–¿Cómo que nuestra supervivencia? –inquirió ella, furiosa.
Harres frunció el ceño.
–¿Qué clase de pregunta es ésa? Estamos en medio de ninguna parte, como has dicho tú. En la zona más hostil del planeta.
–Sí, claro. ¿Y?
Harres meneó la cabeza, sin comprender.
–Te preocupa salir de ésta con vida. Creí que entendías lo peligroso de nuestra situación.
–Soy yo la única que está en peligro. Y el peligro eres tú.
–¿Yo? –preguntó él, exasperado.
Ella se encogió de hombros, ignorando la desesperación de él.
–Sí, tú. Sospecho que vas a aprovechar la situación para hacerme hablar. Y, una vez que estés seguro de que te lo he dicho todo, no te preocupará tanto mi bienestar, ni que esté viva o muerta.
Harres exhaló, lleno de frustración.
–Creo que te has sacado esa idea, ridícula, ofensiva y deshonrosa, de la manga.
Talia lo observó un momento antes de asentir despacio.
–Supongo que sí. Pero me pareció que, ya que estás en tu elemento y has sobrevivido al rescate y al choque de una pieza, no corrías ningún peligro.
–¿Cómo puedes pensar eso?
–No lo sé –repuso ella con sarcasmo–. Tal vez, porque parecías despreocupado y alegre, riendo y sonriendo, metiéndote conmigo por ser mujer, interrogándome e intentando acorralarme con tu testosterona.
Harres no pudo evitarlo y soltó otra carcajada.
–Es por ti. Tú haces que me sienta despreocupado y alegre, a pesar de la situación.
–Ahora vas a decir que me besaste porque te incité –se burló ella, sonriendo.
–En cierta manera, sí. Me hiciste desearlo con todas mis fuerzas. Me hiciste alegrarme de haberte salvado, de que me salvaras y de que estés aquí conmigo. Además, sé que tú querías que te besara.
De manera involuntaria, Talia se humedeció los labios con la lengua. Le brillaron los ojos, al recordar el sabor de él. Enseguida, se recompuso y dio un respingo.
–¿Ves? No es tan raro que piense que no estás preocupado por la situación. ¿Quién habla así si se siente en peligro de muerte?
Él suspiró.
–Al parecer, yo. Cuando te tengo cerca. Pero, cuando hablaste de utilizar otra vez el escarpelo conmigo, creí que te dabas cuenta de que ambos estábamos en peligro.
–Sólo quería hacerte ver que tú también estás a mi merced.
Él camufló una carcajada.
–Estamos sentados dentro de un helicóptero estrellado. ¿Cómo puedes pensar que yo no corro peligro estando en medio del desierto, sin modo de salir?
–Resulta que tú eres el príncipe Harres Aal Shalaan. El único y magnífico. Debes de tener toda clase de recursos para contactar con tu gente y que te recojan cuando te apetezca.
–Tengo la tecnología –admitió él, asintiendo despacio–. Toda la tecnología que existe, pero es inútil, pues estamos en una zona sin cobertura para las comunicaciones. La zona más cercana con cobertura está a trescientos kilómetros.
Ella abrió los ojos como platos.
–¿Quieres decir que tu gente no tiene forma de saber dónde estás?
–Eso es.
Tras un momento, Talia pareció llegar a una conclusión. Sus ojos se llenaron de miedo.
–Entonces… tu ejército estará peinando el desierto para encontrarte, ¿no?
–Seguro –afirmó él y soltó un suspiro de resignación–. Y me encontrarán. Tal vez tarden una semana. Tenemos agua a bordo sólo para un par de días.
–¡Nos encontrarán antes de una semana! –exclamó ella, asustada–. Con todas las herramientas tecnológicas que tienen y todo el país buscando a su precioso príncipe, apuesto a que te encontrarán como mucho en un par de horas.
Harres quiso abrazarla y librarla de su preocupación. Pero tenía que decirle la verdad. Se ocuparía de sacarla del peligro, pero quería asegurarse de que ella comprendiera que no iba a ser fácil.
–No tienen manera de saber por dónde empezar –confesó él–. Cuando mis hombres regresen a casa y se den cuenta de que yo no estoy allí, volverán al punto donde dejamos el helicóptero para empezar a buscar. Pero no tienen ni idea de hacia dónde volamos y dónde nos hemos estrellado.
–Bueno, tal vez tarden un poco más, un día o dos –repuso ella–. Sobrevolarán la zona y nos verán.
Harres meneó la cabeza, dispuesto a quitarle sus falsas expectativas. Era mejor que aceptara la dura realidad cuanto antes.
