Capítulo Once

Talia se despertó todavía con el dulce sabor de boca de la última vez que habían hecho el amor.

Se estiró, gimiendo al recordar. Él había cumplido su promesa de volverla loca de placer.

Harres no estaba allí, pero volvería en cualquier momento, pensó ella.

Talia se levantó, se lavó. Justo cuanto terminó, escuchó el sonido de las pezuñas de Viento, el caballo blanco de Harres, en la parte trasera de la choza.

Ella corrió a la puerta y, en cuanto salió, la sorprendió en el cielo una estrella fugaz. El meteorito pasó brillando y se desvaneció.

Igual que su tiempo juntos.

Pero ninguno de los dos se comportaba como si aquello fuera a acabarse. Actuaban como si fuera para siempre.

Harres dio la vuelta a la choza, se acercó a ella con su seductora sonrisa. Ella corrió a él y él la subió a la grupa de su caballo, envolviéndola con su cálido y fuerte cuerpo.

Después de trotar un rato juntos, Talia suspiró, acurrucándose en los protectores brazos de su caballero.

–He llegado a una conclusión –anunció ella.

Harres la besó en la cabeza y esperó a que ella hablara.

–Que me raptaran ha sido lo mejor que me ha pasado jamás.

Él rió y la abrazó con fuerza.

–Qué coincidencia, resulta que también es lo mejor que me ha pasado a mí.

Talia suspiró, sabiendo que él era sincero, y se pegó más a él, inspirando su aroma, mezclado con el del hermoso paisaje.

–¿Crees que algún día podré montar mi propio caballo? –bromeó ella.

–No me gusta verte en peligro.

–¿Qué peligro? Los caballos son muy comprensivos con los extranjeros, igual que todos los habitantes de por aquí.

–Entonces, lo que pasa es que prefiero tenerte entre mis brazos todo el tiempo posible… –repuso él, gimió y se corrigió–. Quiero decir tenerte entre mis brazos en cualquier oportunidad que tenga.

Ella sabía que Harres debía de estar reprendiéndose a sí mismo por aquel desliz en sus palabras, por haber insinuado que su tiempo juntos iba a llegar a un fin.

–Una causa noble –comentó ella, cambiando de tema, sin dejar de temblar por dentro.

Harres la abrazó con fuerza y exhaló, como si quisiera darle las gracias por haber evitado el tema espinoso.

–La más noble. Me he hecho adicto a tenerte así abrazada, cada vez que monto a caballo por el oasis.

Buttuli –dijo ella y lo miró a los ojos, captando su tristeza.

Al instante, la mirada de él se llenó de ternura.

¿Qué sentido tenía preocuparse por el futuro, en vez de disfrutar de la felicidad del presente?, se preguntó ella.

Talia le acarició el vello del pecho. Él ya no llevaba una venda, sino una túnica entreabierta en el torso. Y ella aprovechaba cualquier oportunidad para palpar su cuerpo escultural.

–Harres…

–Sí, Talia, di mi nombre así, como si no pudieras seguir viviendo sin tenerme dentro de ti. Así estaré, aquí y ahora.

Talia se quedó petrificada de excitación al imaginarlo llevando a cabo sus palabras. Y no sólo porque era una fantasía que sabía que no podían realizar. Estaba al aire libre y la gente de oasis podía verlos a los lejos.

Ella pensó que él sólo quería provocarla y que esperaría a estar a cubierto, más cobijados. Sin embargo, Harres la levantó, le levantó el borde del vestido y se lo colocó sobre el regazo.

Entonces, mientras sujetaba la brida con una mano, él deslizó la otra por debajo del cuello de su vestido, buscando sus pechos. Talia se incendió cuando él empezó a acariciarle los pezones y cuando la mordió en la nuca.

Talia se recostó sobre él con los muslos abiertos, húmeda.

