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Correas fuera

El doctor Ian Dunbar y el adiestramiento de perros sin contacto físico

 

 

El aroma de las flores primaverales inundaba la furgoneta mientras avanzábamos por las pintorescas calles de las colinas de Berkeley, California. En la cima estaba la casa de Ian y Kelly Dunbar: una preciosa mansión de estilo italiano de finales de la década de 1920 sobre un exuberante jardín desde el que se veían el parque y la ciudad universitaria.

Desde que oí hablar del doctor Dunbar, y de sus trabajos pioneros en el adiestramiento sin correas de cachorros, quise conocerlo. Ian y su encantadora esposa, Kelly Gorman Dunbar —que también era adiestradora de perros—, me habían invitado a una cena informal dos años antes. Enseguida congeniamos, pero en realidad nunca tocamos el tema de la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio, esto es, la forma muy distinta en que cada uno de nosotros trabajaba con los perros.

El propósito de aquella segunda reunión era compartir ideas e información y que Ian me mostrara cómo funcionan sus métodos de adiestramiento sin correa. Al invitarme a su casa los Dunbar sabían que serían mal vistos por algunos seguidores del adiestramiento positivo que critican y a menudo malinterpretan lo que hago. Y yo sabía que me pasaría gran parte de esos dos días como el alumno de alguien que no coincide conmigo en unas cuantas áreas básicas. Pero llevaba mucho tiempo ansiando ese encuentro. Como padre, me parece fundamental ser un ejemplo para que mis hijos aprendan que hemos de dialogar con aquellos que podrían no estar de acuerdo con nosotros en lugar de ponernos a la defensiva, gritarles o calificar sus ideas de erróneas. Quiero que mis hijos cambien el mundo, pero no alejándose de los que no comparten su mismo punto de vista, sino hablando con ellos y, sobre todo, escuchándoles. Así es como aprendemos, crecemos y cambiamos nuestro mundo como seres humanos, no sólo como encantadores de perros o como adiestradores. Al compartir información y olvidar los prejuicios todos nos beneficiamos y abrimos una ventana de esperanza al mundo. Creo que para transformar el mundo antes debemos transformarnos a nosotros mismos y ése fue mi espíritu mientras me preparaba para la oportunidad de trabajar con uno de los hombres más respetados e influyentes en el mundo del adiestramiento de perros.

«Cuidado con el muro», dijo amablemente el elegante y canoso Ian Dunbar mientras entrábamos marcha atrás por la puerta. «Lo levanté con mi hijo Jamie». Aquel muro de fabricación casera me dio la primera pista de que Ian Dunbar y yo teníamos mucho más en común de lo que podría parecer a primera vista. Después de todo soy un mexicano campechano que no pasó del instituto y que cruzó la frontera con la ropa que llevaba en la mochila. Él es todo un caballero inglés con la pared cubierta de diplomas —una licenciatura en veterinaria, con matrícula de honor en fisiología y en bioquímica, por el Royal Veterinary School de la Universidad de Londres, y un doctorado en conducta animal por la Facultad de Psicología de la Universidad de California, en Berkeley—, que se había pasado una década investigando la comunicación olfativa, el comportamiento social y la agresividad en los perros domésticos. Desde que aparecí en la televisión norteamericana me han comparado desfavorablemente con Ian Dunbar, que durante cinco años tuvo su propia serie en la televisión británica. ¿Qué podíamos tener en común más allá de nuestro interés por los perros? En el fondo los dos somos chicos de granja: un par de tipos sencillos que sólo quieren plantar árboles en su jardín, levantar sus propios muros y deambular por el campo con los perros. La actitud relajada y cordial de Ian enseguida me hizo sentir como en casa.

Ian suspiró: «Crecí en una granja. De niño vagaba por los prados con mi perro. Siempre estaba con él. Y era maravilloso. Es más, hasta mi primer programa sobre perros no tuve una correa».

Asentí y recordé con melancolía aquellos lejanos días en la granja de mi abuelo, recorriendo los pastos y las polvorientas carreteras, seguido siempre por una manada de perros. Allí tampoco había correas.

Ian prosiguió: «¿Sabes? Ya no se disfruta con eso. Ya no quedan muchos sitios donde los perros puedan ir sin correa. Está pasando en todo el mundo. Cuando era un niño, si ibas a un pub en Inglaterra, había tres perros dentro: dos lurcher y un jack russell bebiendo cerveza de un platillo. Si entras ahora en un pub no verás un solo perro».

Le pregunté: «¿Por qué cree que pasa eso?». Ian contestó: «Cada vez nos volvemos más restrictivos porque nos preocupan las agresiones por parte de los perros. Pero lo irónico del asunto es que por este aumento en las restricciones ahora resulta mucho más difícil hacer que un perro sea sociable».

El creciente problema de los perros antisociales y descontrolados es el punto donde convergen las vidas de un veterinario británico y un inmigrante mexicano. Si bien los perros rebeldes hicieron que me convirtiera en el encantador de perros en lugar de ser el adiestrador del próximo Lassie, el mismo problema inspiró a Ian Dunbar para desarrollar su idea de adiestrar cachorros —al igual que perros adultos— para que obedezcan incluso sin llevar la correa. Su objetivo consiste en usar el adiestramiento básico para evitar todos esos problemas de conducta y de comunicación que desembocan en las demenciales situaciones que hacen que mi programa sea tan dramático.

Ian explicó: «Fundamentalmente enseño técnicas donde no hay contacto físico, y hay un buen motivo para ello. Hay muchos seres humanos que no saben tocar a los animales. Y quizá los hombres y los niños sean los peores. Hacen cosas espantosas con los perros. Si el perro lleva puesta la correa, normalmente acaban por tirar de ella. Así que les digo: “Bueno, vamos a quitarle la correa y se acabó el problema”. Es distinto si se trata de un adiestrador experto como tú o como yo, porque sabemos a qué animales podemos tocar y cómo tocarlos. Los métodos de adiestramiento que receto no tienen nada que ver con mi forma de adiestrar a un perro o con tu forma de adiestrarlo. Tiene que ver con el hecho de que tengo una familia y dos hijos. Quizá no tengan nuestra capacidad de observación o nuestra rapidez y control del tiempo, y seguro que no son tan listos como el perro. Pero, con todo, necesitan aprender a vivir en armonía con su perro».

«Casi todo el mundo utiliza la correa como una muleta. Se ha convertido en una herramienta de adiestramiento muy, muy difícil de eliminar. Comparada con ella, la comida es más fácil».

Yo también prefiero trabajar sin correa con los perros, si bien las herramientas que suelo emplear son mi energía, el lenguaje corporal, el tacto y un par de sonidos muy sencillos. Ian Dunbar está de acuerdo con mi forma de usar el contacto físico para corregir a un perro. Aunque él también emplea el lenguaje corporal para comunicarse, su herramienta favorita es la voz.

«No toco al perro. Nunca uso las manos para que haga algo, pero las manos le muestran mi agradecimiento, le dicen: “Buen perro”. Pero sí uso mi voz, porque la voz es lo único que tenemos siempre».

Prefiero el silencio cuando trabajo con un perro. Según lo veo yo, así es como se comunican entre sí en su propio mundo: mediante el olfato, la energía, el lenguaje corporal, la mirada y, en ultimo lugar, el sonido. Aprender el método de adiestramiento de Ian Dunbar sería un reto para mí, tan importante como emocionante. Muchos de mis clientes sueñan con poder usar órdenes verbales para comunicarse con sus perros.

«Antes podía hablarle a mi malamute con frases completas. “Phoenix, ven aquí, coge esto y llévaselo a Jamie, por favor”. Y cogía la nota y salía corriendo al jardín en busca de Jamie. Es una retroalimentación binaria: premiar al perro cuando lo hace bien y reprenderlo cuando lo hace mal, pero siempre con la voz. Hemos de emplearla de un modo aleccionador, porque eso es lo que queremos que aprenda. El criterio básico para adiestrar es que disponemos del control verbal cuando el perro se encuentra a cierta distancia, distraído, y no necesitamos más recursos para el adiestramiento. Ni correa, ni collar, ni chucherías, ni pelotas, ni juguetes. Cuando decimos que se siente, el perro se sienta».

