EPÍLOGO

 

 

 

 

Salgo al jardín, huele rico. La temperatura es agradable.

 

 

Louis me espera sentado en uno de los bancos que están al final del paseo, como de costumbre.

Sí, hace ya unos días que Louis ha regresado. No me ha dado una explicación ni yo se la he pedido. No la necesito.

Me sonríe y me saluda con la mano. Me acerco hasta él y, cuando se pone de pie y —como antes, como siempre— me acoge entre sus brazos, siento que todo da igual; que todo está bien así.

Le sonrío.

Me siento a su lado.

 

 

—¿Cómo ha ido?

—Bien. Ya se han marchado, creo.

—Te toca a ti.

—A ver... Ya está.

—¿Hombre o mujer?

—¡Que no!... No puedes preguntar eso lo primero, Louis... Te lo he dicho un millón de veces.

—Me parece que esa regla te la has inventado tú.

 

 

Imaginad este final como si se tratara del desenlace de una película.

Imaginad que la cámara se aleja lentamente por el paseo, mientras Louis y yo seguimos hablando y riendo, cómplices. Nos veis ya a lo lejos. Comienza a sonar una canción francesa; aparecen los créditos y, poco a poco, la imagen funde a negro.

 

 

Podéis dejarnos solos.