–¿Sabes lo que tu olor me provoca? –le susurró él al oído, metiendo las manos dentro de las braguitas de ella, tocando su parte más íntima, que latía y se hinchaba a cada momento–. Quiero saborearte de nuevo, pero tendré que conformarme con sentir tu calor y tu carne de satén mientras se derrite por mí. Demuéstrame cuánto deseas que te toque, ya talyeti.

Sin preocuparse porque pudieran verlos, Talia se apoyó contra él, abriendo más los muslos, dándole acceso libre.

–Me vuelve loca todo lo que me haces. Tócame, hazme todo lo que quieras.

Con un masculino gemido, Harres hundió un dedo entre su sexo mojado, penetrándola, proporcionándole el más delicioso de los placeres. Ella se retorció, gimió, giró el rostro para mirarlo. Él introdujo la lengua en su boca y añadió el dedo pulgar a sus caricias. Mientras ella se derretía, le acarició su punto más sensible, hasta que el clímax la recorrió de arriba abajo.

–Darte placer es la experiencia más maravillosa que he vivido jamás –musitó él, mientras seguía tocándola con sus dedos, cambiando el ritmo y la dirección de sus caricias hasta hacerla gemir de gozo de nuevo.

Cuando Talia le suplicó que la poseyera, sintió cómo él liberaba su erección, que le golpeó en las nalgas.

–Levántate como te enseñé a hacer para trotar –le susurró él al oído.

Iba a tomarla allí, en ese momento. Sólo de pensarlo, Talia estuvo a punto de llegar al orgasmo.

Ella se levantó y él se colocó en la entrada de su cuerpo.

–Siéntate sobre mí –pidió él.

Talia obedeció y él la penetró en profundidad. Ella nunca llegaba a acostumbrarse a lo largo y grueso de su erección, sintiéndose como si, cada vez, la llenara más que la anterior.

La sensación de ocupación total de su cuerpo era tan deliciosa que Talia se retorció de placer. No tardó más de cuatro o cinco trotes del caballo en llegar a las puertas del orgasmo, sintiéndose poseída hasta lo más hondo.

–Móntame… móntame… –murmuró ella, sin poder pensar en nada más. Necesitaba que él la llevara al clímax, antes de que alguien pudiera verlos.

Pero Harres parecía no tener prisa y no paraba de decir cosas que a ella le estaban haciendo perder la cordura.

–Llenarte así, estar dentro de ti, es lo único que quiero… Quiero estar en mi hogar, dentro de ti, dándote placer, siempre…

–Por favor –rugió ella.

Entonces, Talia sintió que él crecía en su interior. Ella se retorció, gimió y él espoleó al caballo, poniéndolo a galope. Justo cuando ella pensaba que iba a perder la consciencia, él comenzó a masajearle el clítoris en círculos, mordiéndole el cuello al mismo tiempo, gimiendo. Y ella explotó.

Entonces, él también se dejó ir, llenándola con su semilla. Al sentirlo, ella volvió a estremecerse.

Al abrir los ojos, Talia se dio cuenta de que habían llegado al refugio de la cascada. Harres seguía dentro de ella y su placer se había sosegado, convirtiéndose en un flujo continuo de satisfacción.

–Deberías haberme dicho que, además de volverme loca, ibas a dejarme sin conocimiento –bromeó ella.

Él soltó una sonora carcajada.

–Estoy aquí para complacerte.

Harres se apartó, se colocó las ropas y saltó del caballo. Luego, le tendió las manos para ayudarla a bajar.

–Nadie nos ha visto. Esperemos tener la misma suerte la próxima vez –dijo él con una sonrisa traviesa.

No hubo próxima vez.

El sol casi se había puesto cuando, al día siguiente, Talia escuchó un sonido inconfundible. Un helicóptero.

Los hombres de Harres habían ido a buscarlo. Su idilio había terminado.

Harres se giró hacia ella, su mirada llena de los mismos pensamientos. Pero intentó sonreír.

–Llegarán en unos minutos. ¿Quieres que nos vayamos de inmediato?

Ella no quería irse en absoluto.

–Sí.

Él asintió.

