XXIX

REFUGIO

 

 

 

Jessica, golpeada por la revelación de Alfredo Beltrán Leyva, expuso su dolor ante un sorprendido coronel Mendoza, quien no sabía qué hacer frente a esa disyuntiva. Llena de impotencia y confundida, Jessica quería encontrar respuestas a sus preguntas, así como el coronel quería encontrar una explicación a lo que le pasaba a su abnegada oficial designada.

Jessica le contó la conversación que tuvo en el salón de interrogatorios con Alfredo sobre la muerte de su padre, quien según él no había muerto en un enfrentamiento, sino que había sido ultimado por orden de algún mafioso, entre los que podría haber estado el Chapo.

El coronel intentó calmarla explicando que era una vieja estratagema de los narcos: debilitar con mentiras a los agentes que los van a investigar. La mitad de la fortuna de esos personajes reside en su capacidad de convencimiento, disociación y manipulación con la palabra, le dijo el coronel y le sugirió que no prestara más atención al asunto. Pero Jessica se había quedado con la espina entre pecho y espalda; quería que esas palabras que le decía el coronel, a quien le agradecía su amabilidad por escucharla, le ayudaran a disipar la duda que se le acababa de alojar con lo dicho por Alfredo Beltrán Leyva.

El coronel Mendoza intentó recordar el asunto. Tal vez estaba por graduarse como teniente y supo de ese enfrentamiento en una vía vecina a La Tuna, pero no estaba muy seguro sobre cómo habían sucedido los hechos. Jessica le preguntó si podía hacer algo por ella. Una pregunta difícil para el coronel Mendoza, quien veía en Jessica la hija que no pudo tener.

Jessica quería tener acceso a los archivos del ejército. Si investigaba, podría conseguir pruebas para desestimar lo dicho por Alfredo, para demostrar que sus palabras solo tenían la intención de debilitarla. Le aseguró al coronel que, si lo lograba, no tendría consideración con los Beltrán Leyva.

El coronel sabía que en esos casos lo mejor era resolver la duda, y estuvo de acuerdo. Solo que esos archivos, si es que existían, ya no estaban en Culiacán, sino en el archivo de la capital, y ante tanto trabajo, no le parecía prudente que se ausentara de la ciudad.

Una decisión difícil para Jessica, quien no estaba acostumbrada a un después o un mañana. Su estilo era que, si podía, las cosas se resolvían de inmediato; postergar no era uno de sus hábitos.

Vigilar la ciudad era responsabilidad del coronel Mendoza. Según informaciones de inteligencia, algo grande se estaba gestando en la ciudad, lo cual la obligaba a posponer lo que su corazón le pedía a gritos que atendiera de inmediato.