El jardín del Silencio
—Justo a tiempo te liberaron los gringos —dijo Mónica.
Morgado no supo a qué se refería.
— ¿A tiempo para qué? —quiso saber.
—Para el concierto. Son las 10 de la noche, así que alcanzamos perfectamente a llegar.
Miguel Ángel recordó que en la radio habían dicho que comenzaba a las nueve de la noche, pero la periodista conocía la puntualidad de los grupos de rock.
—Te aseguro, licenciado, que todavía ni siquiera han probado el sonido.
Y así fue.
El abogado descubrió que el bar estaba reventar.
“Vaya, los mexicalenses aman el peligro. O son adictos a la adrenalina”.
Mónica consiguió una mesa en una esquina, bajo un cartel de un demonio con un hacha entre sus garras.
—Ya veo por qué a este público no le molesta que un asesino en serie ande haciendo ronda por Mexicali.
Pero la periodista estaba ocupada pidiendo que les sirvieran una cubeta de hielo llena de botellas de cerveza.
—Pareces estar en tu ambiente.
—Si es party, es mi ambiente.
—Disculpa, pero cuando decías que era cronista de sociales nunca me imaginé esto.
Mónica se rió en su cara.
—Mira, licenciado. Aquí los parties son cosa seria. En otras partes del mundo el que sea fan de un equipo de fútbol, o vivas en cierta zona exclusiva de la ciudad, o compres en ciertas tiendas de lujo, es lo que te da el estatus. Pero en una ciudad fronteriza como la nuestra, todos acaban, por más prejuicios que tengan, por mezclarse con todos.
— ¿Entonces?
—Entonces la exclusividad está en las fiestas. Como hagas tu party es tu estatus. Y eso desde que eres niña. O niño.
Miguel Ángel se recordó a sí mismo vestido de vaquero, de astronauta, de vampiro.
— ¿Cuál es el party más exclusivo al que hayas ido?
—Uno de muchachas mexicalenses que se habían hecho ciudadanas americanas y estaban en el Army. Se consiguieron unos strippers de Las Vegas. De primer nivel.
El abogado se rió ante el estatus fronterizo.
Pero a Mónica aún le faltaba una fiesta por contar.
—La mejor, sin embargo, fue cuando Lorencita Bustamante trajo al pintor José Luis Cuevas y organizó una fiesta de disfraces como personajes de Picasso. Yo fui disfrazada de equilibrista de circo. Fue toda una orgía... perdón... toda una ordalía.
Morgado iba a argumentar contra tales fiestas cuando una mujer rubia y de labios generosos se plantó frente a Mónica y le dio un sonoro beso en la mejilla a ésta.
— ¡Monicota, cuánto tiempo sin verte!
— ¡Pititis, el gusto es mío!
— ¿Y este galán que parece gato mojado, ¿no me lo vas a presentar?
—Es Miguel Ángel Morgado y está apartado, ¿entendiste?
La Pititis no le hizo mucho caso a su amiga y mirando directamente a los ojos a Miguel Ángel, le dijo a éste:
—No soy una tigresa dientes de sable, Monicota. Sólo soy una criatura del infierno en busca de carne humana. Como tú.
Los tres se rieron para no demostrar cuánta verdad había en todas esas frases retumbantes.
—Ya en serio, amigos, qué bueno que están aquí. Cuando hablé a la radio estaba muy encabronada con este loco y no medí las consecuencias. Luego pensé que me había metido a la boca del lobo. Pero miren. Está lleno y la gente sigue llegando. El miedo nos hace los mandados.
—Los metaleros unidos jamás serán vencidos —dijo Morgado.
—Y era hora de plantarle cara a ese enfermo —agregó la periodista.
—Pues precisamente eso vamos a hacer.
— ¿Qué bandas tocan? —Quiso saber el abogado.
—Van a estar Hangar 18, Herpes Radical, Los Gusanos Purulentos, Cadavérica y Tu Sangre es mi Sangre.
—Delicioso —aseguró Mónica.
—Devastador —dijo Morgado.
Mónica y el abogado cruzaron miradas.
— ¿Cuándo comienza? —preguntó la periodista.
—Ahora mismo —le indicó la Pititis.
— ¿Y vas a cantar tú también?
—Sí. Un cover. Una canción vieja, vieja. De los años ochenta.
— ¿Una canción de Metálica o de Megadeth? —inquirió Mónica.
—No. De una banda mexicalense de aquella época. ¿Nunca oyeron hablar de Supositorio?
—Yo —levantó la mano Miguel Ángel—. De niño. Cuando me daban fiebres altas.
Ambas mujeres no apreciaron la broma.
—Cómo que alguna vez oí mencionarlo y no como algo bueno —agregó la periodista.
La Pititis buscó explicarles.
—Tres muchachos de la colonia Wisteria. Esos eran Supositorio. Estuvieron juntos sólo unos dos años y sacaron un solo disco: No pain, no pleasure en 1988. Pegaron fuerte en California, pero en México no les hicieron caso porque estaba la onda del rock en español y ellos cantaban en inglés.
— ¡Ya recuerdo!—recordó Mónica—. Sacaron un sencillo que fue un escándalo.
—Mexicali Sucks. Sí, esa es la canción con la que vamos a iniciar este concierto.
— ¿Es la que vas a cantar?
—Esa misma.
Miguel Ángel, sin embargo, quería saber otra cosa.
— ¿Qué escándalo produjo?
— ¡Uy!—dijo Mónica—; ¡El peor de todos!
—Sí —agregó la Pititis—, hasta los excomulgó la iglesia católica. El obispo de Mexicali dijo que sus canciones eran satánicas. Así está el nivel de nuestros padrecitos. La pura superstición.
—Pero si eso es lo que muchos grupos metaleros buscan ser: los representantes musicales del demonio aquí en la Tierra, ¿no?
—Claro —respondió la periodista—. Como pose a lo más. Pero ellos, los de Supositorio, eran unos chavos pobres de una colonia proletaria de Mexicali. No contaban con gente poderosa que los defendiera. Y todos los sectores sociales se pusieron en su contra.
—Cerraron filas y los aplastaron —señaló la Pititis—. No pudieron volver a tocar en ningún antro de la ciudad.
— ¿Cómo? ¿Acaso los antros se volvieron lugares de esparcimiento familiar de la noche a la mañana?
—Pues para que veas cómo se puso de hostil el ambiente.
— ¿Y crees que no te pase lo mismo si cantas esa canción?
La Pititis abrió sus ojos cuan grandes eran.
—Ahora Mexicali está atrapado en una canción demoníaca, en un canto de sangre derramada. Mexicali Sucks es perfecta para estos tiempos, puedes verla como la canción de moda, nuestro himno de batalla. Ya verán.