Yo había llevado a Junior, mi leal pitbull, que entonces tenía 2 años y medio. Por supuesto, como todos mis perros estaba equilibrado aunque no exactamente adiestrado. Le dije a Ian: «Lo he criado desde que tenía dos meses. No puedo colgarme medalla alguna: mi perro Daddy, que murió hace unos meses, hizo casi todo el trabajo. Junior absorbió la forma de ser de Daddy, y yo me limité a guiarlos un poco. Por eso, Junior no reconoce eso de sentado, abajo o quieto». Mostré a Ian los dos sonidos que Junior identifica como órdenes: un sonido parecido a un beso, que significa «ven, sí, bien», y un chistido que significa «no me gusta lo que estás haciendo». «Son los únicos sonidos que conoce, pero me encantaría que me mostraras cómo le enseñarías a obedecer una orden». Ian aceptó el desafío y nos invitó a Junior y a mí a su espacioso y luminoso salón, y me indicó que me sentara en el mullido sofá de cuero marrón.

Image Junior aprende inglés como segundo idioma

Ian empezó a hablar: «Antes de comenzar mi abuelo me enseñó que tocar a un animal es un privilegio que hemos de ganarnos. No es un derecho». Sonreí, sintiéndome cada vez más cómodo. Aquel encantador inglés y yo teníamos algo más en común: unos abuelos que compartieron con nosotros su sabiduría sobre la madre naturaleza. «Y lo más peligroso de un perro es esa cosa roja alrededor del cuello». Señaló al collar de Junior. «Un 20 por ciento de los mordiscos de perro se producen cuando el dueño toca eso. Sucede cuando el dueño agarra el collar y le toca la cara: “Eres un perro malo”». Ian había pasado años investigando las causas y los efectos de las agresiones de los perros domésticos, así que conocía muy bien las estadísticas.

Para evitar imprevistos Ian utiliza una chuchería para poner a prueba el temperamento. «Me tomo mi tiempo. Mira, no conozco a Junior. Quizá yo no le guste. Así que quiero asegurarme de que está bien. Si Junior coge la chuchería, digo: “Te pillé. Ya estamos en marcha. Hoy vamos a trabajar contigo”». Mientras Junior cogía la chuchería de la mano de Ian, éste le mostró el collar con la otra, un gesto que repitió varias veces. Ian estaba condicionando a Junior a asociar su mano con la agradable experiencia de conseguir la chuchería. «Esta clase de asociación también puede ser un salvavidas», añadió. «Podríamos tener una emergencia: si intenta saltar por la ventanilla del coche en plena autopista, puedo agarrarle rápidamente del collar. Y no reaccionará mordiéndome; lo primero que pensará es: “¿Dónde está mi chuchería?”». Ian me explicó que su proceso empieza con una sencilla secuencia de cuatro fases: 1) petición, 2) señuelo, 3) respuesta y 4) recompensa.

«Así pues, decimos: “Junior, sentado”. Es la número uno, la petición. Y entonces levantamos la comida». Ian flexionó el brazo y levantó la chuchería que servía de señuelo por encima de la cabeza de Junior. «Ahora su trasero toca el suelo. Ésa es la respuesta. Por eso ahora, “buen chico. Toma”. Lo recompensamos».

Luego Ian pidió a Junior que se pusiera de pie, moviendo ligeramente a un lado la mano con la chuchería. «Cuando se levante, decimos: “buen chico”, y le damos la chuchería». Ian repitió la secuencia una vez más y Junior respondió a la perfección.

Advertí que Ian sostenía la chuchería muy cerca de los dientes del perro, pero no se la daba aún. Explicó: «Cuanto más tiempo la sostengas, más reforzarás su posición de sentado-quieto, tan agradable, serena y firme».

A Junior se le daba genial esa rutina de sentado-de pie. A continuación Ian encomendó a Junior una misión mucho más dura: «Abajo». Al decir la palabra abajo, Ian bajó la mano con la chuchería. Junior lo siguió con la mirada, pero no adoptó la posición deseada.

Ian dijo: «Está bien. Ésta es un poco más difícil». Volvió a empezar la rutina desde «sentado», usando tan sólo el movimiento del brazo sin ofrecer una chuchería como recompensa. «¿Ves? Ya estoy eliminando el señuelo de la comida para la señal de sentarse. Es muy importante. Lo más importante en el adiestramiento es eliminar la comida, y eso es algo que muy pocos hacen. De ese modo el perro aprende: si mi dueño tiene comida, lo hago; si no tiene comida, no lo hago. Igual que no tiene sentido adiestrar a un perro para que sólo obedezca cuando tiene puesta la correa, no tiene sentido que un perro sólo obedezca si tenemos comida. Tenemos que estar seguros de que nos escuchará aunque no tengamos comida».

Miré orgulloso a Junior. Ahí estaba, atento, alerta, con la elegancia del pitbull. Estaba esperando su siguiente orden.

Como si me leyera el pensamiento, Ian dijo: «Fíjate en Junior. Está pensando: “¿Ahora qué hago?”. Tan hermoso y sereno. Vamos a intentar de nuevo que se tumbe». Ian bajó la mano y, en esa ocasión, Junior lo acompañó con todo el cuerpo aunque con torpeza. A pesar de ello Ian lo recompensó con la chuchería y lo animó con un tono cálido y reconfortante: «Buen perro. Buen chico. Eres un perro muy bueno. Estoy muy impresionado. Junior, sentado». En cuanto se sentó erguido al oír la orden, no pude evitar lanzar un puñetazo al aire de alegría.

Ian se rio. «Estás orgulloso de él, ¿verdad? Vale, Junior, abajo». Y se tumbó, flexionando torpemente sus extremidades, una a una. «Buen perro, aunque parecía que te derrumbabas, más que tumbarte. De todos modos, te recompensaré. Lo que estamos haciendo es enseñar a Junior inglés como segundo idioma. Poco a poco iremos trabajando estas tres órdenes: “sentado”, “abajo”, “de pie”».

Mientras seguía trabajando las tres órdenes con Junior, Ian me explicó que al enseñarle esas órdenes básicas —la más importante, que «sentado» fuera de verdad— puede solucionar el 95 por ciento de los posibles problemas de comportamiento que puedan surgir con un perro. Aquella prueba infalible de «sentarse» sin correa es la esencia de la filosofía de Dunbar a la hora de adiestrar. «Si está a punto de salir corriendo por la puerta, o de saltar sobre ti, perseguir al gato, subirse al sofá, saltar del coche antes de que se lo digas… “Junior, sentado”. Se acabó el problema. Si está a punto de perseguir a una niña en el parque, porque tiene una hamburguesa, al ser un pitbull, aunque Junior esté jugando, imagina lo que pensaría la gente. “Junior, sentado”. Se acabó el problema».

Ian luego explicó que, aunque lo más importante es afianzar la posición de «sentado», con un perro trabaja las tres órdenes para que aprenda realmente qué significa cada término. Si sólo le enseña «sentado, de pie» o «sentado, abajo», quizá el perro sea más astuto que él y adivine qué orden vendrá a continuación. Al alternar las órdenes, con el mayor número posible de variaciones en la secuencia, desde «sentado, de pie, abajo» hasta «de pie, abajo, sentado», obliga al perro a escuchar de verdad los sonidos que le salen de la boca y averiguar qué sonido va emparejado con cada conducta.

Ian prosigue: «Lo importante no son las palabras. Kelly adiestra a sus perros en francés. Tú podrías hacerlo en español. Yo empleo palabras para que el dueño entienda el significado. Pero al perro le da igual. Tras unas seis asociaciones, más o menos, el perro puede entender el significado de un nuevo sonido o palabra».

Le pregunté a Ian: «¿Cómo consigues pasar de que el perro espere su comida a que no la reciba?». Me respondió: «Primero eliminamos la comida como señuelo y luego la eliminamos como recompensa. ¿De acuerdo? Junior, abajo. Ya ves, no tengo comida en la mano. Está siguiendo mi mano, pero se ha tumbado, así que le daré la recompensa con la otra mano». Ian siguió trabajando con Junior, mostrándome las distintas formas en que va eliminando los señuelos de comida. En primer lugar se cambiaba la comida de mano para que el perro respondiera a la señal de la mano, no a la comida. A continuación se metía la comida en el bolsillo o la dejaba en una mesa cercana y la utilizaba como distracción o como recompensa. Junior sabía que el señuelo estaba ahí, pero no podía centrarse en él porque tenía que prestar atención a las órdenes y a las señales de Ian. Me dio el señuelo de comida para que lo sujetara, lo cual significaba una distracción aún mayor para Junior, dado que soy su dueño y es a mí a quien suele escuchar. Además Ian sólo lo recompensaba con comida de forma intermitente y sólo cuando éste respondía a la perfección, de modo que, en caso de que hubiera premio, Junior nunca sabría cuándo le llegaría. Mientras iba variando la forma en que usaba la comida como premio, Ian seguía recompensando a Junior verbalmente. «Tu perro sabe lo que significa “¡buen perro!”. Tal vez no identifique las palabras, pero sí tu tono de voz, tu expresión y tu lenguaje corporal. Yo suelo decir: “Elogia a tu perro cuando lo haga bien”. Muchas personas sólo hablan a su perro cuando hace algo mal. Pero un perro hace muchas más cosas bien que mal».

