Capítulo Treinta y Dos

Se apresuraron en llegar al castillo y se ubicaron en el lugar de siempre, pero Lorne se dio cuenta rápidamente que ni siquiera deberían haberse molestado. Tanto el castillo como sus alrededores permanecían en silencio. Parecía que el viaje de media hora había sido suficiente para que se despejara el área.

Tony se contactó con la estación.

—¿Qué sucede? ¿Sabes cuándo se fueron? —luego de una breve pausa, cruzó por su rostro un gesto de preocupación, pero se borró rápidamente— Volveremos al coche. Envíame al teléfono la ruta. Estaremos en contacto pronto.

Lorne corrió detrás de él. Ninguno habló hasta estar dentro del vehículo.

—¿Y bien?

—Parece que ya han zarpado.

—¿Cómo saben eso los chicos? Pensé que estaban rastreando el camión.

Tony rio.

—No estamos lidiando con principiantes aquí, Lorne. Sí, el servicio secreto estaba vigilando el camión, pero también tienen más satélites. No necesitan que les digamos que hacer en todo momento. Sabían que no somos capaces de vigilar el castillo las veinticuatro horas, por lo que lo observaron por nosotros.

Lorne cruzó los brazos sobre el pecho y fijó su mirada en el camino, sintiéndose como si él le hubiese hablado como a una niña.

—Solo hice una pregunta de mierda. No es necesario tratarme como una idiota —dijo ella cortante.

Él le dio un golpecito en la pierna.

—Lo lamento, Lorne. Olvidé lo sensible que estás últimamente.

Su disculpa la irritó aún más, y si no hubiese sido por la llamada entrante, ella ya hubiera comenzado una pelea. Te salvó la campana, idiota.

—Según el servicio secreto, el último coche salió hace veinte minutos.

Dejando la pelea atrás, Lorne se sentó derecha y lo miró.

—¿Cuántos coches hay? ¿Van todos hacia la misma dirección?

Él sonrió y asintió.

—Hay cinco vehículos. Dos camiones y tres coches. Por ahora están todos dirigiéndose en la misma dirección. ¿Podrías buscar el mapa que está en el compartimiento, por favor?

Lorne sacó el mapa que había usado unos días atrás y lo abrió. Tony le mostró su celular, en el que se podía ver un mapa con la última localización de los vehículos. Ella copió la información en el mapa que tenía en su regazo.

—Vamos, señorita ex detective de policía. ¿Sabemos hacia dónde vamos?

Le llevó precisamente dos minutos a Lorne entender todo. Señaló con su dedo índice la ruta número 158.

—Conociendo a Baldwin como lo conocemos, supongo que podemos arriesgarnos a pensar que se dirige hacia el sur —siguió la ruta con el dedo y se detuvo en la ciudad que creía que sería la próxima parada.

—Mi poder de deducción me diría que es la ciudad de Le Mans. Parece ser un lugar para gente rica, al menos lo parece para mí.

Miró a Tony y lo vio asintiendo con la cabeza, totalmente sorprendido.

—Bueno, solo hay una manera de saberlo —él apretó el pie en el acelerador y el coche salió disparado— no sueltes mi teléfono. Te enviarán un mensaje si Baldwin y su gente cambian de dirección.

Lorne revolvió su bolso y sacó un cuaderno negro con una pluma. Comenzó a tomar notas mientras Tony se concentraba en la ruta.

Cuando comenzó a anochecer, pudieron ver un cartel que indicaba que Le Mans estaba a sesenta kilómetros.

Con el movimiento suave y constante del coche, Lorne casi se queda dormida varias veces. Su cabeza caía para atrás y para adelante.

—Si nos detenemos en Le Mans, nos faltan cuarenta minutos. ¿Por qué no tomas una siesta?

—Pero, ¿Qué pasa si nos mandan un mensaje? —dijo mientras bostezaba.

—Yo me encargo —dijo Tony mientras le sacaba el celular de la mano.

Ella guardó el mapa y se recostó en el asiento.

Casi cuarenta y cinco minutos después, Lorne despertó cuando sintió que el coche estaba detenido.

—¿Ya llegamos? —preguntó estirando los brazos y llevándose la mano a la boca para bostezar.

—Sí, bella durmiente.

—¿Has visto a alguien?

Tony señaló hacia el hotel Anjou frente a ellos.

—Pero no podemos quedarnos allí, y no veo ningún otro hotel ni albergue.

—Entonces, ¿Qué sugieres? ¿Que pasemos  la noche en el coche?

—¿Te molestaría?

Pensando que sería muy absurdo negarse después de haber dormido una siesta durante todo el viaje, negó con la cabeza.

Tony se rio.

—Como si pudiera dejarte pasar la noche en el auto. No soy tan malvado, Lorne. Me contacte con los chicos y consiguieron reservar una habitación en un hotel aquí a la vuelta. Vigilarán los coches por nosotros y nos avisarán si hay algún movimiento.

En diez minutos se encontraban ya en la habitación. Mirando la única cama que había, una matrimonial, Lorne no pudo evitar sentirse un poco incómoda.  Ni siquiera había un sofá donde uno de los dos podía dormir. Ni siquiera tenía el coraje de decirle a Tony lo avergonzada que la hacía sentir, así que fue al baño a cambiarse.

