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AGARRAR AL TORO DE LOS HUEVOS

 

 

 

“Agarrar al toro de los huevos” para el Chapo significaba, con información filtrada, que Jessica siguiera de cerca al general Mendoza al día siguiente cuando se dirigiera a la última audiencia, en la que, estaba seguro, le darían la libertad. Y así fue. Jessica, desde la distancia, seguía el coche en el que trasladaban al general Mendoza.

Todo estaba calculado, menos que el general y algunos comandos que acababan de aparecer de la nada obligaran con tiros certeros al chofer de la comitiva a detener la camioneta en la que viajaba el militar.

Jessica, al percatarse de lo que estaba pasando, en una maniobra suicida intentó interponerse entre los delincuentes y la fuga del general en otro coche, pero era demasiado tarde. Inició la persecución mientras en el lugar de los hechos se enzarzaron en una batalla los agentes que iban apoyando a Jessica contra los comandos encargados de la liberación del general.

El general, en una maniobra peligrosa, detuvo el coche en un estacionamiento. Vio a Jessica acercarse en el suyo y se bajó para dar buena cuenta de ella. Estaba ante la oportunidad perfecta para acabar con quien lo quería acusar de un asesinato cometido veintisiete años atrás. El plan era perfecto: ella lo había intentado matar buscando venganza y él había tenido que dispararle en defensa propia. Para que la historia fuera creíble, tenía que cuidar la distancia de los tiros.

Desde su trinchera, Jessica le gritó que las deudas en esta vida tarde o temprano eran cobradas. Comenzó el intercambio de disparos. El general resultó un experto en el manejo de la distancia. Sin embargo, sorprendido con la valentía de Jessica, trató de ubicarla para darle de baja pero la perdió de vista. El general sacó la cabeza para buscar a Jessica con la mirada y fue entonces cuando escuchó una voz a sus espaldas que le ordenó no moverse. Era la voz de Jessica, quien esperaba que él tuviera el mismo valor para entregarse que tuvo para matar a un hombre inocente como su papá por unos pocos dólares. Levantando las manos, el general le dijo que ella era la única culpable por esa obsesión amorosa que sentía por el Chapo, la cual, según él, la llevaría a la locura.

Ella respondió que la suya, además de ser una afirmación atrevida, no concordaba con la realidad. Estimaba al Chapo, pero jamás estuvo enamorada de él. El general Mendoza, sonriendo, le cuestionó cómo explicaría los encuentros a escondidas que había tenido con Joaquín, de los que él tenía pruebas, las que entregaría a sus superiores para dejar en evidencia su traición a la patria.

Jessica, llena de furia, apoyó la pistola en la cabeza del general mientras le decía que era un cobarde, que no merecía vivir. A punto de apretar el gatillo, creyendo que esa era la única forma de vengar la muerte de su padre, fue detenida por una pesada mano, mientras una voz le decía: “Así no”.

Era Snowden, quien le quitó la pistola con delicadeza. No era la manera de vengar una muerte. “El ojo por ojo está superado. Es mejor que el general pague por lo que hizo ante la justicia”, dijo Snowden. Jessica miró al militar, quien le exigió, a pesar de que ya no estaba armada, que acabara de una buena vez con su vida. “Ése es un triunfo que usted no merece, general”, sentenció.

Jessica comprendió que la mejor venganza era que el general Mendoza muriera olvidado en una prisión, no solamente por ser escoria de la sociedad, sino también por ser un traidor a la patria.

Ése fue un plan fallido para el Chapo. Su idea era que Jessica matara a Mendoza, quien sabía muchos secretos del cártel de Sinaloa, especialmente acerca de los movimientos financieros y de droga que habían hecho sus hombres de confianza, quienes continuaban presos desde entonces. Las cosas no salieron como esperaba y, contrario a sus intenciones, el general ahora sí estaba jodido y esperando una sentencia.