MARIO Y LOUIS

 

 

 

 

Oigo el sonido de mis propias pisadas.

Las suelas de mis zapatos sobre el asfalto.

Una tras otra. Una tras otra. Una tras otra.

Respiro. Me ahogo. Tomo aire.

 

 

Pienso.

«Es agotador vivir tan dominado por una pulsión».

No pienso. Corro. Solo corro, sin mirar atrás.

Entusiasmado, feliz, completo.

 

 

Louis me espera en la esquina de la calle. Cuando llego a su lado, me mira expeditivo y asustado. Me mira con tanta necesidad de saber que apenas me doy permiso de recuperar el resuello antes de informarle.

—Lo tengo.

—¿De verdad?

 

 

Le entrego mi pañuelo lleno de sangre.

 

 

—Ya tienes corazón.