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CAPÍTULO 5
Moscos vs. mocos

Habían pasado dos días desde mi encuentro con el insecto asesino. Después de eso volví a sufrir otro ataque, esta vez por una gallina violenta que creyó que le estaba robando su pollito. También encontré, a través de una forma difícil, que el papel sanitario fácilmente tapa los inodoros en la casa de Mamita. Otro momento vergonzoso del que no daré más detalles. Encima de todo eso, estaba un poco entusiasmada porque hoy celebraríamos el Día de Reyes, y eso quería decir que estaríamos de vuelta en casa en dos días. ¡Seguro que sí! Al mismo tiempo, estaba débil. Me sentía vacía, sin energía . . . como si las docenas de picaduras que me cubrían el cuerpo me hubieran chupado las destrezas para luchar en contra del crimen. Hasta cuando me vi en el espejo vi una niña distinta. Tenía ojeras por lo poquito que había dormido en esta “vacación”. Mi largo cabello estaba recogido en un moño, para que no me sofocara el calor. (De hecho, jamás me arreglo el cabello.) Y parecía que mi cara se había llenado de un montón de espinillas, por todas las picaduras de los insectos. Los insectos en la isla seguramente eran inmunes al repelente. Lo extraño era que Mamita no tenía picaduras de insecto. Ni una sola, y ni siquiera usaba mosquitero en su cama. Tal vez las sabandijas en su casa vieron lo que le hizo a la cucaracha y no querían tener el mismo fin. La verdad era que yo ya no quería estar en su casa. No quería celebrar ningún día festivo o recibir regalos. Sólo quería regresar a casa, en donde todo tenía sentido, donde podría sintonizar el Canal del Crimen en paz, donde podría ser yo.

La tarde antes del Día de Reyes había llegado, y muchos de los miembros de la familia de mi madre empezaron a arribar a la casa de Mamita para preparar las festividades de la tarde. Habría una gran cena familiar, música y baile, y finalmente los niños llenarían cajas de zapatos con grama para los camellos. Muchos de los adultos entraron a la casa y fueron a abrazarme y comentaron lo grande que estaba. Jamás había conocido a estas personas, pero mis padres dijeron que visité Puerto Rico cuando era una bebé. Me quedé parada incómodamente y dejé que me abrazaran mientras mi mamá me daba una mirada que decía, “Pórtate bien”. La Bruja, convenientemente, se había desaparecido. Se había estado juntando con uno de nuestros 200 primos que vivían detrás de la casa de Mamita.

Empezaba a retroceder poco a poco a mi cama con el mosquitero, cuando escuché que un grupo de niños en la sala hablaba sobre los regalos que esperaban recibir de los reyes. Despertó la curiosidad en parte de mi detective interior. Tomé mi libreta y decidí entrar en la conversación, sólo para conseguir información de trasfondo. Los niños parecían tener mi edad. No tenía idea de nuestro parentesco, y aunque ellos trataran de explicármelo, probablemente habría tenido dificultad en imaginarme ese árbol familiar gigantesco hecho de gente que no conocía. Mamita tenía trece hijos en total. Yo no tenía ningún interés en empezar a descifrar el código familiar. Posiblemente lo haría más tarde en mi carrera de detective.

Me senté en el sofá y empecé a hacerle preguntas a una niña llamada Mari. Era linda pero frágil. Tenía el mismo color de ojos que Mamita y el cabello rubio. —Bueno, Mari, ¿qué hacen aquí en el Día de Reyes?

—Tú sabes, comida, música, ponemos grama. Las cosas de siempre —respondió. Qué maravilla, era muy buena para dar detalles, ¿verdad?

—De hecho, no sé qué se hace, qué es lo mismo de siempre —confesé—. Nunca he celebrado el Día de Reyes.

Los demás niños en la sala intercambiaron miradas de asombro.

—¿No celebras el Día de Reyes allá afuera? Pues nosotros, los puertorriqueños, lo celebramos. Es un día festivo importante. Algunos consideran que es más grande que la Navidad —dijo un niño llamado Joel.

Me imaginé que él era un surfista. Llevaba unos lentes bien suaves encima de la cabeza y una playera tipo surfista. Pero, ¿qué quería decir “nosotros los puertorriqueños”? ¿No me incluía en ese grupo? ¿Yo no era puertorriqueña simplemente porque no celebraba el Día de Reyes? Entre más respuestas recibía para mis preguntas, más preguntas tenía. Empecé a escribir mis pensamientos en la libreta, pero la comezón en mis piernas era muy fuerte. No la podía ignorar. Si me rascaba las picaduras, se me podrían infectar. Así es que me empecé a pegar en las piernas para deshacerme de la sensación insoportable.

—¿Qué haces? ¿Qué te pasó en las piernas? —preguntó otro niño llamado Rubén.

El sabelotodo podría ser un problema. Reconozco a un travieso inmediatamente. Regla 1 en el trabajo detectivesco: confía en tu instinto. Mi instinto me indicaba que el susodicho Rubén era malas noticias.

—Moquitos —dije.

Rubén empezó a reírse. Es decir, a reírse como loco. —¡Moquitos! ¡Los moquitos la atacaron!

El resto del grupo en el sofá empezó a reír. ¿Fue algo que dije?

—¿Qué es tan chistoso? —pregunté.

Moquitos son los que salen de tu nariz. Mosssquitos son los insectos —dijo Rubén.

