Lacus Vendelinus
Porque en definitiva, Central siempre fue primero en todo. Fíjese bien: fue el primer Campeón Nacional del interior del país, en el año 71, vea que le estoy hablando del siglo pasado, no sólo del siglo pasado, del milenio pasado le estoy hablando. Fue el primer equipo del interior en ir a una Copa Libertadores. Fue el primer equipo del interior del país en ganar una copa intercontinental, la Copa Conmebol, en el 95, porque, antes, ni Central ni Ñuls habían podido ganar una de esas copas… Y fue el primer equipo, no le digo ya del interior sino de todo el país, en contratar a un jugador venusino.
Un jugador venusino, mire lo que le digo. Usted no se acordará porque yo le estoy hablando del 2025, 2026; por ese entonces, la calle Córdoba todavía era peatonal, con eso le digo todo. Me acuerdo de esto porque yo lo vi un día a este muchacho, el venusino —no sé si es correcto decirle muchacho— en la esquina de Córdoba y Mitre, ahí, cerca de la sede, con Pablito Ansaldi, que en esos días era dirigente de Central y se ve que Pablito lo había sacado a dar una vuelta, a airearlo, porque debía andar medio boleado ese muchacho.
Había habido, sí, algunos jugadores de otros planetas en River o en Boca… Me acuerdo de Qqjer, el plutoniano Qqjer, el Negro Pluto como le decían los hinchas, que jugó en Boca una temporada bastante larga… También, espere que haga memoria… Miké 38, un lunático que trajo Vélez y jugó muy poquito tiempo…
Pero, en definitiva, los que estaban de moda por ese entonces eran los africanos. Todo el mundo tenía jugadores africanos, River, Boca, Independiente, Huracán… Hasta Tiro Federal había traído como cinco de esos negritos camerunenses, pobres pibes, en condiciones infamantes porque ya en África se había reimplantado de nuevo la esclavitud cuando el quilombo aquel de Angola y también el otro asunto importante de que se habían terminado los diamantes en Sudáfrica…
Entonces… de algo tenía que vivir esa gente. Eran buenos jugadores, le cuento, porque los negros sabían que un par de buenas campañas les podían significar la libertad e incluso establecerse en Argentina sin mayores problemas.
Venían huyendo del sida los morochos. Y vea usted, sin ir más lejos, acá hay un boliche, un almacén cerca del Monumento a la Mandarina, que todavía hoy es atendido por un negro que jugó en Central Córdoba y se compró la libertad con lo que le correspondía de una transferencia…
Pero de Venus, de Venus propiamente dicho, ninguno. Había habido, sí —todavía cuando me acuerdo me río—, un chico que vino a jugar a Central (vino con Andoni Undurraga, el vasco) que anduvo muy pero muy bien, el chico este le digo, no el vasco, y al que todo el público le gritaba “¡Es-qui-mal! ¡Es-qui-mal!” cuando salía a la cancha porque, en verdad, era de allá, del Ártico.
Por ahí era de Finlandia, pero le gritaban “esquimal” lo mismo. ¿Acaso nosotros no les decimos “turcos” a los siriolibaneses, acaso?
Le gritaban eso medio en joda, pobrecito, porque no agarraba una, Chukotka se llamaba, acostumbrado a jugar en el hielo como estaba. Lindo físico, un tanto retacón. Parecido al Negro Palma, le digo.
Pero, a pesar de que por esa época ya era más que habitual la presencia de jugadores extranjeros —no tanto como ahora pero ya era habitual— le juro que ese asunto del venusino fue una revolución absoluta.
Vendelinus, se llamaba. Lacus Vendelinus, buen jugador, algo lento para mi gusto. Para mi gusto e, incluso, para la época, porque ya se jugaba bastante rápido en esos años. En toda la década del 20, por ejemplo, se destacó mucho Jesper Andersen, usted lo recordará —se decía que era el mejor del mundo— pero yo no sé si podría jugar ahora.