Salió y rápidamente se acostó y se cubrió, sintiendo vergüenza de su piyamas rosados.

Él sonrió.

—¿Está todo bien?

Lorne asomó la cabeza entre las cobijas, asintió con la cabeza y se dio vuelta. Luego de unos minutos, el colchón se hundió y Tony se acostó detrás de ella. Acomodándose en el borde de la cama, se preguntó qué pasaría si se relajaba y se rozaba con él. El colchón volvió a hundirse cuando él se movió para apagar la luz.

Silencio.

Al escuchar el cambio en el ritmo de la respiración de él, Lorne se volteó para enfrentarlo. Gracias a la luz que se filtraba por la cortina fina, podía ver su rostro fuerte y hermoso. Sus ojos se fijaron en sus labios, e imaginó su lengua recorriendo cada parte de su cuerpo...

—¿Estás observándome, Lorne?

Ella se asustó y sus mejillas se pusieron rosadas. Agradecía que la oscuridad no la delatara.

—Em... No, es solo que prefiero dormir mirando para este lado. Generalmente duermo abrazando a mi collie. ¿Por qué diablos le dijiste eso?

Lorne vio como sus dientes brillaban en la oscuridad y se dio cuenta como él encontraba graciosa su explicación.

Él murmuró algo por debajo y se rio.

—¿Se supone que debía oír eso o no? —dijo un poco enojada, sentándose contra el respaldo de la cama y con los brazos alrededor de las rodillas, tal como hacía cuando estaba casada.

¿Qué pasa con los hombres que siempre tienen una respuesta para todo? Siempre con la necesidad de tener la última palabra.

Tony encendió la lámpara que estaba de su lado e imitó la posición de Lorne.

—Has perdido tu sentido del humor por completo, ¿verdad?

La verdad ella no sabía que esperar de él. Tampoco esperaba que hablara tan bajo. Tampoco era el tipo de conversación que había esperado. De pronto, lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas calientes y, mirando hacia la pared, se encogió de hombros.

—Escucha, sé que el año pasado ha sido realmente duro para ti, pero debes intentar solucionar la situación. La vida continúa. Tu vida continua, con o sin aquellos que perdiste. Debe ser así. Piénsalo de esta manera: si dejas que te carcoma tu vida, estás decepcionando a aquellos que perdieron su vida.

Ella analizó sus palabras por un momento. Él tenía razón. De repente se sintió tonta y no era la primera vez que le pasaba durante el viaje. Ella volteó para verlo. Sus miradas se fijaron en la del otro.

—¿Es eso lo que te pasó a ti, Tony? —susurró ella.

Algo brilló en su mirada, confirmándole que había tocado un tema sensible. Por un minuto, él se sentó en silencio, observando la pared frente a él. Intentó calmarlo, lo que menos quería era alejarlo o lastimarlo. No sabía prácticamente nada de él. Todo lo que sabía era que él era uno de los mejores agentes en todo el Reino Unido, quien seguramente para llegar a donde estaba, había tenido que pausar su vida privada.

Él tomó aire y lo fue soltando de a poco.

—Se llamaba Miranda —se pasó las manos por el cabello, nervioso. Lorne posó su mano sobre la frente para calmarlo y alentarlo a continuar —Vivimos juntos por un tiempo. Al principio ella consideraba mi trabajo como algo emocionante, apenas llegaba a casa quería saber todos los detalles de lo que había hecho. Como tú sabes, no estamos autorizados a divulgar esa información...

—¿Y qué hiciste?

Él volvió a tomar aire. Esta vez, la expresión en su rostro mostraba culpa.

—Tuve que tener imaginación e inventar historias para que ella fuese feliz. A veces, leía algún titular interesante, entonces inventaba alguna historia emocionante para satisfacerla. Algunas eran tan lejanas a la realidad que daban risa.

—Pero, ¿Por qué? Quiero decir la mayoría, no todas, de las relaciones se basan en confianza....

—Sé que debería ser así, pero...

Silencio de nuevo.

Pronto Lorne se dio cuenta de que hablaba.

—Sexo. Mientras más historias le contabas, mejor era el sexo que tenían.

Él la miró de tal manera que su teoría se confirmaba.

—Por favor, no pienses mal de mí, Lorne. La mayoría de los hombres somos así. Queremos que nuestra mujer nos vea como héroes.

Ella negó con la cabeza.

—¿Qué?

—Al fin y al cabo, ustedes los hombres no entienden para nada a las mujeres.

—Está bien, quizá no para ti, en tu matrimonio los roles estaban invertidos. Tú eras la heroína. ¿No se interpuso tu trabajo después de todo?

Él tenía razón, su trabajo había cavado la fosa donde enterraría su matrimonio con Tom después de catorce largos años.

—Está bien, estás en lo cierto. Pero esto no se trata de mí. ¿Miranda era demasiado exigente?

Él se rio y luego quedó callado.