–Estamos en una zona de ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados y algunas de las dunas de por aquí miden más de trescientos metros de alto… La verdad es que estaba siendo optimista cuando calculé una semana.
Hubo un pesado silencio.
Ella lo miró con ojos aterrorizados.
–Oh, cielos, estás aquí varado conmigo –dijo ella al fin.
Harres no pudo contenerse más. Alargó las manos y tomó el rostro de ella, acariciándole las mejillas para calmarla.
–No se me ocurre mejor compañía que tú para estar atrapado y en peligro de muerte.
Ella abrió la boca y la cerró de nuevo.
Entonces, saliendo de su estupor, Talia se quitó de encima las manos de él con un movimiento brusco.
–¿Cómo puedes bromear en un momento así?
–No estoy bromeando –aseguró él y alargó la mano hacia ella, pero la apartó cuando Talia le enseñó los dientes como un felino–. Puedes morderme si quieres, pero eso no cambiará la situación. Y lo que te he dicho es cierto. No se me ocurre nadie mejor con quien estar aquí.
Los ojos de Talia se llenaron de lágrimas.
–¡Cállate! –sollozó ella–. Ya has dicho bastante, ¿no te parece?
–La verdad es que estaba llegando a la parte interesante.
–¿Qué parte interesante? ¿La de que dentro de unos miles de años encontrarán nuestros huesos y los pondrán en un museo, preguntándose si éramos Adán y Eva?
Harres se agarró al asiento para contenerse de tomarla entre sus brazos y devorarla con frenesí.
–No tengo ninguna intención de convertirme aún en un fósil. Para eso, primero tenemos que salir de este pedazo de chatarra y sumergirnos en el desierto.
Ella no dijo nada. Se acomodó en el asiento, incómoda.
–Deberías tumbarte. Está claro que te has golpeado en la cabeza y todo lo que dices y haces es fruto del delirio –comentó Talia.
–¿Es que crees que no tengo cerebro de repuesto? –bromeó él.
–Sí, claro, como corresponde a tu linaje. Pero, si se te ocurre sugerir que hagamos una excursión por la parte más hostil del planeta, es porque necesitas intervención médica.
–Sólo sería un paseo de setenta kilómetros. Ésa es la distancia al oasis al que te estaba llevando antes de estrellarnos.
Ella lo miró con un atisbo de esperanza en los ojos, que pronto se convirtió en alivio.
–¿Por qué no lo has dicho antes? No está tan lejos.
–En el desierto, con las altas temperaturas de día y el frío de la noche, no será una excursión de placer. Además, no iremos en línea recta. Hay arenas movedizas por el camino.
Talia levantó la barbilla con gesto desafiante.
–Si estás intentando asustarme, ahórratelo. No he venido a Zohayd desde un hospital de lujo con aire acondicionado, sino de una destartalada y abarrotada clínica en los suburbios de la ciudad.
Harres hizo una pausa antes de hablar.
–Sólo quiero prepararte. Me ocuparé de que lleguemos a buen término de la forma más eficiente posible. Pero necesito que estés al tanto de la situación. Por el momento, hemos superado la parte fácil. Ahora, tenemos que enfrentarnos al desierto.
Él percibió cómo el miedo y la incertidumbre amenazaban con abrirse paso.
–En cualquier caso, es un alivio saber que no tendré que cargar con una damisela quejosa –bromeó él.
–¡Siempre y cuando yo no tenga que cargar con un tipo debilucho!
Aquella mujer era tremenda y tenía un carácter inquebrantable, pensó Harres y se rió de nuevo, sin poder evitarlo. Al instante, meneó la cabeza, recordando de nuevo lo desesperado de la situación.
Estaban en un helicóptero destrozado en medio de una inmensidad de desolación. Harres iba a tener que desafiar al desierto en su pobre estado de salud para velar por la seguridad de su acompañante. Alguien que, por cierto, parecía decidida a borrarlos a él y a su familia de la faz de La Tierra.
A pesar de todo, sin embargo, él no había disfrutado nunca tanto en toda su vida.
Aunque tampoco debía olvidar los graves argumentos que ella tenía contra su familia. Un hermano injustamente encarcelado podía ser motivo más que suficiente para un enfrentamiento insalvable.
Aquello era peor de lo que Harres había imaginado. Había esperado tener que lidiar con un periodista hambriento de noticias o con un espía sin escrúpulos. Pero no podía haberse imaginado que se encontraría con una mujer enemistada con su gente. Ni, mucho menos, había contado con el poderoso efecto que ella le causaría.