XVII

LA INFILTRACIÓN

 

 

 

Jessica se negaba rotundamente a aceptar el argumento que el coronel Mendoza le exponía, luego de invitarla a su oficina para conversar en privado. El argumento se sustentaba en la debilidad del Chapo: las mujeres. Jessica, enfurecida, pretendió darle fin a la reunión. No quería entrar en ese tipo de conversaciones. El coronel Mendoza le sugirió fríamente que lo pensara bien porque eso podría causar la caída del Chapo.

Jessica sabía muy bien el pasado de Joaquín. Lo había conocido de chamaco, habían compartido momentos alegres y también momentos tristes como cuando murió el papá de Jessica a mano de unos traficantes de goma, y ella lo acusó de ser un colaborador de las autoridades. Frente al cuerpo inerte de su padre, Jessica juró que vengaría su muerte siendo la mejor policía del mundo.

Jessica objetó de manera enérgica el argumento del coronel Mendoza, pero éste ya había tomado cartas en el asunto y contrató a una persona que logró obtener tan buena información que lo tenía realmente sorprendido.

En el fondo, la reacción de Jessica era motivada por celos profesionales pues no quería que ninguna mujer fuera a atrapar al Chapo, quería estar en ese lugar, en el lugar que estuvo cuando fueron jóvenes, cuando se fue para los Estados Unidos y el Chapo le prometió que un día la visitaría. Fue así que de repente se le apareció en Nueva York. Lo suyo con el Chapo venía desde niños: ellos estaban unidos no por una necesidad, sino por el deseo natural de compartir lo que cada uno era.

Cuando Jessica tomó la decisión de estudiar en la Academia Militar, en los Estados Unidos, jamás pensó que su limpia carrera la llevaría de nuevo a la persona que había conocido en la infancia y mucho menos pensó que llegaría a vivir una gran ironía: enfrentarse a un buen amigo, que era como enfrentarse a sus bellos recuerdos, aunque ella estaba del lado de la ley, y él, del lado de los bandidos.

Había algo que Jessica tenía claro: su lealtad a la institución y sus principios. El recuerdo pesaba pero más pesaba su misión de capturar a los delincuentes que, según su filosofía, además de asesinar a socios, trabajadores, soplones y demás, asesinaban a una sociedad ávida de vivir sensaciones más allá de sus aburridas rutinas.

Estar segura de saber lo que quería le permitió continuar la reunión con el coronel Mendoza, quien le confesó que la orden de infiltrar al Chapo venía directamente de sus superiores. Nada raro para Jessica, pero cuando el coronel le confirmó que infiltrarlo era lo único que podían hacer, Jessica se llenó de dudas. No entendía la razón; quizá un acuerdo por debajo de la mesa, pensó.

Jessica no iba a descansar hasta no averiguar, así lo tuviera que hacer por fuera de la institución. Ella no era una mujer que diera su brazo a torcer y, así el coronel le hablara con sinceridad, para ella había algo más que la historia que le contaba.

Sus elucubraciones fueron interrumpidas por las palabras del coronel Mendoza, quien le comentó que había recibido información de que los Beltrán Leyva estaban reclutando sicarios. La orden recibida era averiguar y pasar un informe, pues sospechaban que las autoridades recibirían un golpe con algo que en su época le dio resultado al capo colombiano Pablo Escobar: el plan pistola.