Capítulo Veintitrés

A pesar de que Michel les había dicho que su aventura nocturna sería discutida por la mañana siguiente mientras desayunaban, no fue mencionada en lo absoluto. Los cuatro se sentaron alrededor de la mesa a desayunar mirándose unos a otros en completo silencio. Pero luego, a las nueve en punto, fiel a su palabra, Michel tenía un coche esperando para llevarlos al aeropuerto.

Lorne había intentado hablar con Michel en la recepción del hotel, pero resultó ser una completa pérdida de tiempo. Solo lo intentó una vez, su mirada de odio profundo le perforó el corazón, haciéndola pensar cómo había sido posible que terminara en la cama con un hombre tan frío y desalmado. Tembló al recordar que horas antes lo había comparado con Jacques, el único amor de su vida. ¿Qué tan perdida y desorientada podía llegar a estar una mujer?

Tony pasó las dos horas y medias que duró el vuelo a Londres inmerso en sus pensamientos, lo que era un alivio para Lorne, significaba que no debía forzar ninguna conversación banal y podía concentrarse en sus propios pensamientos.

Luego de encontrar su coche en el estacionamiento del aeropuerto, Tony llevó a Lorne a casa. Desde el desayuno, hacía ya cinco horas, apenas habían cruzado un par de palabras.

Finalmente, cuando Tony se detuvo frente a la casa de Lorne, ella ya había tenido suficiente.

—Está bien, tengo la impresión de que me culpas a mí por esto, Tony.

—¿Por qué?

—No empieces con esa basura. Sabes muy bien de qué estoy hablando.

—Si tengo que ser honesto, diría que fue cincuenta/cincuenta.

—¿Cómo te atreves a decir eso? Fue tu plan el que nos terminó echando de Francia.

—¿Mi plan? Oh, ahora ese fue el motivo.

Ella lo miró. Sus orificios nasales se abrían y cerraban de furia.

—¿Qué mierda quiere decir eso, niñito?

Él la miró con los ojos entreabiertos al escuchar ese apodo que tanto odiaba.

—Sé que mi plan fue arriesgado, pero si no...

—Oh, no, no te atrevas a no terminar la frase. Vamos, sabelotodo. He tenido uno de los peores viajes de mi vida, atascada con alguien que creí que era mi amigo, pero me ignoró por cinco horas. Vamos, pon las cartas sobre la mesa.

Ella creía saber a qué se refería Tony, por lo que ya tenía una respuesta preparada para cerrarle la boca.

Tony miraba fijo hacia adelante. Lorne siguió su mirada hacia el pequeño coche frente a ellos, intentando entrar en un espacio del doble del espacio necesario, aun así maniobrando para lograr estacionar.

—Yo diría que fue cincuenta / cincuenta. Sí, yo arruiné el plan, bueno, algo así. Aún tengo algo de evidencia en la que podemos trabajar, pero si tú...—él se detuvo para mirar como el pequeño auto cagaba el segundo intento para estacionar. Lorne le dio un golpe en la pierna con su puño, apresurándolo a continuar— Está bien, está bien. Quizá si tú no te hubieses acostado con el tipo, las cosas no se habrían salido de control.

Él tenía razón, ella misma se había reprochado lo mismo ciento de veces durante el viaje, pero no iba a admitirlo frente a él.

—Eso es pura basura, Tony, y lo sabes.

—¿Lo es? Si él no hubiese ido a tu habitación buscando un reencuentro, nunca se hubiese enterado.

—¿Él dijo que fue a mi habitación?

—No, pero-

—Ahí lo tienes, Tony. No. Por lo que nosotros sabemos, él podría haberle pedido a la recepcionista que nos vigile. Quizá incluso te llamó para hacerte una consulta acerca del caso.

—Dudo que alguno de esos escenarios sean correctos, Lorne.

—¿Por qué? ¿Por qué siempre tiene que ser la mujer la que la caga?

—Bingo, cariño.

Lorne le dio una fuerte bofetada en la cara. Al instante se podía ver una marca roja en su rostro. A Lorne le picaba la palma de la mano. Ella no sabía por qué él tenía la necesidad de juzgar su vida constantemente. Quizá había algo más de lo que ella veía. Quizá alguna novia o esposa de su pasado lo había hecho sufrir. Si ese era el caso, tal vez él era el tipo de hombre que ponía a todas las mujeres en la misma bolsa.

—Lo lamento, Tony, no debería haberlo hecho.

Él se encogió de hombros y continuó mirando como el coche intentaba estacionar por cuarta vez. Cuando no funcionó, el conductor se dio por vencido y se fue.

—Obvio que era una mujer —intentó romper la tensión con un poco de humor.

—Si te basas en mis habilidades para manejar, seguro —rio ella.

—Te pido disculpas. Estuviste en todo tu derecho de pegarme. Permití que mi pasado me llevara a juzgarte, pero no volverá a pasar.

Así ella estaba en lo correcto: él estaba atascado en su pasado. Su interés aumentó.

—¿Quieres que hablemos de eso?

Él negó con la cabeza y le dio una palmadita en la pierna.

—Déjame investigar un poco y te contesto en unos días.

—¿Investigar qué?

—¿No te intriga saber que estaban haciendo en Francia los hombres que aparecieron muertos? No estoy satisfecho con lo que investigó Amore, prefiero averiguar algo por mi cuenta.