–Recojamos las cosas que nos ha dado la gente del oasis.

–Me gustaría tener también algo que darles a ellos –señaló ella.

–Ya lo has hecho. Muchos me han dicho que has sido una bendición para ellos –aseguró Harres–. Además, podrás traerles lo que quieras en otra ocasión.

Ella soltó un grito sofocado.

–Volveremos aquí, ya nadda jannati. Te lo prometo.

Quince minutos después, Talia estaba parada con Harres a unos metros de donde el helicóptero acababa de aterrizar.

Cuatro hombres saltaron de la nave, caminaron hacia ellos con paso firme y seguro.

Al verlos, a Talia no le cupo duda de que eran de la familia de Harres. Como él, parecían seres sobrenaturales.

Los hombres tenían rasgos en común, que dejaban claro que eran familia, y al mismo tiempo cada uno era diferente.

Pero fue el piloto quien más llamó la atención de Talia. Y no fue porque lo reconociera como el príncipe heredero de Zohayd.

Amjad Aal Shalaan tenía un aura de poder que cualquiera podía percibir. A Talia le recordaba a una majestuosa pantera negra, siempre dispuesta para el ataque, con sus insondables ojos color esmeralda. Y esos ojos estaban clavados en ella. Al instante, Amjad miró a su hermano.

Sin embargo, su breve mirada le bastó a Talia para comprender que no tenía nada que ver con Harres. Su cuerpo perfecto albergaba a un hombre sin piedad y sin corazón.

Durante los siguientes minutos, Talia observó cómo los hombres saludaban a Harres con afecto y alivio. Todos, menos Amjad, que se quedó atrás, con los ojos fijos en ella.

Talia sintió cómo la taladraba con la mirada.

Harres le presentó a sus primos Munsoor, Yazeed y Mohab, el prometido de Ghada, quienes le habían ayudado en el rescate. Los tres le estrecharon la mano y la saludaron con cortesía. Intercambiaron con Harres docenas de preguntas e informes sobre lo que había pasado desde que se habían separado hacía veinte días.

–Basta de charla –interrumpió Amjad de forma abrupta–. Podréis poneros al día más tarde –añadió, y miró a Harres–. Después de que Shaheen me hiciera remover cielo y tierra para encontrarte, no ha querido perder ni un minuto más lejos de su prometida y ha preferido volver con ella en vez de venir a recogerte. Te manda su amor –señaló con tono irónico.

Harres hizo una mueca burlona.

–¿Has removido cielo y tierra por mí? Me conmueves, hermano. Espero que lo hayas dejado luego todo como estaba.

Amjad le dedicó una mirada severa y sarcástica. Talia estaba segura de que otro hombre de menos entereza que Harres se habría encogido ante ella.

–Son gajes del oficio de hermano mayor –repuso el príncipe heredero–. Además, no podía dejarte perdido en el desierto con información vital para mí, ¿verdad? Podrás recomponer las cosas tú mismo luego. De eso se encargan los hermanos pequeños, de arreglar y recoger después de jugar.

Talia se quedó boquiabierta. Harres la abrazó.

Amjad se fijó en lo unidos que parecían Harres y ella.

Entonces, miró al cielo con gesto de desesperación y se dirigió a Harres.

–No, también tú, no. Harres rió.

–Sí, yo, también. Y digo lo mismo que Shaheen. Estoy deseando que te unas al club.

Amjad hizo un gesto de desprecio con la mano y se giró hacia Talia.

–¿Y qué tiene ella que no tengan el resto de las mujeres? Ya que te has acostado con casi todas, me interesaría saber qué cualidades especiales tiene ésta para haberte hecho perder la cordura.

Harres agarró a su hermano del hombro y se señaló a los ojos con dos dedos.

–Si quieres hablar conmigo, estoy aquí, Amjad.

Amjad lo ignoró y continuó mirándola y hablando de ella, pero no con ella.

–La forma en que me devuelve la mirada… es fascinante. No tiene miedo, ¿verdad? ¿O es tan lista que sabe que ser valiente es la forma de conquistarte?

