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LA SUPUESTA CAPTURA

 

 

 

Con Smith de su lado, un grupo especial de agentes federales de todas las dependencias federales americanas, con apoyo de algunos militares mexicanos, montaron un operativo que terminó en un encuentro entre Smith y el Chapo. El capo presentía algo raro en esa cita, que se llevó a cabo en un lugar público, definido por él. Smith esperaba cuando apareció Joaquín comiendo una paleta, su preferida. Se sentaron a la mesa. Smith estaba nervioso y el Chapo lo notó. A lo lejos, Jessica observaba la escena a través de unos binoculares. Dio instrucciones a sus hombres para que cuando diera la orden detuvieran al narcotraficante.

A Jessica se le disparó un conflicto interno, el de siempre: conocía a Joaquín. Luego se recordó que la ley está por encima de cualquier sentimiento, que estaba cumpliendo con su deber. Lo que no sabía era que, así como ella intervenía teléfonos y realizaba seguimientos, el Chapo también lo hacía y la seguía. Razón por la que toda la gente que rodeaba al Chapo eran miembros de su grupo disfrazados de meseros, comensales, transeúntes.

El Chapo no se presentaría a la cita sin tomar precauciones. El licenciado Smith le respondía con evasivas mientas Joaquín le reclamaba saber por qué había perdido millones. Le advirtió que no sabía cómo pero que se los devolvería. Si no lo hacía, podía irse despidiendo de la vida.

En un mal movimiento del abogado, Joaquín descubrió que, además de querer entregarlo, llevaba un micrófono pegado al cuerpo y que lo estaba grabando. Jessica dio la orden. Aparecieron los hombres de las agencias federales, pero los hombres del Chapo también estaban listos. Se armó el fuego cruzado. Joaquín corrió hacia un lado para escapar y Smith hacia el opuesto, para refugiarse con la policía.

En su huida, el Chapo fue interceptado por Jessica. No podía creerlo, ella otra vez. “Pero bueno, mujer, ¿hasta cuándo vas a estar detrás de mí?”, le preguntó. Jessica, sin dudarlo, le respondió que hasta lograr tenerlo entre sus manos y llevarlo a una prisión estadounidense. El Chapo no lo podía creer. “No es por nada, pero va a ser una misión imposible”, le dijo. Se notaba la camaradería entre ellos a pesar de estar en bandos opuestos. En un momento de debilidad, Jessica bajó la guardia, pronto se recuperó y sin pensarlo sacó su arma y le apuntó. Al fondo continuaba el tiroteo entre la policía y los bandidos. El Chapo, sin saber de lo que Jessica podía ser capaz, optó por huir. No se iba a detener, tenía que seguir. Antes de desaparecer, le pidió que lo perdonara y deseó poder algún día volver a conversar con ella tranquilamente. Pero Jessica lo amenazó: “Si das un paso más, disparo”. Él, como cuando eran niños, con el dedo índice le dijo que no: “Si me quieres detener, dispara”. Jessica no fue capaz de dispararle. No pudo. El Chapo se le acercó, le bajó el arma y partió corriendo. Luego le puso un alto precio a la cabeza de Smith.

Fue el Chino Ántrax quien terminó quitándole la vida a Smith. Cuando el Chapo recibió el pitazo de que el abogado estaba en Miami, mandó a su mejor hombre para ajustar cuentas. El Chino Ántrax llegó a la Ciudad del Sol y localizó al licenciado. Smith estaba charlando con dos agentes del Departamento de Aduanas. Al terminar, Smith subió a su auto y lo echó a andar rumbo a su casa. Al llegar, bajó del coche y caminó hacia la puerta. Entonces escuchó que lo llamaban por su nombre. Smith volteó para encontrarse de frente con el cañón de una pistola 45 que le apuntaba a la cabeza. Luego se escuchó una detonación y sobrevino el frío, mucho frío, señal de que había pasado a mejor vida. Los dos agentes que custodiaban a Smith desde otro auto abrieron fuego, pero el Chino pudo escapar e informar al Chapo en México que todo había salido según lo planeado.

Era otra victoria para el Chapo: el líder del cártel de Sinaloa demostraba una vez más que estaba muy lejos de ser derrotado.