XLIII

TODO Y NADA

 

 

 

Mientras Jessica intentaba superar la crisis por la que atravesaba, el Chapo no desperdiciaba un segundo. Su poder y dinero continuaban en alza. Pero, como dicen por ahí, afortunado en el dinero, desafortunado en el amor. Su vida sentimental estaba completamente destruida. En Las Trancas, Tamazula, Durango, a más de dos mil metros de altura y en la zona más intrincada de la sierra conocida como el Triángulo Dorado, construyó su propio narco-paraíso, donde podía llevar una vida lo más parecida a normal.

En esa pequeña ciudad que no aparece en el mapa, el Chapo tenía todo lo necesario para vivir como rey, fiestear y divertirse, además de lo más importante: el más grande e imponente centro de acopio y distribución de drogas en el mundo. Desde ese lugar, el narcotraficante pretendía iniciar una nueva fase de su negocio.

El ejército y los compañeros de los policías gringos muertos junto con Smith, dolidos, furiosos y con deseos de venganza, le armaron un gran operativo. Arribaron tropas completas con el objeto de decomisar todo y capturar al responsable. La presencia de los militares ahuyentó a la comunidad de hombres y mujeres que hacían vida en el lugar. En el allanamiento se incautaron grandes cantidades de armas largas, toneladas de cocaína que incineraron, laboratorios y grandes hornos para procesar la droga, además de propiedades como cuadros, libros y música de grandes artistas. El Chapo logró escapar milagrosamente, pero parte de su fortuna quedó hecha cenizas.

Gracias al descuido de un hombre que trabajaba para él, el Chino Ántrax y el Narices le salvaron el pescuezo segundos antes de que llegaran los uniformados; Joaquín estaba borracho y trasnochado. Tanta riqueza lo había confundido. Al momento del operativo no entendía qué pasaba, pues el tren de vida que llevaba, sobre todo en los últimos meses, le había hecho perder el sentido de la realidad.

La razón era muy sencilla: vivía en un paraíso con las máximas comodidades que puede tener un ser humano. Contaba con piscina climatizada, sauna, baño turco, juegos de mesa, sala de video y una sala de cine —si él no podía ir al cine, el cine iría a su casa. Una recámara doble en la que predominaba el blanco, que quizá quería dar la impresión de pureza, la cual solamente se obtiene cuando se obra correctamente.

Lo tenía todo menos lo más importante: el amor de sus mujeres. Emma, temiendo por la vida de sus hijas, atormentada por la idea de que algo les pudiera pasar, después del encuentro con Jessica en el hospital de Los Ángeles reafirmó su decisión de quedarse definitivamente con sus padres. No quería exponerse ni exponer a sus hijas a vivir en medio de una guerra, y mucho menos a ser carnada para capturar al hombre que casi se había convertido en el más buscado del planeta.

En esa soledad de una vida sentimental árida como el desierto, comenzó el principio del final en la historia de Joaquín. Sin Camila, la doctora a quien había engañado y traicionado cuando estuvo preso, la que le había pedido que la buscara el día que quisiera cambiar su vida; sin Alejandrina, a quien le había perdido la pista; sin Griselda; sin las cientos de buchonas que compartían todos los días con él.

En el allanamiento hecho por el ejército al mando de Snowden casi matan al Chapo. Logró salvar su vida, pero tuvo que dejar atrás su colección de cuadros de Diego Rivera. Fue precisamente por esa colección que había recuperado el gusto por la pintura que su madre le inculcó desde niño.

Snowden salió en televisión, ofreció declaraciones, afirmó que le habían dado el mayor golpe al narcotraficante Joaquín Guzmán, alias el Chapo. El presidente lo felicitó personalmente, salió en la primera plana de diversos periódicos y en portadas de revistas: se volvió el héroe del día.