A veces, aprender a soltar es un acto mucho más poderoso que defenderse o aferrarse.
ECKHART TOLLE
Malow aprovechó que la fiesta había empezado para sentarse al lado de Phueng, que estaba apoyada en una palmera para contemplar cómo bailaba la juventud.
—¡Qué velada tan estupenda! —exclamó el francés—. Muchas gracias por la cena. ¡Ha sido toda una proeza, Phueng!
—Gracias a ti por esta semana maravillosa.
A Malow le pareció que la anciana estaba todavía más cansada de lo habitual y le propuso acompañarla a su habitación. Sin embargo, ella prefirió esperar a Pranee, que tampoco tardaría mucho en retirarse.
—Qué bien ver a Théo tan feliz...
Phueng sonrió, divertida.
—Al final, es la misma felicidad que buscamos todos —prosiguió Malow—, y no parece tan difícil de conseguir. Me pregunto por qué solemos apartarnos del camino.
—Existe un estado mucho más profundo que la felicidad...
Phueng dejó la frase en suspenso y contempló el cielo de nubes que tan sólo algunas estrellas lograban traspasar. El joven esperó a que la anciana continuara.
—Sí —afirmó pensativa—. La paz.
—La paz...
—Sí, y abrir el corazón es la única manera de encontrarla. Es lo que hemos hecho todos esta noche. Fíjate cómo la cabeza, el corazón y el cuerpo vibran al unísono.
Malow se tomó el tiempo de sentir esas palabras: todo estaba tranquilo en él. Alineado, hubiese dicho Phueng.
—Ancla en ti esa sensación, es tu estado natural. Sabrás al instante que has dejado de estar en ese lugar. Entonces tendrás que escuchar al cuerpo, en vez de huir en mil direcciones distintas. Es ahí, en ese alineamiento, donde sientes lo que es justo.
Malow cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando los volvió a abrir, la anciana lo miraba sonriente.
—No siempre es tan sencillo. Es muy raro experimentarlo.
—¿Cuáles han sido tus momentos de felicidad más intensos estos últimos días?
—Ha habido muchos: nuestras conversaciones, la interactuación con distintos miembros del equipo...
—Y ¿qué tienen en común?
Malow pensó en ello antes de responder.
—El hecho de abrirme a los demás, y a valores como la generosidad, el compartir o la autenticidad.
Emocionado, notó que se le formaba un nudo en la garganta. Comprendió lo encerrado en sí mismo que había vivido todos aquellos años. Pero, por fin, se había encontrado. Quizá era una ilusión, pero le parecía que incluso los dolores de cabeza habían remitido desde que se había permitido sentir las emociones.
—Pero ¿cómo puedo estar seguro de que no volveré a apartarme del camino?
—Has aprendido a escuchar al cuerpo y al corazón. Ellos te avisarán cuando algo no sea justo, y entonces tendrás que tomarte el tiempo necesario para volver a alinearte. Cuando el ego intente convencerte de lo contrario, contraataca redoblando esfuerzos en la otra dirección. Es la mejor reeducación posible.
—¿Qué quiere decir?
—Esta mañana, por ejemplo, no me apetecía meditar, a pesar de que sé que es fundamental para mi cuerpo. Así que, en lugar de la media hora que venía haciendo, me he impuesto una hora entera, ¡el doble! O cuando alguien me agobia, me tomo el tiempo de sentir amor y le envío dos pensamientos bonitos en lugar de uno. Ya verás, encontrarás la paz en ti, el alineamiento perfecto y la felicidad profunda como por arte de magia. Y todas las decisiones que salgan de ahí traerán consigo auténticos milagros.
—¡Doble ración de trabajo! —protestó Malow.
—Es verdad. A menudo duplico el trabajo para luchar contra todas esas ideas que considero «parasitarias». Es un proceso de reeducación constante, pero sentir esa paz no tiene precio. Es una búsqueda perpetua.
—Quería agradecerle todo el tiempo que me ha dedicado, Phueng. Me ha conocido en el peor momento de mi vida, cuando ya no tenía ninguna esperanza, y ha reanimado todo mi ser.
—Cuando estamos en lo peor solemos dejarnos ir y abandonarnos. Cuando tomamos conciencia de nuestra fragilidad, el corazón se abre y la vulnerabilidad nos resquebraja el caparazón. Ese espacio que se libera en nosotros nos permite recibir mensajes nuevos. La ansiedad y el sufrimiento emocional no son otra cosa que señales que nos muestran que actuamos en contra de nuestras convicciones.
—Me siento tan feliz de haberme reconectado con mi cuerpo y mis emociones... Estoy mucho mejor desde que dejé de huir de ellas.
—Ya sólo tienes que pedir ver las cosas de esta manera.
—Como dice Saroj, basta con hacer una petición a la vida para que te lo sirva.
—Es verdad.
—Aunque si ya me cuesta pedir ayuda en general, lo de pedirle algo a una entidad que no conozco y en la que sólo creo a medias...
—Y, sin embargo, nos pasamos la vida haciéndolo, aunque no nos demos cuenta.
—¿Cómo?
—Queremos ver las cosas tal como las percibimos. Pero basta con querer verlas de otro modo para que nos parezcan distintas.
Malow frunció el ceño.
—Cuando crees que estás separado del resto del mundo —prosiguió Phueng—, es porque tu ego ha tomado el mando.
—Otra vez nuestra percepción de la unidad, ¿es eso?
—En realidad, no hay otro tema. Todo está ya en nosotros. Para descubrir nuestra potencia, tenemos que dejar de creer que somos individuos aislados. Cuando pido ver las cosas de otra manera, aspiro a quitar filtros, a deshacer mi separación de los demás.