Aunque Ian suele aconsejar que eliminemos las chucherías en el adiestramiento en cuanto veamos que el perro empieza a relacionar una orden o un movimiento de la mano con la conducta deseada, en su opinión las chucherías siguen desempeñando un papel importante a la hora de hacer que un perro sea más sociable, especialmente con los desconocidos y los invitados. «Tenga chucherías en casa por si vienen invitados para que su perro asocie siempre algo bueno con el hecho de que viene gente. Los invitados también pueden tratar de enseñarle órdenes, lo cual es bueno para el perro. Y sobre todo guarde las mejores chucherías, las más sabrosas, para que las usen los niños. De ese modo, cuando su perro vea a un niño, lo asociará a la recompensa más maravillosa».

A medida que Ian repetía la secuencia de las tres órdenes Junior iba captando mejor el proceso, pero seguía moviéndose demasiado despacio. «Es como si lo hiciera a cámara lenta. Quiero que veas cómo lo hace un perro realmente rápido». Yo pensaba para mis adentros: «Junior, compañero, ¿qué me estás haciendo?». Por supuesto no estaba haciendo nada malo, ¡pero por culpa de mi ego quería que Junior fuera el mejor perro del mundo con el doctor Dunbar! Quiero decir: ¿qué dirían si el ojito derecho del encantador de perros resultaba ser lento?

Al advertir mi disgusto Ian replicó: «A veces puede ser más complicado adiestrar un perro inteligente. Quiero decir: me ha adivinado el pensamiento de varias maneras. Decía: “No, la comida no está en esa mano, está en la otra”. He tratado de ir demasiado deprisa con él. Así que, sí, tiene un buen cociente intelectual. Es un perro inteligente». Y pensé: «¡Gracias, Dios mío!».

Image Hugo, a la velocidad del rayo

La mujer de Ian, Kelly, trajo a Hugo, un despreocupado y enérgico bulldog francés de enormes y expresivos ojos marrones. Kelly es la fundadura de Open Paw, un programa internacional para la educación humanitaria de los animales, dirigido a refugios y dueños de mascotas, y, según Ian, es mucho mejor adiestradora que él. En mi opinión estos dos adiestradores de primera comparten en general la misma filosofía a la hora de adiestrar, pero cada uno con un estilo propio. Mientras Ian se muestra efusivo, un tanto alocado, y ofrece gran cantidad de información verbal durante sus clases, Kelly se parece algo más a mí en el sentido de que es callada y reservada hasta que considera que ha alcanzado su objetivo al cien por cien. Trabaja con gestos sutiles y muy pocas palabras. Me vino a la mente el consejo de Mark Harden, «primero sé tú mismo, pero ofrece lo mejor de ti», y llegué a la conclusión de que tanto Ian como Kelly dan lo mejor de sí mismos a la hora de trabajar con esos perros que adoran. Es el sello de un gran adiestrador: mantener en todo momento la integridad personal.

Ian llamó a Hugo para que viniera al sofá y me dijo que me iba a mostrar cómo adiestraba a un perro con muchos más reflejos que Junior. Me tragué mi orgullo y traté de no tomarme la comparación como algo personal. Ian me dijo: «Esto es lo que estaba haciendo con Junior, pero más rápido. Primero trabajamos con la comida en la mano. Sentado. Abajo. Sentado. Abajo. Sentado. Bien. De pie. ¡Buen perro! Abajo. Sentado. Sí, colega, no lo haces bien, lo siento. Sentado. Abajo. Sentado».

La asombrosa velocidad del pequeño francés me dejó perplejo. Ian hablaba como una metralleta y Hugo se movía como un relámpago. Ian prosiguió: «Así, en cuanto logremos que lo haga así de rápido, sé que puedo conseguir la conducta que sea sólo con mover una mano. Fíjate en esto». Ian pronunció seis secuencias de órdenes rápidas y Hugo respondió a la perfección. Al final de esa secuencia tan larga Ian lo recompensó.

«Mira, ésta es la primera chuchería que recibe después de todo lo que ha hecho. Estaba usando la comida como señuelo para enseñarle cómo se mueve mi mano, pero ahora que ya ha aprendido esas señales puedo meterme la comida en el bolsillo y utilizarla de vez en cuando para premiarlo cuando responde con más rapidez o elegancia. Entonces podemos eliminar completamente la comida, de golpe. Empleamos órdenes verbales y señales con la mano para que responda y luego lo premiamos con recompensas de la vida. Por ejemplo, “Hugo, sentado”… y le lanzamos una pelota. “Hugo, abajo”… y lo acariciamos. O le pedimos muchas veces que se siente mientras jugamos al tira y afloja. Utilizamos la comida como señuelo para enseñarle lo que queremos que haga y vaya tomando velocidad, y luego la eliminamos por completo, primero como cebo y luego como recompensa. A partir de ese momento usamos recompensas de la vida para que esté más motivado y obedezca».

En el siguiente nivel de adiestramiento Ian elimina las señales de la mano para que el perro sólo responda a las órdenes verbales. Según me contó: «Ésta es la parte de mayor dificultad. Porque, César, como tú siempre dices, los perros nos interpretan por el lenguaje corporal. Olisquean, ven la vida a través de la nariz u observan cómo se mueve la gente, los demás perros u otros animales, así que pensamos: “Ah, ha aprendido lo que significa ‘sentado’, ‘abajo’ y ‘de pie’”, pero no, en realidad ha aprendido lo que significan los movimientos de la mano y del cuerpo. Por eso aquí es tan importante el control del tiempo. Hay que decir la palabra y tras una pausa muy breve hacer el movimiento con la mano. Tiene que ser así: “Hugo, abajo. Bien”. Como ves, se estaba tumbando antes de que yo moviera la mano, lo que demuestra que puede comprenderlo. Al final se anticipará a la señal de la mano y responderá cuando se lo pida verbalmente y entonces será cuando empiece en realidad a aprender el significado de las palabras. Y eso es fundamental para un perro, porque en casa va sin correa, está de espaldas o en otra habitación, por lo que la comunicación verbal es la única forma de hacerse entender. No podemos tocar su collar ni hacerle una señal con la mano: no la verá. Por eso el control verbal es tan importante, pero es lo más difícil de enseñar. Normalmente hay que intentarlo unas veinte veces antes de que pueda establecer la conexión. De ese modo se puede ver cómo va aprendiendo a lo largo del proceso».

Observé que, cuando Ian dio la orden a Hugo de «abajo», aunque estaba suprimiendo las señales de la mano, movió ligera e inconscientemente la cabeza. Se rio cuando vio que lo había pillado. «Sé que está mal, pero todos lo hacemos. Aunque mi intención era hacerlo totalmente inmóvil. “Hugo, sentado. Buen perro. Hugo, abajo. ¡Buen chico!”. Mejor, ¿no?».

«¡Buen chico!», le dije a Ian.

«Tenemos que minimizar las señales que enviamos con nuestro cuerpo o incluso con los ojos. Por eso cuando el perro no hace lo que se le pide, muchos piensan, “vaya, me ignora, no me obedece”, y empiezan a frustrarse, se enfadan con su perro y la relación se va a pique. Pero no es eso lo que está sucediendo. Es decir, fíjate en Hugo ahora: ¿está siendo desobediente? No, está sentado a mis pies, mirándome, pero aún no me entiende porque no lo he adiestrado lo suficiente».

Kelly, que nos miraba en silencio mientras trabajábamos con Hugo, añadió sus reflexiones sobre el asunto: «Creo que tiene mucha importancia el hecho de que la gente no se da cuenta de todas las señales que mandan constantemente a su perro con el cuerpo y con la cabeza. Entonces, si el perro no los está mirando y le dicen “sentado” o “abajo”, y el perro no responde, es que es malo. O quizá estén diciendo una palabra y su cuerpo esté diciendo otra cosa. Por eso son tan importantes las órdenes verbales, aunque muy pocos perros tienen una comprensión verbal adecuada. Se les da muy bien observarnos, nada más».

Ian añadió: «Y he de decir que Hugo está mucho mejor adiestrado en francés. Kelly le habla en francés y es un perro muy bien adiestrado, lo que pasa es que aunque mi inglés sea muy bueno, él no conoce el idioma».

«¿Por tu acento?», le pregunté con un guiño.