—Papi era rico. El momento en el que nos mudamos a mi departamento de un dormitorio en Londres, fue una decepción para ella. Cuando abrimos la puerta de casa, su boca quedó abierta. Ahí supe que debía hacer de todo para mantenerla feliz.

—¿Y creíste que mentirle la haría feliz?

—Al principio no tuve opción. Incluso durante el sexo quería saber que técnicas de tortura utilizaba.

—¡Me estás jodiendo! ¿Por qué no la dejaste? Quiero decir, si supiste desde un principio que sería difícil de impresionar...

—Estaba enamorado de ella.

—¿Estás seguro de que era amor y no lujuria? Sé que ustedes, los hombres, suelen pensar mucho con eso que les cuelga entre las piernas. Dime, ¿de qué color eran sus ojos?

—¿Qué?

—Ya me escuchaste. ¿De qué color eran sus ojos?

—Marrones, creo.

—Allí lo tienes. Me diste la razón. Si hubieses estado enamorado no habrías necesitado tanto tiempo para pensar la respuesta. Y hubiese sido una certera.

—Que perra inteligente. Tú crees que te las sabes todas, ¿verdad?

—La mayoría de las veces sí. Continúa con tu historia. ¿Qué hizo que termine la historia?

Tony se mordió las uñas de la mano y luego volvió a suspirar.

—Un día llegó a casa, me corrijo, atravesó la puerta borracha. A mí no me gustaba verla así. Ella había salido con las amigas y habían bebido de más.

Él volvió a callarse, y ella lo apresuró para que siga contando.

—¿Y?

—El padre de una de las chicas con la que había salido, justamente estaba en el gobierno. De una manera u otra, algunas de las historias que yo le contaba llegaron hasta los oídos de mi jefe. Él me dijo que ella no era confiable asique me ordenó dejarla. Intenté decirles que yo nunca divulgaría nuestra información, que había inventado las historias, pero no me escucharon. No había opción, o yo la dejaba a ella o ellos me dejaban a mí. Fin de la historia.

—Vaya... ¿Y entonces?

—Aquella noche volví a casa, armé sus valijas y esperé a que llegara. Le dije que se terminaba todo y que la llevaría a la casa de su padre. Nunca olvidaré la mirada en su rostro. No me equivocó al decir que ella se veía aliviada. Por supuesto que no dijo nada al respecto. Al contrario, me pidió que lo pensara bien. Pero en el fondo, yo notaba que ella quería marcharse.

—¿Crees que lo que hizo fue a propósito?

—¿Te refieres a divulgar mis historias imaginarias?

Lorne asintió, sintiéndose mal por él. Era obvio que él nunca había estado en una relación amorosa sincera, y por lo tanto, había malinterpretado las intenciones de Miranda.

—No estoy seguro... Siempre dudé un poco, pero...

—¿Sabes dónde está ahora?

—Sí. Seis meses después de habernos separado, se casó con un tipo de la clase alta.

—Tienes suerte de haber escapado entonces.

—Muchas gracias, terapeuta.

—Oye, hay alguien para ti en alguna parte, Tony...—ella lo miró y se sorprendió al ver sus ojos brillantes. Sin pensar en lo que hacía, ella se acercó, lo besó en la mejilla y apoyó la cabeza en su pecho desnudo. Por un momento él se puso tenso, pero luego su respiración volvió al ritmo normal.

Él apoyó su brazo en la espalda de Lorne, y fue inevitable que suspirara. Se sentía bien estar en los brazos de un hombre después de tanto tiempo. El encuentro con el capitán había sido solo lujuria de su parte, no se comparaba en nada con cómo se sentía ahora. Distintas emociones la invadían al sentir que su mano barría suavemente su espalda.

El teléfono de Lorne comenzó a sonar. De un salto, ella buscó su bolso. Se preocupó al ver que la pantalla mostraba el número de su padre.

—Gracias a Dios que estás bien. Nueve y media, Lorne.

—Oh, perdón papá, tuvimos un día terrible.

No debería haber dicho eso. Maldecía la manera en la que las palaras se escapaban de su boca.

—Oh, ¿Están bien?

—Sí, papá. No quise preocuparte, es solo que vamos de un lado a otro.

Tony le tocó el brazo. Ella lo miró y él negó con la cabeza.

—¿Lorne? ¿Lorne? ¿A qué te refieres con que van de un lado a otro?

—Lo lamento, papá. Creo que ya he dicho demasiado.

—¿Suficiente? Creo que todo lo contrario, por el amor de Dios, dime que sucede.

Odiaba mentirle a su papá, su corazón le latía con fuerza, pero por la mirada de Tony, sabía que no tenía demasiada alternativa.

—Disculpa, papá, no quise confundirte. A lo que me refería es que hemos cambiado de hotel. Habían re vendido nuestra reserva. —podía darse cuenta por el tono de voz del padre que no le creía. La llamada solo duró un par de minutos más — Disculpa que me pasé del horario, papá. No volverá a ocurrir.

Con la sensación de que su padre había quedado molesto, Lorne dio media vuelta, dándole la espalda a Tony, y se propuso dormir. Por suerte él no insistió, y ella pudo escucharlo respirar por horas.