Capítulo Cuatro

Harres había creído estar preparado para cualquier cosa.

Y había aceptado que no podía adivinar cuál sería el próximo movimiento de Talia Jasmine Burke.

Pero aquello fue más que una sorpresa.

Se quedó mirándola a los ojos. Ella lo contemplaba con furia y un ápice de ansiedad.

Todo su odio no tenía nada que ver con ella misma, sino con un ser amado.

Su hermano.

Así que era eso.

Harres sabía que ella no había querido decírselo y que estaba furiosa consigo misma por haberlo hecho. Pero ya no había marcha atrás.

Al menos, tenía una pista, pensó Harres. Se dio cuenta de que estaba hablando del mismo T. J. Burke que él había investigado. No podía haber otro que también resultara estar en la cárcel.

Sin embargo, todavía no entendía que tenía que ver su familia con el encarcelamiento del hermano de Talia. Tendría, también, que conseguir esa información.

Tras un lago instante, Talia empezó a temblar de tensión. Sus ojos brillaban de dolor y agitación. Pero debía controlarse. Estaba en presencia de su enemigo. No la dejaría consolarla, ya que él era la causa, aunque indirecta, de la desgracia de su hermano.

–Ya que has llegado hasta aquí, cuéntame el resto –pidió él.

Ella exhaló, mirándolo con gesto desafiante.

–¿Para qué? ¿Para que me digas que me equivoco? Ya me lo has dicho unas cuantas veces.

Oqssem b´Ellahi, te juro, Talia, que si no empiezas a hablar, te besaré de nuevo.

Los ojos de ella brillaron con una mezcla de indignación y tentación. Harres deseó que venciera la segunda.

–Inténtalo y, en vez de arrancarte la mano de un mordisco, te arrancaré los labios.

Él inclinó la cabeza, esforzándose por no sonreír.

–¿Qué más me da, si al final acabarías curándome? Habla, Talia. Si merezco un castigo, al menos, ilumíname sobre los detalles de mi crimen.

–Te recuerdo de nuevo que no soy la policía –repuso ella con un respingo–. No tengo por qué leerte los cargos que tengo contra ti. Soy familia de la víctima y tú eres familia de los criminales.

–¿Y qué hizo mi familia de criminales? –insistió él–. No me dejes en suspense por más tiempo.

Ella maldijo.

–Mi hermano gemelo trabajaba en Azmahar hace dos años –comenzó a decir ella y le lanzó una mirada de puro desprecio–. Es un genio de la informática y las grandes compañías se lo han estado disputando desde que tenía dieciocho años. Conoció a una mujer y se enamoró. Le pidió que se casara con él y ella aceptó. Pero su familia, no.

Entonces, había una mujer. Claro, pensó Harres.

–La mujer se llama Ghada Aal Maleki –continuó Talia y lo miró con gesto desafiante–. Ya sabes a quién me refiero.

–Sí, pertenece a la familia real de Azmahar. Sé que lleva mucho tiempo prometida con Mohab Aal Shalaan, mi primo segundo y uno de los tres hombres que había en mi equipo de rescate esta noche.

Talia se quedó boquiabierta. A continuación, levantó las manos al cielo.

–Genial. ¿Así que ahora le debo la vida a él también?

Harres meneó la cabeza.

–No le debes nada a nadie. Estábamos cumpliendo con nuestro deber. En cuanto a Mohab y su compromiso con Ghada, fue un acuerdo entre familias, pero creo que los dos han estado haciendo lo posible para sabotearlo. Primero, ella insistió en sacarse la licenciatura, luego el doctorado. Y él aceptó gustoso esperar e ir posponiendo la boda año tras año. Creo que ambos están tratando de eludir el matrimonio. Por el momento, no hay ningún anuncio de boda.

Talia levantó la barbilla, fingiendo desinterés.

