Con la caída de Roma (476), el centro de la cultura europea se desplazó a Constantinopla, por lo que el Imperio bizantino se convirtió en heredero del saber clásico. En el resto del continente –desde Escandinavia hasta las penínsulas itálica e ibérica, pasando por las islas británicas, la Galia y Centroeuropa– se fueron asentando pueblos invasores que darían nombre a futuras naciones: jutos (Jutlandia), escotos (Escocia), anglos (Inglaterra), bávaros (Baviera), alamanes (Alemania), sajones (Sajonia), lombardos (Lombardía), burgundios (Borgoña), francos (Francia).
El término prerrománico engloba las manifestaciones artísticas de los pueblos europeos de los siglos VI al XI, pero también puede utilizarse para indicar sólo el arte inmediatamente anterior al románico –como el asturiano o el carolingio–, dejando para las primeras invasiones la denominación de arte bárbaro.
Bajo el término «bárbaro», de origen griego, que significa ‘extranjero’, se agrupa el arte de la edad de las tinieblas (Alta Edad Media, ss. VI-X). Los pueblos que ocuparon el Imperio romano fueron quienes lo iniciaron.
Al no poseer un arte propio, continuaron con las mismas características del arte romano, aunque con materiales mucho más pobres. Fue un arte rural y cada reino germánico aportó sus particularidades, como vamos a ver a continuación.
En Italia, los ostrogodos se caracterizaron por un arte rudo en materiales toscos, aunque de inspiración clásica; combinaron sus propias tradiciones de pueblos nómadas con la fascinación por la cultura romana. Edificaron el Mausoleo de Teodorico en Rávena (520), construcción de planta poligonal (decágono), cubierta con falsa bóveda consistente en una gran losa de mármol a modo de tapadera en la que se observan las grandes asas que sirvieron para colocarla.
En la Galia, en el siglo VII, los merovingios destacaron en la orfebrería –como se aprecia en sus fíbulas en forma de águila realizadas en oro y piedras preciosas–, así como en la labor escultórica de los capiteles, de influencia clásica. Con materiales de procedencia romana edificaron el actual baptisterio de San Juan de Poitiers, que tiene nártex y el ábside pentagonal.
En Irlanda, los celtas realizaron cruces de piedra monumentales rodeadas de círculos identificados con el Sol o la Luna, llamadas de San Patricio porque fue este monje quien evangelizó la isla. Sus mejores labores están en la miniatura: evangeliarios de Kells, Durrow y Lindisfarne, ricamente iluminados con motivos vegetales y geométricos.
Procedentes de Escandinavia, los vikingos, entre los siglos VIII y IX, trabajaron la orfebrería –espadas, broches, fíbulas– con decoración geométrica y animal: pájaros, serpientes, dragones que adornaban las proas de los drakkars «porque su aliento abrasa los escudos, aunque su sangre, si alguna vez se prueba, concede la sabiduría», según una creencia supersticiosa.
En Europa hallamos dos corrientes artísticas prerrománicas: el arte carolingio, en el territorio de los francos, y el otoniano, en el de los germanos. En España, se desarrollaron los estilos visigodo, asturiano y mozárabe.
No existió una ruptura artística con el mundo antiguo, pero hubo un empobrecimiento general, ya que se aprovecharon restos romanos añadiendo temas decorativos de origen germánico (sogueados, trenzados).
Carlomagno, soberano de los francos, fue coronado por el papa León III como el 68 emperador –desde Augusto– del Sacro Imperio romano, en la Nochebuena del año 800, restaurando con ello la tradición cristiana y la cultura romana. De aquí que esta época se conozca como «renacimiento Carolingio», mejor renovatio imperii, para presentar a Carlomagno como heredero de los césares.
La actividad artística se centró en la iluminación de manuscritos, debido al interés por recopilar el saber clásico. Las páginas se decoraban con púrpura, símbolo de la realeza, y proliferaron las encuadernaciones en marfil y piedras preciosas, con lo que se crearon obras de gran lujo en la escuela de Aquisgrán, en la que se realizó el Evangeliario del monje Godescalco; así como en Metz, Reims (Salterio de Utrecht), Tours, Saint Gall. En general, las figuras tienden hacia el expresionismo y el movimiento, por lo que el dibujo adquiere un gran protagonismo.
La principal obra arquitectónica fue la Capilla Palatina de Aquisgrán, de planta octogonal rodeada por un hexadecágono y cubierta con cúpula, inspirada en la iglesia bizantina de San Vital en Rávena. Se observa en esta construcción el simbolismo del número 12: tiene 144 pies tanto de longitud como de perímetro. Se edificó para albergar la capa de san Martín, por lo que se empezó a denominar capella, de donde procede el término capilla. El interior debió de hallarse recubierto de mosaicos, hoy perdidos.
Del templo de Corvey (Westfalia) se conserva el pórtico oeste (west-werk), reservado al monarca para realzar su figura imperial, ya que era considerado heredero de la Roma de los césares. En Saint Gall aparece el claustro con galerías y arcadas, característica que anuncia los grandes monasterios medievales.
En el campo de la eboraria, destaca el Códice Áureo (810), que representa a la Virgen como trono de Dios rodeada de santos, modelo iconográfico de procedencia bizantina.