—De hecho él no investigó nada acerca de ellos.

—Exactamente. Me parece raro. Hablaremos luego, ¿te parece? —él salió del coche para buscar el bolso de Lorne que estaba en el maletero. Ella lo siguió, se disculpó nuevamente por haberlo golpeado, dio media vuelta y se dirigió hacia la entrada de su hogar.

En el coche estaba fresco, pero no se comparaba para nada con lo fría que estaba la casa cuando ingresó. Lorne caminó hasta la cocina y encendió la calefacción. Luego puso la tetera al fuego y se preparó una taza de café.

Ya con el ambiente más cálido, fue hasta el living y llamó a su padre.

—Hola, papá. Soy yo.

—Lorne, ¿Cómo estás cariño? Más precisamente, ¿Dónde estás?

Era un alivio escuchar lo feliz que sonaba su padre al oírla. De fondo podía oír a Henry.

—Estoy bien, y ya en casa. ¿Es ese mi pequeño que escucho de fondo?

—Ese es el molesto, sí. Mi niña, suenas cansada. ¿Acabas de llegar?

—Así es. Pensé que lo mejor era llamarte cuanto antes. ¿Te parece bien si busco “al molesto” por la mañana? —ella estaba desesperada por volver a ver a su perro, y sabía que Tony tardaría un par de días en tener novedades.

Él suspiró de manera exagerada y ella rio.

—Está bien, ¿A qué hora?

—Iré temprano. A las nueve, ¿de acuerdo?

—Eso ya es media mañana, hija. Henry ha estado despertándome a las siete, desesperado por salir a caminar. Yo lo llevaré a caminar mañana, es mi regalo de bienvenida. Te espero a las doce e iremos a almorzar a un lindo lugar. Yo invito.

—Gracias, papá. Eres una joya. Buenas noches. Dale a Henry un beso de buenas noches de mi parte.

—Eso sí que no hare. Ya te lo he dicho una vez, y te lo he dicho miles de veces, no es bueno besar a un perro, menos cuando se besan ... bueno, ya sabes —ella rio.

—Que descanses, papá.

Un sorbo del café fuerte le dio coraje para llamar a la próxima persona en su lista de llamados.

—Hola...¿Quién habla y con quien quiere hablar?

Lorne miró hacia arriba al escuchar la voz de su pequeña, quien recién había cumplido catorce años.

—Bueno...al menos saludaste antes de comenzar con el interrogatorio.

—Mamá... ¿Dónde estás? ¿Puedo ir a verte? ¿Me trajiste un regalo?

—Es tan lindo escucharte, cariño. Estoy en casa, pero lo lamento, no tuve oportunidad de comprarte nada. Y no, sabes que no puedes venir a quedarte, mañana debes ir al colegio y tu padre y yo ya acordamos que solo puedes quedarte los fines de semana.

Lorne esperaba un enojo de parte de su hija, algún capricho o escena pero nada de eso sucedió. Posiblemente la doctora estaba haciendo un mejor trabajo del que todos creían.

—Valía la pena intentarlo... ya sabes lo que dicen, “Dios ama a los que intentan”. ¿Puedo ir a verte el fin de semana, entonces? ¿Por favor, mamá?

—Por supuesto que sí mi amor. ¿Está tu papá allí?

En vez de pasarle el teléfono inmediatamente a su padre, Charlie se dedicó unos minutos a contarle las ultimas noticias y chimentos del mundo del espectáculo. Luego le contó lo que había sucedido en las novelas. A Lorne se le hacía imposible entender de lo que hablaba, pero la escuchó hasta que, finalmente sin aliento, Charlie le dio el teléfono a su padre.

Cuando escuchó la voz de Tom, el estómago se le hizo un nudo, y ella no tenía ni idea porqué. Cualquier rastro de amor hacia él había desaparecido hacía mucho tiempo. Quizá todavía se sentía tensa por la discusión con Tony.

—¿Lorne?

—Hola, Tom. ¿Cómo estás?

—Como si te importara. ¿Qué quieres, Lorne? Estoy ocupado.

El mismo Tom de siempre: cortante, impaciente y al grano.

—Lamento interrumpirte. ¿Estás de acuerdo con que Charlie pase el fin de semana conmigo?

—¿Te refieres a que se quede como el fin de semana pasado? Ah, no, cierto, cancelaste a último momento.

Ella cerró los ojos, cubrió el teléfono con la mano y suspiró. Aquí vamos de nuevo. Si en algún momento dudo de por qué me divorcié de ti, siempre te preocupas por recordármelo a cada instante.

—Son circunstancias fuera de mi alcance. Surgió algo urgente que no podía cancelar, Tom.

—¿Qué cosa?

—Lo lamento, Tom. Es personal, y ya no estamos casados-

—Como si cuando estábamos casados me contaras lo que hacías. Me recuerda a ese idiota...

Por Dios, no otra vez con esto.

—Un sí o no es suficiente, Tom.

—Sí.

La llamada terminó. Lorne colgó el teléfono y caminó hacia la cocina. Sin darse cuenta se encontraba moviendo la cabeza de lado a lado a modo de frustración mientras prepara y comía un omelette. Hombres. ¿Para qué si quiera me molesto?