–Bueno, tal vez, tu primo segundo no quiera casarse con Ghada, pero tu familia sí quiere que lo haga. A cualquier precio. Deben de tener grandes intereses en el matrimonio, pues están dispuestos a hacer lo que sea para hacerlo realidad. Cuando Ghada les dijo que iba a romper con tu primo para casarse con mi hermano, ellos los expulsaron de Azmahar. Y, cuando Ghada dijo que se reuniría con él en Estados Unidos, decidieron inventarse una trama e implicarlo en delitos informáticos. De alguna manera, consiguieron que lo juzgaran en Estados Unidos y lo declaran culpable, sentenciándolo a cinco años de cárcel. En una cárcel de máxima seguridad.

Hubo un silencio. Sólo la respiración agitada de Talia rompía la quietud del momento. Sus ojos estaban llenos de angustia y rabia.

Estaba esperando que él dijera algo. Pero Harres no sabía qué decir.

Talia, sin embargo, tenía mucho más que decir.

–T. J., así se llama él también. Todd Jonas. Se parece a mí. No es muy alto, su piel es pálida y tiene un aspecto infantil. ¿Tienes idea de lo que es la cárcel para él? Se me hace el corazón pedazos sólo de imaginarlo. Le quedan cuatro años y siete meses más.

Harres se quedó mirándola. Sabía de lo que ella estaba hablando. Una prisión llena de brutos ansiosos por atacar a los más débiles. Y su hermano sería un objetivo fácil.

Talia continuó hablando, con voz temblorosa y apasionada.

–Por suerte y no gracias a vosotros, está a salvo por ahora. Compré su… seguridad. Es probable que no pueda seguir haciéndolo durante mucho tiempo. El precio se ha triplicado en los últimos tres meses.

Hubo otro silencio y Harres adivinó que ella había dicho todo lo que tenía que decir.

Él tardó unos minutos en poder hablar.

–No puedo expresarte cuánto lamento la situación en que se encuentra tu hermano. Si es cierto que cualquier miembro de mi familia es responsable…

–¿Si…? –le interrumpió ella, irritada–. Oh, te aseguro que es cierto, príncipe Harres. Alguien me ha dado la oportunidad de reunir las pruebas.

Harres no pudo evitar acercarse, atraído por la poderosa convicción que ella mostraba.

–¿Qué pruebas? ¿Y quién te las ha dado?

Ella lo miró como si estuviera loco.

–No pienso decírtelo.

–Es importante que me lo digas, Talia –insistió él–. Si conozco los detalles, podré ayudarte.

–Ya. Y vas a ayudarme a demostrar que tu propia familia es culpable de fraude, ¿no?

–No puedo asegurarte nada, ya que no conozco los detalles, pero si puedo ayudar a tu hermano de alguna manera, lo haré.

–Eso es –se burló ella–. Vagas promesas. Hasta que te dé la información que has venido a buscar. No soy ninguna tonta.

–Te repito que no conozco los detalles, pero lo investigaré. Y, luego, pienso actuar. Eso te lo prometo. Si algún miembro de mi familia es culpable, me ocuparé de que pague su precio.

–Ya, sí, claro.

–¿Crees que puedo mantener la paz en un sitio como Zohayd mediante favoritismos? Ocupo el puesto que ocupo porque todo el mundo sabe que soy recto y que nunca comprometeré mi honor.

Ella titubeó antes de endurecer la mirada de nuevo.

–Me alegro por ti. Pero no pienso contarte nada más. ¿Qué vas a hacer? ¿Obligarme, como pensaban hacer esos brutos?

Harres deseó poder convencerla de lo contrario de una vez por todas. No podía soportar que ella dudara de su seguridad estando con él.

–Te vuelvo a jurar que estás a salvo conmigo en todos los sentidos y a pesar de todo –afirmó él, mirándola a los ojos.

Talia, al fin, se encogió de hombros.

Él exhaló.

–Aclarado ese punto, analicemos la situación. Sé que no eres periodista y que tampoco eres espía… Eso me hace pensar que, tal vez, te hayan raptado por error.

