—Un año. —Hans inspiró y retuvo el aire dentro de los pulmones pensando que tal vez era una de las últimas veces que disfrutaba de ese placer tan simple—. No está nada mal, ¿sabes? No todo el mundo disfruta de un privilegio semejante. A mí la vida me dio un año entero desde que casi me mataste. No todo el tiempo ha sido divertido, pero al menos he disfrutado una parte, así que debo dar las gracias al destino. —Volvió a inspirar, disfrutando del simple placer de hacerlo, y pensando que se estaba poniendo ridículamente sentimental. Era una suerte que no hubiera más testigos que ese bicho, que, de todas formas, no se lo diría a nadie—. Y aquí estamos otra vez. Es una pena que no pueda inmortalizar esto, porque sería una de esas historias que se recuerdan por siempre, una leyenda. Una historia a la altura del gran Hans Gandía. —Se calló, como si esperase una respuesta por parte del toro, pero el animal se limitó a bajar la cabeza para comer un poco de hierba—. Eres un ejemplar magnífico y no sabes cómo te envidio. Y además vives con ella. Solo por eso, lamentaré irme tan pronto.
El toro, ahora sí, emitió un mugido leve, como si estuviera de acuerdo con sus palabras.
Hans apretó los dedos alrededor del bastón que le había quitado a Bea. Según ella era de su padre. Algo simbólico, el luchar por su vida con algo que había pertenecido al padre de la mujer que tanto le interesaba.
—Ahora que nadie nos mira, te confesaré que me has amargado la vida durante doce meses, así que es casi justo que seas tú el que acabe con ella. Aunque es una putada que sea ahora que parecía ir todo bien. Prométeme que la cuidarás de ese cretino. Aunque ya sé que fue él el que te trajo aquí y es posible que eso te provoque un conflicto de intereses, pero piensa en quién te cuida y te da de comer.
Volvió a inspirar y cerró los ojos esperando la embestida que no llegó.
Escuchó un trote corto, pero en lugar de acercarse, vio que Arturo se alejaba, como si hubiera perdido todo el interés en matarlo, ahora que lo tenía más fácil que nunca.
Hans soltó el aire que había retenido sin darse cuenta. Tal vez ni siquiera había estado en riesgo.
Escuchó cómo la puerta se abría y Bea corría hacia él a toda velocidad. Hacía eses, como si hubiera bebido, pero su decisión era más que evidente.
—No te quedes ahí, imbécil, Arturo puede volver en cualquier momento. Ayúdame a colocar la valla.
Entre los dos enterraron el poste y lo sujetaron con piedras hasta que se sostuvo de modo precario, deseando que Arturo no sintiera curiosidad y lo volcara. Cualquier empellón bastaría para tirarlo, pero tendría que valer hasta que pudieran arreglarlo al día siguiente.
—Creo que tu toro ya no quiere matarme.
Bea le dio un puñetazo en el hombro, bastante fuerte teniendo en cuenta su estado.
—Hasta él se ha dado cuenta de que no mereces la pena. Y ahora vuelve a casa antes de que sea yo la que muera de un infarto.
Bea despertó con lo más parecido a una resaca como las que sufría cuando era adolescente. Y lo peor de todo era que ni siquiera había disfrutado ni se había tomado una copa para sentirse así.
Sin necesidad de poner un pie en el suelo, notaba el cuerpo dolorido, la cabeza a punto de estallar y un sabor metálico en la boca de lo más desagradable. Y eso por no hablar de las ampollas que le habían hecho las piedrecillas del camino por correr descalza al pensar que Arturo la perseguía.
La noche anterior, una vez que todos habían estado a salvo en casa, cada uno había decidido desaparecer con discreción en su propio dormitorio, incapaz de mirar al resto. Ninguno había hecho un buen papel ni deseaba dar explicaciones de lo que había ocurrido, pero esa mañana no habría tanta suerte.
Ella, por su parte, tenía claro que no quería a hombres peleando en cuanto les diera la espalda. En las películas o en los libros podía parecer romántico, pero resultaba horrible en persona. Además, ¿de dónde sacaban esos dos que partiéndose la cara ella iba a quedarse con el que quedara en pie?
Cojeando y gimiendo a cada paso, rezó para que el baño estuviera libre y poder darse una larga ducha en paz. Si había algo en lo que tuviera suerte en esa casa era en que ninguno de los hombres que vivía en ella en ese momento era madrugador. Sin embargo, para su sorpresa, al abrir la puerta del dormitorio se encontró a todo el plantel masculino en el comedor, compartiendo un hosco silencio.
