Era la noche del 17 de febrero de 2014. El Chapo se paseaba de lado a lado en su recámara, mientras Emma jugaba con las gemelas. Emma sabía que él no estaba bien; hacía varios días que lo veía preocupado. Se le acercó, lo abrazó y trató de tranquilizarlo. Le preguntó si le apetecía que le sirviera su trago favorito, whisky con hielo. El Chapo aceptó el ofrecimiento y le confesó que no entendía qué tenía; era un mal presentimiento, sentía que algo sucedería. Emma le propuso llevar a las gemelas un tiempo con sus papás, pero el Chapo se negó; quería que su familia estuviera unida. Emma se preocupó por lo que le estaba pasando a Joaquín.
En la madrugada de esa misma noche, en una esquina de la calle donde se ubicaba la casa del Chapo en una colonia de clase media —la número cuatro de las seis casas de seguridad que tenía en Culiacán, según la clasificación de Jessica—, se encontraron Snowden y Jessica con un grupo de efectivos del cuerpo de élite de la marina mexicana, listos para entrar a la casa que no era una vivienda ostentosa.
Los efectivos de la marina fueron los primeros en desplazarse tras los coches estacionados frente a la casa. Una vez asegurado el perímetro, hicieron la señal para que los comandos de avanzada se acercaran. Al hacerlo se toparon con dos grandes portones. Uno de ellos no estaba asegurado completamente, constató Jessica. Al instante, dos oficiales de la marina equipados con un ariete dieron un golpe certero y derribaron el portón. Como si fuera el santo y seña, se escucharon en el cielo algunos helicópteros que sobrevolaban la casa. Las sirenas de las fuerzas militares anunciaban su cercanía.
El ruido despertó a la Voz, quien ordenó a sus hombres que tomaran sus armas. Despertaron al resto de los sicarios y cerraron tras de sí una puerta de hierro. En la cocina, la Voz fue hasta una serie de monitores donde podía ver a Jessica con su grupo. “No son más de diez”, exclamó y dio la orden de fuego apenas hicieran contacto visual con el objetivo. Luego, corrió a la recámara principal.
En la recámara, el Chapo le dio unos chalecos antibalas a Emma para que envolviera a las gemelas. Mientras, Jessica trataba de abrir la segunda puerta con el ariete, pero parecía la entrada de un búnker porque no lograban ni moverla. El Chapo la había mandado a hacer especialmente con hierro de grueso calibre. Su interior había sido construido en tres cuadros unidos por yunques de lado a lado, de modo que si la rompían, no lo harían en su totalidad, sino por cuadros. Además, la mandó a rellenar con un producto líquido que al solidificarse su consistencia le quitaba fuerza a los golpes; el frío, por su parte, impedía que la lámina se doblara.
Mientras los elementos de la marina y el equipo de Jessica intentaban derribar la puerta con un mazo, el Chapo, Emma y las gemelas entraron al baño de la recámara. La Voz y dos hombres más los siguieron. El baño tenía un excusado, un lavabo, una tina y otros muebles. El Chapo dirigió el escape advirtiendo que tenían que hacer lo que él dijera. Tomó una clavija de la que sobresalía un alambrito y lo acercó hasta un enchufe cochambroso. La conexión sacó chispas y la luz del baño parpadeó; se había producido un corto circuito que dejó la casa sin luz. El Chapo sacó su linterna para acercarse a un último mecanismo.
En el exterior, Jessica, su equipo y los marinos hacían todo lo posible por derribar la puerta que, de tanto golpe, estaba averiada pero no cedía. Jessica preguntó que cuántos minutos llevaban intentándolo. Le respondieron que ocho, que el Chapo no podría huir, que tenían la casa rodeada. Era una afirmación que no la convencía del todo; conocía muy bien al Chapo y sabía de su ingenio, más en situaciones extremas, que para él eran como quitarle un dulce a un niño. Por fin la puerta cedió y el grupo élite de la marina pudo entrar a la casa.
Lo primero que encontraron al ingresar fueron los monitores, lo que confirmaba que los habían estado observando. Luego, con movimientos precisos y calculados, se desplazaron por el corredor hasta llegar a la recámara principal. Se apostaron a lado y lado de la puerta, que estaba cerrada. Jessica se puso al frente, la abrió de una patada y entraron dos hombres dispuestos a iniciar el fuego, pero no había nadie. Una vez asegurada la zona, hicieron la señal para que entraran los demás.
Jessica avanzó sonriente, pero la sonrisa se desvaneció cuando no vio al Chapo ni a nadie. El vacío de la habitación la devolvió a la realidad: el Chapo se había ido, una vez más se les había escapado.
Pero, ¿por dónde se había fugado? Todas las salidas estaban vigiladas; quizá nunca había estado allí. Jessica se acercó a la cama para ver la ropa del Chapo; la olió y confirmó a los demás que sí había estado en ese lugar. ¿Dónde estaba entonces? Era la pregunta que se hacían unos a otros.
Jessica entró al baño y recorrió sus instalaciones con una lámpara, intentando encontrar algo que explicara cómo y por dónde había logrado escapar el Chapo. Miró cada detalle, cada elemento, hasta descubrir el alambrito que salía de la clavija. Lo miró detenidamente tratando de entender qué hacía ese alambre ahí en la clavija. No era normal que una clavija tuviera un alambre colgando. Llamó a uno de los marinos quien, con un probador de corriente, le dijo que lo único que notaba era que estaba recién quemado.
Jessica volvió a mirar todo, tomó la clavija y, por inercia, la metió en el enchufe, lo que generó otro corto circuito. Todos esperaban que algo sucediera, pero no pasaba nada. Jessica intuyó que algo de ese corto circuito tenía algún significado. No le parecía lógico que ese alambre estuviera allí al azar. Se miró al espejo, vio su rostro preocupado, su cabello despeinado y con una expresión de frustración que se transformó al detectar unas huellas en el espejo; las observa y deduce que son del Chapo.
Las huellas en el espejo son las de las manos del Chapo. Ella superpuso sus palmas a las huellas y su dedo pulgar tocó un botón que hay al lado del espejo. Al oprimirlo, se accionó un mecanismo que hizo que la tina se levantara y dejara ver una escalera que bajaba hacia un túnel: el lugar por donde acababa de escapar el Chapo.