En esa ocasión, Harres casi le dio un puñetazo a su hermano.

–Deja de entrometerte, Amjad, o te haré morder el polvo.

Amjad esbozó una maliciosa sonrisa y su mirada se tornó todavía más provocativa, mientras seguía con los ojos puestos en Talia.

–Primero, dejas que Shaheen se zambulla en los brazos de Johara sin hacer nada para impedírselo y, ahora, estás ansioso por entrar a formar parte del grupo de hombres enganchados a una mujer. ¿También ella está embarazada? Al menos, ¿sirve para… –comenzó a preguntar Amjad, e hizo una pausa para dar tiempo a que sus palabras dieran a entender otra cosa–… proporcionarnos información interesante?

De acuerdo, pensó Talia. Ese tipo era el hombre más odioso que había conocido.

Los otros tres hombres se habían ido al helicóptero a prepararlo para el vuelo de regreso. Y, sin duda, para darle la oportunidad a sus hermanos de decirse lo que se tuvieran que decir.

Aunque Amjad tenía un tamaño formidable, Harres estaba, sin duda, más en forma y sería quien ganaría en una pelea. Siempre y cuando Amjad no jugara sucio. Y Talia estaba segura de que sí lo haría.

Sin soltar a Talia de la mano, Harres habló con la misma calma letal que Amjad.

–Sólo te lo diré una vez, Amjad. Talia es mi mujer, mi princesa. Le debo la vida y, a partir de ahora, no concibo la vida sin ella –continuó él–. Acéptalo. Por las buenas o por las malas.

De pronto, Amjad le habló a Talia.

–¿Lo ves? Tu hombre, tu príncipe, me amenaza, incluso diría que emplea la violencia física. Oh, oh. No tiene mucho futuro como pareja, ¿no te parece, doctora? –se burló Amjad y, luego, posó los ojos en Harres–. Tenía muchas esperanzas puestas en ti. Pero haz lo que quieras. Malgasta toda su vida en la imbecilidad y en la servidumbre emocional.

Antes de que Talia pudiera, al fin, dejarle las cosas claras y antes de que Harres pudiera defenderse, Amjad se dio media vuelta, saludó con la mano a la gente del oasis que había ido a despedirse y regresó a la nave.

Poco después, mientras Talia abrazaba a todo el mundo con lágrimas en los ojos, junto a Harres, prometiéndoles volver, Amjad fue tan impertinente como para tocar la sirena del helicóptero, metiéndoles prisa.

El regreso de Talia a la capital fue lo opuesto a su salida de ella.

Volver en el helicóptero real, rodeada de príncipes, era algo que nunca hubiera imaginado cuando la habían secuestrado hacía veinte días. Pero estar junto a Harres mientras se acercaban al mundo real le hizo darse cuenta de la profundidad de los momentos que habían compartido durante ese tiempo.

Después de aterrizar en el helipuerto privado de la casa real, Talia se cambió, poniéndose la ropa que Harres le había hecho llevar. Él también se cambió y, a continuación, fueron llevados a palacio en dos limusinas separadas.

Harres le dijo que no podían permitirse que se supiera que estaban juntos. Aparte de los que conocían la verdad, todos creían que había estado fuera en una de sus misiones habituales. Pero los traidores de palacio sí sabrían en qué había consistido esa misión. Si lo veían con él, adivinarían su verdadera identidad. Por eso, ella llegó a palacio en calidad de amiga de Laylah, prima de Harres. Después, fingirían empezar a salir y a todo el mundo le parecería comprensible que se sintiera atraído por su belleza rubia.

Talia le había dicho que pensaba volver a contactar con su informante para conseguir el resto de la información que le había prometido. Sin embargo, Harres se lo había prohibido. No podía arriesgarse a que ella corriera peligro, ni siquiera por salvar a su país del caos. Él le había contestado que encontraría otra manera de descubrir la verdad.

