25

Casa de Keita Ajani, Lokutu, República Democrática del Congo
Mayo de 2010

Lola se quedó impresionada al verlos.

Tenían rostros curtidos y miradas herméticas, de las que han visto demasiadas cosas en la vida, y probablemente casi ninguna buena.

De los seis, solo conocía a Martín Palacios, amigo de toda la vida del padre de Beatriz, con quien había empezado a hablar después de haberles abierto la puerta.

Se los presentó uno a uno.

Dos eran americanos, otro inglés y los tres restantes españoles: el grupo que Valentín había convocado, a través de su amigo, con el dinero que había podido recaudar para el rescate, incluida una contribución de Lola.

Cuando los tuvo a todos sentados, Martín tomó la palabra.

—Valentín me ha pasado toda la información que tenía, pero para buscar a Beatriz necesitaremos mucha más. Para empezar, hemos de conocer con absoluta precisión la última ubicación que se tuvo de ella, y revisar todas sus notas, las llamadas recibidas y enviadas desde su móvil en las últimas semanas, agendas, una lista de todos sus conocidos, echar un vistazo al ordenador que usaba en Greenworld, entrevistar a los que han trabajado con ella y a cualquier otro que pueda aportarnos algo... Y a ser posible, antes de que termine el día. Debemos encontrar coincidencias, sospechosos, pistas; en otras palabras, tener claro por dónde hemos de comenzar para rescatarla lo antes posible.

—Aquí tengo las dos carpetas que recogí de su despacho —les ofreció Lola—. En ellas podréis ver qué estaba investigando.

Mencionó el portátil y su inminente bloqueo a falta de dos tentativas más.

—¡Chicos! —Martín se dirigió a sus hombres—: ¿Alguno sabe lo suficiente de ordenadores como para sortear un sistema de contraseñas complejo?

Se miraron entre ellos y ninguno se ofreció.

—Me lo temía —concluyó—. Son más de enfrentamiento físico, no de guerra cibernética. Lo puedes mandar al Centro Criptológico Nacional en Madrid, son muy buenos. Empecemos a trabajar con lo que tenemos, cuanto antes arranquemos, mejor.

Lola se dirigió al dormitorio de Keita y le pasó los archivadores a Martín Palacios. Mientras él revisaba el contenido de las carpetas, fue a preparar un poco de café.

Cuando al cabo de diez minutos regresó con una bandeja de tazas y la cafetera llena, Martín seguía explorando el contenido de las carpetas junto con dos de sus hombres.

—Martín, como especialista en este tipo de asuntos, necesito conocer tu opinión, sea la que sea. ¿Qué te dice el instinto?

El hombre chasqueó los labios.

—Lola, nos conocemos desde hace muchos años; los suficientes como para ser del todo franco. Ya no es momento de instintos; si no actuamos de inmediato, será muy difícil recuperar a Beatriz con vida. —Aquellas palabras, aunque duras, eran más que esperables dada la situación. Lola disimuló un ligero temblor de manos—. Ahora, cualquier pesquisa es esencial para nuestro trabajo; debemos hablar con cualquiera que pueda aportar algo, pero tampoco podemos distraernos demasiado.

Lola preguntó sin tapujos qué podían aportar ellos a la investigación que no hubieran intentado antes las fuerzas de seguridad locales.

—Somos capaces de movernos por los escenarios con mucha más rapidez, actuamos sin ningún tipo de condicionantes, tenemos una larga experiencia en secuestros de todo tipo y además nos hemos traído dos perros especializados en localización de víctimas.

—Ya se han usado, ellos encontraron la camiseta ensangrentada.

—Los nuestros no son iguales.

—¿Qué los hace diferentes?

—No todos saben rastrear cadáveres.

Lola acusó el golpe y se rebeló.

—Se os ha contratado para que la encontréis con vida. Así que no me vengas ahora con eso... ¡Por favor! —La confianza que pudiese tener Valentín en aquel hombre no le iba a impedir decir lo que pensaba.

—Estamos de tu lado... Confía en nosotros —contrarrestó Martín, como líder del comando.