Antes se marcaba menos. Yo no lo vi jugar a Maradona o, mejor dicho, lo he visto jugar en las filmaciones, por supuesto, malas filmaciones, imperfectas, y era bueno, era muy bueno, ¿quién va a negarlo? Pero no se marcaba, se dejaba jugar mucho, lo dejaban recibir la pelota y darse vuelta. Ahora yo no sé si podría hacer lo mismo.
Lo cierto es que este Vendelinus, el venusino, llegó acá y acá no anduvo. Yo no sé si habrá sido por el clima, porque le costó adaptarse, porque no lo entendían los compañeros, pero la cuestión fue que acá no anduvo.
Y la gente es muy mala. Incluso el periodismo suele ser terrible con los extranjeros. Porque le aseguro que no era mal jugador. Tal vez haya venido lesionado. Eso se comentaba.
Pero… ¿cómo le comprueba usted una lesión a un venusino? ¿Qué puede saber un médico sobre ese tipo de contextura física, esa especie de esponja cartilaginosa y porosa que tienen ellos? Por ahí el hombre vino roto y nadie se dio cuenta.
Se hablaba, también, de un negociado. Que había venido sólo por un tiempo, que era todo un lavado de dinero, que la idea era venderlo enseguida a Independiente… Qué sé yo… El revuelo que se armó con su llegada, de todos modos, fue sensacional. El club aprovechó para montar un gran show con la presentación de este muchacho, aunque, repito, no sé si corresponde decirle muchacho. De este… ente… de este ser bastante extraño, el día del partido de su debut.
La joda es que fue de noche y, de noche, parece que estos venusinos son medios difíciles de distinguir, por esa especie de relumbrón que tienen en el cuerpo, ¿no? Una cosa filamentosa, tipo medusa…
Se llenó el Gigante, no le miento, se llenó. Central seguía jugando con los pibes de las inferiores, ya se había ido el esquimal, había jugado muy pocos partidos un chico de Kazajstán que se quebró, pobrecito, en un partido contra Peñarol, o sea que este venusino era la estrella excluyente del espectáculo.
Y ni le cuento cómo estaban los de Ñuls. Se cagaban de risa del venusino este, decían que desde cuándo los venusinos jugaban al fútbol. Y algo de razón tenían porque yo, al menos, nunca había sabido de que allá, en Venus, se jugara a la pelota. Ninguna sonda espacial ni ningún transbordador de ésos que largaban los americanos o los japoneses había informado de una cosa así en sus trasmisiones.
Pero tampoco el club estaba para grandes erogaciones como para comprar jugadores muy conocidos —recuerde que le estoy hablando de los años 20, que no habrá sido la década infame pero le pasa raspando—.
De todas maneras, le soy sincero, a mí no me disgustaba ese venusino, no me disgustaba. Medio lentón, le repito, algo indolente, un poco aparatoso para moverse, pero inteligente para distribuir el juego, muy del estilo de los hawaianos ¿no?, de proteger mucho la pelota, jugar al hueco, toma vos, dásela a aquel, ponela allá… Qué sé yo… Lo cierto es que después de cuatro o cinco partidos en que a Central le fue para el carajo, la gente ya le empezó a tomar ojeriza. Le digo más, esa vez que yo lo vi en Córdoba y Mitre hablando con Pablito Ansaldi, la gente le pasaba por al lado y no le daba ni pelota.
Ni pelota le daba la gente. Y hacía poquito que había llegado. Es cierto que a veces no era muy fácil distinguirlo, porque tenía esa especie de falsa escuadra, esa falta de perfil que por momentos engañaba la vista. Y cuando le digo falta de perfil no se lo digo desde el punto de vista futbolístico, como cuando se dice que un jugador busca su perfil favorable y esas cosas. No.
