XXXIX

EL LICENCIADO SMITH

 

 

 

Ni Forbes ni Salvador ni los artículos de prensa ni los gobiernos ni las agencias federales estaban equivocados. El Chapo era el jefe, amo y señor absoluto del negocio y de su propio cártel: el cártel de Sinaloa y todos los alrededores incluida la joya de la corona: Nuevo Laredo.

Los envíos iban y venían. El imperio crecía, se expandía. Tenía dominadas las rutas y los mercados. Se volvió cada vez más poderoso. Dinero, mujeres, drogas. Tenía a sus enemigos neutralizados. Héctor, el único de los Beltrán Leyva que estaba libre, acusó el golpe con la muerte de Arturo, el Barbas. Sintió en su propia piel que el Chapo era más duro de lo que imaginaba y esperaba el momento para contraatacar. Además, tenía que ocuparse de su propio negocio.

El mayor problema del Chapo era poder lavar el dineral que estaba ganando con la venta de la cocaína en los Estados Unidos y la de anfetaminas en Europa y Asia. El Chapo, visionario del negocio, se dio cuenta de que la marihuana ya no era tan rentable como en los viejos tiempos. Por eso decidió eliminar algunos sembradíos o hacer que delataran su existencia para que el ejército y la policía dieran pequeños golpes y reforzar la idea, en la prensa y la televisión, de que el gobierno ganaba la guerra al narco.

Al Chapo le intrigaba el negocio de las pastillas. Viajó a China a comprar la fábrica que producía la pseudoefredina, el principal ingrediente de la metanfetamina, y montó sus propios laboratorios donde antes cultivaba marihuana. Construyó nuevos túneles por donde pasó millones de pastillas a los Estados Unidos, por barco a Europa, en avión a Asia, llegando su red de negocios hasta África. El Chapo era el verdadero Varón de la Droga. No solo por la fortuna que tenía, sino por la fuerza y convencimiento que demostraba al momento de crear una empresa. El miedo que sentía cuando su padre lo obligaba a meterse en el armario había desaparecido de su vida.

Para lavar los millones de dólares que estaba dejando el próspero negocio multinacional, surgió un abogado que ha intentado sacar a varios narcos de cárceles norteamericanas. El licenciado Smith se presentó con el Chapo y le expuso su plan infalible para legalizar las grandes fortunas que tenía depositadas en diferentes países. El plan de Smith consistía en viajar por distintas regiones de la geografía Latinoamérica, haciéndose pasar por representante legal de grandes empresarios. Le propuso comprar un banco donde lavar la fortuna. Joaquín no lo pensó dos veces. Hizo la transacción con dinero en efectivo, abrió sucursales y, de esa forma, comenzó a lavar millones de dólares.

El Chapo, encantado con la idea, entró de lleno al negocio bancario. Cada vez que inauguraba una sucursal, armaba una fiesta de padre y señor nuestro, con mariachis, comida, bebida, a las que acudía un gentío, además de damas de compañía y otros narcos. Incluso, en esas sucursales se reunían los más destacados industriales con los más destacados mafiosos y hablaban de lo mismo: dinero y cómo hacer crecer sus fortunas. A Joaquín le encantaba cortar la cinta inaugural, abrir la bóveda por primera vez y celebrar hasta el amanecer. Abrió una sucursal en Badiraguato en la que prestaba dinero a bajo interés a los campesinos para que salieran a flote.

El Chapo, aunque Jessica no lo creyera, se estaba convirtiendo en una especie de dios en la tierra: amigo de los pobres y la gente que lo necesitaba. Le pedían favores y él cumplía. Daba dinero, regalaba casas y coches, inauguraba canchas deportivas. Los habitantes de Badiraguato incluso erigieron un busto suyo en la plaza central, junto a la avenida que llevaba su nombre. Se hizo una fiesta y corridos en su honor y hasta glorificaron su nombre: el Varón de la Droga.

Las inversiones del licenciado Smith, principalmente en empresas navieras, se volvieron un excelente negocio. No solo lavaban millones de dólares, sino que además le daban ventajas para el transporte de la droga. El Chapo ya no solo recibía la droga que le llegaba en aviones, también la transportada en lanchas rápidas, submarinos y hasta en barcos mercantes. Se volvió el más chingón de los chingones, el narco más narco de todos.

Héctor Beltrán Leyva —con Carlos y Alfredo en la cárcel y Arturo muerto— estaba fuera del juego: sentía que el Chapo era muy poderoso, hasta intocable.

El Chapo se sorprendió con la baja comisión que cobraba el licenciado Smith por legalizar el dinero. El abogado le confesó que no lo hacía por dinero sino por la adrenalina que le producía exponerse a que lo descubrieran. La idea divirtió al Chapo.

Tiempo después, el licenciado Smith terminó siendo un soplón contra el Chapo. Sucedió después de ser detenido por Jessica, quien convencida de su estrategia de atacar a los cárteles como empresas, le puso unas cámaras en su banco en plena calle Brickell de Miami. En ese lugar se construía una nueva capital financiera latina, al lado de los inmensos rascacielos que le habían ganado el espacio a la gente común que antes vivía en esa zona residencial, ayudados por los gobiernos locales que ven en el auge del dinero una ventanita política.

Jessica agarró a Smith cometiendo fechorías con dinero del Chapo. Con esas grabaciones y evidencias lo presionó para que le entregara a Joaquín Guzmán. Si no lo hacía, haría llegar esas grabaciones al Varón de la Droga, y le garantizó que no viviría más de veinticuatro horas.

Smith, quien no tenía un pelo de tonto, negoció duro. Aunque perdió su licencia como abogado, hizo un acuerdo con la justicia norteamericana para trabajar con el gobierno en una institución ligada al Departamento de Aduanas, encargada de desmantelar organizaciones criminales que se dedican al lavado de dinero. El nuevo trabajo de Smith implicaba ir un paso adelante de los delincuentes para descubrir qué nuevo invento crearían para lavar sus fortunas.

Gracias a la información que proporcionaba el licenciado Smith, las autoridades al mando de Jessica lograron asestar pequeños golpes a las finanzas del Chapo, desmantelando algunos de sus negocios de lavado de dinero. El Chapo no entendía nada de lo que sucedía y por más que buscaba a Smith, no aparecía por ningún lado. “¡Alguien tiene que morir por esto!”, gritó encendido del coraje.