Los Arellano Félix, jefes del cártel de Tijuana, y sus sicarios creían que al estar el Chapo en prisión ganarían la batalla. Para rematarlo, estaban dispuestos a darle otro golpe certero que, pronosticaban, marcaría el final del cártel de Guadalajara, ahora mal organizado y en decadencia. La intención de los Arellano Félix era quitarle las rutas, quedarse con sus plazas, con la lana que tenía guardada en los clavos y cobrarse por derecha una supuesta mercancía que les había robado Ismael Zambada —obedeciendo órdenes del Chapo—, socio de Joaquín Guzmán, más conocido como el Mayo Zambada.
La historia comenzó cuando una de las lanchas propiedad de los Arellano Félix fue incautada por las autoridades mexicanas. Los Arellano Félix responsabilizaron al Mayo Zambada, encargado de la logística en esa zona del país. Él se defendió diciendo que no tuvo nada que ver. Sin embargo, no fue un hecho aislado; la policía les daba un golpe tras otro, ¿quién era la borrega? Los Arellano Félix no se comieron el cuento, sus pesquisas siempre los llevaron a un mismo norte: acusaron al Mayo del robo, confirmando que hay dos cosas en el mundo del narcotráfico que los mafiosos no perdonan: que les roben la “soda” o a sus mujeres.
Los Arellano Félix le pidieron al Chapo —entonces en libertad— la cabeza del Mayo Zambada para equilibrar la balanza. Lejos de esto, Joaquín, fiel escudero de su socio, amigo y compadre, le advirtió que sus enemigos lo andaban buscando para matarlo. Este hecho marcó el inicio de una nueva guerra al interior de la mafia, la cual se venía fraguando desde mucho tiempo atrás. En vista de que se acercaba una confrontación inevitable, los Arellano Félix visitaron a su socio Amado Carrillo, El Señor de los Cielos, para pedirle ayuda. Y éste tomó partido a favor de los Arellano Félix sin que el Chapo lo sospechara.
El Mayo Zambada debió esconderse mientras que el Chapo viajó a Guadalajara para hablar con Amado Carrillo, a quien le confió la ubicación de su refugio. Ese descuido derivó en un atentado del que Joaquín logró salir con vida. Fue una advertencia clara en un territorio donde los jefes eran otros. Ese evento y el atentado en el aeropuerto de Guadalajara obligaron al Chapo a salir de México para refugiarse en Guatemala, con la esperanza de que la marea bajara y las aguas tomaran su curso.
El Chapo informó al Señor de los Cielos sobre su paradero. Éste, que jugaba a doble banda, aprovechó sus contactos en el interior del gobierno y de algunas agencias federales estadounidenses para delatarlo. Su objetivo era que lo capturaran o lo ultimaran: de una forma ganaba y de la otra también. Pero no contaba con que México y la mafia del narcotráfico tendría Joaquín Guzmán Loera para rato.