Ella lo miró exasperada.

–¿Pretendes que te diga, así, la razón por la que me raptaron? De acuerdo, terminemos con esto de una vez. Vine a tu país siguiendo una pista que puede demostrar la inocencia de mi hermano. Y topé con información muy peligrosa para los Aal Shalaan. No tengo idea de cómo vuestra tribu rival se enteró de ello, y tan rápido. Quizá fuera cuando le mandé un correo electrónico a mi abogado contándole mis progresos. Por eso me raptaron. Vuestros enemigos quieren la información que yo poseo para destruiros. Y tú la quieres para evitarlo.

Y, aunque Talia lo estaba contemplando como si quisiera verlos a él y a su familia destruidos, Harres no pudo evitar sentir admiración hacia aquella leona de cabellos de oro que estaba arriesgando su vida por su hermano.

Al fin, él suspiró.

–Bueno. Es lo que yo pensaba. Pero has dicho que alguien te dio la oportunidad de probar la inocencia de tu hermano y te niegas a decirme quién. ¿No te das cuenta de que hay alguien detrás de todo esto?

–Claro. ¿Y? –preguntó ella con gesto pensativo.

–Que hay alguien a quien tu hermano y tú no le importáis nada, sois sólo un instrumento para sus fines, que son crear caos y destrucción.

Ella asintió despacio.

–Nunca creí que lo hicieran por pura amabilidad.

–¿Te han dado ya alguna prueba que pueda exonerar a tu hermano?

Talia meneó la cabeza malhumorada.

–¿No te parece extraño que sólo te hayan dado información para hacer daño a los Aal Shalaan? –volvió a preguntar él.

–Dicen que hará caer vuestra dinastía –afirmó ella con ojos encendidos.

Harres apretó los dientes, considerando el peligro que eso podía suponer para su país.

–¿No te has preguntado cómo pretenden que uses la información? ¿Crees que hacerlo ayudará a tu hermano?

Ella se encogió de hombros y, por primera vez, sus ojos mostraron un atisbo de duda.

–No he tenido tiempo para pensarlo. Me dieron la información esta mañana y, dos horas después, fui capturada. Pero tomé una decisión. No pensaba darles ninguna información a mis secuestradores. Por un millón de razones. Tenía claro que esos brutos no iban a dejarme escapar con vida, así que no pensaba, de ninguna manera, colaborar a que se hicieran con el mando de Zohayd para aplastar a sus súbditos.

Harres se quedó mirándola. Esa mujer era una caja de sorpresas. Cualquiera en su situación hubiera estado dispuesto a dar la información con la esperanza de poder salir con vida de allí. Pero ella hubiera preferido morir antes que suplicar por su vida o participar en una injusticia.

Él se contuvo para no tomarla entre sus brazos, pues estaba seguro de que ella se resistiría.

–Al parecer, te das cuenta de que la información que posees es vital y de lo que puede pasar si cae en las manos equivocadas. ¿Has decidido qué vas a hacer con ella?

Talia se encogió.

–Si salgo de esto de una pieza, claro… Primero, confirmaré los datos. Luego, pensaré muy bien cómo usarla –contestó ella–. Puede que la haga pública y, así, pavimente el camino para que la democracia llegue a Zohayd.

Harres arqueó las cejas con sarcasmo.

–¿Como las supuestas democracias de la zona? ¿Quieres privarle a Zohayd de su paz y prosperidad, sacándola de las manos de la monarquía que tan sabiamente ha dirigido el país durante cinco siglos? ¿Y tienes idea de qué repercusiones podría tener eso en las monarquías vecinas? Sería un caos y los militares acabarían tomando las calles –opinó él y esperó un momento antes de continuar, dejando que ella comprendiera–. E, incluso aunque caiga el rey mañana y la democracia fuera un éxito, eso no ayudaría a tu hermano. ¿O te bastaría con vengarlo, castigando a sus verdugos, y dejándolo a él en prisión durante el resto de sus días?

