Capítulo Treinta

Atravesaron los campos nuevamente y, bajo la lluvia, se ubicaron en el mismo lugar que el día anterior a observar el castillo.

—No sé si te enteraste de la novedad del mercado, Tony. Se llama paraguas, ¿lo has escuchado?

—Shhhh.

Lorne se despegó la camiseta mojada de los hombros e hizo un gesto de desagrado.

El día había comenzado siendo soleado y cálido, pero a media mañana las nubes se juntaron dando lugar a la lluvia y empapándolos. Como el otoño se había llevado las hojas de los árboles, la lluvia atravesaba las ramas sin problema, empapándolos y agregándole miseria al día de Lorne.

—¿Puedes ver algo?

—Creo que veo dos camiones. Hay mucho movimiento allí, pero necesitaremos acercarnos para ver mejor.

Él se metió en un arbusto con espinas, haciendo que Lorne se retorciera de dolor.

—Ahora está mejor. Sí, dos camiones.

—¿Es el mismo de ayer?

—No. Uno carga y el otro descarga. Santo cielo, deben haber al menos quince hombres allí.

—¿Puedo mirar? —ella se puso detrás de él y, apoyando el antebrazo en su espalda, observó con los binoculares— ¡Mierda!

Escucharon un golpe a la distancia. Tony tomó los binoculares de inmediato.

—Diablos, Baldwin no estará feliz con esto. Una de las pinturas enmarcadas más grandes se ha caído del camión, rompiéndose en la entrada.

Se escucharon muchos gritos, luego silencio rotundo. Lorne apuró a Tony tocándole el brazo.

—Vamos, haz algún comentario, por Dios.

—Acaba de aparecer Baldwin. ¡Vaya! No tiene buena cara para nada. Creo que ninguno de los hombres está dispuesto a hacerse cargo del error. Si yo estuviese en el lugar de ellos tampoco lo haría. ¡Mierda!

Antes de que Lorne alcanzara a preguntar qué había pasado, se escuchó un fuerte disparo. Ella se cubrió la cabeza con las manos.

—La puta madre, acaba de dispararle a uno de sus hombres en el medio de la frente.

—Tony, por Dios, vámonos de aquí.

—De ninguna manera, las cosas se acaban de poner buenas. Si nos vamos ahora, será otro día perdido.

—Pero esto es demasiado peligroso, él es demasiado peligroso. Si alguien nos encuentra estaremos en desventaja.

—No seas absurda, Lorne. No nos descubrirán, ten fe en mí. He estado haciendo este trabajo por veinte años, ¿sabías?

Pero el saber que él tenía mucha experiencia no lograba calmar sus nervios.

—Lorne ya basta. Cálmate, —Tony seguía observando qué ocurría en el castillo— pensé que los tipos se echarían para atrás al ver lo que pasó con su compañero, pero no es así. Baldwin apunta con su arma a uno por uno, incluso los choferes están metidos en esto.

Otro disparo interrumpió el comentario de Tony.

—Supongo que mató a otro, ¿verdad?

***

—Ustedes, buenos para nada. ¿Alguien más quiere atreverse?

Mario, uno de los hombres más grande, dio un paso al frente para enfrentar a Baldwin.

—Vamos, Mario. Atrévete si te crees capaz, sé que tienes ganas de matarme desde que me llevé a tu hermano. Esta es tu oportunidad.

Mario saltó hacia Baldwin, pero otros tres hombres lo detuvieron. Baldwin se encogió del susto y dio un paso hacia atrás involuntariamente, preguntándose si esta vez había provocado al grupo por demás.

Dejando de lado su pensamiento y decidido a recuperar su autoridad, se acercó a Mario, frente a frente, intentando intimidarlo.

Mario respiró profundo y lo escupió en la cara.

—Vamos, brabucón. Dispárame. Dispáranos a todos. ¿Y luego qué?

Baldwin le disparó dos veces en la cabeza.

Mario, que tenía la contextura de un gorila, cayó al piso, casi llevándose con él a los dos hombres que lo sostenían.

—¿Alguien más quiere hacerse el héroe?

Julio dio un paso atrás.

—Jefe, no habrán más problemas. Yo me encargaré de eso.

—Finalmente entras en razón, Julio. Ahora pon a trabajar a estos inútiles de mierda. Otro error y, bueno, ya saben que pasa...

