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C-R3BRO necesita unos minutos para que se le ventile el microprocesador: la visita inesperada del director Cuchicuchi casi lo cortocircuita.

Sin embargo, le ha salido bien la jugada. Ahora sí: ¡ahora podrá disfrutar de SU LIBERTAD! Pero si quiere ver mundo, lo mejor que puede hacer es PIRARSE YA del cole antes de que lo pillen.

Empieza a caminar por el pasillo cuando un olorcillo interesante le llama la atención. Sus sensores detectan de qué se trata:

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53121.jpgIngredientes para 500 alumnos:

150 litros de bechamel mezclada en la piscina infantil

6.000 láminas de pasta fabricadas con exámenes triturados

500 kilos de carne picada de animal extinto no identificado

400 cebollas picadas (usar gafas de bucear para no llorar)

36124.jpg 350 latas de tomate triturado (echar sin las latas… si no se quiere «sabor metálico»)

2.500 cucharadas de aceite reciclado del bus escolar

25 kilos de queso rallado (cuanto más apestoso, mejor)

 

 

 

Pues la verdad es que no suena NADA MAL. Especialmente la parte metálica, C-R3BRO cree que puede estar deliciosa. Pero qué sabrá él, si no tiene sentido del gusto.

C-R3BRO hace una búsqueda rápida en Google:

 

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Vaya. Esto de la lasaña suena MUY bien. Incluso para alguien que no tiene papilas gustativas.

No pasa nada por echar un vistazo rápido. La libertad está ahí fuera. Y, según tiene entendido, la lasaña se enfría MÁS RÁPIDO que la libertad.

Así que, sin pensarlo dos veces, se dirige a la cafetería e intenta abrir las puertas. Pero, MALDICIÓN, están cerradas.

CLONC, CLONC, CLONC.

Tironea de ellas un rato, pero nada, no hay manera.

«Chis. Piensa, C-R3BRO: si saco uno de mis brazos soplete y me cargo la puerta, ¿se enteraría alguien? ¿Alertaría al director? ¿Vale la pena jugársela por un pedazo de lasaña?

»Mientras sea silencioso…»

C-R3BRO empieza a calentar su soplete interno mientras echa un vistazo rápido al radar para asegurarse de que no viene nadie.

 

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El robot pone el modo vibración (es el modo de temblar de los robots) y corre a esconderse en una taquilla.

El humano peligroso está cada vez más cerca. Sus sensores lo avisan de que ya está empujando la puerta. Pero C-R3BRO sabe que no podrá abrir. Está cerrada, él mismo acaba de intentarlo.

Pero en lugar del CLONC, CLONC, CLONC que ha sonado antes, esta vez solo se oye ruido de llaves y la puerta que se abre tranquilamente.

¿Cómo?

54952.jpgC-R3BRO se atreve a echar un vistazo por la rejilla de la taquilla. Sea quien sea, tiene acceso a la cocina. Ha abierto con las llaves.

Pero en lugar de a un tipo peligroso, a quien ve es a un chaval diminuto y con una pajarita tan mona que parece un niño de papá. El chico se pasa el brazo por la boca para limpiarse un poco de bechamel de la cara y cierra la puerta de la cocina CON LLAVE. Luego se la guarda en el bolsillo.

¿«Humano PELIGROSO»? Debe de tratarse de un error de programación de Gala. Seguramente es el hijo de una de las cocineras y ha venido a por su comida.

Un robot con una inteligencia artificial y fuerza como él no va a dejarse INTIMIDAR por un renacuajo inofensivo.

C-R3BRO se confía y sale de su escondite. Seguro que puede NEGOCIAR con él por un pedacito de ese manjar llamado lasaña.

El angelito lo mira, flipando.

C-R3BRO se acerca al niño y le da una palmadita en la coronilla.

—Hola, pequeñín —lo saluda.

El niño lo agarra del brazo. Para ser tan pequeño, aprieta PERO BIEN.

Luego el angelito habla con voz ronca:

—Yo no soy NINGÚN pequeñín.

C-R3BRO no tiene tiempo de reaccionar. El chico le tira del brazo y lo estrella contra la pared. 36591.jpgEl robot suelta un pitido de alarma.

—Pero ¡QUÉ tuercas…!

Se fija mejor en el chaval. Puede que sea diminuto, pero esa mirada no es en absoluto infantil. C-R3BRO escanea rápidamente su rostro y encuentra su ficha en la base de datos policial:

 

17714.jpgAL PICCOLINI

15 años

1,30 metros

25 kilos

Plato preferido (por no decir obsesión): lasaña del Colegio

 

Al «Albertito» Piccolini es el alumno más peligroso del colegio. Que su diminuto tamaño no engañe a nadie: es el líder de una organización de abusones del recreo, gran ladrón de bocatas y contrabandista de exámenes. Se dice que hasta el mismísimo director le tiene miedo. Si te lo encuentras en el aseo, HUYE. Si te lo encuentras en el comedor, entrégale tu ración de lasaña y HUYE. Si te lo encuentras en clase —eso sí que sería raro, porque jamás pisa un aula—, ¡HUYE también!

 

Al Piccolini se remanga y vuelve a la carga. Agarra a C-R3BRO de una de las patas y lo lanza de nuevo contra la otra pared.

Lo que no espera es que el robot active la función extensible y se agarre a tiempo del reloj de pared.

—¡Demasiado lento! —se burla.

Pero el angelito matón no se detiene. Piccolini saca del bolsillo un tirachinas con mira telescópica y dispara contra el robot. El proyectil pasa junto a él rozándolo y explota justo al lado.

—¿Tirachinas de petardos? —C-R3BRO se pone serio—. Yo también sé jugar sucio.

El pequeño mafioso SONRÍE desafiante. Nadie se burla de AL PICCOLINI.

53979.jpgPero con lo que no cuenta él es con los gadgets del robot, que se planta en el suelo y se estira hasta doblar su altura habitual. Los dedos giran hasta convertirse en cañones de pistola.

—Mamma mia! —murmura Piccolini, boquiabierto—. Necesito este juguete.

—¿Juguete, yo? —C-R3BRO echa humo—. ¡Soy un robot!

Las fuerzas están igualadas. Piccolini y C-R3BRO se miran como se miran los que luchan a muerte: a los ojos y midiéndose el uno al otro.

—Uno treinta centímetros, veinticinco kilos de peso —suelta C-R3BRO. Porque, claro, un robot mide mejor que el resto.

—Veinticuatro kilos —puntualiza Piccolini, que no sale de su asombro—. Eres el MEJOR JUGUETE que he visto nunca. Contigo podría robar toda la lasaña del cole.

Y ahí es donde a C-R3BRO se le RECALIENTA el procesador. Él no es un juguete. Él es un robot. Ahora, concretamente, es un robot libre y tiene su corazoncito.

No lo aguanta más. No le han instalado inteligencia de superempollón para que le traten como a un Nenuco de pilas.

—¡Soy un robot!

C-R3BRO se lanza como un tanque hacia Piccolini y justo antes de topar con él frena en seco, 45967.jpgprovocando una ráfaga de aire que lanza al chico contra la puerta y le hace cruzar el pasillo y aterrizar en el váter de los más pequeños. De cabeza.

—¡Sácame de aquí INMEDIATAMENTE! —protesta el angelito—. No sabes con quién te estás metiendo, saco de tornillos.

El robot respira aliviado. Ha ganado, aunque la lucha le ha robado de un plumazo más del 50 por ciento de la batería.

—Yo me piro de aquí AHORA MISMO. ¿Qué clase de lugar es este que llaman colegio? ¡Estáis todos locos!

 

 

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