Este muchacho, o ser, o ente alienígeno, era un poco medio como esos pescados de las profundidades marinas muy profundas, ¿me entiende? Como muy achatado. Usted lo miraba de frente y daba una imagen. Cuando giraba para encarar el arco, por ejemplo, casi desaparecía. La camiseta, sin ir más lejos, le hacía un chingue impresionante a esta altura justamente por eso, por la falta, digamos, de una tercera dimensión. Y la luminosidad esa que le contaba ¿no?, que de día se atenuaba un poco.
Pero nadie le decía nada. Ni una palmada, ni un insulto. Nada. Me daba pena, le juro.
También es cierto que él no hacía mucho por relacionarse con la hinchada. No dijo ni una sola palabra desde que llegó hasta el día de su sorpresivo alejamiento. Ni una sola palabra. Era como una jirafa. No emitía sonido. No sabíamos si era porque ya era así, porque hablaba poco o porque estaba enculado.
Yo me inclino a pensar que todos los venusinos son iguales, se deben comunicar por ondas o por pensamientos extrasensoriales o cosa parecida, se me ocurre. Se me ocurre. Algo de eso debía haber porque de una cosa que nos dimos cuenta al segundo o tercer partido —se comentó en la radio, incluso— es que cuando él entraba a la cancha, había un estremecimiento en el agua del foso perimetral, mire lo que le digo.
Vea que es algo bastante difícil de darse cuenta porque nadie va a andar mirando esa agua podrida del foso cuando entran los equipos… Pero había algo, un perturbarse de las aguas, una especie de maremoto chiquito, un chasquear del agua como si allí se hubiera caído alguien. Después nos dimos cuenta de que era un fenómeno que se producía cuando entraba este muchacho, el venusino. Y la incógnita, la incógnita, la expectativa, era saber cómo iba a reaccionar si convertía un gol.
Ésa era la expectativa, expectativa que se prolongó muchísimo porque este pibe no metía un gol ni por puta, en la puta vida de Dios metía un gol este pibe, mire lo que le digo. Era una cosa irritante. Me acuerdo y me encabrono de nuevo, carajo, me pongo loco. Jugaba muy lejos del área, muy retrasado, al estilo de Rainilaiarinony, el pibe de Madagascar, pero Rainilaiarinony era volante y al venusino este lo habían traído para hacer goles, que es muy distinto.
Al menos eso se decía, que se había cansado de hacer goles en la liga venusina. Y la verdad es que se debía haber cansado mucho porque la lenteja que tenía ese muchacho era increíble. Aunque, repito, no era mal jugador.
Pero, no había caso. Andaba por allá atrás, displicente, cansino… no sabría si decirle que era elegante porque es difícil precisar si ese tipo de movimientos eran elegantes… Qué carajo sabe uno lo que significa la elegancia en otros planetas. Y, para colmo, tampoco gritaba los goles de sus compañeros. Hacía una cosa rara, como un estremecimiento de esa masa gelatinosa que lo cubría, abría y cerraba una especie de agalla en la parte de atrás de la cabeza, y el agua del foso se sacudía un poco más, pero eso era todo.
El asunto consistía entonces en ver si este chico, por llamarlo de alguna manera, la mandaba a guardar en algún momento para saber cómo reaccionaba, cómo festejaban los goles allá en Venus o, por lo menos, por lo menos, para que metiera un gol de una buena vez por todas porque la hinchada ya hacía cola para putearlo al pobrecito.
Y llega el partido aquel contra River, en Arroyito. El River aquel de Nourredine, Arezo, Zgutczynski, Yoo Yung Ho, los hermanos Gómez, Shaker Allawi, el Chispa Ibáñez… Un equipazo traían en ese año, iban punteros. Y nosotros en el medio de la tabla, pero con la expectativa de sacarles el invicto, ellos venían manteniendo el invicto desde hacía 85 fechas. Ochenta y cinco fechas, mire lo que le digo, no es moco ’e pavo.
