Emma le pidió el divorcio a Joaquín a través de un emisario. Al recibir la solicitud, el Chapo reaccionó con desesperación. Pensó en viajar de inmediato a los Estados Unidos, donde Emma vivía con sus padres, pero sus hombres lo detuvieron advirtiéndole que allá lo meterían a la cárcel sin demora y jamás volvería a ver la luz del día. Era un momento doloroso y complicado en la vida del capo. Su esposa sostenía que lo amaba, pero que pensaba en sus hijas. Por su culpa habían matado a Edgar, por su culpa Joaquín júnior no se había recuperado y por su culpa el Chapito quería seguir sus pasos. “Aunque te amo no puedo seguir a tu lado, los hijos son lo más importante y no quiero que pierdas otro; ya perdimos uno”, decía Emma, quien deseaba que las cosas fueran distintas.
En esa conversación telefónica, Emma le cantó sus verdades, aunque cariñosamente, pese a lo difícil que era la situación. Le hizo un recuento de sus mujeres. Griselda nunca había apoyado sus malos pasos; ella hubiese preferido vivir de forma modesta, pero con todos sus hijos vivos y siendo parte de una familia unida. Siempre estuvo por amor, incluso se enamoró de él cuando no tenía nada y andaba jodido. Alejandrina, simplemente había desaparecido. En cambio ella, que también lo amaba, solamente había sido una carga para él. Le pidió que se cuidara y vaticinó que su destino sería estar solo o morir, si continuaba por el mismo camino. No le deseaba mal alguno; en el fondo sabía que el Chapo no era un hombre feliz. Joaquín quedó doblemente afectado: por el divorcio y porque sabía muy bien que, aunque no lo aceptara frente a ella, Emma tenía razón.
Mientras pensaba en la forma de solucionar el tema de Emma, una importante cantidad de mercancía le fue decomisada en el puerto de Houston. Esta vez, aparentemente nadie había chivateado, había sido un simple decomiso al azar. Lo cierto era que todo había salido mal. El Chapo perdió una buena cantidad de droga del Loco Barrera, el colombiano. Afortunadamente tenía el dinero para pagarle. Había otra mala noticia: en el decomiso de ese importante alijo detuvieron al Cóndor, el jefe de rutas, y sería acusado y procesado en los Estados Unidos, que era lo peor.
El Cóndor, desesperado, le envió un mensaje a su patrón pidiéndole que hiciera todo lo posible por sacarlo de la cárcel. Joaquín le prometió que movería cielo y tierra, pero en los Estados Unidos la cosa tiene otro precio.
El Narices viajó de incógnito a San Antonio a ver a un abogado que estaba encargado de sacar al Cóndor de la cárcel. Lo necesitaba de vuelta en el negocio. El abogado lo puso al tanto de los trámites que había hecho. Le dijo que el Cóndor estaba en poder de la DEA y que no podía garantizar nada; el caso era grave pues fue capturado con las manos en la masa. Lo único que había podido hacer hasta ese momento era entrevistarse con un representante de la DEA, y la propuesta de éste era sencilla: entregar al Chapo a cambio del Cóndor. El Narices quedó preocupado por el triste final de su compañero de batallas, el Cóndor, pero satisfecho de que no hubiera traicionado a sus amigos, y mucho menos a su patrón.