Antes de escapar a Guatemala, el Chapo necesitaba convencer a Griselda, su esposa, para que lo acompañara. Él necesitaba desaparecer, ya que era perseguido por los organismos del gobierno estadounidense, la policía mexicana y sus enemigos, los Arellano Félix. Griselda se negó: ella rechazaba la idea de estar huyendo. Al contrario, se atrevió a pedirle que —por el amor que sentía por él y su familia, a la que no quería seguir viendo sufrir por vivir esa vida que llevaban— se entregara de una vez por todas. Así salvaría su vida y la de todos. Pero el Chapo, así estuviera con el agua al cuello y sin salida, no se entregaría, y tuvo que imponerse.
El Chapo se subió al banco especial que tenía en su casa —único lugar en que se atrevía a hacerlo— para quedar a la altura de su mujer y le dijo: “Te vas conmigo o te quedas con mi sombra”. Con el Chapo no había término medio: él la amaba y la necesitaba a su lado. Ella era una mujer de rancho que, como los hombres, no se raja. Y aunque a Griselda carácter y fuerza no le faltaban, también sabía que cuando el Chapo usaba el banco, era cosa seria. Él le dijo que si en verdad se había comprometido hasta que la muerte los separara, lo debía acompañar. Este argumento ofendió a Griselda pues, pensó, la esclavitud había desaparecido mucho tiempo atrás. Pero cuando el Chapo se bajó, se arrodilló y le rogó que lo acompañara, ella aceptó conmovida.
A continuación ella pasó a recoger a sus hijos al colegio para reunirse con el Chapo dos horas después en el aeropuerto de Guadalajara.
En las oficinas del ejército mexicano, Jessica analizaba información acerca del Chapo cuando recibió una llamada anónima que la alertó sobre las intenciones de escapar del capo. El soplo resultó ser cierto. Mientras se desplazaba en su Grand Marquis rumbo al aeropuerto de Guadalajara, el Chapo solo pensaba en dejar ese pasado que lo atormentaba. Incluso consideró la posibilidad de iniciar una nueva vida en Guatemala, luego de cerrar unos negocios pendientes con unos colombianos. Mientras tanto, las alarmas en el ejército se encendieron cuando se hizo oficial la información de que el Chapo iba a salir del país. Jessica dio inicio a un plan sorpresa. La idea era capturarlo en el aeropuerto, si es que llegaba.
El Chapo, ignorando lo que planeaban en su contra no solamente las autoridades sino también sus enemigos, pidió al chofer que bajara la velocidad para poder ver las señales de tránsito de la salida. Esto causó que los rebasara otro Grand Marquis con vidrios polarizados. Dos minutos después, ese Grand Marquis fue llenado de plomo en el estacionamiento del aeropuerto por varios hombres que se bajaron de tres camionetas. Los ocupantes, armados con fusiles de asalto, eran los Arellano Félix y sus camaradas.
El Chapo, por un instante congelado en el tiempo y viendo su vida en retrospectiva, se quedó mirando la escena y vio cómo del Grand Marquis caía, tras abrirse una de las puertas traseras, el cuerpo de un cardenal que intentaba bajarse para pedir clemencia a sus asesinos. Éstos salieron a toda prisa del lugar sin percatarse de que se habían equivocado de víctima.
Al escuchar el sonido de las sirenas, el Chapo supo que no podía dar marcha atrás. Acompañado por su escolta corrió al interior del aeropuerto para intentar salvaguardar su vida. La gente corría desesperadamente de un lado a otro tratando de resguardarse. Los gritos histéricos de los testigos se confundían con las sirenas de la policía que inundaban el lugar. La confusión tardó varios minutos; tiempo que aprovechó el Chapo para desaparecer. A salvo, pero con el corazón palpitándole a mil tras haber sentido la muerte en la oreja, llamó a su esposa para indicarle que había cambio de planes, que se encontraran en una pista clandestina.
El operativo en el aeropuerto, organizado por Jessica, había sido frustrado. Por ninguna parte apareció el Chapo. El que sí apareció fue el presidente de la República para regañarlos a gritos por estúpidos: acababan de matar al cardenal Posadas en sus narices y nadie se había dado cuenta. Ahora sí se les iba a venir encima la Iglesia y la sociedad por semejante ineptitud, les reclamaba encolerizado a los agentes federales, exigiendo resultados inmediatos. Por su parte, Jessica recibía el regaño más humillante de su vida de parte de sus jefes en los Estados Unidos.
Mientras el caos reinaba en el aeropuerto de Guadalajara, el Chapo volaba en su avión rumbo a Guatemala, ignorando que el reloj de su hija —un regalo de un compañero del colegio— enviaba ondas a un receptor satelital que luego las bajaba a la antena del comando del ejército. Por este medio llegaron a conocer su ubicación exacta en Guatemala.
Minutos después Jessica abordó un avión de la DEA rumbo a Guatemala. Fue recibida por el agente encargado de la región, quien la llevó directamente a las oficinas en la Estación Central de la Inteligencia Militar de Guatemala. La agente les informó que había ingresado a Guatemala uno de los mayores traficantes de droga del mundo, Joaquín Guzmán, alias el Chapo. La idea era que la DEA llevara a cabo la captura, con la intención de pedir la extradición inmediata del criminal a los Estados Unidos. Pero los dirigentes de la inteligencia militar guatemalteca pensaban otra cosa: ellos querían los logros y colgarse las medallas al precio que fuera. Por eso el jefe de ese organismo —que a la postre sería presidente de Guatemala— no quiso desaprovechar semejante oportunidad que le habían servido en bandeja de plata.
La captura del Chapo fue una jugosa carta de presentación para ascender en las fuerzas militares o seguir una carrera política, aunque el costo resultara muy alto. Tiempo después los tentáculos del criminal alcanzarían a arrancarles la vida a algunos miembros de la familia del coronel Otto Pérez Molina, uno de los responsables de su detención. En el fondo, ésa fue la razón por la que el general Olea nunca se descubrió el rostro, por más que quería, cuando recibió e interrogó al Chapo en México.
El Chapo, quien también tenía infiltrados en todos los organismos del gobierno, recibió una llamada momentos antes del operativo para su captura mientras se encontraba en su nuevo departamento ubicado en el sitio más exclusivo de la Ciudad de Guatemala. Le informaron que si era capturado por guatemaltecos, sería extraditado a México, pero que si lo hacía la DEA, lo enviarían a los Estados Unidos. Para cuando colgó escuchó un estruendo: los cuerpos de seguridad estaban a punto de derribar la puerta.
El Chapo alcanzó a darle instrucciones a su esposa y se fue a la cocina. Allí accionó un mecanismo eléctrico que abrió una pequeña puerta oculta con la misma textura de la pared y se escondió. El Chapo sabía que en un momento como ese el tiempo que ganara era oro; lo que fue una sorpresa es que Jessica llegara por él. La obsesiva agente, quien comandaba el operativo, llevaba bastante tiempo buscándolo.