De repente solo había tiempo para amarse.
Despacio.
Iban desnudos y no sentían vergüenza.
El mundo ya era otro.
Se sientan sobre la cama y se miran. No pueden desconectarse. No consiguen dejar de mirarse. Ha pasado algo. Ha ocurrido ese fenómeno del que tanto pudor da hablar. Mario venía deseándolo, Louis no. Ni lo quería, ni lo esperaba ni contaba con él. Pero ha sucedido.
Y esto ¿cómo puede explicarse? ¿Cómo puede contarse? Nunca alcanza. Siempre es más.
Siempre que uno no se acomode y busque sin miedo, cuando encuentre lo que busca, esto será aún más de lo que había imaginado.
Más incluso de aquello con lo que uno se ha atrevido a fantasear... A soñar.
¿Tengo que explicar lo que pasó esa noche con palabras? No puedo. No alcanza.
¿Lo que pasó a partir de esa noche?
No alcanza.
Se sientan sobre la cama, despacio. La piel duele, incluso. Se encuentran despacio.
Lo que van a hacer ahora no es exactamente un acto sexual. Es un descubrimiento, un juego. Es algo animal y muy delicado. Probablemente no lleguen a nada genital. Tiene que ver con otro asunto, es de otro orden. Se desnudan. Cada uno se ocupa de desprenderse de sus propias ropas. Se sientan en cueros en la cama y se siguen mirando.
No alcanza.
Se van a ahogar de tanto amor, pero se mantienen tranquilos. Serenos. Están drogados. Sus organismos han empezado a segregar esa droga y ya no hay marcha atrás.
«Tu llegada me sana».
«Yo te voy a cuidar», se prometen.
Lloran.
Mario llora durante muchos minutos.
Ríen a carcajadas.
Louis reconoce la piel del que ya es su amado.
Se rozan, se aprietan con mucha fuerza.
Mario se asusta, piensa. Entra el pensamiento.
Aparecen imágenes... Marina.
—No, espera. ¡Para!
—¿Qué?
—Tengo que saber cuidarme yo solo.
—No, Mario. Tienes que dejar que yo cuide de ti. Y tú tienes que cuidarme. Mucho. A partir de ahora yo soy tú... Y tú eres yo.
—¿Y mi terapia?
—Yo soy tu terapia.
—¿Y si te vas?
—Si me voy, te llevo conmigo.
Y Mario, al igual que todos los enamorados, piensa:
«Este ser me hace posible. Me revela mi verdadera identidad».