Ian se rio: «No, no. En realidad, trato de no adiestrarlo tanto, así puedo utilizarlo para las demostraciones, porque habrá mayor probabilidad de que se equivoque. Uno de los mayores encantos de los perros es su individualidad. No son robots y disfruto lo mismo viendo cómo lo hacen bien que viendo cómo lo hacen a su manera, o se equivocan, siempre que no sea peligroso. Me gusta trabajar con Hugo para que vean que sólo porque su perro no haga algo no significa que sea malo o poco inteligente. Significa que necesita más adiestramiento y más trabajo, porque ése es el proceso de aprendizaje». Antes de pasar a la siguiente fase Ian me propuso que adiestrara a Hugo en español para mostrar cómo aprende las palabras un perro. «Haz sólo señales con la mano, ¿de acuerdo? Son las que Hugo conoce».

Levanté el brazo y dije: «Hugo, sentado. Hugo, sentado. Hugo, abajo. Hugo, de pie». Respondió rápidamente a cada orden.

Ian exclamó: «¡Tenemos un perro multilingüe! Ha sido su primera clase en español. Habla francés, inglés y ahora español. Y en eso consiste el adiestramiento: en enseñar a nuestro perro nuestra lengua como segundo idioma. Ya sea el español, el inglés o el francés. Entonces podemos comunicarle lo que queremos que haga». Le pregunté: «Pero, claro, lo que el perro entiende no son realmente las palabras, ¿verdad?». Ian contestó: «Podríamos pasarnos horas discutiendo sobre si en realidad entienden el verdadero significado de una palabra. Lo que sí sabemos es que le puedes enseñar algo a un perro con una palabra. Si verbalizas un mensaje obedecerá con cierto grado de fiabilidad. Pero por supuesto los perros y las personas aprenden de forma distinta; los perros no generalizan. Por ejemplo, para enseñar a mi hijo a viajar en avión nos sentamos en sillas delante de la tele y nos pusimos el cinturón. Y ensayamos antes de volar a Londres. Así podríamos solucionar todo lo que saliera mal en plan, “me aburro”, “quiero hacer pis”, “quiero ir al baño”, “quiero comer”, “tengo sed”, “quiero ver una película”, “quiero leer un libro”. Lo repasamos todo juntos y cuando volamos de verdad fue genial. Una persona puede hacer eso. A partir de un ensayo se puede generalizar. Un perro no puede. Si Kelly adiestra al perro en la cocina, tendrá un perro que se portará bien con Kelly en la cocina. Si yo entro en la cocina, el perro no me hará ni caso. El perro debería ser adiestrado por todo el mundo y en todas las situaciones. Por eso el mejor ejercicio que podemos hacer es durante el paseo con él pararnos cada veinte metros y pedirle que haga algo. “Sentado”, “abajo”, “habla”, “vamos”. De ese modo cada ejercicio lo realiza en un decorado distinto, junto al patio de un colegio, un tres contra tres de baloncesto, una calle cubierta de hojas y con ardillas, montones de patinadores, niños, lo que sea. Y al cabo de un rato, ya sabes, un paseo de unos cinco kilómetros, el perro vuelve y se da cuenta: “Ah, ¿quieres decir que sentado siempre significa sentado? ¿Donde sea? ¡Jamás se me habría ocurrido!”».

Image Las recompensas de la vida

El siguiente paso que propone Ian Dunbar en el proceso de adiestramiento es la transición de la recompensa con comida a lo que denomina «recompensas de la vida». Las recompensas de la vida pueden ser cualquier cosa, todo aquello que dé sentido a la vida de un perro en particular, que le proporcione la más pura felicidad. Ian explicó: «Empezamos con la comida como recompensa porque es conveniente. Pero no entra en conflicto con los intereses reales del perro, ya sea olisquear o jugar al tira y afloja o con otros perros. Ése es el secreto de un perro fiable: haz una lista con las diez actividades preferidas de tu perro y colócala en la puerta de la nevera. Entonces puedes adiestrar a tu perro. Deja que salga a la calle a olisquear y enséñale: “Ven aquí, olisquea. Ven aquí, olisquea”, o “sentado, olisquea”. Deja que juegue con otros perros. Probablemente sea lo que más le guste. Entonces le dices: “Ven aquí”, o haces que se siente y luego dejas que vaya a jugar de nuevo. Y en ese momento esas maravillosas actividades, que forman parte de su vida, de su calidad de vida, en lugar de convertirse en distracciones que perjudicarían al adiestramiento, se convierten en recompensas que lo benefician».

Enseguida me enamoré de la idea de Ian sobre las recompensas de la vida porque es un método muy claro para que entiendan y honren el lado animal de sus mascotas. Además es una forma de practicar una especie de liderazgo que puede desembocar en una verdadera relación de compañerismo con nuestro perro.

Ian prosiguió: «En la mayor parte de los casos el adiestramiento no consiste en enseñar al perro lo que queremos que haga, sino en enseñarle a querer hacer lo que nosotros deseamos que haga. De ese modo al final conseguimos un perro con iniciativa propia. Si dices: “Ven aquí”, él dice: “Sí, lo haré”. ¿Por qué? “Porque César me ha llamado. No lo hago por complacerle; lo hago por complacerme a mí mismo”. Porque son un perro y una persona que viven juntos, porque hay una relación. Básicamente me planteo el adiestramiento como si fuera un tango. Digamos que estáis bailando un tango. Seguís una coreografía exquisita y se supone que uno de los dos es quien lleva la iniciativa, pero a menudo lo hace el otro. Vais cambiando los papeles, alternando el mando, pero estáis disfrutando al hacer algo, al vivir juntos. Y para mí el adiestramiento de perros consiste en eso».

Durante su sesión de adiestramiento, tanto con Ian como conmigo, observé que Hugo había estado mirando a Kelly con cierta ansiedad. Pregunté: «¿Así que para Hugo ir con Kelly sería una recompensa de la vida?». Ian asintió. «Lo has pillado. Vamos a hacer una prueba. Hugo, sentado. Buen perro. ¡Vete con Kelly!». Nada más sentarse, Hugo cruzó la habitación a la carrera y saltó en brazos de Kelly.

«¡Buen perro! ¿Lo ves?», preguntó Ian. «Eso le hace realmente feliz. Así que para los perros de esta casa correr junto a Kelly, buscar olores y jugar al tira y afloja son las mayores recompensas».

Le expuse mi reflexión: «Es algo en plan: respeta la naturaleza, respeta tu casa, respeta a tu familia y considéralas una recompensa».

Ian asintió: «Es una forma muy bonita de plantearse la vida con un perro, ¿no? Ellos son la recompensa».

Image Los juegos del cachorro

A los perros les encantan los retos y los juegos. Siempre he creído que en la medida de lo posible el adiestramiento e incluso la rehabilitación de un perro deberían ser un juego. Ian Dunbar ha ideado infinidad de formas creativas para utilizar los juegos como herramientas para el adiestramiento y como recompensas de la vida para sus perros.

 

 

El primer perro en tumbarse

 

Uno de los primeros ejercicios que me mostró Ian aprovechaba la naturaleza competitiva y lúdica de los perros para mejorar su capacidad de respuesta ante una orden. Trajo a Dune, su magnífico bulldog americano de pura raza, con su enjuto y poderoso cuerpo de color siena oscuro y su enorme cabeza que me recordaba un poco a Daddy. Ian llamó a Dune y a Hugo y les ordenó sentarse erguidos delante del sofá mientras les mostraba una chuchería. Entonces, mediante un concurso, puso a prueba hasta qué punto reconocían una orden verbal. «Y digo: “El primer perro que se tumbe… ¡abajo!”». Los dos perros se tumbaron de golpe, pero el enorme Dune lo hizo antes. «Oh, ha ganado Dune. Hugo le ha dado ventaja. Vale: “El primer perro que… ¡sentado! No, no he dicho ‘rascarse,’ Hugo, he dicho ¡sentado!”».

Ian siempre hacía una pausa larga y teatral antes de dar la orden de verdad para que los perros no se le adelantaran. Por el contrario, se quedaban inmóviles, muy atentos, hasta que oían la palabra. Era una manera maravillosamente creativa y divertida de asegurarse de que los perros conocían cuál era la palabra que correspondía a cada orden y no sólo las señales del cuerpo.

 

 

Un tira y afloja controlado

 

Siempre alerto a mis clientes del peligro de jugar al tira y afloja con su perro, sobre todo si es de una raza tan fuerte como el pitbull o el rottweiler, o es un perro tan insistente como el bulldog. Si no sabe controlar la intensidad del perro, el tira y afloja puede convertirse en una lucha de poder, entre usted y su mascota, que no le conviene potenciar. Sin embargo, Ian Dunbar ha condicionado a Dune y Hugo para este complicado juego, conservando él mismo el control del interruptor. De ese modo hace varias cosas a la vez: refuerza su posición de liderazgo hacia ellos, perfecciona su comprensión de las órdenes verbales y les proporciona una divertida recompensa de la vida para que disfruten.

