Mexicali Voodoo

Micrófono abierto

Mónica llevó a Miguel Ángel a la comandancia de policía.

Las calles de Mexicali no parecían tener menos tráfico que el día anterior.

—Cuando anochezca sabremos si el Mutilador está causando estragos entre los noctámbulos —dijo el abogado.

La periodista puso la radio y buscó una estación con noticias. Pronto la encontró. La voz del locutor era angustiada.

—Se oye como un actor de teatro al momento de que va a tomar una decisión de vida o muerte.

— ¡Déjame escuchar!

El locutor anunciaba con voz trémula.

— ¿Qué nos está pasando? ¿A dónde hemos llegado, como sociedad, para terminar procreando un monstruo así?

—Esas no son noticias: es una campaña de terror.

— ¡Deja oír!

Morgado se calló la boca.

—Si ahora contamos con un asesino en serie es que hemos perdido nuestros sagrados valores, es que hemos extraviado el camino hacia el bien común.

Mónica buscó otra estación.

— ¿Por qué le cambiaste? Ya me estaba gustando.

—Tenías razón: no son noticias. Es la estación religiosa.

Mónica, finalmente, halló lo que buscaba.

—Entre otros comentarios tenemos el del gobernador del estado, quien ha dicho que ningún criminal va a poner en jaque a nuestra comunidad, por lo que ha ordenado que todas las fuerzas policiacas se dediquen a la captura inmediata de este asesino al que ya la gente ha llamado el Mutilador.

—No me gusta ese nombre —dijo Miguel Ángel.

—A mí tampoco. Nomás te dejo en la comandancia y me voy a La Crónica de Mexicali para escribir mi artículo de mañana. Y voy a decir eso: que no hay que darle ningún nombre a ese cobarde, que no hay que hacerlo un personaje protagónico.

—Estoy de acuerdo.

El locutor avisó que estaban en la sesión de micrófono abierto, que el público podía comunicarse para dar a conocer sus opiniones.

—Díganos qué piensan de esta situación que padecemos. Queremos saber qué les parece que ya somos una ciudad marcada por contar con un asesino en serie. Esperamos sus llamadas.

El locutor no tuvo que esperar mucho.

— ¿Bueno? ¿Con quién hablamos?

—Con Virginia González.

— ¿De dónde nos habla?

—De la colonia Nacozari.

—La escuchamos.

—Pues yo sólo quiero decir que no voy a dejar que mis hijos salgan de noche hasta que no agarren a ese loco. No quiero que nada les pase.

—Muchas gracias, Virginia. Y aquí tenemos otra llamada. ¿Quién es?

—Laura Corona. Soy alumna de la preparatoria número dos del Colegio de Bachilleres de Baja California.

— ¿Y qué nos quieren decir, Laurita?

—Que como presidenta del Comité Pro-Graduación de nuestra preparatoria quiero avisar por este medio la cancelación de nuestra fiesta-rally en La Soterrada.

— ¿Era para esta noche?

—Sí. Pero ante lo que está pasando preferimos cancelar hasta nuevo aviso. Así que ni modo, ya será en otra ocasión.

—Gracias y tomamos nota. ¿A quién tenemos ahora?

—Soy la Pititis, la promotora musical del rock pesado en Mexicali.

—Desde luego, Pititis. Tú eres la dueña de ese tugurio retumbante, El Jardín del Silencio. Pura raza dura. Puro metal y Trash rock, ¿no?

—Así es. Y como nosotros, morros y morras no somos cobardes. Por tu conducto aviso que hoy hay concierto con bandas locales a partir de las nueve de la noche y hasta que el cuerpo aguante.

— ¿No te preocupa que ande rondando por nuestras calles el Mutilador?

—El Mutilador nos hace los mandados. Así que si tienen agallas, que si son mexicalenses bravos y entrones, aquí los esperamos.

—Oye, Pititis, pero ya que nos estás metiendo un gol con tu anuncio publicitario gratuito, danos todos los datos de tu antro.

— ¡Cómo no! El Jardín del Silencio está ubicado en el local 12 del Centro Comercial Sol, enfrente del bar Velouria. Abrimos a las siete de la noche, pero el concierto con varias bandas metaleras locales y del vecino valle de Imperial, California, empieza a las nueve de la noche. La entrada es gratis, pero deben consumir.

— ¡Qué valientes son!

—Si te gusta el rock, nadie va a pararte.

—Pues ya está enterada la raza de Mexicali.

—Los esperamos y recuerden todos: nadie puede meterte miedo, nadie puede prohibirte hacer lo que quieras.

— ¡Suerte por allá, Pititis!

— ¡Suerte a todos!

Mónica movió la cabeza con una sonrisa en los labios.

— ¿Cómo te imaginas qué es la mujer que acaba de hablar?

—Una vikinga de 150 kilos de peso y llena de piercings y tatuajes.

— ¡Ja, ja! ¡Te equivocas!

— ¿Cómo es?

—Una muchacha que no crees que rompa ni un plato.

— ¿De dónde la conoces? ¿De una fiesta de señoras de sociedad?

—No sea tan prejuicioso. Algunas de las nuevas señoras de sociedad son fanáticas del hardcore, del Death trash. Una vez hicieron una pasarela de modas con música de fondo con grupos como Mastodon, Iron Maiden y Chimaira. ¡Era para volverse loco!

—Te creo.

Mónica detuvo el auto junto al vehículo de Miguel Ángel. Al bajarse el abogado, la periodista le gritó.

—Si te portas bien te llevo al concierto.

— ¿Tienes tapones para los oídos?

—No. Pero tengo ganas de fregarme al asesino, de gritarle que no le tengo miedo. Como Pititis, yo también tengo los ovarios bien puestos.

Morgado levantó su dedo gordo en señal de aceptación.

—Yo te llamo.

—No, licenciado, yo te llamo.

Y salió del estacionamiento de la comandancia a toda velocidad.