Capítulo Diecinueve

—Estás yendo por el camino equivocado —Lorne se dio vuelta y señaló hacia atrás— es aquella calle que pasamos, estoy segura.

Él le dio palmaditas en la pierna y rio.

—Esta es la razón por la que los hombres no pedimos que ustedes nos guíen. Tienden a tener un pésimo sentido de orientación —la calle que buscaban apareció frente a ellos unos metros más adelante— caso cerrado. Ah, y, disculpa aceptada.

Lorne explotaba de enojo. Cerró el puño y amagó a pegarle en el brazo, diciendo:

—Maldito hijo de puta.

—¡Ouch! ¿Y eso a que se debe?

—Cretino. ¿Nadie te ha dicho lo irritante que puedes ser por momentos?

—Ya perdí de la cuenta de los que me lo dijeron. ¿Debo agregarte a la lista también?

Ella ni siquiera se molestó en contestar.

Frente a ellos se comenzó a divisar la entrada del castillo. A ella se le hizo un nudo el estómago. Incluso de noche, con la luna a medio esconderse en una nube, el castillo tenía un aire de grandeza. Sin saber porque, lo único que tenía en mente era un pensamiento bastante particular. Me pregunto si alguna vez habrán usado este castillo para alguna película.

Por todos los cielos, ¿Qué demonios hacemos aquí? ¿Cómo carajo permití que Tony me convenciera de esto? No sé quién está más demente: él por sugerir esta idea, o yo por aceptarla.

Otra cosa que la ponía nerviosa era el hecho de que no le habían dicho a nadie acerca de la misión. Si algo sale mal...No. Nada saldrá mal, Tony es un experto en esto.

—Sabes lo que estás haciendo, ¿verdad, Tony?

—Te estás preocupando de más. Confía en mí. ¿Por qué susurras?

Ahora sí estaba realmente preocupada. La última persona que le había pedido que confiara, había sido Pete. Poco tiempo después, se encontraba parada en una iglesia despidiéndose de él.

Tony volvió a asegurarle.

—Lorne, te lo digo en serio. Confía en mí, ¿quieres? Si tuviera cualquier duda o problema, ni siquiera hubiese pensado en venir solos. Estarías en tu habitación y metida en la cama, calentita y cómoda —él le apretó la pierna, apagó la luz y bajó un cambio.

Marcharon lentamente por el camino de gravilla hasta detenerse detrás de un seto de tejo de dos metros y medio de alto.

—¿Cómo entraremos? —susurró Lorne nuevamente.

Tony metió su mano en el bolsillo de la chaqueta de cuero negra y sacó un papel doblado cuidadosamente. Él lo abrió y lo ubicó sobre el volante, alumbrándolo con una pequeña linterna.

Ella abrió los ojos de par en par.

—¿De dónde rayos sacaste eso?

—Mientras tú paseabas con el capitán, yo revisé un poco su habitación.

—¿Quieres decir que lo robaste? ¡Por Dios, Tony! ¿Y si nota que no están? ¿Pensaste en eso? ¿Consideraste las consecuencias de tus actos?

—Te diré esto una sola vez, Lorne. Si prefieres echarte atrás y quedarte en el coche, lo entiendo completamente. Yo lo haré de todos modos.

—¿Pero qué hay de los hombres? Ni siquiera sabemos si hay perros guardianes.

—Cuando vinimos esta mañana, estuve observando las medidas de seguridad. No hay ninguno. No hay perros. Sus hombres son toda la guardia que necesita.

Él le dedicó una breve sonrisa antes de volver su atención al plan.

—Todas las ventanas son pequeñas, excepto estas de aquí —él señaló unas que estaban en la planta baja, cerca de la entrada— ¿Vienes o no, linda?

Lorne miró el castillo con preocupación. Podía sentir como Tony comenzaba a ponerse nervioso.

Finalmente, Tony dobló el mapa que tenía, abrió la puerta del coche y dijo:

—¿Vienes o no?

Lorne tomó aire, abrió la puerta del coche de golpe y bajó del auto.

Al instante pudo escuchar a Tony decir:

—Buena chica.

Para evitar pisar las ramas que había en el camino, ambos comenzaron a correr por el costado del sendero, donde solo había césped. Se detuvieron frente a la ventana que Tony había señalado en el mapa. De repente él sacó un pequeño bolsito de su bolsillo.

—Mis herramientas.

Abriendo el bolsito, tomó un objeto puntiagudo. Poniéndose de puntas de pie, apoyó el objeto en el vidrio, y comenzó a cortar un círculo. Un ruido agudo acompañaba el movimiento, pero solo tomó unos segundos completar el trabajo. Tony quitó el círculo, apoyándolo en el suelo junto a Lorne. Atravesó el brazo por el hueco y abrió la ventana.

