Capítulo Cuarenta y Uno

Cuando llegaron al hotel, Lorne y Tony se vieron forzados nuevamente a compartir la habitación y la cama doble. Ninguno de los dos había hablado desde ese momento incómodo en el coche. Fueron al baño, uno después del otro, se ubicaron en la cama y se quedaron quietos. Lorne se quedó acostada en una punta, haciendo el esfuerzo consciente de no relajarse ni tocar ninguna parte del cuerpo de Tony. Se sentía tonta por cómo había reaccionado a su beso. Pero debía ponerle un freno a la situación antes de que alguno de los dos comenzara a depender del otro. A decir verdad, era una necesidad de romper lazos antes de que ella se volviera dependiente a él.

Un golpe en la puerta los despertó, y asustada como cuando era pequeña, Lorne se sentó en la cama con las sábanas debajo de su mentón.

Cuando Tony encendió la luz y pudo ver su expresión, supo que la veía totalmente descolocada. Antes de abrir la puerta, le preguntó dulcemente:

—¿Te encuentras bien?

Avergonzada, salió rápidamente hacia el baño, con su bolso en mano.

Salió del tocador totalmente vestida, para encontrar a Taylor y Weir sentados en la cama y Tony parado frente a ellos con papel y pluma en mano.

Tony le indicó que se ubicara al lado suyo y le entregó el cuaderno. Cuando terminó de leer, le dijo a Tony:

—Parece que está todo en orden, excepto una cosa.

Él tomó el cuaderno, lo volvió a leer y la miró confundido.

—¿Una sola cosa?

—Así es... —dijo ella.

—¡Hola! El tiempo corre, gente. ¿Hay chances de que puedan decirnos que ocurre? —dijo Weir dándole golpecitos al reloj.

Lorne se cruzó de brazos enojada.

—¿Y mi rol en esta misión?

Los otros dos agentes soltaron una pequeña risa.

—Caballeros, ¿Tienen algún problema?

Weir contestó.

—Oye, no nos involucren en temas de ustedes. Iremos a ver si conseguimos comida en esta ciudad para gente superficial y millonaria, mientras ustedes charlan. Solo no discutan por mucho tiempo, debemos atacar cuanto antes.

—La verdad, Weir, no hay nada para discutir. No pretendo quedarme acá sentada mientras ustedes tres están en toda la diversión —Lorne forzó una sonrisa, pero Tony estaba completamente serio. Él caminó hasta la puerta, la abrió y despidió a los dos agentes.

—Nos veremos en unos minutos, chicos —cerró la puerta de un golpe apenas salieron del cuarto.

—¿Qué intentas hacer, cerrando la puerta de esa manera a estas horas de la noche? —Lorne volvió a la cama y se tiró encima. Presentía que Tony se acercaría pronto.

—No me interesa lo que escuche la gente ni lo que piensen. no das un paso fuera de este hotel, ¿Me entendiste?

Lorne saltó de la cama y se pegó a él. Pie con pie y su nariz a la altura del pecho. Miró hacia arriba y dijo:

—Para nada.

—No lo intentes, Lorne.

A pesar de su advertencia, Lorne continuó.

—¿De qué sirvo sentada aquí?

—Si estás aquí, sabré que estás a salvo.

Ella abrió la boca para discutir, pero él levantó la mano ordenando silencio. Antes de poder hacer cualquier cosa, sus brazos musculosos la estaban envolviendo y presionando contra su pecho. Su aroma penetró sus fosas nasales. Una sensación de comodidad y relajación hizo que su testarudez se calamara.

Mirando hacia arriba, sonrió y dijo:

—Está bien, este es un round para ti.

Él presionó los labios contra los suyos, y con su lengua los separó. Fue el beso más profundo e intenso que había tenido. Por su reacción, se dio cuenta que a él le pasaba lo mismo. Ella se alejó y observó cómo su amante se quitaba la ropa. Sentía un deseo incontrolable. Cuando Tony terminó de ponerse su pantalón negro y su camisa del mismo color, volvió a abrazarla y besarla.

Lorne no sabía si la intensidad de los besos se debía al miedo de no verse más. Intentó borrar ese pensamiento tan rápido como pudo.

En el momento que estaban separándose, Taylor abrió la puerta e ingresó con Weir, ambos vestidos como Tony. Weir le entregó a Tony una baguette con jamón y queso. Él tomó la comida, y miró a Lorne, compartiendo una sonrisa.

Frunciendo el ceño, Weir preguntó:

—¿Sucede algo?

—La verdad que no, Weir. Gracias por el gesto.

—De prisa, come. Nos vamos en diez minutos. Lo lamento, Lorne, no te traje nada. Supuse que puedes desayunar luego.

—No te preocupes, compartiré con Tony —nuevamente miró a Tony divertida, y Weir soltó otro suspiro.

—Como sea —respondió Tony atacando la comida. Él era más relleno que los otros dos hombres, y Lorne pudo ver rápidamente por qué, al observar que parecía tragar la comida sin masticar.

La tristeza volvió cuando eso también le recordó a su compañero. A pesar del tiempo, Lorne no podía evitar esos recuerdos, y se preguntaba cuánto tiempo más perdurarían. Por los últimos nueve o diez años, él había sido una parte muy importante de su vida.

Entre mordiscos, los agentes terminaron de acordar algunos detalles y se marcharon.

Tony se dio vuelta cuando escuchó unos pasos detrás de él.

—¿Qué mier- Un segundo, jovencita. Creo que ya discutimos esto.

—No voy contigo. Dejaste perfectamente claro que no tengo las habilidades para la situación, pero no puedes prohibirme verte ir.

—Está bien, tú ganas.

Una vez en el pasillo, él cerró la puerta y le dio la llave a Lorne.

Lorne se sorprendió al ver la cantidad de gente que circulaba a esa hora. Ninguno de ellos parecía estar ebrio, como se vería en Inglaterra. No. Los franceses eran, definitivamente, mucho más cuidadosos con el alcohol.

—Cuídate, Tony.

Sus miradas se clavaron profundamente. Él decidido a protegerla, y ella llena de lágrimas inesperadas.

—Oye, ¿Qué es eso? Volveré pronto. Seguramente antes de que despiertes.

Luego de un beso, se fue de prisa tras los agentes. Ella quedó con un nudo en el estómago, teniendo el presentimiento que se iba de su vida también.

Un par de jóvenes bailaban y cantaban al ritmo de la música de sus I-pods. Ella sonrió y continuó caminando. Caminó por veinte minutos, pensando en la misión que tenían los tres agentes.

Tomó las escaleras hacia la habitación, que estaba llena del aroma de Tony. Al abrir la puerta y buscar el interruptor de la luz, una mano le cubrió la boca antes de que pudiera gritar.

Se abrió la puerta del baño, para revelar un segundo intruso. Ella quedó pálida. Baldwin.

Sintió frío por sus venas, luego todo quedó negro.