Capítulo 24

De cómo los treinta y dos personajes del baile combaten

Así colocados en sus lugares los dos grupos, los músicos empiezan a tocar juntos, en un tono marcial, bastante aterrador, como para el asalto. Allí vemos a los dos grupos agitarse y hacerse fuertes para combatir bien, al llegar el momento del choque, cuando habrán de salir fuera de su campo. Entonces, de repente, dejaron de tocar los músicos de la banda plateada; solo sonaban los instrumentos de la banda dorada. Lo que nos indicaba que el bando dorado iba a atacar. Lo que pronto ocurrió. Pues al cambiar el ritmo vimos a la ninfa situada delante de la reina dar una vuelta completa a izquierda hacia su rey, como para pedirle permiso para entrar en combate, saludando a la vez también a toda su compañía. Luego avanzó dos cuadrados, con gran modestia, e hizo con un pie una reverencia al bando contrario, al que atacaba. Entonces dejaron de tocar los músicos dorados y empezaron a hacerlo los plateados. No hay que silenciar que la ninfa al volverse había saludado a su rey y a su bando, a fin de que estos no permaneciesen inactivos. Ellos le devolvieron el saludo dando una vuelta completa a la izquierda, excepto la reina, que se volvió a la derecha hacia su rey, y todos los bailarines realizaron este saludo, a lo largo de todo el transcurso de la danza, y repitieron el intercambio de saludos, tanto los de un bando como los del otro.

Al son de los músicos plateados avanzó la ninfa plateada, que estaba situada delante de su reina, saludando graciosamente a su rey y a todo su bando, devolviéndoles ellos el saludo, como se ha dicho de los dorados, salvo que estos giraban a la derecha y su reina a la izquierda; se colocó en el segundo cuadrado de delante y, haciendo una reverencia a su adversario, se quedó frente a la primera ninfa dorada, sin distancia alguna entre ambas, como dispuestas a combatir, si no fuese porque ellas solo golpean de lado. Sus compañeras las siguieron, tanto las doradas como las plateadas, situándose en posición intercalada, y allí aparentaron tener una escaramuza, de manera que la ninfa dorada que había entrado en liza la primera, golpeando en la mano a una ninfa plateada a su izquierda, la sacó del campo de batalla y ocupó su lugar. Pero pronto, a un nuevo son de los músicos, ella fue golpeada a su vez por el arquero plateado. Una ninfa dorada le obligó a retirarse, el caballero plateado entró en liza y la reina dorada se colocó delante de su rey.

Entonces el rey plateado cambia de sitio, por temor a la furia de la reina dorada, y se retira a la derecha, al lugar de su custodio, que parecía bien guarnecido y con buena defensa.

Los dos caballeros que estaban a la izquierda, tanto el dorado como el plateado, se mueven y hacen numerosas capturas de ninfas del bando opuesto, las cuales no podían retirarse hacia atrás; sobre todo el caballero dorado, que pone su mayor empeño en capturar a ninfas. Pero el caballero plateado proyecta algo más importante: disimulando sus intenciones, aunque podía haber capturado a una ninfa dorada, la deja y sigue avanzando; tanto hace que se coloca cerca de sus enemigos, en un lugar desde el que saludó al rey contrario, diciéndole: «¡Dios os guarde!». Todo el bando dorado, al recibir esta advertencia de que había de socorrer a su rey, se estremece, no porque no pudiese fácilmente prestar un rápido socorro a su rey, sino porque, al salvar a su rey, perdían a su custodio derecho sin poderlo remediar. Entonces se retiró el rey dorado a la izquierda, y el caballero plateado capturó al custodio dorado, lo que fue una gran pérdida para ellos. Sin embargo, el bando dorado decide vengarse, y lo cerca por todos los lados, de suerte que no pudiese huir ni escapar de sus manos. Él hace mil esfuerzos para salir, los suyos usan mil ardides para protegerlo, pero al final la reina dorada lo capturó.

El bando dorado privado de uno de sus miembros se afana, y a diestra y a siniestra busca la manera de vengarse, bastante imprudentemente, y hace grandes estragos en la hueste enemiga. El bando plateado disimula y espera la hora del desquite. Presenta una de sus ninfas a la reina dorada, habiéndole preparado una emboscada secreta, de manera que al capturar a la ninfa poco faltó para que el arquero dorado no sorprendiese a la reina plateada. El caballero dorado intenta tomar al rey y a la reina plateados, diciéndoles: «¡Buenos días!». El arquero plateado los salva, es capturado por una ninfa dorada, y esta por una ninfa plateada. La batalla es ruda. Los custodios salen de sus posiciones para ayudar. Es una refriega peligrosa. Enio875 no se pronuncia todavía. En una ocasión, todos los plateados se abren paso hasta la tienda del rey dorado, pero son inmediatamente repelidos. Entre otros, la reina dorada hace grandes proezas, en un envite captura al arquero y, colocándose a su lado, toma al custodio plateado. Al ver esto la reina plateada interviene, y con el mismo arrojo aniquila: captura al último custodio dorado, así como a una ninfa.