Kelly trajo a Ian un juguete al que cariñosamente denominan «Sr. Armazón»: un roedor de peluche, con el aspecto de un animal peludo y atropellado. Ian puso el juguete delante de Hugo, que aguardó educadamente hasta que Ian dijo: «Muy bien. ¡Cógelo!». De inmediato Hugo se lanzó sobre el ajado juguete y empezó a tirar de él con todas sus fuerzas mientras Ian lo animaba: «Tira. Buen chico. Muy bien, tira. Muy bien, buen perro, buen perro. Muy bien, gracias, Hugo». Nada más decir Ian «gracias, Hugo, sentado», éste retrocedió y se sentó. En cuanto obedeció, Ian repitió la orden: «¡Cógelo!», y Hugo volvió a lanzarse sobre el Sr. Armazón. «Ésa es la recompensa. ¿Ves? Mucho mejor que un premio en comida. Vamos, tira. Gracias, chicos. Perros, sentaos. Realmente quiero que disfruten con esto, porque es su recompensa por sentarse. Pero luego añado muy tranquilamente: “Gracias. Buenos perros. Perros, sentaos”. Al jugar al tira y afloja hay que tener muchas reglas; no puedes tocarlo a no ser que yo diga, “Hugo, cógelo”. El proceso de aprendizaje sería así: “cógelo”, luego tiramos del juguete y entonces digo, “gracias”, y me quedo inmóvil. Y cuando el perro lo suelta, “buen perro…, eres un perro muy bueno”… y quizá, para empezar, un premio en comida. Y luego por supuesto la recompensa grande, “cógelo”. Pero hay reglas, nunca puedes tocar mi mano. Si hay contacto se acabó, fin del juego. Nunca tocan el juguete hasta que digo “cógelo”. Y siempre lo sueltan cuando les digo “gracias”. Puedes ver que les encanta, así que nunca te tocarán la mano. Para perfeccionar este tipo de ejercicio se necesita mucha paciencia. Lo que me interesa es que puedo iniciar la actividad y detenerla. Una vez más es un truco del adiestramiento: conviertes la distracción que lo está perjudicando en una recompensa que beneficia al adiestramiento».

La cara b de aquel juego era otro juguete que sacó Ian, llamado «Sr. Tímido». Comparado con el raído y ajado Sr. Armazón, el Sr. Tímido parecía recién fabricado y cuando se le apretaba emitía un sonido chillón que podía enloquecer a los perros. «Este juguete no es para el tira y afloja. Es para que aprendan límites. Así que sólo les dejo tocar al Sr. Tímido con besitos. Y así enseño al perro que hay cosas que puede tocar, pero que no debe morder». Ian apretó el muñeco pero controlando minuciosamente la operación para que los perros lo respetaran. «Este ejercicio se puede hacer para preparar la llegada a casa de un gatito, un cachorrillo o un perrito nuevos, cuando hay que practicar algo. De ese modo este juguete durará toda la vida».

Pregunté a Kelly cómo controla la intensidad de los perros al jugar, ¿cuándo es demasiado intenso? «Hay que vigilar la intensidad, pero desde el punto de vista del adiestramiento, las interrupciones frecuentes impiden que el juego y el aprendizaje sean excluyentes entre sí. Por eso si el objetivo es utilizar el juego como recompensa por el buen comportamiento, habrá más interrupciones y, si sólo queremos pasarlo bien y todo el mundo está a gusto, habrá menos interrupciones».

Image Mala conducta por indicación

Los Dunbar utilizan la sesión de juego del tira y afloja como un ejercicio de aprendizaje y como un juego, y ésa es también la base para enseñar a las personas a controlar la mala conducta de su perro: haciendo que la conducta sea una recompensa en sí misma, y luego dar la indicación para esa recompensa.

«Todo lo que se considera problemas (“vaya, mi perro ladra”, “mi perro intenta tirar de los objetos”, “mi perro no deja de saltar”, “mi perro sale corriendo”) ya no lo es. Sencillamente son juegos que haces con el perro para reforzar de manera constante la orden de “sentado”. Y una vez que tengamos esa orden de emergencia, “sentado” o “abajo”, podemos interrumpir lo que esté pasando. Podemos decir “sentado”, y se acabará el problema. Volvemos a tener el control y así podremos elogiar de nuevo al perro».

Por ejemplo, si un perro ladra de forma compulsiva, podemos hacer que sólo lo haga cuando se le indique. Ian lo explica: «Utilizamos la misma fórmula de cuatro fases: petición, señuelo, respuesta, recompensa. Por ejemplo, decimos “habla”, y hacemos que un cómplice llame a la puerta. Cuando el perro ladre, lo elogiamos y le damos un premio. De ese modo el perro aprende: “Ah, claro, cuando dice ‘habla’, alguien llama a la puerta”, y aprende a hablar cuando se lo decimos. Es difícil enseñar a un perro a callarse si alguien llama a la puerta, porque para él es emocionante. Pero, en cuanto esté dominado “habla”, podemos enseñarle “chsst” cuando nos parezca conveniente. Podemos ir a algún sitio perdido, desierto, donde no molestemos a nadie, decirle al perro que hable, y luego, cuando queramos que se calle, decir “chsst” y que olisquee un poco de comida como señuelo. Cuando huela la comida dejará de ladrar. En cuanto se calle lo elogiaremos durante unos segundos y a continuación le daremos la comida como premio. Entonces podemos practicar en la puerta de casa con la misma secuencia básica de cuatro pasos. Decimos “habla”, le ofrecemos un señuelo para que hable, alguien llama a la puerta, ladra, “buen chico, eres muy buen chico”, y luego decimos “chsst”, agitamos la comida ante su nariz para que la olisquee y en cuanto se calle, “bien, chsst, muy bien, chsst”, y le damos su premio. Ahora tenemos un perro que nos avisará cuando alguien se acerque a nuestra casa, pero que se callará cuando se lo digamos».

En ese momento puntualicé: «Así que estás siendo proactivo antes de que el perro te vuelva loco». Y entonces Ian contestó: «Exacto. Como les gusta tanto ladrar, ahora puedo usarlo como recompensa por sí misma. Recuerdo que, una vez que volvía en coche desde San Francisco, el puente estaba colapsado. Estuve dos horas en el atasco y llevaba a mi malamute conmigo, así que abrí el techo y dije, “Omaha, auuuu”, y él sacó la cabeza por el techo y me imitó: “Auuuuu”. A mi lado había un tipo en un BMW. Sacó la cabeza por el techo y empezó a aullar. Y todos los del puente salieron de sus coches y aullaron. Durante un instante todo el mundo aulló. De ese modo usamos el ladrido como una recompensa».

Image Retroceder con la lechuga

Ian describe a su perro de más edad, Claude, como un «gran perro pelirrojo». Dice: «Creemos que es un cruce de rottweiler y redbone coonhound». Claude tiene unos 12 años y, a diferencia de los otros perros de los Dunbar, no fue criado por ellos. «Cuando nos lo trajeron, Claude ya era asocial. Así que, cuando juega, no respeta las reglas. Él es el que manda».

Claude tiene otra interesante peculiaridad: le vuelve loco la lechuga. Cuando paseaba, tenía la manía de bajar el morro e ignorar a la persona que iba con él, pero en cuanto Ian hizo el descubrimiento de la lechuga, comprendió que contaba con una herramienta nueva para motivarlo. «Cuando lo saco de paseo llevo un poco de lechuga, y mientras me quedo quieto y saco la lechuga se sienta y me mira: sin la lechuga jamás lo haría. Ya ves, hay que tener inventiva: si la albóndiga no funciona, si el elogio no funciona, busca algo que le emocione».

Al usar su creatividad y descubrir ese algo especial Ian creó una técnica nueva: «retroceder con la lechuga». Me dejó intentarlo. Mientras sostenía la lechuga Claude caminaba a mi lado sin problema, pero retrocedió cuando me giré a mirarlo. «Sentado», dije, y obedeció. Le di un poco de lechuga y seguimos nuestro camino.

«¡Es una ensalada César!», exclamé. Ian comentó: «Así es como debería ser todo adiestramiento. Vas con tu perro pegado a los talones, igual que de la mano con tu hijo o abrazado a tu pareja».