El olor a hormonas masculinas era casi aterrador.
Aunque vio que Gonzalo abría la boca para decir algo, fingió no haberlo visto y siguió su plan inicial. No podía enfrentarse a aquello sin al menos haberse lavado la cara.
Media hora más tarde, no menos dolorida pero sí más despejada, salió del cuarto de baño con un chándal cómodo y el pelo envuelto en una toalla. No era el aspecto idóneo para una charla seria, pero estando bajo el chorro caliente había llegado a la conclusión de que la única forma de que las peleas de gallos terminasen era que los gallos se largasen.
Mientras decidía qué decir y murmuraba para sí que era por el bien de todos, pero sobre todo por el de ella, no pudo evitar pensar que tenían un aspecto horrible, todos y cada uno de ellos.
Johnny estaba pálido y ojeroso, y tenía pinta de no haber pegado ojo en toda la noche. Gonzalo tenía un ojo hinchado, un corte en un pómulo y la boca un poco torcida hacia la izquierda, aunque no sabía si porque le dolía o porque le ocurría algo por dentro. Hans, a su vez, como había visto la noche anterior, tenía el labio partido. Y su nariz, que ya estaba torcida, parecía estar torcida en el otro sentido.
Ninguno de los tres sonreía ni parecía haber pronunciado una sola palabra en el tiempo que llevaban allí, lo cual debía ser un milagro.
—¿Café?
Bea miró a Hans, que era el que había hablado. Lo había hecho poniendo la boca de una forma extraña, como temiendo que el labio se rompiera si la abría más. En otro momento se habría reído al verlo hacer aquello, pero pensó que estaría feo hacerlo.
Aceptó la taza que le tendía, aunque se suponía que no debería tomar café ni ningún tipo de estimulantes. El doctor había sido claro: debía evitar el estrés, y eso incluía el café, el alcohol, el tabaco y la alegría de vivir.
¿Qué diría el bueno del doctor si le contara que la noche anterior había estado a punto de morir de varios sustos? Si había sobrevivido, lo suyo no debía de ser tan grave como le había parecido al principio.
No pudo evitar un suspiro mientras se sentaba.
—Esto no puede seguir así, quiero que os larguéis.
No había planeado decirlo así, pero las palabras le salieron solas. Al fin y al cabo, ya lo decía su padre siempre: lo mejor es ser directo. Y su madre era quien mejor lo aplicaba. No había nadie mejor que Digna Guzmán, viuda de Martínez, para ir directa al grano.
—Pero, princesa… ¿cómo puedes pensar que voy a dejarte sola justo ahora? —Para su sorpresa, la voz de Gonzalo casi parecía conciliadora. De no haber visto la crispación en su rostro y sus puños apretados, se lo habría creído y todo—. Además, el doctor ese que vino ayer, dijo que no puedes quedarte sola. Necesitas ayuda y no eres capaz de…
Bea se las arregló para sonreírle. Se quitó la toalla de la cabeza y se pasó las manos por el pelo, desenredando los mechones con los dedos poco a poco. De vez en cuando daba con algún nudo y lo deshacía con cuidado, como si no estuviera hablando de nada importante.
—Yo estaba ahí y no oí nada de eso —lo cortó, clavándole la mirada—. Y tengo ayuda. Vamos a convertir la granja en una cooperativa.
—¡Esa es una idea genial, mamá!
—Sí, yo también lo creo, cariño.
—¿Vas a arruinar la herencia de mi hijo y se la vas a dar a tus trabajadores antes que pedirme ayuda? Ahora veo que tu madre tenía razón al pedirme venir. Estar tanto tiempo sola te ha vuelto loca.
Bea miró uno de sus mechones, como si necesitara mirar algo bonito para no lanzarse contra la yugular de ese mequetrefe.
