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CAPÍTULO 4
Quedarse en el zoológico

Más o menos a las 5 de la mañana del siguiente día, me despertó uno de los ruidos más alarmantes que he escuchado en mi vida. Había dormido muy poco. En Puerto Rico había tanto ruido por la noche. Era como si estuviera durmiendo en un zoológico, rodeada de víboras de cascabel y lo que mi mamá me dijo era la canción de una ranita de árbol conocida como el coquí. Cuando por fin logré quedarme dormida, un ruido petrificante me hizo saltar de la cama. Era como un chillido o grito. ¡Tal vez alguien estaba buscando ayuda! Salté y me puse las chancletas. Justo cuando iba a sacar la linterna de detective, empezó el ruido otra vez.

—¡¿Qué es eso?! —grité.

La Bruja se quejó. Mi padre siguió durmiendo.

—Son los gallos, Flaca. Vuelve a la cama —bostezó mi madre.

—¿Cómo voy a dormir otra vez? ¡Esa cosa está gritando cerca de la ventana!

El malvado animal cacareó una y otra vez. No paró hasta que salió el sol. Quería salir y cerrarle el pico con cinta adhesiva. Como era obvio que no me iba a volver a dormir, decidí explorar la casa con la linterna. Tenía que tener una buena idea de cómo eran las noches por estos lados . . . cómo sería la noche antes del Día de Reyes. Quería ver si encontraba cosas inusuales tiradas por ahí, como lo había escrito en mi bosquejo. Ya no estaba en mi territorio. Si iba a averiguar lo que estaba detrás de este nuevo día festivo, tenía que tener una idea clara del tipo de medioambiente con el que estaba bregando.

Iba a empezar afuera pero decidí que no era buena idea. No sabía qué tipo de enemigos o animales salían antes del amanecer. No tenía intenciones de ser el desayuno de alguno. Así es que empecé mi investigación en la sala. Iluminé las paredes, tomando una foto mental de cómo lucía todo. Las fotografías en repisas, los libros en el librero, la cucaracha gigante en la pared enfrente de mí. Espera . . . ¡¿la cucaracha gigante en la pared enfrente de mí?! Me congelé. En serio, estaba atrapada en mis pasos. No era por miedo, claramente, no podría temerle a un insecto insignificante. Pero la cosa era inmensa. Digo, gigantesca. Jamás había visto algo así. Me dije que la cucaracha mutante me tendría más miedo a mí que yo a ella, pero eso no duró mucho porque se me brincó encima. Corrí para salvar mi vida. Lo único que podía oír era el aleteo de sus alas detrás de mí, como si yo fuera una ardilla huyendo de un águila. Seguramente grité porque Mamita entró corriendo a la cocina.

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—¿Qué pasa, Flaca?

—¡La cucaracha! ¡La cucaracha! —grité sin parar de correr.

Mamita encendió la luz de la cocina y vio a mi depredador en la pared. Se rio. ¡Se rio! Luego le pegó con el bastón. Cuando cayó al piso, la volvió a aplastar. No vas a creer lo que pasó después. ¡La cucaracha SALIÓ de su concha! Literalmente salió y empezó a alejarse con un asqueroso cuerpo blanco. Mamita la aplastó una vez más y barrió todos los pedazos.

Me quedé en una esquina de la cocina, horrorizada. En ese momento probablemente estaba más pálida que ninguna otra vez (y ya soy bastante pálida). Mi mano me cubría la boca, trataba de contener el vómito que se elevaba en la profundidad de mi estómago. No tenía palabras para mi bisabuela. La observé, no estaba segura qué decir. Era una guerrera. Una intrépida heroína en el cuerpo de una anciana. Jamás había sabido de quién yo había heredado todas esas destrezas hasta entonces.

Así es que le dije lo que le diría un héroe a otro héroe. —Gracias.

—De nada. Vuelve a la cama.

Hice lo que me dijo. De regreso a mi cuarto, la escuché cantar la vieja canción, “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar . . . ”

¿Se estaba riendo de mí? ¿Cantaba de una cucaracha que ya no podía caminar? Para acabarla, volví a un cuarto donde todos dormían tan profundamente que ni siquiera me escucharon gritar por mi vida. Me podrían haber atacado lagartijas o un gallo salvaje me podría haber picoteado y nadie se habría enterado. Abrí el zíper del mosquitero y me metí a mi esquina de la cama. No saldría de allí el resto del día, excepto para comer e ir al baño, y sólo si eso era absolutamente necesario.