Image Trabajo olfativo con Dune

Me emocionó descubrir que a los Dunbar les entusiasma tanto como a mí trabajar el olfato de sus perros: como juego, como desafío físico y psicológico y como ejercicio de adiestramiento. Para un perro el sentido del olfato es fundamental y al asegurarnos de que no pierde el contacto con su nariz respetamos su parte más profunda de animal/perro. Como dueños suyos, le estamos demostrando que nos preocupa que haga las cosas que más le importan, no las que nos importan a nosotros como seres humanos.

Ian Dunbar ha investigado a fondo las habilidades olfativas de los perros. Según dijo: «Su sentido del olfato es increíble, apenas somos conscientes de todo cuanto pueden oler. Es decir, pueden entrar en una habitación y darse cuenta de que “aquí hay ocho personas y una de ellas tiene miedo”. Lo saben al instante. Aunque estemos a unos veinte metros se darían cuenta. En el trabajo olfativo confluye todo el adiestramiento y no hace falta recompensarlo por ello».

Kelly añadió: «Los perros emplean su sentido preferido y así son felices y acaban agotados, como con cualquier ejercicio. Además así trabajan. Las mascotas ya no tienen que trabajar. Esto les ofrece la oportunidad de realizar un trabajo accesible para perros de cualquier edad. No es como la agilidad para la que tienen que estar en muy buena forma».

Yo apunté: «Tal vez alguien de Nueva York pudiera decir: “Bueno, es que mi casa es muy pequeña”. Pero para este ejercicio da igual el tamaño de la casa, ¿verdad?». Kelly asintió, entusiasmada. «Se puede hacer en cualquier sitio: en casa, en el parque al aire libre. Es más, una habitación pequeña puede ser un reto mayor porque los olores se mezclan, así que un cuarto pequeño puede ser un buen reto para el perro».

Mientras los perros miraban emocionados, como si supieran que se acercaba su juego favorito, Kelly me explicó su método para trabajar el olfato. Colocan una corteza de abedul —cuyo olor se asemeja al de la zarzaparrilla— en un bote de refresco y lo esconden por la habitación mientras el perro espera fuera. Entonces dejan que el perro entre y le muestran su recompensa. Ian dijo: «En el caso de Claude, lechuga. En el de Hugo, comida». Para Dune, fanático del tira y afloja, la recompensa definitiva es un enorme cocodrilo de peluche: CocoBob. A continuación dan la orden «encuéntralo». Cuando el perro descubre el olor, lo recompensan con su premio favorito.

Kelly me lo explicó: «Para preparar a Dune tuvimos que trasladar la asociación del juguete al olor. Así que primero le enseñamos a buscar su juguete en general. Luego emparejamos el juguete con el olor para que aprendiera a identificar el olor con el cocodrilo».

Una vez preparados para el ejercicio, Ian dejó que los perros salieran de la habitación mientras Kelly escondía el bote oloroso entre los libros que había sobre una mesita. Cuando Dune entró no tardó más de un minuto en ir directo a por él. En el segundo intento escondieron el olor bajo el cojín de una silla junto a la enorme chimenea. Según Ian, aquel lugar suponía un reto algo mayor. Dijo: «Aquí es más difícil porque todo el aire se escapa por la chimenea, llevándose el olor, por lo que tal vez le llegue el aroma muy lejos de donde realmente está. Uno de los mayores errores que se cometen al entrenar el olfato es que se usa demasiado olor y, claro, se llena toda la habitación».

Nada más volver al cuarto Dune fue derecho al lugar donde había encontrado el olor en el primer intento. Kelly dijo: «Ahí queda un rastro de olor, pero encontrará el sitio donde hay una mayor concentración». Observamos cómo el concienzudo bulldog americano trataba de descubrir de dónde procedía ese olor. «Te proporciona mucha información sobre cómo se desplaza el aire en la habitación», dijo Kelly, viendo todos los rincones que Dune recorría en su búsqueda. Se veía claramente su intensidad al buscar y lo feliz que le hacía ese desafío. Estaba concentrado. A medida que Dune iba acercándose al punto Ian comentó: «Podemos ver que ha descubierto el olor, pero no termina de localizarlo». No habían pasado ni dos minutos desde que entrara en el cuarto cuando Dune encontró el olor y recibió su recompensa.

«Esto tiene una aplicación maravillosa, ya que, una vez que hemos adiestrado al perro a encontrar lo que le gusta —Hugo encuentra comida; Claude, lechuga y Dune, su juguete para el tira y afloja— el siguiente paso es que encuentre el mando de la tele o nuestras gafas. Es decir, yo siempre las pierdo. Puedo decirles: “¿Dónde están mis gafas?”. Son capaces de encontrar las llaves del coche, así que podemos sacarlos a dar un paseo en él. Es muy útil y creo que es el mejor ejercicio mental para un perro. Para mí, por lo que respecta a los ejercicios, está por encima de la rueda. Podría decir que olisquear y adiestrar el rompecabezas olfativo es más importante que el ejercicio físico en la rueda».

Como ya saben mis espectadores, creo que lo mejor que podemos hacer para proporcionar a nuestro perro un ejercicio físico y básico es salir a pasear con él. Pero, como señala Ian, el ejercicio mental es igual de importante cuando se trata de un desafío estructurado como el entrenamiento olfativo ideado por los Dunbar. Este tipo de desafío evitará que el perro se estrese o aburra un día lluvioso, o caluroso, o nevado, o cualquier otro día en que su dueño no lo pueda sacar de casa. Cualquier perro lo puede hacer sin importar su edad o su habilidad física. Me acordé de Daddy. Cuando ya estaba tan mayor que apenas podía ver ni oír, su olfato seguía tan activo como siempre.

Ian señaló: «Como ves, la tarea es la recompensa. Ya no es un trabajo. Para el perro es como ver una película. La actividad pasa a ser la recompensa. Es feliz usando su nariz, la mejor parte de su cuerpo, y es un ejercicio de adiestramiento, pero no deja de ser emocionante para él. Es lo que debería ser todo adiestramiento, la auténtica recompensa».

Image Sin correa en el mundo real

Donde verdaderamente se ve la fuerza del adiestramiento sin correa es en el mundo real, en la calle o en un parque. Para demostrarme las aplicaciones prácticas de todo cuanto me había estado explicando en su casa Ian nos llevó a Dune y a mí al exuberante Berkeley Codornice Park.

«El adiestramiento tiene que ser más fuerte que el instinto, más fuerte que ningún impulso, más que ninguna distracción. Y ahí hay muchas distracciones. Sobre todo olores. Quiero decir: la nariz del perro es asombrosa. He investigado qué es lo que huelen. Evidentemente distinguen entre macho y hembra, entre castrado e intacto, entre uno y otro perro, entre la orina de un macho desconocido y la de un macho que sí conozcan. Es como su pipi-mail. Así se comunican los perros. Al igual que nosotros tenemos el e-mail, ellos tienen el pipi-mail, ¿de acuerdo? Y es igual de importante para ellos. Son animales sociales».

Ian señaló a Dune, que se había alejado a una parcela de parterre con flores y estaba olisqueándolo despreocupadamente. Ian puntualizó: «Está comprobando qué amigos de los que conoció en sus paseos han estado ahí. Quizá haga un año desde la última vez que pisó este parque. Y ahora está oliendo, pensando, “¡vaya, ése es Joe! Lo conocí hace tres semanas en la cima del Shasta. Vaya”. ¿Sabes? Es como si hubiera estado de vacaciones y ahora revisara sus e-mails. Es tan importante para un perro que acabará por convertirse en una distracción. Por eso tenemos que dar la vuelta a sesiones como ésta y que sea una recompensa».

Ian me demostró lo que quería decir al convertir la distracción del parque y el intenso olisqueo de Dune en una «recompensa de la vida» que beneficia a su adiestramiento en lugar de perjudicarlo. El primer requisito es que el dueño tenga un lugar donde no haya problema para «sentarse». Esto se debería ensayar en casa, al igual que el reclamo, empezando en un espacio reducido.

«Tendríamos que ensayarlo en el baño, en el salón. Deberíamos hacerlo en el jardín o en un espacio menor donde lo podamos controlar. Entonces traemos al perro de un amigo para que la distracción sea la zona sin correa, y la tentación, el otro perro. Así todo aquello que era una distracción, que impedía que su mascota se portara bien y que enfurecía al dueño y lo llevaba a castigar a su perro ahora se convierte en una recompensa».