–No lo sé, ¿de acuerdo? –gritó ella, llena de confusión y antipatía–. Te he dicho ya que no he tenido tiempo para pensarlo. Y ahora no es un buen momento para reflexionar. Estoy en medio de ninguna parte, sin nadie de mi lado. Podré responderte si consigo salir de ésta.

Antes de que Harres pudiera decir que él estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de protegerla, Talia se encogió, doblándose sobre sí misma, y se tambaleó.

Lleno de pánico, él la observó, temiendo que estuviera herida. Se acercó a ella, ignorando la punzada que sentía en su propio costado. Le levantó el rostro con las manos y la miró a los ojos.

–Talia, no seas cabezota, estate quieta –susurró él, cuando ella trató de zafarse–. ¿Estás herida?

–No –contestó ella y gimió–. Es por uno de esos puñetazos que me dieron en el estómago. De pronto… el dolor es muy intenso –explicó.

–Talia, voy a quitarte todas esas capas de ropa que llevas… –señaló él, preocupado.

–¡De eso nada!

–Entonces, hazlo tú. Pero hay que quitarlas. Luego, te vas a tumbar. Necesitas estirar los músculos. Te daré un masaje con pomada antiinflamatoria.

Ella se quedó rígida durante un momento, luego, se rindió, asintió y se bajó la cremallera del abrigo.

Harres la siguió con la mirada. Cuando se dio cuenta de que llevaba un corsé debajo de la camisa, la sangre le bajó de golpe a la entrepierna al comprender que su disfraz había ocultado una mujer exuberante…

Talia apartó la ropa para mostrarle el abdomen, mirándolo con recelo.

–Deja que me ocupe de ti, no te resistas –le susurró él al oído.

Ella suspiró, dejándose manipular.

–Es inútil resistirse, ¿verdad?

Harres sonrió mientras abría el tubo de pomada.

–Sí. Ahora mismo no estás en condiciones de resistirte a mí. Espera a estar en forma.

Ella murmuró algo, una mezcla de aceptación a regañadientes y de gemido, mientras él la examinaba y le extendía la pomada.

Entonces, cuando Talia se relajó, él pudo ver la marca del impacto en su pálida piel.

La sangre se le subió a la cabeza de pronto, lleno de furia y deseos de venganza contra los que la habían golpeado.

–Sólo de imaginármelos tocándote, por no decir haciéndote daño…. los mataría.

Ella lo miró a los ojos, sorprendida por la intensidad de sus palabras. Ella suspiró y se relajó de nuevo bajo sus suaves manos.

–Tal vez, piensas que matar a alguien es un castigo adecuado y que puede servir de ejemplo a los demás.

Harres dejó de masajearla cuando ella empezó a tiritar. Quizá tenía frío, o le dolía… o estaba excitada, pensó él. Deseó poder desnudarla y tomarla y, así, remediar los males de ambos, pero sabía que, por el momento, debía contenerse.

Tras unos minutos en que ambos se miraron en silencio, Harres apartó las manos y la ayudó a levantarse. Ella rechazó su ayuda y se colocó las ropas. A continuación, se acurrucó en el otro lado de la cabina, lo más lejos posible de él.

Harres dio un paso hacia ella. No iba a consentir que lo tratara como si fuera un villano.

–Dejemos algo claro, Talia. Yo no he tomado parte en lo que le pasó a tu hermano. Así que no tengo nada más que decir al respecto. Y nada por lo que disculparme –señaló él y adivinó con satisfacción que ella estaba sopesando sus palabras y admitiendo que tenía razón–. Hasta que no pueda averiguar más y hacer algo, no te dejaré que vuelvas a sacar el tema. El asunto de tu hermano está cerrado por ahora.

Él le sostuvo la mirada, hasta que Talia refunfuñó con resentimiento y aceptación.

Harres asintió, sellando así su acuerdo.

–Ahora, debemos concentrarnos sólo en nuestra supervivencia.