¿En serio? Me comí una pequeña “s” en la palabra y había pasado de haber sido picada por un chupasangre volador a ser picada por mocos.

Rubén se burló se mí. —Ten cuidado esta noche, Flaca. Cuídate de los moquitos. ¡Son lo peor!

En todo mi alrededor había caras riendo, dedos que me apuntaban como si fuera un payaso. Me enojé. Estaba súper enfogonada, a punto de estallar de furiosa. Me levanté, salí hecha una furia por la puerta de tela metálica de enfrente y caminé a la orilla de la carretera que daba hacia el pastizal lleno de vacas. Grité tan fuerte como pude y tanto como mis pulmones me lo permitieron. Me sentí tan bien después que lo volví a hacer. Luego me di cuenta que me observaban un montón de vacas que probablemente pensaban que era una loca. Me vi los pies y noté que no tenía zapatos, como los demás niños que había visto caminando cuando recién llegamos a la casa de Mamita. Casi me parecía a ellos. Pero no era como ellos. No era NADA como NINGUNA persona de aquí, y eso era bueno. El fiasco entero con esos niños allá adentro me recordó quién era y quién sería siempre. La Detective Flaca estaba de vuelta y ¡con más resolución que nunca antes! Se lo demostraría. Iba a desenmascarar a los Reyes Magos por lo que eran: una farsa. ¡Un día festivo repleto de regalos que sobraban de la Navidad! Yo sería quien reiría al final en la mañana.

Me senté en la banca en el balcón frente a la casa de Mamita y planeé mi revancha en la libreta de detective. Necesitaría todos los artefactos más nuevos y algunas de mis herramientas más antiguas y fiables. Cada parte del equipo que traje en este viaje era esencial. No había tiempo que perder. Mamita salió al patio en medio de mi preparación.

—¿Escribes una carta? —preguntó.

—No —dije.

—Ven conmigo. Quiero mostrarte algo.

—Estoy un poco ocupada ahora.

Mamita no se movió. Se quedó allí parada con los ojos quemándome a través del papel. Llevaba una canasta de paja tejida en las manos.

—¿Estás tratando de leer lo que estoy escribiendo? —pregunté.

—No sé leer. Aunque quisiera, no me interesa. Estoy esperando que vengas conmigo, y no me estoy haciendo más joven.

Normalmente le respondería con alguna insolencia, pero tenía la sensación de que Mamita no iba a desistir. Me levanté, me puse la libreta bajo el brazo y la seguí. Me llevó alrededor de la casa y bajamos por una colina a lo que parecía ser una selva. Estaba rodeada de vegetación y podía sentir pequeñas picaduras formándose encima de las picaduras hinchadas que ya tenía. ¿Por qué todos me querían torturar?

Mamita se detuvo enfrente de una hilera de plantas con una cosa blanca en ellas y me entregó la canasta.

—¿Para qué es esto? —pregunté.

—Hablas demasiado. Empieza a cosechar el algodón.

¿Algodón? Vi la planta blanca con más cuidado. Estiré los dedos y toqué el material suave. Tenía razón ¡era algodón! No sabía que el algodón venía de una planta. Siempre pensé que venía de una farmacia. Mamita siguió caminando por la hilera de matas y empezó a cosechar distintas habichuelas, entregándomelas para que las pusiera en la canasta. Supuse que las usaríamos en el banquete de esa noche.

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Las hojas de los árboles a nuestro alrededor crujían, y mi ropa flotaba con el viento. Eché una mirada hacia Mamita. Sus ojos azules estaban cerrados y tenía la cabeza empinada con el viento, sonriendo. Decidí hacer lo mismo que ella. Sentí que se movían los árboles, escuché animales que no podía ver y vi la luminosidad del sol a través de mis párpados. Luego todo fue interrumpido por dos gallinas que se perseguían una a la otra, corriendo entre Mamita y yo. Ambas nos miramos y nos reímos.

—¿No te gusta estar aquí, Flaca? —preguntó mi bisabuela.

Me encogí de hombros.

—¿Eso es un sí?

Asentí. La señora me había dicho que hablaba demasiado. Así es que ahora no iba a hablar.

—Sabes que no eres tan linda como tu hermana, ¿verdad?

Fantástico, otra persona que quería recordarme lo bella que era la Bruja y todo el “potencial” que yo tendría si vistiera con ropa más femenina o si sonreía más. Ahora yo estaba tirando las habichuelas a la canasta con enfado.

—No eres tan linda, pero eres más inteligente.

La vi de reojo. Ahora ya tenía mi atención. Por fin alguien se había fijado en mi inteligencia.

—Eres muy inteligente, pero no te ciegues con ello. Crees que no tienes lugar aquí. Pero si estás aquí es porque sí lo tienes. He vivido aquí toda mi vida. Todos mis hijos nacieron en esta casa. Y tú, tú eres la nieta de mi primogénito. Si no fuera por esta tierra, estas plantas, esta isla, no estarías aquí hoy. No lo olvides.

Asentí y sonreí.

—Sé que no me estás escuchando ahorita, pero algún día lo vas a entender —me dijo.

Terminamos de cosechar habichuelas y cogí unos mangós y carambolas camino a casa. Le ayudé con la canasta de regreso a casa y luego me fui a mi malla mosquitera. Me caía bien Mamita. Me caía muy bien. Podría tener razón, pero su discurso no había cambiado nada. El Caso de los Reyes Magos seguía bien abierto.