—Mi madre te llamó para que no metiera en mi cama a este bohemio que se pasea desnudo por mi casa a todas horas, pero si quieres creer que es para no arruinar la herencia de tu hijo, puedes pensar lo que quieras. También te digo que la herencia de nuestro hijo no debería depender solo de mí, pero que sea solo así me tranquiliza mucho, porque me lo deja todo mucho más claro, porque no tengo que preocuparme sobre lo que creas sobre el asunto —dijo con una sonrisa llena de ironía—. Por cierto, tu opinión al respecto tanto sobre mi granja como sobre a quién meto en mi cama te la puedes meter por el culo. Espero que te largues cuanto antes y no vuelvas a prometerle a nuestro hijo que te lo llevarás contigo si no es cierto. Piensa por una vez en Rita y en tus padres, que a este paso se van a morir esperando un heredero Díaz de Quesada de verdad, ya que no lo haces nunca en mí.
Gonzalo se levantó tan deprisa que la silla se cayó con un enorme estrépito. Sin embargo, no se agachó para recogerla.
Bea pensó que sus palabras podrían haber molestado a su hijo, pero vio que Johnny la miraba con admiración.
—Te pudrirás esperando a que vuelva a por ti. Te vas a pudrir en este agujero lleno de mierda y te harás vieja esperándome.
Bea sintió que la risa burbujeaba en su estómago. Tal vez debería tomarse en serio las palabras de Gonzalo, porque, al fin y al cabo, nadie había insistido tanto ni la había hecho sentir como él, que ella recordase, pero su tono fue tan ridículo y su pose tan de actor de telenovela barata, que no pudo evitar bufar cuando él pasó por su lado con cajas destempladas.
—Joder, ahora comprendo de quién he sacado mi talento literario.
No supo si su hijo lo decía en serio, porque Johnny de pronto parecía sentir mucho interés por la pantalla de su teléfono. Era posible que no quisiera ver lo que ocurría, pero no quería perderse lo que tuviera que decirle a Hans.
El escritor había permanecido en silencio durante toda la escena con su ex, aunque lo más probable era que tuviera mucho que decir al respecto. Incluso podría proclamar su victoria definitiva.
La noche anterior le había ganado en la pelea, luego se había enfrentado a Arturo y les había salvado la vida. Ni siquiera sus héroes de novela habían hecho nada semejante.
—Tú también te largas.
Tal vez no debería estar sonriendo mientras se lo decía, porque no parecía muy seria, pero no podía evitarlo.
—Todavía tengo mucho que investigar acerca de la fascinación bovina. Creo que es un campo inexplorado, así que me quedaré por el pueblo.
De algún modo, él se las apañó para que su voz pareciera seria y normal, como si lo que decía fuera casual.
—Si hay algo que sobre en este pueblo, son vacas.
—Me gustan las vacas —respondió él fijando su mirada en su pecho. Pensó que eso sería ofensivo si no recordase lo que era capaz de hacer con las manos—. Las vacas son adorables y muy, pero que muy, cariñosas.
Un gruñido de fastidio de Johnny interrumpió sus miradas y su conversación. Se levantó y los miró como si él fuera el adulto y ellos los adolescentes con las hormonas alteradas.
—Sé que habláis de sexo, así que dejad a las vacas en paz, maldita sea. Y por mí te puedes quedar. Lo que digan papá y la abuela me la suda.
Vio marchar a Johnny y estuvo a punto de seguirlo, pensando que, por mucho que dijera aquello, a lo mejor le molestaba que sintiera algo por Hans.
—No me importa irme, si quieres. Me preocupa que te sientas mal por nosotros. Lo de ayer fue una idiotez y reconozco que fue idea mía. Pero es que tu Gonzalo me sacó de quicio.
Bea le tomó una mano por encima de la mesa. Tenía los nudillos magullados e hinchados. Podía imaginar el tipo de cosas que había dicho Gonzalo para que Hans considerase necesario callarlo a golpes.
—No es mi Gonzalo. Nunca lo fue. Él decidió no serlo.
Se sorprendió al no notar ni pizca de tristeza en su voz. Durante muchos años, la idea de no tener a nadie a su lado le había causado dolor y angustia, pero, ¿acaso no era mejor estar sola que tener a alguien a ratos y que fuera alguien como Gonzalo, que la mayoría de las veces la hacía sentir como si no fuera lo bastante buena para él?
—Aunque sea así, no quiero ser una molestia.
Bea sonrió y pasó el pulgar por sus nudillos despellejados.
—Eres una molestia enorme, Hans Gandía, el grande y guapo, el del pelo precioso, pero, como bien ha dicho mi niño, que es un sabio, aunque si se lo dices te juro que te arranco esa melena rubia tuya, por ahora me haces sentir bien y lo que digan los demás a mí también me la suda.