Baldwin ingresó de nuevo al castillo, moviendo el arma en el aire.

***

—Mierda, está más sacado de quicio que nunca. Mató a tres sin siquiera dudarlo. Sigue siendo un loco hijo de puta.

—¿Por qué?

Tony se encogió de hombros, sin sacar la vista del castillo por un segundo.

—Porque lo enfrentaron.

—¿Qué sucede ahora?

Tony movió la cabeza de lado a lado.

—Increíblemente los hombres retomaron el trabajo como si nada. Arrastraron los tres cuerpos hacia el jardín y los dejaron allí, como si fueran unas bolsas de basura.

—¿Y Baldwin?

—Ingresó de nuevo a la casa... castillo, como quieras decirle.

—Tony, estoy empapada. ¿Cuánto tiempo más vamos a quedarnos?

—Espera. Quedémonos media hora más y ahí puedo considerar la idea de irnos.

Cansada y de mal humor, ella se tiró para atrás. Una de las espinas le pinchó la espalda e hizo que dé un salto.

—¡Ouch! Estas cosas de mierda me pinchan todo el tiempo, ¿Cómo puede ser que tú no tengas ningún corte?

—Seguramente sepan que no les conviene meterse conmigo. Oye, espera...

—¿Qué?

—Uno de los camiones esta encendido. Es el que estaban cargando. Vamos, los seguiremos.

Tony ni siquiera esperó una respuesta. Cruzó los campos rápidamente y se subió al coche, como una rata mojada detrás de él que parecía haber sido en algún momento una inspectora de policía.

Una vez dentro del coche, dejaron que el camión lo pasara, esperando hasta que doblara en la primera curva para encender el automóvil. Tomaron el mismo camino, siempre teniendo cuidado de no acercarse demasiado.

—¿A dónde crees que se dirigen? Hay un puerto en Caen, ¿verdad?

Tony negó con la cabeza.

—No hay chances de que se dirija al puerto. Sería demasiado arriesgado. Recuerda que llevan arte robada.

—Sé muy bien lo que llevan, Tony. No hay necesidad de tratarme como idiota.

—Lo lamento. Yo creo que irá hasta su destino por la carretera.

—No podemos seguirlos hasta allí.

—Dame una oportunidad, Lorne —Tony abrió el compartimiento del coche, tomó su celular, marcó un número y dio los detalles del camión. Luego, pidió que lo siguieran por satélite. Una vez que le dieron el ok, dejó el celular en su lugar y aceleró para alcanzar al camión.

—Oh, las maravillas de ser espía —dijo Lorne con sarcasmo.

—Eso es tener contactos —dijo él sonriendo y guiñándole un ojo— Vamos, volvamos al hotel a esperar novedades.

Luego de tomar tres curvas por el tranquilo camino, Tony fue en dirección al castillo.

—¡Agáchate! —dijo Tony, tomándola del cuello y empujando su cabeza hacia su falda.

Ella se golpeó la nariz contra las rodillas, haciendo que los ojos se le llenen de lágrimas.

—¡Ouch! ¿Qué mierda-

—Mantén tu cabeza gacha. Dame la bolsa que está en el compartimiento y escóndete todo lo que puedas.

Ella tomó una bolsa con elementos de disfraces, y se los fue entregando uno por uno.

Primero se puso el gorro, luego los lentes y por último los bigotes.

A pesar del momento tenso, a Lorne le fue muy difícil contener la risa al ver la transformación.

—Esto es todo un fetiche. ¿Te importaría decirme que sucede?

—Ja, ja. Quédate escondida por ahora. Cuando tomé la curva noté que salían dos vehículos del castillo. Voy a seguirlos. No puedo seguirlos de cerca sin un disfraz, ¿no es así?

El peso de la ropa empapada de Lorne hizo que pronto sus piernas se acalambraran. Estaba preocupada por no ser capaz de mantener esa posición por mucho tiempo ya que la ciudad más cercana quedaba a veinte minutos.

—¿Pudiste ver quienes están en los autos?

—No sabría decirte cuantas personas van en el primero, pero el de atrás lleva cuatro tipos. Todos gigantes.

—¿De qué se tratará todo esto?

—Es lo que vamos a averiguar.