Las ingeniosas medidas tomadas por el Chapo para controlar la región de Nuevo Laredo obligaron a los Beltrán Leyva a violar una regla de seguridad básica: reunirse todos en el mismo lugar. Eligieron una de sus más lujosas residencias en Los Mochis, Sinaloa, que contaba con una sola puerta de acceso; en su interior era similar a un club con piscinas, juegos de diversión, cancha de futbol, habitaciones completas, armas, arte, vehículos y una decoración estrafalaria que, más que embellecerla, la hacía ver como un almacén de artículos kitsch. Desde la entrada se podía admirar el zoológico personal de los capos. Un león, dos tigres y dos panteras acompañaban sus conversaciones. Pasando por la piscina de temperatura controlada, se llegaba al salón donde tenían su extensa colección de armas personalizadas: algunas mostraban su fervor religioso; otras eran de oro puro, regalos de sus socios; la mayoría nunca habían sido disparadas, solo eran de exhibición.
Arturo, el Barbas, el más violento de los cuatro hermanos, seguía con la idea de buscar al Chapo y matarlo a como diera lugar. Eso ya lo habían intentado varias veces, le recordó Héctor. El Barbas, acariciando su barba, que crecía como un candado alrededor de sus comisuras, planteaba golpearlo de otra manera. Querían vengar la captura de su hermano porque, según ellos, el Mochomo había caído en manos de las autoridades porque el Chapo lo había delatado.
Los Beltrán Leyva, que al comienzo habían sido socios del Chapo, e incluso le enseñaron algunos secretos del negocio cuando era un simple sicario, querían golpearlo por el lado afectivo: “Darle por donde más le duela a ese cabrón”, repetían los hermanos mientras seguían divirtiéndose acompañados de lindas mujeres.
Dos de los hermanos Beltrán Leyva, Carlos y Héctor, se inclinaban por la idea de asesinar a Emma, la esposa del Chapo. El Barbas, en cambio, creía que la muerte de su mujer no era un golpe tan fuerte y devastador para el Chapo; había tenido muchas y, aunque las quisiera, podía reemplazarlas fácilmente. El Barbas opinaba que la víctima tenía que ser alguien que fuera insustituible para el Chapo.