3. Un pacto por la paz

 

 

 

 

 

Beatriz Martínez llevaba una horquilla para el heno entre las manos y no parecía demasiado feliz de verlos, así que lo que había parecido una idea maravillosa de pronto no lo pareció tanto.

Por lo pronto, Alejandro trató de poner a Daniela detrás de él, pero ella lo empujó y estuvo a punto de hacerlo caer en una enorme montaña de estiércol de vaca. Para esos asuntos era mejor que se mantuviera al margen.

—Hemos venido a hacerte una propuesta.

Alejandro recordó aquellas películas del viejo oeste donde los vaqueros y los ovejeros se odiaban a muerte y se pegaban tiros por la espalda. Él se sentía un ovejero en ese momento. O más bien una oveja.

Beatriz inspiró, haciendo que las fosas de su nariz se ensancharan como las de un animal de presa. No comprendía cómo Daniela podía estar tan tranquila ahí parada, hablando como si nada con esa mujer salvaje y armada que los despreciaba claramente. También cuando habían hablado sobre el talento de su hijo y el contrato de edición había sido así. Se había sentido como si estuviera negociando por su alma.

—Si es algo sobre mi hijo, largaos. Ahora tiene que estudiar para la selectividad y no tiene tiempo para tonterías con este mamarracho —añadió, señalando a Alejandro—. Desde que ganó ese dichoso premio, no hace más que pensar en largarse y en vivir como un bohemio. Le habéis metido en la cabeza que se puede ganar la vida escribiendo y no quiero que tenga más pájaros en la cabeza. Se suponía que hasta que acabara el curso no iba a saber nada de vosotros, ¡así que fuera!

Alejandro retrocedió un paso cuando la vio levantar la horquilla, sucia de restos de paja y mierda de vaca, aunque luego se adelantó al ver que estaba amenazando con ella a su Rapunzel. Algo se despertó en su interior, desconocido hasta ese instante. ¡A él podía hacerle lo que quisiera esa loca, pero a su chica y a su futura criatura, ni tocarlas!

—¿Cómo te atreves a amenazar a mis amores? —gritó, colocándose entre ambas, con los ojos desorbitados y las manos en alto—. Baja ese instrumento de tortura, bruja, o te… o te…

Beatriz lo miró, más desconcertada que asustada. Era muy probable que jamás la hubiera amenazado ningún urbanita reconvertido en alcalde de pueblo. La sorpresa la hizo darse cuenta de que todavía sostenía la horquilla y de que su tono no había sido el más agradable del mundo. Dejó el utensilio en el suelo y cruzó los brazos sobre el pecho, avergonzada por su actitud.

—Lo siento, no ha sido mi intención. Por cierto, felicidades a los dos. Espero que se parezca a ti, Dani.

La bibliotecaria se sonrojó y asintió. Era la primera vez en mucho tiempo que escuchaba algo agradable por parte de la ganadera y no sabía muy bien qué decir. Lo mejor era no cargar mucho las tintas si no quería perder aquella posible conexión, así que aprovechó para decirle que no querían nada de Jonathan.

Beatriz frunció el ceño. Rara era la vez que alguien se acercaba hasta allí como no fuera para hablarle de su adolescente genio o de negocios, y esos dos no tenían pinta de saber mucho de vacas.

—Supongo que sabes que el hostal está cerrado por obras. —Beatriz asintió, sin saber muy bien adónde quería ir a parar. Su postura no era nada abierta, más bien al contrario. Vestida con un buzo de trabajo, llena de manchas de hierba y bosta, botas de goma y una gorra enorme para ocultar su cabello, era imposible saber qué se escondía debajo. Él, desde luego, jamás la había visto con otro aspecto—. Tenemos un invitado que necesita hospedaje y no tenemos dónde alojarlo. Te pagará, por supuesto.

Ella entrecerró los ojos, como si tratara de ver la trampa. Sin duda, su hijo había salido a ella. De hecho, se parecían, si uno sabía ver debajo de toda aquella parafernalia.

—Si fuera un amigo, dormiría en vuestro sofá. ¿Quién es, que no lo queréis cerca?

Lo dijo en un tono burlón que hizo que le cayera simpática durante unos instantes. Cuando esa mala leche no iba dirigida hacia él, era divertido.

—Lo conoces y es de fiar. Casi de la familia —intervino Daniela, como si quisiera acabar con aquello cuanto antes. Ella siempre había sido así, rápida y quirúrgica—. No te dará problemas.

—Ahora sí que me has acojonado —replicó Beatriz, recogiendo la horquilla y empezando a apilar heno en una esquina del establo. Las vacas mugieron en respuesta, como si supieran que aquello era para ellas—. Todo eso ha sonado como la mayor mentira del universo, no sé si te das cuenta de ello, bonita. Si fuera como dices, te lo quedarías tú. Aunque no es que tengas muy buen gusto para los hombres que se diga…

Alejandro, cansado del juego y un poco del olor de los animales, se acercó a Beatriz, que ya les había dado la espalda, dando por zanjado el asunto, y la tomó del brazo. Ella se giró tan deprisa, horquilla en ristre, que esta vez sí se cayó, aterrizando en el estiércol de pleno.

—No me vuelvas a tocar, idiota, o te convierto en un pincho moruno.

Él, cabreado, luchó por levantarse sin conseguirlo.

—Se lo debes. Si no fuera por ti, él no habría decidido volver. Fue tu maldito toro el que lo atacó.

Beatriz bajó la horquilla y miró a Alejandro boquiabierta. Con el forcejeo la gorra se le había caído y había hecho que su melena pelirroja, larga y trenzada, cayera sobre la espalda.

—No, él no.

—Sí, él sí.

Los dos sisearon como cobras, enfrentados en un baile mortal.

Supo que había ganado cuando Beatriz apretó los labios e hizo un mohín antes de lanzar una maldición, pintoresca y sonora, que hizo que las orejas de Alejandro ardieran. Luego miró a Daniela y asintió, como quien admite una derrota.

—De acuerdo, pero pondré condiciones —dijo, ignorando que Alejandro seguía hundido en un montón de mierda hasta el cuello—. Y me tendrás que prometer que dejaréis a mi niño en paz hasta que yo lo considere. ¡Ah, y otra cosa! —añadió como si se le hubiera ocurrido de pronto—. Decidle que deje a mis criaturas en paz o no me hago responsable de que salga vivo esta vez, ¿de acuerdo?

No les quedó otro remedio que asentir y aceptar. Y rezar, por supuesto, para que Hans no se metiera en líos. Aunque, conociéndolo, eso era como pedir un milagro.