Ian demostró con Dune cómo funciona su método. Dejó que Dune paseara a placer, sin correa, pero siempre vigilado. Si se alejaba demasiado Ian lo llamaba, «Dune, sentado». Cuanto más rápido respondía Dune, antes le dejaba Ian levantarse para darle esa «recompensa de la vida» de olisquear el arbusto. Soltaba a Dune con las palabras «a jugar». Observé que Kelly empleaba la palabra libre para el mismo fin. Si Dune no se sentaba al instante, Ian hablaba con un tono más apremiante hasta que Dune se sentaba, entonces llamaba al perro y le indicaba que se sentara de nuevo. «Si el olor está ahí y si se sienta de inmediato, obtiene su recompensa a continuación. Sin embargo, si no se sienta de inmediato, tendrá que venir a mi lado y repetir el ejercicio hasta que se siente al oír una única orden antes de poder retomar de nuevo su exploración. De ese modo al final el perro aprende que si se sienta cuando se lo piden, puede pasárselo muy bien».

Ian y yo coincidimos en que cuando salimos con nuestro perro al mundo real —ya sea a un parque donde pueda ir sin correa o a sentarnos en la terraza de un café, esta vez con la correa puesta— el perro debería centrar su atención en ti constantemente o al menos en parte. Dado que hacía tiempo que Ian y Dune no habían paseado juntos por el parque, al principio de nuestra excursión quedó claro que Dune no iba a obedecer en ese sentido. «Aún no está pendiente de mí al cien por cien. Así que habrá más adiestramiento que juego. Pero en cuanto esté alerta y yo diga “sentado”, se sentará. Entonces todo será andar y olisquear».

Este ejercicio se convierte en todo un reto, porque el olfato de un perro es tan poderoso que cuando huele algo a menudo ni siquiera nos oye ni nos ve. Y es un reto para el dueño, porque es muy fácil perder la paciencia o disgustarse si piensa que su perro lo ignora.

Ian afirma: «Las orejas están desconectadas. Cuando está olisqueando, el perro literalmente no nos oye. Yo lo comparo con mi hijo o mi mujer. No siempre hacen de inmediato lo que les pido, pero no quiero enfadarme ni disgustarme con ellos. Los quiero. Es lo mismo con el perro. Muy bien, no te has sentado al oír la primera orden. No es una tragedia. Pero lo vas a hacer. Y cuando lo hayas hecho, repetirás el ejercicio hasta que te sientes tras una única orden. Para mí el adiestramiento es un proceso que dura toda la vida».

Image Camelar al perro, uno, dos y tres

Ian Dunbar aplica su filosofía de evitar el contacto físico siempre que sea posible, incluso en el parque. «Utilizo la voz al adiestrar y también la uso al reprender. Es una forma de castigo, pero es un castigo no aversivo. Podemos hacer muchas cosas con la voz, variando el tono, que el perro entiende. Y tengo un método muy útil, en el que siempre marco con una contraseña la importancia de cada orden para el perro».

Esa contraseña se puede establecer con el nivel de energía o el tono de voz. Durante el tiempo que pasamos juntos vi cómo Ian variaba el tono y el volumen muchas veces, siempre con la intención de conseguir una respuesta distinta. Una de las imaginativas ideas que propuso fue gritarle al perro con un tono de voz apremiante en una situación tranquila y normal en casa, y luego premiarle con generosidad. «Si estamos disgustados no deberíamos adiestrar. No funcionaría. Sin embargo, deberíamos adiestrar al perro para que sepa distinguir cuándo estamos disgustados y cuándo asustados. La primera vez que una persona usa la orden “sentado” como una emergencia, tal vez grite: “¡Rover, sentado, sentado, SENTADO!”. Y el perro dice: “No creo: ¡me estás gritando!”. El perro se asusta y sale corriendo. Así que ensayamos órdenes emitidas cuando el dueño habla en voz muy alta, pero que para el perro sólo signifiquen que va a recibir un premio mejor. De ese modo, si estamos fuera de casa y el perro sale corriendo a la calle, cuando le gritamos preocupados que vuelva a casa, no piensa que de repente estamos enfadados con él; entiende la urgencia y que, si obedece, tendrá una mayor recompensa».

La otra manera que tiene Ian de conseguir «establecer la contraseña» es lo que él llama «el camelo del perro, un, dos y tres». Usa tanto el tono de voz como el nombre con el que llama al perro para indicar la importancia de lo que le va a pedir.

«Así pues, si le digo a OmahaOhm, ven aquí”, entiende que no es una orden sino una sugerencia. Y con mis perros me paso el 90 por ciento de las veces en “camelo del perro uno”. Por ejemplo, digamos que estamos en el sofá. Le digo “colega, Ohm, cálmate. Ohm, muévete en el sofá”. Y puede negarse. Mientras que si realmente quiero que lo haga le digo “Omaha, sentado”. En cuanto lo llamo “Omaha”, ya sabe que tiene que seguir la indicación siguiente. Sin excepción. Sin discutir, sin intimidarlo, sin obligarlo por la fuerza. Pero si digo “Omaha, sentado” en un abrir y cerrar de ojos se habrá sentado, y entonces repetirá el ejercicio hasta que se siente al oír una única orden. Es entonces cuando dejaré que siga con sus cosas. Eso es el “camelo del perro dos”. Dejar que el perro sepa que puede estar relajado casi todo el tiempo incrementa su grado de fiabilidad cuando lo necesitamos de verdad. Muchos padres lo hacen. Sobre todo en familias multilingües. De repente pasan del inglés al español. Sabes que están diciendo Johnny, put that down, Johnny, don’t touch that, “Johnny, siéntate”. Y en cuanto cambian de idioma el niño responde en el acto».

Solté una carcajada al oírlo porque es lo que sucede en mi familia.

«Por último, tenemos el “camelo del perro tres”, que es lo que hacemos cuando estamos en la tele o en la pista de obediencia. Si llamo a Omaha Wahoo, sabe que ha empezado el espectáculo, así que tiene que mirarme sonriente y con el rabo en alto. En ciertas ocasiones queremos que obedezca del mejor modo posible. Así que diferenciamos esos momentos llamando al perro de otro modo o dándole una orden distinta».

Image Sentado contra reclamo

Mientras estábamos en el parque Ian me mostró cómo usa a distancia un «sentado» sin vacilaciones para comunicarse con Dune cuando éste no lleva la correa. Prefiere enseñar a los dueños de mascotas a dominar perfectamente la orden de sentado antes de enseñarles el reclamo, que es más difícil. «Mi principal objetivo es que el dueño del perro pueda hacer que éste se siente sin vacilar en cualquier situación. Les enseño un sentado o un debajo de urgencia. Digamos que el perro está deambulando y aparece un niño. Si sus padres dicen que el perro se ha abalanzado sobre el niño, en ese mismo instante se convierte en una persona jurídica. Así que le digo “Dune, sentado”. Y puedo dejarlo ahí hasta que el niño se vaya. Se sienta y se queda quieto porque sabe que ésa es nuestra rutina: “Ian me dice que me siente y siempre hago lo mismo. Me siento porque siempre lo hago: me siento y juego, me siento y juego”. Así pues, la distracción, jugar o correr en general, es la recompensa que empleo para conseguir que se siente sin vacilaciones».

Pero Ian nos alerta sobre pasarnos de confiados aunque el adiestramiento haya sido a fondo. «Cuando dicen “Ah, me fío totalmente de mi perro”, me limito a sacar la cartera y digo “vale. Tengo una prueba, cien dólares”. Y hasta ahora nadie ha pasado la prueba. Sólo hay que pedir al perro que se siente ocho veces seguidas pero en circunstancias extrañas. Le digo al dueño que se tumbe boca arriba o lo sitúo en un lugar donde no se le vea. Y no es más que una prueba para ver el grado de comprensión del perro respecto a “sentado”. El hecho es que muy poca gente sabe controlar a su perro si está de espaldas aunque se encuentre a un metro de distancia. Bueno, ¿y si el perro estuviera a treinta metros, de espaldas y persiguiendo a un niño o a un conejo? Aquí se ve el problema. El perro no conoce el significado de “sentado” si no puede ver a su dueño. Así que me gusta demostrar que no, que no se puede fiar de su perro. Y podemos trabajar mucho aquí mismo sin forzar demasiado al perro, ir demasiado deprisa y dejarlo suelto por el parque cuando está demasiado lejos de nosotros. Porque lo que no queremos es que al final nuestro perro falle. Queremos que la calidad de vida y la experiencia sean mucho mejores para el perro».

Mientras salíamos del parque con Dune Ian comentó que cada uno de nosotros tenía una relación muy especial con nuestros perros y se lamentó del hecho de que no haya más personas que hayan vivido las mismas experiencias maravillosas sin recurrir a la correa. «No hay tanta gente que pueda pasear con el perro correteando tras él, tal como haces tú con Junior o yo con Dune o Hugo. Sabemos que estos perros se sienten totalmente seguros entre personas, pero nos esforzamos mucho para conseguirlo».