Terminaba ya el partido e íbamos 0 a 0, la cancha repleta. Casi no había habido jugadas de gol pero nosotros habíamos jugado bastante bien. Gran partido de Landi que sacó un par de pelotas impresionantes. Y, faltando cinco minutos, cinco minutos, Isasi, el flaco Isasi, el medio volante nuestro, saca un taponazo sorpresivo desde el borde del área que Viv Dixon, el arquero de River que era un fenómeno, alcanza a tocar y la saca para el costado. La pelota pega en el palo y, caprichosa, se viene para el centro del área, hacia Vendelinus que estaba solo, pero solo solo solo, paradito en el medio del área. Jamás entraba ese muchacho en el área, pero, en ese preciso instante, vaya a saber por qué, estaba parado ahí, casi en el punto del penal, donde deben estar siempre los goleadores…
Vea, no sé con qué le pegó, le miento si le digo con qué le pegó porque tampoco él tenía extremidades muy definidas… Le pegó no sé con qué y la tiró a la mierda. Pero decir a la mierda es poco… La tiró a la reputísima madre que lo remilparió… No sé… cuatro, cinco, seis metros por arriba del travesaño… Cuatro o cinco metros le digo, no centímetros… Metros.
Se hizo un silencio en el estadio, sepulcral, una tumba fue eso. Ochenta mil personas en un mutismo inenarrable. Se le lo deletreo, i-ne-na-rra-ble. Y yo, tras agarrarme la cabeza —como todos los otros plateístas porque me dio hasta pena, le juro, hasta pena por ese muchacho me dio— me quedé después mirándolo a Vendelinus y pude presenciar aquello tan extraño…
Porque hubo mucha otra gente que esto que le voy a contar no lo vio, le juro. Hubo gente que se cayó desmayada, hubo gente que miraba al cielo puteando en todos los idiomas, hubo gente de River que se dio vuelta para abrazarse con los demás, hubo otros —Carmelo, mi compañero de platea, sin ir más lejos, como que se cayó en el asiento, se agarró la cabeza y no quiso ver más nada…— y que, entonces, no vieron nunca, como yo lo vi, lo que pasó con Vendelinus… Giró, giró este muchacho, como para volverse al mediocampo pero, de inmediato, se quedó inmóvil. Su color habitualmente púrpura empezó a virar hacia el violeta y después al fucsia. Tuvo una suerte de palpitación, como si estuviera agitado, y la luminosidad se le intensificó un poco. Y después… después… empezó a ponerse translúcido, translúcido, translúcido, casi transparente… y desapareció en el aire.
Así como se lo cuento. Desapareció en el aire. Nunca más volvió. Recuerdo que el árbitro esperó un poco, desconcertado porque jamás había ocurrido algo así en el fútbol argentino y, después de consultar con la cabina de control, le permitió a Central meter un cambio. Entró Harkuk, recuerdo, el marroquí, otro tronco. Y de Vendelinus nunca más se supo. Nunca más. Mire que yo, cada tanto, controlaba la formación de los equipos de otros países pero… nada… nada, nada. Jamás lo vi integrando la formación de ningún otro equipo… Pero me dio pena, le juro. Vaya a saber cuánto le habrá dolido errar ese gol para hacer eso, para desaparecer de esa forma, como si se lo hubiese tragado la tierra o, como efectivamente pasó, desvanecerse en el aire. Tal vez sean criaturas muy sensibles, no sé, es difícil comprender la conducta de los alienígenos, más en casos como éste, qué ni siquiera emitía sonidos.
Ya después vinieron el irlandés Donaghy, Lee Duk Soo, el uruguayo Elbio Scherezade Paz, vino el subcampeonato del 29, la Copa Micronesia, y la gente se fue olvidando del venusino.
Todavía algún viejo como yo, de tanto en tanto, lo recuerda, pero para putearlo más que nada, pobre muchacho. O como quiera que se lo pueda llamar, ser, ente o criatura alienígena.