Entonces, reticente a separarse de ella, Harres se fue a atender sus asuntos, no sin antes darle un teléfono móvil para que pudieran llamarse hasta que fuera posible empezar a verse de nuevo. Algo que él pretendía que ocurriera cuanto antes.

Al llegar al palacio, que era tan impresionante y más grande que el Taj Mahal, Talia quedó tan impactada que, por un momento, pudo dejar de pensar en Harres y en lo extraño que le resultaba estar separada de él.

Cuando Talia había investigado sobre Zohayd, antes de emprender su viaje hacia allí, había leído que el palacio databa del siglo XVII y que habían tardado décadas en construirlo, con la intervención de miles de artesanos y arquitectos. Pero una cosa era ver las fotos y algo por completo diferente estar ante el palacio, sintiendo cómo la historia de su esplendor impregnaba los muros y estancias que la rodeaban.

Estar allí le hacía más fácil entender quién era Harres. La nobleza, el poder y la distinción que lo caracterizaban se remontaba a sus antepasados de sangre azul, los mismos que habían levantado aquel lugar increíble.

Por eso, a pesar de lo que Harres le había dicho, Talia tenía que hacer lo que estuviera en sus manos para proteger su legado. Incluso aunque no se hubiera enamorado de él y el amor no la cegara, sabía que él había tenido razón cuando había afirmado que su reinado estaba basado en cimientos de paz y prosperidad. Y reconoció que se había dejado llevar por los prejuicios al decir que estarían mejor sin monarquía.

Sin embargo, si jugaba bien sus cartas, ella podía conseguir acabar con el peligro que amenazaba a Harres, a su familia y a su país, pensó.

Justo cuando Talia iba a llamar a su informante y ya se había preparado lo que le iba a decir, el teléfono le sonó en la mano.

Sabiendo que era Harres, apretó el botón de respuesta.

–Tengo noticias, ya habibati. Las investigaciones y negociaciones que ha hecho mi familia mientras estábamos en el oasis han dado sus frutos. Tu hermano va a salir de la cárcel. No lo juzgarán de nuevo, pues han retirado los cargos contra él y recibirá una disculpa pública en todos los periódicos internacionales, además de cualquier otra compensación que él demande.

Talia empezó a balbucear, emocionada, dándole las gracias.

–Te ruego que me perdones, ya nadda jannati –dijo él–. Hay otra cosa importarte de la que tengo que ocuparme ahora. Te llamaré en cuanto pueda. Hasta entonces, felicidades, ya mashoogati.

Talia se quedó mirando el teléfono, conmocionada. Todd iba a ser liberado. Su pesadilla había acabado. Apenas podía creérselo. Iba a recuperar a su hermano. Harres no le había contado que había estado moviendo ficha para conseguir demostrar la inocencia de Todd. Pero lo había hecho y había tenido éxito.

Y Talia sabía que lo había hecho por ella.

Tumbándose en la cama, Talia se acurrucó sobre sí misma, sintiéndose a punto de explotar de tanto amor, tanto alivio y tanta gratitud.

Entonces, se levantó de un saltó, decidida a actuar. Marcó el teléfono de su informante, pero una grabación le respondió que ese número estaba fuera de servicio. Lo intentó de nuevo, para asegurarse de no haber marcado mal. No. Debía de haber sido un número temporal, para que no pudieran localizar a su propietario, caviló.

Sin perder un momento, Talia le envió un correo electrónico, dándole su teléfono.

Momento después de que enviara el mensaje, su móvil sonó de nuevo. Debía de ser Harres con más información, pensó.

Al responder, el aparato estuvo a punto de caérsele de la mano. No era Harres. Era una voz distorsionada que le ponía los pelos de punta. Era su informante.

Talia no había esperado que la contactara tan pronto. Pero eso no fue lo que más la sorprendió, sino lo que la voz dijo.

–Hola, doctora Talia Jasmine Burke.

Ella cerró los ojos. Sus precauciones no habían funcionado. No sabía cómo, pero se había quedado sin tapadera.