Et voila.

Tony asomó la cabeza por la ventana. Satisfecho al ver que no había nadie dentro, volvió a sacar la cabeza.

—Parece estar todo libre. Vamos, te ayudaré.

Lorne apoyó su píe en la palma de la mano de Tony y subió con fuerza. Él apoyó su otra mano en el trasero de su compañera para sostenerla.

­—¡Vaya!

Ella alcanzó a quitarle la mano de una bofetada sin caerse. Aterrizó con los pies sobre el concreto.  Luego de limpiarse un poco la ropa, se puso de pie y se apoyó contra la pared de piedra, esperando a Tony.

Él atravesó la ventana de prisa.

—Bueno, esa fue la parte más fácil de todo esto.

El aroma a especias provenía de la cocina y hacía que a Lorne le picara la nariz. No se te ocurra estornudar.

Llegaron a una antigua puerta de roble. Tony giró la perilla negra pero la puerta no se abrió.

—¡Mierda! Está cerrada —Se puso de rodillas y espió por el ojo de la cerradura— Que bendición, no hay ninguna llave.

Volvió a sacar una herramienta de su bolsillo y la colocó dentro de la cerradura. Comenzó a girarla hasta que ella escuchó un suave “click”. Mirando por encima de su hombro y dijo:

—Lo sé. Soy demasiado bueno para las palabras.

Ella lo pateó en las costillas, hizo un gesto de impaciencia y susurró ansiosa:

—Entra de una vez, Tony. Busca lo que necesites y vámonos rápido. Tengo un mal presentimiento.

La mini linterna de Tony alumbraba el camino y los ayudó a recorrer la propiedad. Se podían escuchar sus pasos en el concreto haciendo eco por el pasillo. Tony siendo quien lideraba el camino, y con Lorne firmemente sujetada a su chaqueta, ingresaron a unas de las habitaciones de la planta baja. Él encendió la luz.

—¿Qué diablos estás haciendo?

—Cálmate. Deja de hiperventilar, mujer. Es seguro. Ya chequeé que no haya ventanas en este cuarto. Bien, ¿Qué tenemos aquí? —Caminó hasta uno de los monitores ubicados contra la pared— Parece ser que estos son sus ojos hacia el mundo exterior. Su sala de seguridad, su oficina de monitoreo, como quieras llamarlo.

—¡Mierda! Ella señaló al monitor más alejado. El coche, que Tony creía haber dejado fuera de vista, se veía claramente, gracias al ángulo de la cámara— él sabrá que estuvimos aquí.

—Es fácil de solucionar, Lorne. Nos llevaremos la cinta de la cámara de seguridad —aseguró el agente. Revisó los dispositivos y pronto se dio cuenta de que no utilizaba cintas, sino que el dispositivo guardaba las imágenes en el disco duro de las computadoras.

Tony vio una botella de agua sobre el escritorio, y decidió verter el contenido sobre las máquinas.

—Eso debería bastar —miró en detalle los monitores y eligió dos habitaciones para ir a revisar— Allí deberíamos ir. A la habitación de Baldwin y a su oficina.

—¿Sabes dónde están? —preguntó ella, mirando constantemente los monitores en busca de movimiento.

Tony ya se había anticipado a su pregunta y había sacado el plano del castillo.

—Aquí no está indicado qué habitación es cada una, pero creo estar bastante seguro de que esta es la habitación de Baldwin. Es la habitación más grande y la única que tiene un baño en suite. Iremos primero allí. Mierda. Está al final del pasillo. Sin embargo, no sé cuál será la oficina. Tendremos que asomar la cabeza en cada habitación hasta que la encontremos.

—Eso es una locura, Tony. Te estás olvidando de algo —traicionada por sus nervios, su tono de voz salió mucho más alto de lo que ella esperaba.

—¿Qué cosa?

—El mayordomo. Tiene que estar en algún lugar, aquí adentro. Vuelve a mirar el plano. ¿Indica algo con respecto a la sala de servicio, o algo así?

Tony analizó el plano. Puso el dedo sobre un pequeño cuarto sobre las escaleras.

—Esta podría ser su habitación. Dije podría ser. Para ser honesto, no me había acordado de él. Ahora debemos ser extra cuidadosos. El tipo se veía bastante inofensivo, pero quien te dice que armas puede esconder debajo de la cama...

—Gracias por el dato, justo lo que necesitaba escuchar. Ahora sí estoy tranquila.

Tony se encogió de hombros a modo de disculpas.

—Vamos, andando.

