La mañana del 9 de mayo de 2008 el sol golpeaba con toda su fuerza sobre la ciudad de Culiacán. Desde lo alto se podía ver una gran extensión de techos de tejas rojizas, que contrastaba con el colorido de la ropa que se secaba en tendederos improvisados. Un joven se desplazaba sigilosamente por estos tendederos; cuando le llamaba la atención alguna prenda íntima de mujer, se la echaba al bolsillo. El aspirante a sicario corría por los techos vigilando desde lo alto a una camioneta Hummer que se desplazaba por las calles vecinas, y comunicando su trayectoria a alguien por medio de un radiotransmisor.
La camioneta era conducida por Edgar Guzmán. En el asiento del copiloto iba una bella sinaloense de unos veinte años de edad, con un cuerpazo que haría temblar a cualquier hombre. Su primo iba en el asiento de atrás, flanqueado por dos guardaespaldas que observaban con mucha atención el lugar por donde se desplazaban.
Después de hacerle un cariñito a la morra —lo que se hereda no se hurta—, Edgar puso en la radio el nuevo corrido que le acababan de componer, y que hablaba del rey de la sierra que viniendo de abajo era el nuevo mandamás. Le gustaba la letra, pero quería saber la opinión de sus amigos. “Está machín, está chido como tú, mi amor”, le dijo su bella acompañante, haciéndole una atrevida caricia. “Estaría más rifado si tuvieras un disco completo como tu papá”, opinó su primo. “No digas tarugadas”, le respondió Edgar, irritado, al tiempo que ponía a sonar de nuevo la canción.
Al fondo de la calle se toparon con una especie de retén con polines, cascajo y diversos objetos. Dos hombres armados hacían parte del retén. Apenas los vio, Edgar le advirtió a la nena que no se moviera de ahí y a los guaruras que ya sabían lo que tenían que hacer.
Los guardaespaldas prepararon sus armas de alto calibre y se bajaron en un santiamén y se enfrentaron a los hombres armados que custodiaban el retén. Edgar, la sinaloense y el primo observaban la escena desde el interior de la camioneta. Vieron cómo los hombres del retén bajaron sus armas. Edgar, al sentirse victorioso se bajó de la camioneta ignorando que le preparaban una emboscada. Parapetados a ambos lados de la camioneta estaban el aspirante a sicario acompañado por los hermanos Beltrán Leyva y varios de sus sicarios.
Edgar, muy envanecido, sintiéndose respaldado por sus hombres y queriendo dar una demostración a su nena de lo macho que era, le preguntó a los hombres armados si no sabían con quién se estaban metiendo. “Claro que lo sabemos”, le respondió una voz a sus espaldas. Se dio la vuelta y lo que vio lo dejó frío: el aspirante a sicario cargaba una metralleta en sus hombros.
Edgar y los hombres que lo acompañaban intentaron reaccionar pero ni siquiera tuvieron tiempo de sacar sus armas. El aspirante a sicario disparó haciéndolo volar por los aires al recibir el primer plomazo. Luego una segunda ráfaga la recibirían los cuerpos de la bella mujer, el primo y los guardaespaldas, quienes murieron en el acto.
El impacto hizo que el corrido compuesto para Edgar empezara a sonar como si fuera su despedida de este mundo. Su muerte fue un fuerte golpe para el Chapo propinado por sus eternos enemigos, los Beltrán Leyva.