—¡Y yo que pensaba que lo estaba empezando a entender...!
—Si quieres vivir otra experiencia, basta con pedir ver las cosas de otra forma y cambiar los filtros que acostumbras a colocar en tus percepciones.
—Entonces, ¿lo que percibo sería lo que yo he pedido ver?
—¡Claro! Y es lo mismo cuando pides la separación.
—¿Quiere decir que percibo que estoy separado del resto del mundo porque lo he pedido?
—Totalmente. ¿Por qué crees que es tan difícil pedir ayuda?
—Por el miedo a ser rechazados.
—Exacto. Cuando pedimos ayuda, y lo hacemos desde el punto de vista de una entidad separada, es nuestro ego el que la pide y el que cree depender del otro ego. El ego es tu «pequeño tú». Pero puedes salir de ese marco para dejar que se exprese «tu gran tú», el que está relacionado con la inmensidad, con la fuente divina que te permite experimentar lo que sea que quieras vivir, como, por ejemplo, creer que estás separado del resto del mundo.
—¿Esa inmensidad es Dios?
—¡Llámalo como quieras!
—¡Un momento! ¿Quiere decir que esa unión, esa inmensidad, habría jugado a separarse en miles de pequeños seres, haciéndolos creer que están divididos? ¿Por qué habría hecho algo así?
—Para experimentar la separación. Así que ya ves que hay dos puntos de vista: el «pequeño tú», que te hace creer en la separación, y el «gran tú», que te reconecta con el origen, con la inmensidad.
—Entonces, ¿ese «pequeño yo» es un filtro experiencial que me brinda la posibilidad de vivir la idea de separación?
—Exactamente. De esa manera, puedes experimentar la diferencia: de sexo, de color de piel, de talla, de peso, de carácter. Aunque todo esto no son más que filtros. ¡Nuestra imaginación no tiene límites!
—¡Filtros para una imaginación más profunda! —exclamó Malow.
—Una inteligencia única. Al iluminarnos sobre esta construcción mental, ésta empieza a desaparecer porque comprendes que no es la realidad. Y es entonces cuando puedes abrir el corazón, dejar que salga la luz que hay en ti y que se instaure la potencia divina. Ése es nuestro estado natural y de paz.
—¿Qué nos impide acceder a esta etapa?
—¿Tú qué crees?
—¿El miedo? El miedo a dejar de ser el que soy, a dejar de estar separado... El miedo a algo mucho más grande...
—Sí, y por eso preferimos quedarnos en este espacio más reducido.
—Phueng, no lo acabo de entender, pero empiezo a sentirlo.
—Eso es que estás despertando. No sólo a esa idea de unidad, sino que también vas tomando conciencia de tus resistencias interiores, que tratan de mantenerte en tu comodidad. Cuando lo consigas del todo, ya no volverás a ser víctima de tus percepciones y serás plenamente responsable de lo que vives.
—Así que mantengo la separación porque me da miedo lo desconocido.
—Sí...
Phueng cerró los ojos e inspiró hondo. Malow la imitó.
—Siente, continúa sintiendo. Intenta anclar en ti esa emoción que corresponde a la aceptación plena de tu posición como responsable de tus decisiones.
—Eso no va a hacer que deje de tener miedo...
—No, pero te abres a algo más grande. Al arrojar luz sobre tus problemas, podrás empezar a solucionarlos...
—¿Cómo?
—Pidiendo confianza ahí donde está la duda, benevolencia ahí donde hay impaciencia, amor ahí donde hay miedo...
En ese momento pasó algo extraño, indescriptible. De repente, Malow se sintió invadido por una alegría profunda. Transcurrieron bastantes minutos, durante los cuales Phueng dejó que la emoción se intensificara.
—Mis explicaciones emanan de un campo de conciencia mucho más grande al que sin embargo los dos tenemos acceso. Tus preguntas son un reflejo de las mías.
Malow miró a Phueng a los ojos, hasta que hizo la pregunta inevitable:
—Y ante la muerte, ¿qué podemos hacer?
Phueng sonrió, pues también era algo que ella misma se preguntaba. Se tomó su tiempo para responder.
—Se trata de aceptar que nuestro «pequeño yo» desaparezca para dejar espacio a esa unidad. La muerte ya está aquí, igual que la vida. No es más que el fin de nuestra creencia en la separación, nuestro regreso al gran todo.
Malow y Phueng sintieron que aquella respuesta venía de otro lugar. El ruido de la fiesta a su alrededor había desaparecido para dejar hablar a una voz benevolente que sólo el silencio podía escuchar.
—Cuando llegamos a conectar con la inmensidad —prosiguió Phueng—, nos sumimos en la profundidad de lo que ya está aquí: la paz, más allá de la apariencia y de los tumultos de la superficie. Cada acontecimiento de nuestra vida se convierte en una invitación a trascender este engaño. Este estado de paz no exige ninguna acción, ningún ritual, ninguna formación, y no pertenece a ninguna religión. La inmensidad ya está aquí, en nosotros, por debajo de las apariencias: basta con abrir el corazón. Abrir el corazón a los peores momentos de la vida, incluso a la gente más desagradable, incluso a la muerte... Es la única manera de estar en paz.
Pranee se acercó a ellos, y la anciana hizo un esfuerzo para levantarse.
—Gracias otra vez, Phueng, me siento tan distinto desde que la conozco...
—Saberte rodear de la gente adecuada es esencial. Acabamos siendo la media de las cinco personas con las que más nos relacionamos.
Antes de desaparecer renqueando en la noche del brazo de su hija, Phueng se volvió una última vez.
—¡Respira, Malow, la vida tiene un plan perfecto para ti!