IX

EL SEÑOR DE LOS CIELOS

 

 

 

“Primero lo primero”, les decía el Chapo a sus socios, el Mayo Zambada y el Azul, cuando le reclamaron por descuidos como el de La Angostura. El Chapo los calmó con una revelación: eso estaba calculado, necesitaba hacerlo para dar el siguiente paso en el camino de acabar con los Beltrán Leyva, sus nuevos enemigos, que consistía en quitarles el apoyo que les estaban dando desde Guadalajara los esbirros de Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos.

El Chapo y los demás integrantes del cártel de Sinaloa no le perdonaban al Señor de los Cielos que, años atrás, delatara al Chapo como responsable de la muerte del cardenal. El Chapo, desde la prisión, se propuso liquidarlo, pero sus secuaces llegaron tarde a la cita: Amado Carrillo Fuentes había muerto en un quirófano cuando se le practicaba una operación de cirugía plástica para cambiarle el rostro. La vida misma se encargó de cobrarle la traición, o al menos así lo creía el Chapo.

Habían transcurrido algunos años desde tal suceso, pero el Chapo decidió visitar la clínica en la que murió Amado Carrillo. Su intención, más que cerciorarse, era ver el sitio que había cobrado venganza por él y agradecerle al destino haberlo hecho en su nombre.

Cerca de allí, por circunstancias inexplicables, se encontraría con dos de los hermanos Beltrán Leyva. Se enfrentó a ellos y se desató una balacera monumental en plena autopista. El tráfico se detuvo mientras los balazos del Chapo y del Chino Ántrax, por un lado, y los de los Beltrán Leyva por el otro, se confundían con los de los policías que a esa hora patrullaban el lugar.

Enfermeras y doctores de todos los centros hospitalarios de la zona, al ver la escena de guerra que se estaba viviendo en tan prestigiosa zona, salieron corriendo. En la escena del crimen yacían aún con vida, sangrantes, los cuerpos de dos hombres que habían caído por los plomazos del Chapo.

Fue tan fuerte el enfrentamiento que se presentó un convoy del ejército mexicano, a cuyo mando se encontraba el coronel Mendoza. Éste ordenó a sus hombres que iniciaran la operación limpieza; incluso autorizó el uso de armamento pesado si era necesario. El coronel divisó a Joaquín, lo identificó, lo señaló con el dedo, como diciéndole “a ti te voy a agarrar”. Los soldados avanzaron a paso firme. Ante semejante demostración de poder, tanto Joaquín como los Beltrán Leyva estaban en clara desventaja, y decidieron huir, como en los tiempos de antaño, haciendo de la necesidad una tregua momentánea.

Se ayudaron a escapar trepando paredes, corriendo por las calles hasta que detuvieron una camioneta, encañonaron al conductor e hicieron que se bajara y escaparon en ella a toda velocidad. En la camioneta hablaron de la tregua momentánea, de lo picudos que estaban esos militares y de que casi los agarran por darse de plomazos en la mitad de la calle.

Arturo, el Barbas, el más aguerrido de los Beltrán Leyva, aprovechó para advertirle al Chapo que no se confundiera: su guerra seguía y la próxima vez que se lo encontrara, lo mataría, no sin dejar de señalar que él tenía honor y que no lo iba a matar en ese momento. “Cuando quieras y donde quieras”, le respondió el Chapo, bajando del coche en pleno movimiento. “No se te olvide: la guerra continúa”, le gritaba Arturo al detener el coche a poca distancia, “y esta vez no te vas a salvar, como en el desierto de Sonora”.

El Chapo sabía que las palabras de Arturo eran una sentencia. Por lo que no cesó de pensar que tenía mucho que cobrarle a los Beltrán Leyva. Primero por pretender adueñarse de un negocio y un imperio que él mismo había construido mientras estaba en el bote y segundo, porque, a pesar de que eran parientes, lo habían traicionado tanto en el negocio como con las viejas con las que el Chapo salía.

Los Beltrán Leyva nunca respetaron a nada ni a nadie, eran de armas tomar, siempre metían las narices donde nadie los había invitado; además, por haber asistido esporádicamente a una universidad, creían que estaban por encima de los demás narcos de Sinaloa. Pero los Beltrán Leyva ignoraban que su enemigo era fuerte y poderoso, y traía consigo un arma secreta: su acuerdo con los grandes del gobierno.

Acabar con los Beltrán Leyva era un juego donde ganaría el más inteligente. Las cartas estaban sobre la mesa y ahora que ya no tenían el apoyo de los Carrillo, miembros todos del poderoso cártel de Juárez, la mano la tenía el Chapo. Pero éste no se debía confiar: de los Beltrán Leyva se podía esperar cualquier cosa, como el atentado contra el Chapo en el desierto de Sonora que por poco acaba con su vida. Eso lo recordaba el Chapo muy bien…