–No se preocupe, doctora. Sigo queriendo hacer tratos con usted. Ahora está, incluso, en mejor situación para hacer daño. Harres va a hacer todo lo que pueda para ganarse su simpatía, así que espero que no se deje engatusar y siga teniendo en mente su propósito: la liberación de su hermano.

Talia soltó un grito sofocado y, al otro lado de la línea, la voz distorsionada respondió con una macabra carcajada.

–Sí, lo sé todo. Por eso la busqué a usted. Quería encontrar a alguien que tuviera una causa y quería que fuera una mujer. Me complace que la caída de los Aal Shalaan esté en manos de alguien que quiere vengarse de ellos y quién mejor que una mujer para destruir a todos esos hombres importantes –añadió la voz–. Ahora, le diré quién es el jefe de la conspiración. Yusuf Aal Waaked, príncipe de los emiratos vecinos de Ossaylan.

Talia consiguió recuperar el aliento para hablar.

–¿Pero por qué exponerlo y dejar que los Aal Shalaan sepan quién es su enemigo y dónde buscar las joyas robadas?

–Oh, no hay nada que los Aal Shalaan puedan hacer. Al contrario, al exponerlo me aseguraré de que Yusuf no cambie de idea y siga con el plan hasta el final.

De pronto, hubo un largo silencio. La voz se tornó más lúgubre y aterradora.

–¡Idiota! Piensa utilizar la información para ayudar a Harres, ¿no es así? Ha caído bajo su hechizo. Debería haberlo adivinado, debe usted de estar deseando vender el alma por él. Pero le demostraré que ni Harres ni su familia merecen su ayuda, sino sólo su venganza.

Entonces, colgó.

Talia se quedó allí parada largo rato, mirando al vacío, temblando de agitación.

Al final, se puso en pie. Tenía que llamar a Harres, decirle lo que había pasado. Estaba segura de que él encontraría una solución y podría resolver todo el lío.

Cuando iba a marcar su número, dos hombres enmascarados irrumpieron en la habitación donde estaba Talia por las puertas del balcón. Uno de ellos la apuntó con una pistola para que no gritara.

–No le haremos daño –dijo el hombre armado–, si no hace ningún movimiento en falso. Sólo queremos que nos acompañe. Nuestro jefe quiere mostrarle algo.

Se la llevaron por el balcón y a través de los enormes jardines de palacio.

A continuación, entraron en otra estancia. Estaba vacía. Antes de que ella pudiera decir nada, escuchó la voz de Harres.

El corazón se le llenó de esperanza. Y, luego, de miedo. ¿Qué pasaría si él entraba y sus raptores se asustaban y le disparaban?

Entonces, Talia se dio cuenta de que Harres no se movía. Estaba en una habitación adyacente, hablando con alguien por teléfono.

–¿Cuántas mujeres me has visto tomar y abandonar después? ¿Crees que esta americana significa más para mí que las otras? Las otras, al menos, fueron pasatiempos agradables. Ésta casi me cuesta la vida. ¿Y puedes imaginarte lo incómodo que ha sido tenerla pegada a mí durante tantos días? ¿Sabes lo asqueroso que ha sido conseguir que confiara en mí y que soltara lo que sabía? ¿Te das cuenta de lo furioso que me puse cuando averigüé que apenas sabía nada interesante? Pero tuve que continuar siguiéndola el juego. Sabía que ella retomaría su misión y recabaría el resto de la información.

Harres se quedó callado un momento.

–¿Por qué crees que he liberado a su hermano? Ahora confía en mí con los ojos cerrados y hará lo que sea para conseguirme lo que necesito. Incluso le he dicho que la amo y estaría dispuesto a pedirle que se casara conmigo, si fuera necesario.

Él se quedó en silencio un momento, como si estuviera escuchando a la persona que había al otro lado de la línea.

–Todo el mundo es prescindible, lo único que me importa es proteger mi país –proclamó Harres–. Por eso, si ella no me sirve para eso, ¿crees que me importa que viva o muera?