Apagó la luz en el mismo instante que Lorne volvía a sujetarse de su chaqueta. Comenzaron a caminar por el pasillo oscuro.

Él se movía con sutileza, y ella admiraba la habilidad que tenía que guiarlos a ambos por la oscuridad con tanta gracia.

Un escalofrío le recorrió la columna al pensar que nunca antes había entrado a la casa de un criminal sin tener una orden de allanamiento en la mano.

Otro escalofrío la sacudió cuando pensó en que estaban violando una propiedad privada. Ella se preguntaba si era por este factor de adrenalina que Tony amaba tanto su trabajo. El año anterior, cuando ella había dejado la fuerza, Tony había insistido en que vaya con él. Ella lo había rechazado porque creía que ese trabajo no era indicado para ella, pero ahora...

Tony se detuvo. Lorne, inmersa en sus pensamientos siguió caminando hasta chocarse con su compañero.

—Shhh —le ordenó— ¿Acaso quieres despertar al mayordomo, idiota?

—Lo lamento.

Pasaron en puntas de pie por la puerta que asumían que correspondía a la habitación del mayordomo y siguieron en silencio a lo largo del angosto pasillo, siempre guiados por la luz de la pequeña linterna.

Tony se detuvo en la primera puerta a su izquierda, y le indicó a Lorne que asomara su cabeza por la puerta que estaba en frente. Nada. Siguieron con la búsqueda.

Repitieron el mismo procedimiento en el próximo par de puertas, pero volvieron a encontrarse con nada. Sin embargo, su suerte cambió cuando Tony revisó la puerta que seguía.

—¿Qué se supone que estamos buscando, Tony? —susurró Lorne mientras ingresaba en el cuarto oscuro.

Él se encogió de hombros y murmuró:

—No tengo la más puta idea.

Sus palabras hicieron que ella se detuviera y lo mirara sorprendida.

—Estás bromeando. Alguna pista ayudaría bastante —dijo sin poder creerlo.

—Si supiera lo que estoy buscando hubiese venido solo. No te habría involucrado. Te traje conmigo para utilizar tus habilidades como detective. Así que ponte en marcha. Si ves algo que te llame la atención, me avisas.

—Genial. Has sido de gran ayuda, niñito.

—¿Lorne?

—¿Qué?

—¿Podrías evitar llamarme “niñito”? Tengo treinta y ocho años por si no lo notaste, por el amor de Dios.

Lorne le hizo un gesto de burla, y comenzó a revisar los papeles que se encontraban sobre el escritorio.

Tony le dio una linterna extra que tenía y ella fue mirando hoja por hoja. La mayoría eran hojas escritas en francés, por lo que ella debía adivinar que decía, pero estaba segura de que solo eran facturas.

—Nada, solo el papeleo de porquería que todos tenemos —se quejó ella.

—Deja de quejarte, Lorne. Fíjate que hay en ese cajón —ella miró por encima de su hombro y se acercó al mueble verde.

Antes de que pudiera abrirlo, él le advirtió:

—Abre los cajones con cuidado, en silencio.

Ella le hizo un gesto de enojo y le mostró el dedo.

—Puedo estar un poco oxidada, niñito, pero todavía tengo mis habilidades.

Lorne escuchó que Tony abría los cajones del otro escritorio.

—Bingo —murmuró.

Ella giró para verlo y pudo observar como Tony sacaba fotos con su celular a un archivo abierto.

—¿Qué es eso? —dijo mientras cruzaba la habitación para pararse junto a él.

—Si es lo que creo que es, esto debería coincidir con los datos de las pinturas que tiene la gente de Interpol. Podría ser nuestro pase para salir de aquí.

El archivo estaba titulado con la palabra “pinturas” y las fotos que había tomado Tony mostraban una lista de números y nombres.

De reojo, Lorne alcanzó a notar un movimiento del otro lado de la ventana.

—¡Mierda! Tenemos compañía —ella mantenía la mirada fija en las luces del coche que se acercaba lentamente hacia ellos.

—Mierda. El mayordomo debe haber estado afuera todo este tiempo. Dos minutos más y termino.

Lorne lo miraba y tragaba la bilis que le había subido por la garganta. Sus latidos se aceleraban a medida que el coche se acercaba. ¿Cómo carajo me metí en esto?¿Que pasaría si Baldwin vuelve?¿Que pasaría si no es el mayordomo quien está volviendo? Tantas preguntas, y tan pocas respuestas.

Tony seguía sacando fotografías.

—Por el amor de Dios, Tony.

—Está bien, está bien. Listo —él cerró el archivo y lo guardó en el cajón. Ambos quedaron paralizados y con los ojos abiertos al escuchar pasos.