El Chapo se sentía satisfecho con el fin de los Beltrán Leyva. Había cumplido su venganza, lo que lo hacía sentir el hombre más poderoso. Tenía todo el dinero del mundo, gozaba de poder casi ilimitado, contaba con propiedades, mujeres, gente a su disposición, pero no tenía con quien compartirlo. Era un hombre solo, sin amor. Como lo había hecho en el pasado, compró a custodios para visitar en la cárcel a su padrino, José Luis Beltrán Sánchez.
El Chapo, por el respeto y el cariño que le tenía, quería explicarle lo que hizo con sus sobrinos. Lo encontró golpeado por los años de encierro, con una amenaza de extradición sobre su cabeza. Además, la vinculación con la muerte de don Rafael le había complicado más su situación judicial. El viejo sabía que había matado a algunos de sus sobrinos, pero no lo juzgaba. Eran unos miserables asesinos y traidores que lo dejaron solo y en la cárcel. “Merecían tu venganza”, concluyó. También le repitió lo que venía diciéndole desde que inició su carrera en el mundo del narcotráfico: “Las guerras solamente traen desgracias y muerte. Es mejor trabajar en paz, sin traicionarse”. Nadie le había hecho caso, pero le dijo que era hora de que él atendiera su consejo. El Chapo lo escuchó sin discutir. Se fue del lugar pensando en las palabras de su padrino quien, sin quererlo, era un daño colateral en su plan de venganza.
Ese mismo día Joaquín le comunicó al agente del FBI, por intermedio de su abogado, que por ningún motivo traicionaría al Chino Ántrax. Lo sentía por el Narices y el Cóndor, sus amigos, pero tampoco los sacrificaría por salvar a otro. Reconoció que la oferta lo había hecho dudar y que estuvo a punto de cometer un grave error. Le aclaró que era tan su cuate como todos los que le entran al jale de su lado. Desde que inician, todos saben cuáles serán sus posibles finales. El Chino se lo buscó, que lo resuelva como le dé su rechingada gana. Y concluyó su mensaje.
El Chapo ignoraba que se había salvado de caer en una trampa muy bien diseñada por el equipo de Snowden, con Jessica a la cabeza. Querían medir cuál de los dos resistía más, con base en el adagio “La cuerda se rompe por la parte más débil”. Y para el grupo de Snowden, el Chapo había resultado ser la parte más resistente. En el fondo, Jessica esperaba tal cosa, pero eso no significaba que no fuera a caer tarde o temprano.