LIX

DECISIÓN FATAL

 

 

 

El Chapo no salía de una cuando ya estaba metido en otra. Una nueva mujer había llegado a su vida: Piedad. La observaba y no podía evitar sentir culpa y decepción; en parte por su responsabilidad, de la dulce y hermosa mujer no quedaba nada. Piedad estaba ida, sucia, cansada, triste y sin ganas de nada. Solamente balbuceaba que se quería bañar. Mientras ella se duchaba, la servidumbre le preparó algo de comer. Luego de comer, al volverla a ver, el Chapo descubrió que aún conservaba su belleza. Hermosa y desastrosa.

Piedad le agradeció haberla acogido; se sentía mejor. Lo comprendía. Aunque el Chapo la acosaba, jamás se sobrepasó con ella, consciente de que el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite. Piedad hurgó entre las cosas del Chapo y encontró el sitio donde guardaba la cocaína de uso personal; se esnifó varias líneas.

Su ánimo cambió, empezó a hablar como loro mojado. Le contó cómo fue que se inició en el vicio. Cuando era una bella dama de sociedad no le hacían falta las invitaciones a cocteles en galerías de arte, lanzamientos de marcas, eventos sociales y hasta reuniones políticas. Primero fueron unos pocos tragos, con la justificación de que uno al año no hace daño; luego conoció por casualidad la cocaína, se enganchó con la euforia que le producía, efecto que la volvía más apetecible para algunos hombres que veían en Piedad la encarnación de la lujuria. En ese trasegar conoció a muchos hombres. La mayoría de ellos disfrutaban de su cuerpo pero muy pocos, o casi ninguno, de su verdadero ser, que cada vez, con cada experiencia, iba quedando más abandonado en un cuarto oscuro. Su vida se volvió una eterna espiral de licor, fiestas, droga, sexo y depresión.

En esa espiral Piedad conoció al coronel Mendoza. Al comienzo la usó para satisfacer sus ocultas aberraciones sádicas, que a ella le parecían un juego interesante pero que luego se convirtieron en una pesadilla cuando casi la mata a golpes. Para evitar un escándalo, el ahora general Mendoza se encargaba de proveer a Piedad de toda la cocaína que necesitara y la convirtió en su esclava. Hasta la puso a trabajar para sus intereses. Para que lo pudiera hacer, la incorporó a un cuerpo especial oculto que limpiaba todos sus desastres, donde recibió algo de instrucción militar y manejo de armas.

Luego de pasarlo canutas y sin muchas opciones, Piedad se convirtió en informante, infiltrándose en la organización de Coronel hasta llegar a ser su esposa. Ésa fue una dura experiencia para Piedad, pues el verdadero Coronel era un hombre que maltrataba a las mujeres.

Fue entonces cuando el Chapo y Piedad se conocieron. Un círculo que se cerraba claramente para el Chapo, quien recordaba que el único que sospechaba de la supuesta Piedad era Genaro. Para protegerla y para proteger al Chapo, el general Mendoza inventó que Genaro era un soplón, como sí lo era el que en verdad lo vendió ante el mafioso colombiano. “Fue una jugada maestra”, concluyó el Chapo, quien le confesó que el general le había sido de mucha ayuda, pero que enfrentaba problemas serios.

La situación del general Mendoza no era nada envidiable. Estaba siendo juzgado por un tribunal militar y al terminar, debía enfrentarse a las autoridades americanas, quienes lo acusaban de trabajar para el cártel de Sinaloa. El Chapo dijo que no era verdad, que el general Mendoza había sido un “colaborador” como muchos: narcos, militares y políticos del gobierno, para tener una buena imagen en su lucha contra el crimen organizado.

Piedad le pidió dinero para ayudar a su familia. El Chapo le respondió que le daría todo el dinero que necesitara a cambio de que desapareciera de su vida antes de perforarla a plomazos. Piedad se negó. Ella quería estar a su lado. El Chapo, con la dureza que lo caracterizaba, le advirtió que si no desaparecía lo estaba obligando a sentenciarla a la pena de muerte. Pero a Piedad eso no le importó: total, ya estaba muerta en vida. Solamente la mantenían con vida sus piernas, porque su corazón y su alma ya no estaban en la Tierra.

Luego de la discusión el Chapo intentó convencerla para que entrara a un centro de rehabilitación. Ella le respondió que cómo era posible que un tipo como él le recomendara tal cosa si transportaba la droga con la que todo el mundo andaba loco como ella. Sus palabras no lo incomodaron, ya que tiene muy claro que una cosa es el negocio y otra sus efectos. O será que los que venden hamburguesas con papas fritas se deben sentir culpables por todos los que mueren de infartos y obesidad, replicó él.

Al final Piedad la sacó barata. Los hombres de Joaquín la encajuelaron y la llevaron hasta un centro de rehabilitación, que pagaron por adelantado por orden del Chapo. No importaba el tiempo que tuviera que quedarse, así su tratamiento llevara años, estaba dispuesto a pagar hasta el último centavo con tal de no volverla a ver, y menos en ese estado. Ya había hecho suficiente con no pegarle un plomazo; lo que menos deseaba era verla. Ojalá en el centro de rehabilitación hicieran lo que él no se había atrevido a hacer, a pesar de que lo deseaba: matarla.

Piedad estuvo intentando salir de su lamentable estado durante varios días pero no lo logró. Un día, a mitad de la noche, el Chapo recibió una llamada. Sobresaltado se despertó para buscar a Piedad en el último lugar donde supieron de ella. Al llegar a un rancho en el que la noche anterior se había llevado a cabo una monumental fiesta, la descubrieron ahogada en la piscina. La imagen era fantasmal. Un final esperado para ella. El Chapo ordenó que sacaran el cuerpo del agua y encontraran a los culpables.

La vida de Piedad siempre estuvo marcada por la tragedia. El Chapo se sentía desconcertado aun cuando estaba acostumbrado a ver los diferentes modos de la muerte. Se puso a pensar en todas las personas que había perdido y comenzó a aceptar que la muerte le estaba ganando la partida, se los estaba llevando a todos. Se estaba quedando solo. Por primera vez se enfrentaba a lo que tanto le había huido: a su soledad. A su abandono. Hubiera querido tener a doña Consuelo al frente para decirle que necesitaba su apoyo, un abrazo, un consejo, una palabra. Todo lo que había construido, hecho y organizado por huirle al abandono y a la pobreza lo estaba destruyendo. Ironía de la vida: Dios no castiga ni con palo ni con rejo.

Aunque el Chapo, que todo lo solucionaba con dinero, quería enviarle algo a la familia de Piedad, no sabía quiénes eran ni dónde vivían. Ordenó que llevaran su cuerpo a una funeraria y que publicaran un aviso para que los familiares se enteraran y pudieran llevar a cabo sus funerales, a los que pensaba asistir de incógnito. Para la prensa y la mayoría de la gente quedó como la muerte de una drogadicta por sobredosis. Corto final para una larga historia.