Snowden se estremeció al escuchar la versión de Jessica y comprobar que en los estamentos del poder mexicano aún existen generales que se dejan comprar por el narcotráfico. Pensaba que la práctica había quedado atrás cuando se dio a las autoridades mexicanas y americanas una lección ejemplar con el proceso y sentencia del corrupto general Jesús Gutiérrez Rebollo, el zar antidrogas, a quien se le comprobaron nexos con el extinto Señor de los Cielos.
Como líder del equipo, Snowden le propuso a Jessica un esquema de seguridad para protegerla de cualquier agresión. Le dijo que no podían subestimar su reacción y que, si el general Mendoza la inculpaba de ser parte del supuesto complot en su contra, era de esperar la represalia. De la misma forma pensaba el Chapo, quien alguna vez pidió autorización al Mayo Zambada y al Azul para acabar con el general Mendoza, pues estaba dando declaraciones que podían poner en riesgo las operaciones. De acuerdo con sus informantes, se comprometió a que si lo sacaban del bote, cantaría lo que sabe… “Y sabe mucho”, dijo el Chapo.
Los socios estuvieron de acuerdo con la resolución, pero enfatizaron que debían hacer las cosas de tal manera que no resultaran involucrados. Una difícil tarea para el Chapo pues el general Mendoza no era de los que se dejaba deslumbrar por mujeres, trago o cualquier tipo de diversión. Tenía que pensar en un plan más audaz y quién mejor para llevarlo a acabo que alguien de quien nadie sospeche.
El Chapo se reunió con sus hombres y diseñó la estrategia para acabar con el nuevo enemigo. Estaban preparando los operativos cuando fueron interrumpidos por una ráfaga de balas que venía del exterior. Los plomazos alcanzaron la sala y ellos estaban en el comedor, lo que les salvó la vida. El Chapo y sus sicarios se tiraron al suelo protegiéndose unos a otros. De la bella decoración no quedó nada. En las paredes se dibujaban los huecos que dejaron las balas en su recorrido mortal.
Por el tipo de atentado, el Chapo comprendió que el cártel de los Zetas ya había tomado partida uniéndose a Héctor Beltrán Leyva para exterminarlo. Ni siquiera los hombres que apostó afuera del lugar para protegerse alcanzaron a reaccionar cuando vieron una Hummer adaptada como un tanque de guerra, desde donde se desgranó la lluvia de plomo que sorprendió a todos.
La situación se puso color de hormiga. El Chapo sabía que una lucha entre cárteles se resolvía entre cárteles, por lo que, según él, lo mejor era empezar por hacer una purga interna para saber con quiénes contaba y con quiénes no. Así podría tomar la decisión de agarrar al toro de los huevos.