Las dos reinas combatieron largo rato, unas veces intentando sorprenderse mutuamente, otras salvarse y salvaguardar a sus reyes. Finalmente la reina dorada capturó a la plateada, pero fue inmediatamente después capturada por el arquero plateado. Entonces al rey dorado solo le quedaron tres ninfas, un arquero y un custodio; al plateado le quedaban tres ninfas y el caballero derecho, lo que hizo que en adelante combatiesen con más cautela y mesura. Los dos reyes se mostraban apesadumbrados por haber perdido a sus señoras reinas tan amadas, y ponían todo su empeño y todo su esfuerzo en lograr que otras, de entre todas sus ninfas, alcanzasen esta dignidad para amarlas con gran alborozo en nuevo matrimonio, sabiendo con seguridad que ellas la alcanzarían si llegaban hasta la última fila del rey enemigo. Las doradas se anticipan, y una de ellas se convierte en nueva reina, a la que se le impone una corona en la cabeza, y se le entregan nuevos atavíos.

Las plateadas hacen otro tanto, y solo les faltaba una fila para que una de ellas se convirtiese en nueva reina. Pero allí el custodio dorado la vigilaba, por lo que ella se detuvo en el acto.

La nueva reina dorada quiso mostrarse a su advenimiento fuerte, valiente y belicosa. Hizo grandes hechos de armas en la liza. Pero entonces el caballero plateado capturó876 al custodio dorado, que guardaba el linde del campo, y así se hizo una nueva reina plateada, que quiso mostrarse igualmente valerosa a su nuevo advenimiento. El combate se reanudó con más ardor que antes. Mil ardides, mil asaltos, mil maniobras se hicieron, tanto de un lado como del otro, de suerte que la reina plateada entró subrepticiamente en la tienda del rey dorado, diciendo: «¡Dios os guarde!». Este solo pudo ser socorrido por su nueva reina, que no vaciló en interponerse para salvarlo. Entonces el caballero plateado, dando saltos por todas partes, se colocó junto a su reina, y pusieron al rey dorado en un aprieto tal que para salvarse hubo de perder a su reina. Pero el rey dorado capturó al caballero plateado. A pesar de ello el arquero dorado con dos ninfas que les quedaban defendía con todas sus fuerzas a su rey, pero al final todos fueron capturados y sacados de la liza, y quedó solo el rey dorado. Entonces todo el bando plateado le dijo con una profunda reverencia: «¡Buenos días!», resultando vencedor el rey plateado. A estas palabras, las dos bandas de músicos se pusieron a tocar juntas, en señal de victoria. Y este primer baile llegó a su fin con tanto alborozo, gestos tan agradables, porte tan honesto, gracias tan raras, que sonreíamos todos en nuestro interior, como si estuviésemos extasiados, y no sin razón nos parecía que habíamos sido transportados a las soberanas delicias y suprema felicidad del cielo olímpico.

Acabado el primer torneo, volvieron los dos bandos a su posición inicial, y como habían combatido anteriormente así empezaron a combatir por segunda vez, excepto que la música era medio tiempo más rápida que la anterior, y el desarrollo fue también totalmente diferente del primero. Vi que la reina dorada, como despechada por la derrota de su ejército, fue llamada por la entonación de la música, y entró de las primeras en liza con un arquero y un caballero, y poco faltó para que sorprendiese al rey plateado en su tienda en medio de sus oficiales. Después, viendo su proyecto descubierto, lanzó una escaramuza contra la tropa, y produjo tal descalabro de ninfas plateadas y demás oficiales, que daba pena verlos. Hubieseis dicho que era una nueva amazona Pentesilea877, la cual hizo grandes estragos en el campo griego, pero poco duró esta refriega, pues las plateadas, estremeciéndose por la pérdida de los suyos, disimulando su pesar, colocaron disimuladamente en emboscada a un arquero, en un ángulo alejado, y a un caballero errante, que la capturaron y sacaron del campo. Los demás fueron rápidamente derrotados. La próxima vez será más precavida, permanecerá junto a su rey, no se alejará tanto, y cuando tenga que hacerlo, irá mucho mejor acompañada. Así es que resultaron vencedores los plateados, como la vez anterior.

Para el tercero y último baile, se colocaron ambos bandos de pie, como antes, y me pareció que tenían el rostro más alegre y resuelto que en los dos anteriores. Y la música era más rápida en más de una quinta, sobre un tono frigio878 y bélico, como la que antaño inventó Marsias879. Entonces empezaron el torneo y entraron en combate, con una rapidez tal que en un tiempo musical hacían cuatro movimientos, con las reverencias requeridas en las vueltas, como antes dijimos. De modo que todo eran saltos, brincos y volteretas petaurísticos880, entrelazados los unos con los otros. Y al verlos girar sobre un pie, una vez hecha la reverencia, los comparábamos al movimiento de una peonza, a la que los niños jugando hacen girar azotándola con un látigo, cuando gira tan deprisa que su movimiento es reposo, parece quieta, no moverse sino dormir, como dicen ellos. Y si se le pone un punto de color, parece a la vista que no es un punto, sino una línea continua, como sabiamente observó Cusano881, en un tratado realmente divino.

