Interpol era quien pagaba la estadía, Lorne se sorprendió al ver que el hotel al que ingresaban era mucho más lindo de lo que esperaba.
Uno de los botones los llevó hacia las habitaciones, las cuales estaban opuestas en el cuarto piso.
Tony se detuvo frente a la puerta de la habitación, dudando en entrar o no. Lorne hizo de cuenta que no había visto nada. Sonrió para sí misma, sintiéndose un poco incómoda. ¡Por Dios, no se te ocurra coquetear conmigo!
—Recuerda, el desayuno es a las siete en punto. Buenas noches, Lorne.
Ella cerró la puerta con llave. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Qué fue todo eso? ¿Por qué Tony está siendo tan amable conmigo? Por supuesto que va a ser amable contigo, necesita tu ayuda, idiota.
Se enojó con ella misma por buscar cosas donde no las había. ¿Acaso estaba sintiendo el efecto de París? Después de todo, se supone que es la ciudad más romántica del mundo. Pero ella no tenía ningún interés en Tony. Ni en ningún otro hombre, a decir verdad. Cuando Jacques murió, ella prometió no volver a enamorarse de nadie, nunca más. Y era una promesa que planeaba cumplir.
—Ya está Lorne. Estás imaginando cosas. Estás cansada —se dijo a sí misma mientras desempacaba la ropa de dormir.
Se lavó los dientes en el baño en suite de la habitación y se acostó.
Luego de pasar media hora sin poder dejar de pensar, Lorne decidió llamar a su padre, en Londres.
Se escuchó una voz ronca del otro lado del teléfono.
—¿Sí? ¿Quién habla?
—Hola, papá. Soy yo. Lamento llamarte tan tarde, pensé que te interesaría saber que... llegué bien —dudó al hablar. Luego se dio cuenta de que casi metía la pata. Él no sabía que había salido del país, menos hacia París con un hombre. Le había dicho a toda su familia que iría a Devon a visitar a una amiga, y que iría sola.
—Cariño, no seas tonta. Me quedé dormido mirando la televisión, nada más. Estaba esperando que llamaras. ¿Cómo está Judith?
—Em... ella está bien. Te manda saludos. ¿Cómo está Henry? ¿Se está adaptando? —preguntó rápidamente para cambiar de tema.
—Está bien. A decir verdad, es terrible. Vive llamando la atención, mordiendo ese juguete con sonido, y queriendo jugar todo el día. Me deja agotado.
Como si fuese a propósito, Henry se escuchó de fondo mordiendo su juguete con sonido, no una vez, sino al menos una docena de veces. Ella se rio.
—Te ama, papá. Él sabe cuándo te ve, que jugarás con él.
—Eso es cuando voy a visitarte. Allí lo acepto. Pero las veinticuatro horas del día, es demasiado, ¿No te parece?
Se podía escuchar a Henry gruñendo de fondo. Ella podía imaginar a su padre intentando quitarle el maldito juguete.
—Además de eso, ¿Está todo bien por allí?
—¿Por qué no lo estaría? Hija, solo te fuiste hace un par de horas. ¿Cuándo dijiste que volverías?
—En un par de días como mucho, papá —contestó, aunque en verdad no tenía idea de lo que le esperaba.
—Yo diría que cuanto antes mejor. Este perro tuyo es un maldito.
Lorne levantó la vista hacia el techo.
—Papá, si es demasiado para ti, llama a Tom. Quizá él y Charlie puedan cuidarlo. Lo lamento, papá. Pensé que su compañía te haría bien.
El estado de ánimo de su papá desde que su madre había fallecido dos años atrás era una preocupación constante en Lorne, a pesar de que él decía a diario que estaba bien, la evidencia de lo contrario era abrumadora. Su jardín había pasado de ser el merecido ganador del primer premio de los jardines más bellos, a ser igual al abandonado jardín de Lorne.
—No empieces con esas tonteras, Lorne. Ya te lo dije una vez, y te lo repito mil veces: Estoy bien. No estaré diez puntos pero creo que para mi edad, no estoy nada mal.
Ella se lo imaginó tirando los hombros hacia atrás y sacando pecho para hacerse el gracioso.
—Está bien, papá. Como tú digas. Voy a dejarte ahora, si no te molesta. Sabes como soy cuando viajo. Buenas noches, papá. Dale un beso a Henry de mi parte.
—No haré eso, zonza. Ese es el maldito problema: tratas al perro como una persona. Sabes lo que Cesar Millan dice, ya sabes, ese entrenador de perros. Él dice que los perros deben saber quién es el amo y no debes tratarlos como un bebé. Pero, ¿le haces caso? No. Miras todos esos programas, y luego te entra por un oído y te sale por el otro.
—Papá, dije buenas noches. Voy a colgar antes de que terminemos peleando.
Su padre rezongó, y luego le dio las buenas noches. Lorne apagó la lámpara que estaba sobre la mesa de noche, y se acurrucó para dormir.
A pesar de lo agotada que estaba, le llevó horas poder dormirse. Por más que lo intentaba, su mente no dejaba de pensar en Robert Baldwin y toda la gente que había matado. En especial Jacques Arnaud. La situación irónica que estaba viviendo tampoco se le pasaba por alto. Estar en París, sin él. Era algo irónico e injusto. Pero bueno, eso resumía como era su vida. Así. Injusta e irónica.