Lola le anotó en un papel su número de teléfono para que le comunicaran cualquier descubrimiento, describió la ropa con la que iba vestida Beatriz, les facilitó un par de fotografías recientes y apuntó la dirección de la oficina de Greenworld para que conocieran a los dos cooperantes que habían estado con Beatriz. Martín sacó un plano de su mochila y lo extendió sobre la mesa para situar el lugar exacto de su desaparición.

—Los de Greenworld podrán marcaros el punto cero. Y, por cierto, cuando regrese Colin, os explicará adónde ha ido y por qué cree que ese lugar podría convertirse en un interesante nuevo foco de búsqueda. —Se incorporó del sillón dando por concluida la visita—. Por el momento esto es todo lo que puedo hacer por vosotros. Y si tanta urgencia tenéis, os animo a acudir de inmediato al hospital para conocer al doctor Ajani y después a la oficina de la ONG.

Se sentía tan necesitada de resultados como ellos. Antes de despedirse en la puerta, fue mirándolos uno a uno a los ojos, haciéndoles entender lo importantes que eran para ella. Cuando terminó con el último, les soltó:

—Por el amor de Dios, ¡traedla viva!

 

 

Serían las siete y media de la tarde cuando apareció Keita en la cocina de la casa, donde Lola estaba preparando la cena. No lo había oído entrar.

—No te esperaba tan pronto. —Al mirarlo de reojo encontró a un hombre vencido—. ¿Quieres un vaso de agua? ¿Te encuentras bien? Pareces cansado...

Keita se dejó caer sobre una silla tapándose la cara con las manos, suspiró de forma pesada y después de beberse medio vaso resumió su entrevista con el equipo de Martín Palacios y su conclusión.

—África le robó el alma a Beatriz, y ahora me la va a robar a mí. —Levantó la mirada para buscar la de Lola; la suya destilaba desolación, pero siguió hablando—. No digo que no lo intenten, parecen dispuestos, pero no me fío del todo y además he tenido un mal presentimiento.

—Son unos profesionales y juegan en nuestro bando; démosles una oportunidad. ¿No te parece? —Intentó ser más condescendiente que él. Estaba demasiado nervioso—. ¿Quieres que te ponga algo caliente?

Él aceptó una infusión.

Lola preparó una humeante taza, le dejó tomar el primer sorbo y retomó la conversación.

—A todo esto, ¿podría preguntarte algo?

—Claro, siempre que sepa contestarte... —Sopló el contenido de la taza.

—Has dicho que África atrapó el alma de Beatriz. ¿En qué se tradujo eso?

Lola necesitaba saber por boca de Keita la historia de su amiga, apenas conocía su recorrido africano y quizá no tuviese muchas más ocasiones, decidió.

Keita se sintió incómodo, no le apetecía remover sus recuerdos, pero se obligó a hacerlo al ver tanta ansiedad en la expresión de Lola.

—Beatriz vino con idea de combatir a los malos y descubrió que aquí había mucho más por hacer. Se integró en una gran familia, formada por docenas de cooperantes de las más variadas ONG, médicos occidentales o locales como yo, misioneros y otro montón más de gente; unos luchando contra la deforestación, otros educando o trabajando en hospitales como el de Lokutu. A la vista de lo que empezaba a conocer, sintió muy pronto que África la estaba haciendo suya y se entregó del todo: en eso se tradujo. —Bebió un largo sorbo de la infusión, suspiró e intercambió una mirada con Lola.

»Quizá te esté pasando lo mismo a ti, Lola, puede que mi tierra haya empezado a robarte el alma. —Sonrió por primera vez desde que había llegado—. Si un día te llegases a unir a nuestra peculiar familia, serías bienvenida. Eso sí, ten en cuenta que la mayoría estamos aquí porque tenemos algo que olvidar, algo que nos falta por hacer o algo que recuperar...

En un rápido repaso a esas tres opciones, Lola supo que tenía mucho que olvidar: por ejemplo, su última experiencia laboral; por hacer, también. Pero, sobre todo, por recuperar: se llamaba Beatriz.