Solo escuchamos allí aplausos y episemasías882 con cada nuevo aprieto de un bando u otro. Nunca hubo Catón883 tan severo, ni Craso el Viejo884 tan agelaste885, ni Timón el Ateniense886 tan misántropo887, ni Heráclito888 que tanto aborrecía lo propio del hombre, que es reír, que no perdiese la compostura, viendo, al son de una música tan rápida, a esos jóvenes con las reinas y las ninfas moverse, maniobrar, saltar, dar vueltas, brincar y girar de mil maneras, con tal destreza que nunca ninguno estorbaba a otro. Cuanto menor era el número de los que seguían en liza, tanto mayor era el placer de ver las astucias y artimañas, a las que recurrían para sorprenderse el uno al otro, según les indicaba la música. Os diré más. Si este espectáculo sobrehumano nos perturbaba los sentidos, nos asombraba el espíritu y nos ponía fuera de nosotros mismos, sentíamos nuestros corazones aún más emocionados y sobrecogidos con la entonación de la música y creería fácilmente que, con una modulación semejante, Ismanias excitó a Alejandro Magno, cuando estaba a la mesa y comía tranquilo, a levantarse y empuñar las armas889. En el tercer torneo venció el rey dorado.

Durante estos bailes, la señora desapareció sin que nos diésemos cuenta y no la volvimos a ver. Los migueletes890 de Geber891 nos condujeron, y se nos inscribió en el estado por ella ordenado. Luego, tras bajar al puerto de Mateotecnia892, embarcamos en nuestros navíos, sabiendo que teníamos893 el viento en popa, y que si no lo aprovechábamos enseguida, no lo volveríamos a tener en tres cuartos de luna.

875 Divinidad griega secundaria de la guerra, identificada en Roma con Belona. Aparecía ya en el capítulo 6 del Tercer libro.

876 Errata en la edición: pour «para», en vez de print «capturó», «tomó».

877 Reina de las amazonas, que participó en la guerra de Troya dando muerte a numerosos aqueos, hasta que se enfrentó a Aquiles, que le dio muerte y se enamoró de ella. Ya se aludía al personaje en el capítulo 2 del Pantagruel.

878 Cf. capítulo 20, n. 8.

879 Sátiro que encontró la flauta que Atenea (Minerva) fabricó y arrojó lejos de sí al descubrir lo feo que se volvía su rostro al tocarla (Ovidio, Metamorfosis, VI, 382-400).

880 Del griego petauristhvr «bailarín que danza sobre la cuerda».

881 Cusane «Cusano»: el cardenal alemán Nicolás de Cusa o de Krebs, teólogo del siglo XV, al que ya se aludía en el capítulo 14 del Pantagruel.

882 Del griego ejpishmasiva «marca de aprobación», en plural «aclamaciones».

883 Catón el Censor o el Viejo, político, militar y escritor romano (234-149 a.C.), al que ya se aludía en el capítulo 27 del Tercer libro y en el prólogo de 1548 del Cuarto.

884 En el capítulo 20 del Gargantúa se aludía ya al personaje.

885 agelaste: término empleado en la dedicatoria del Cuarto libro para designar a los que atacan sus obras. De origen griego (aj- prefijo privativo y gelasthv~ «que ríe»), «el que no ríe».

886 Se aludía al personaje en el capítulo 3 del Tercer libro y en el prólogo de 1548 del Cuarto. Luciano dedica un diálogo a Timón (Timón o El misántropo). Plutarco evoca al personaje en la Vida de Alcibíades (16, 9).

887 Del griego misavnqrwpo~ «que odia a los hombres». En la dedicatoria del Cuarto libro designa también a los que atacan los libros de Rabelais.

888 En el capítulo 2 del Gargantúa y en el primero del Cuarto libro se alude también a Heráclito.

889 Anécdota contenida en la Suda, pero referida no a Alejandro Magno sino a Timoteo, general ateniense del siglo IV a.C. (Timoteo). El autor la toma muy probablemente del Sueño de Polífilo (Colonna, 1999, 239-240), donde figura igualmente en el baile del juego de ajedrez, referida al ejército de Alejandro Magno, pero el músico es Timoteo y no Ismanias.

890 Michelots «migueletes», los peregrinos que se dirigían al monte Saint-Michel (Normandía).

891 Cf. capítulo 17, n. 46.

892 Matrotechne en la edición, Mateotechnie en el manuscrito, cf. capítulo 18, n. 2.

893 En el manuscrito «esperando que tendríamos».