El Chapo se sentía el hombre más ignorante ante la situación que enfrentaba. Jamás lo había vivido. No conocía el desprecio de una mujer. Pero no era desprecio, porque sabía que Emma lo quería. Tal vez él la empujó a ese punto y ella, desesperada, decidió reorganizar su vida. Sus pensamientos se revolvían con el whisky y la coca que inhalaba. Se miró al espejo y al descubrir su peor versión en el reflejo, lo rompió en mil pedazos. No quería mirarse. Sabía que era una porquería, que si no fuera por el poder y el dinero nadie lo tendría en cuenta. Una tragedia humana se representaba en él. Por eso quizá trabajaba tanto, para evadirse. En un momento de lucidez decidió que no perdería a su esposa y menos a sus gemelas.
Se aseó para recibir a Julián, un especialista en seguridad. Julián vivía en la colonia Tierra Blanca, en Culiacán, y había sido recomendado por el Azul para encargarse del sistema de seguridad del Chapo. Lo entrevistó para conocer sus fortalezas y sus debilidades. Como solía hacerlo, intentó impresionarlo, pero a Julián, que se hacía llamar la Voz, nada le impresionaba.
A pesar de que su solicitud era inapropiada, era tal la desesperación del Chapo que le pidió un consejo a su entrevistado sobre cómo recuperar a su esposa. La Voz le hizo un recuento pormenorizado de la vida de Emma: dónde vivía y con quién; cuál era su rutina y la de las niñas. Le aclaró que si él tenía esa información, también la podrían obtener las autoridades o sus enemigos, y eso se debía evitar. Además, indicó que si no fuera por su esposa “quien se ha encargado de regar el comentario de que usted, señor, la dejó por otra mujer, cualquiera podría pensar que ella es su lado vulnerable”.
El Chapo quedó impresionado con las habilidades de la Voz y lo contrató de inmediato como su jefe de seguridad. Lo que fue toda una revelación para él fue lo dicho por Emma, a quien veía como la única mujer que lo amaba; lo que escuchó no podía ser más que una señal de que lo seguía queriendo. Lo seguía amando y lo seguía protegiendo. Caer en cuenta de eso lo llenó de una energía sobrenatural que hacía mucho tiempo que no sentía. Le devolvió la vida. Le ordenó a la Voz que se encargara de su seguridad mientras hacía lo que tenía que hacer.
El Chapo, sabiendo que a Emma no la deslumbraban ni el lujo ni las joyas caras ni los grandes artistas, contrató un mariachi de los más baratos, una decena de veteranos, tísicos y enfermos, que entre todos sumaban casi mil años. Lo acompañaron en un viaje relámpago a la casa de Emma. Él mismo se vistió de charro, igual que los otros, y le cantó más de veinte canciones que se había aprendido durante el trayecto y cuyas letras hablaban de perdón, de amor sublime y de amor eterno.
Cuando Emma se asomó a la ventana y descubrió que el Chapo era quien cantaba, comprendió por qué le parecía tan desafinado el mariachi, pero valoró el esfuerzo de su marido. Sabía que nunca se había aprendido una canción, que era muy malo para memorizar y que si algo le daba vergüenza, era cantar. Verlo ahí con su traje barato de charro, con ese mariachi que, por su edad, parecía haber estado al lado de Pancho Villa durante la Revolución, la enterneció. El Chapo estaba cambiando y se merecía otra oportunidad.
Sentados en la banca de un parque, la pareja volvió a sentir el amor que los unió al principio de su relación. Mirando el cielo despejado, Emma le dijo que no quería que le bajara la luna ni las estrellas, solamente pedía que la respetara; eso era más real y lo mejor para ambos. El Chapo le juró de rodillas que así lo haría. Y si no le cumplía, ella tendría el derecho de hacer lo que quisiera, incluso de entregarlo si consideraba que lo merecía por fallar a su promesa.
Emma lo perdonó de corazón. Regresó al rancho y la vida volvió a florecer en el jardín de los Guzmán. El nuevo jefe de seguridad, la Voz, se puso a las órdenes de Emma.