Image Parecidos y diferencias

Cuando nuestra visita de dos días estaba llegando a su fin, Ian y yo abrimos un par de cervezas y nos sentamos a hablar de lo que nos unía, al igual que de algunos temas que podrían seguir distanciándonos. Está claro que compartimos una profunda afinidad por los perros y el deseo de enseñar a las personas a tratar mejor a sus perros. Los dos queremos que comprendan el mundo a través de los ojos de un perro, aunque no hagamos las cosas del mismo modo e incluso podamos chocar en algunos puntos. Ahora que había pasado un tiempo conmigo y había visto en persona cómo me relaciono con los perros Ian me habló de unos aspectos muy concretos que le gustaría que cambiara, sobre todo en el programa El encantador de perros. «Ya sabes, puede que no coincidamos en cosas, pero realmente no son muchas. Me gustaría que fueras más despacio con algunos perros, pero entiendo todo lo que tienes: hay un director, un productor, operadores de cámara, y todos intervienen. “Soluciónalo, haz algo, ¡soluciónalo! Un poco de acción”. Te dan quince minutos y me gustaría ver que te tomas unos cinco minutos para lanzarles unas chucherías. Ver si puedes lograr que el perro coja una chuchería de tu mano. Creo que sería como un toque extra de magia. Y dado que tienes mucho talento para interpretar lo que quieren los perros, si ves que uno está disgustado, aprende de él. Quiero decir: lo más importante que he aprendido sobre el adiestramiento del perro no estaba en los libros, sino en los perros que fastidié a lo grande y con los que estuve en situaciones que me hicieron pensar: “Bueno, eso no lo vuelvo a hacer”».

Admiro a Ian Dunbar por todo lo que sabe sobre los perros y por su pericia con ellos, y aprendí muchas cosas del tiempo que pasé con él, que recuperaré e incluiré en mi propio trabajo. Con todo, aún hay áreas en las que nuestros estilos están muy alejados. Trabajar en silencio con un perro es algo que llevo tan dentro que no podría moverme entre los perros, tratando de ser tan extrovertido, exuberante y parlanchín como Ian, sin que notaran que estoy fingiendo. Sus técnicas le funcionan tan bien porque se muestra genuino al cien por cien; son métodos inventados por él y los lleva a cabo de manera brillante. Son como es él. Yo también creo que los perros se comunican mediante el contacto físico, así que cuando doy un toque firme —no violento— con un estado de ánimo sereno-autoritario y sin frustraciones, estoy usando una forma muy natural de redirigir la atención del perro. Ian no confía en el tacto de las personas y cree que el empleo del contacto físico conlleva un riesgo muy alto de malos tratos.

Pero todas esas ideas tan diferentes no hacen sino poner de relieve el mensaje de este libro: es crucial estar al tanto y poder acceder a muchas ideas, teorías y métodos diferentes. Tenemos que encontrar el que mejor se adapte a nosotros como personas, a nuestros valores y a nuestros perros.

Era como si Ian Dunbar y yo hubiéramos logrado algo importante juntos al abrir una línea de comunicación y mostrar al mundo que hay muchas opciones y múltiples posibilidades, y que los dos queremos lo mismo: perros pacíficos y equilibrados, y gente pacífica y equilibrada.

«Hemos de hablar entre nosotros. Porque lo que tenemos que enseñar, César, es realmente especial. Si te fijas, lo que más cuesta es llevarse bien con los demás. Ésa es la habilidad que podemos enseñarles porque tenemos que llevarnos bien no sólo con otros seres vivos, sino con otras especies. Creo que lo más importante es hablar con aquellos que no comparten tu visión, y eso es básico si quieres cambiar las cosas. Nunca he sido de los que rehúyen a alguien por el mero hecho de que no comparta mis ideas. Es esa la gente con la que quiero hablar en lugar de limitar mi público y de predicar para los convencidos. Se trata de dialogar. Y podríamos establecer una analogía entre esta diminuta parcela que es el adiestramiento de perros y el mundo. El mundo está compuesto de distintas personas que ven las cosas de forma diferente».

Image El regreso de El Rayo Junior

Antes de terminar mi visita de dos días en casa de los Dunbar pensé que tenía que corregir una idea errónea. No se trataba de mí ni de mis métodos o filosofías en cuanto al trabajo con los perros, sino de Junior. ¡La verdad es que no podía irme de Berkeley dejando que Ian Dunbar pensara que a mi brillante pitbull, a mi ojito derecho, le costaba mucho aprender!

Cuando Ian trajo la lechuga que sirvió de motivación para Claude y cuando habló de encontrar ese algo especial que anima a un perro se me encendió una bombilla. Hay algo ante lo que Junior siempre responde: una pelota de tenis. Salta tan alto como un canguro, excava en la basura como un bulldozer, bucea bajo el agua como un delfín y levanta tanto polvo como un coche de carreras con el único objetivo de controlar esa pelota de tenis que tanto codicia. ¿Y si pidiera a Ian que repitiera una vez más su secuencia de petición-señuelo-respuesta-recompensa con Junior, pero, en esta ocasión, en lugar de chucherías usando pelotas de tenis?

«El de hoy es un perro totalmente distinto», dijo Ian tras trabajar unos minutos con Junior usando mi nueva estrategia de las pelotas de tenis. Junior hizo sus series de sentado-de pie-abajo a la velocidad del rayo y a la perfección sin apartar la mirada de la pelota. «Sí, es un campeón. Creo que es el perro más rápido que he visto en mi vida».

«Sí, señor. Es El Rayo Junior», contesté, lleno de orgullo.

 

Las siete normas de Ian Dunbar

 

1. Al elegir a un cachorro de ocho semanas asegúrese de que está adiestrado para una vida doméstica y para no morder, ha aprendido a venir, sentarse, tumbarse y rodar a la orden, y ha conocido y lo han tocado al menos un centenar de personas.

2. Al adoptar un perro adulto asegúrese de que todos los miembros de la familia prueben al perro. Dedique mucho tiempo a tratar al perro y sáquelo a dar largos paseos. Hay un perro adecuado para su familia, así que asegúrese de que escoge el suyo con cuidado.

3. Desde el día que su cachorro o el perro que haya adoptado lleguen a su casa ponga en práctica un programa infalible de adiestramiento doméstico y que aprenda a no morder. Así evitará que llene la casa de tierra y muerda los muebles, que ladre demasiado y preparará a su perro para que disfrute de los inevitables momentos en que tiene que quedarse solo en casa. Para más información véase «Puppy Playroom and Doggie Den» [El cuarto de juegos del cachorro y la guarida del perrito], en Dog Star Daily, en la web http://dogstardaily.com/training/puppy-playroom-amp-doggy-den.

4. Nunca se deja de aprender a ser sociable. Haga que sus invitados ofrezcan siempre chucherías a su cachorro o perro, y enséñeles cómo indicar al perro que se acerque y se siente cuando lo saluden. Del mismo modo lleve encima unas cuantas chucherías por si un desconocido quiere saludar a su perro. Elogie a su perro y dele un par de chucherías cuando se cruce con niños o cuando suceda algo que le pueda asustar. De ese modo su mascota ganará en confianza y apreciará la compañía de las personas.

5. No permita que su perro coma de un tazón (salvo que esté convencido de que es el perro perfecto para usted). Pese la ración diaria de albóndigas de su perro y emplee estos valiosos premios y señuelos de comida para enseñarle buenos modales y adiestrar su conducta. Por la noche humedezca las albóndigas, rellene con la pasta juguetes para morder y déjelos toda la noche en el congelador para dárselos en el desayuno. Un perro que come de un juguete para morder reduce sus ladridos en un 90 por ciento y atenúa la hiperactividad y la ansiedad.

6. Adiéstrelo sin correa y ofrézcale señuelos y premios desde el principio. Jamás use una correa o toque a su perro para obligarlo a obedecer. Si no, su perro sólo responderá cuando lleve puesta la correa o cuando se encuentre al alcance de la mano. Por el contrario, use la mano para acariciar (premiar) al perro cuando obedezca.

7. Intercale breves periodos de adiestramiento en los paseos y los juegos. Cada dos minutos más o menos pida al perro que se siente cuando está andando o que venga si está jugando, ofrézcale una chuchería y luego diga: «Vamos» o «a jugar». De ese modo el perro no dará tirones de la correa y tanto el paseo como el juego se convertirán en recompensas que benefician el adiestramiento en lugar de distracciones que lo perjudican.