En orfebrería, destaca una pequeña estatua ecuestre (24 cm) en bronce de Carlomagno, que para indicar su dominio imperial porta la bola del mundo, aunque la obra principal es el altar de San Ambrosio de Milán (850), en oro, con esmaltes cloisonné, gemas engarzadas y puertas articuladas para mostrar las reliquias.
Se conoce con este nombre al arte desarrollado en el Sacro Imperio Romano Germánico a partir del emperador Otón I, coronado por el papa en 962 como sucesor de Carlomagno, entroncando con la tradición imperial cristiana.
El arte otoniano, heredero del carolingio, introduce novedades que preludian el románico, como el desarrollo del transepto. Entre sus construcciones destacan la iglesia de Essen –inspirada en Aquisgrán– y San Miguel de Hildesheim, con west-werk y dos transeptos; en las Iglesias, aparecen dos modelos para los soportes: el renano, en el que se alternan pilares y columnas, y el sajón, con dos columnas por cada pilar. En el interior, una columna de 3,65 metros, que recuerda la Trajana, narra en espiral escenas de la vida de Cristo; en sus puertas de bronce figuran relieves bíblicos.
La miniatura –evangeliarios de Otón III y Enrique II– fue herencia de la rica escuela carolingia, con la novedad de representar a los emperadores rodeados de mujeres coronadas que simbolizan las provincias del imperio.
En la península ibérica, durante los siglos VI, VII y comienzos del VIII, en el que se produce la invasión musulmana (año 711), tuvo lugar el desarrollo del arte visigodo. Hasta finales del siglo XIX estuvo, prácticamente, sin estudiar. Fue a partir de las investigaciones de Manuel Gómez Moreno cuando se clasifican las obras. Los restos que poseemos, salvo excepciones, pertenecen al siglo VII y se consideran como la primera muestra del arte prerrománico en la península ibérica, que también comprende el arte asturiano y el mozárabe.
En arquitectura se dan las siguientes características:
Las principales iglesias, todas en el medio rural, son las siguientes: Santa Comba de Bande (Orense) con planta de cruz griega y bóveda de arista en el crucero; San Pedro de la Nave (Zamora) con cruz latina con ábside rectangular en la cabecera; o San Juan de Baños (Palencia) con tres naves separadas por arcos de herradura, pórtico cuadrado a los pies y tres ábsides también cuadrados en la cabecera, edificada en 661 por el rey Recesvinto, según la inscripción: «Recesvinto me fecit».
La escultura se reduce a los capiteles prismáticos de San Pedro de la Nave: Daniel entre los leones, sacrificio de Isaac, con figuras muy toscas, adaptadas al marco; y los relieves en friso al exterior de la iglesia de Quintanilla (Burgos): temas geométricos, animalísticos y vegetales –la vid: Eucaristía–, así como Cristo Salvador entre dos ángeles tenantes.
En orfebrería, el tesoro de Guarrazar (Toledo), que contiene la corona votiva del rey Recesvinto, y algunas fíbulas aquiliformes. Antes que la calidad estética, buscaban la apariencia, por lo que en lugar de piedras preciosas empleaban vidrios o metales coloreados, que daban la impresión de una riqueza inexistente.
Desarrollado en el siglo IX, cuando se estabiliza la Reconquista, su denominación fue propuesta por Jovellanos, natural de Gijón. Los elementos característicos son el arco semicircular (peraltado) y la bóveda de cañón. Las épocas de apogeo coinciden con los reyes Alfonso II, Ramiro I y Alfonso III.
En el primer reinado se edificó la iglesia de San Julián de los Prados (Santullano), en Oviedo, de tres naves y tres ábsides, crucero y pórtico a los pies; el interior estuvo decorado con magníficas pinturas murales, que dieron a este templo el sobrenombre de «Capilla Sixtina del prerrománico asturiano». La Cámara Santa de la Catedral de Oviedo consta de dos pisos: cripta de Santa Leocadia y capilla de San Miguel, cubierta con bóveda de cañón.
El corto reinado de Ramiro I (842-850) es, sin embargo, la época de esplendor:
Además de la arquitectura, tienen gran importancia las artes menores, especialmente la orfebrería: cruz de los Ángeles (808) y de la Victoria (908): la primera de brazos iguales, griega, y la segunda desiguales, latina. Otras piezas destacables son la caja de las Ágatas de la basílica de San Isidoro de León y la caja de Alfonso III (comienzos del siglo X) en la Catedral de Astorga (León), de madera recubierta en plata, luce el Agnus Dei en el centro de la tapa.
La escultura y la pintura (fresco sobre estuco) se emplean en la decoración de interiores como complemento de la arquitectura.
En tiempos de Alfonso III comienza a notarse la influencia mozárabe: iglesias de Tuñón, Priesca, Gobiendes.
Se conoce con este nombre el arte desarrollado en el siglo X por los cristianos que habían estado bajo dominio musulmán. Ante el avance de la Reconquista, los árabes dejaron vacíos extensos territorios que se fueron repoblando por estas gentes para consolidar el dominio. Se utilizaron materiales pobres: mampostería, ladrillo, sillarejo; para la cubierta, bóvedas de cañón, baídas (en forma inversa a un pañuelo colgado de sus vértices), cúpulas gallonadas. Es característico el arco de herradura con peralte más acusado que el visigodo (½ radio).
Se pueden distinguir dos grupos de iglesias: en territorio árabe –Bobastro (Málaga) y Santa María de Melque (Toledo)– y cristiano, cuya obra más perfecta es San Miguel de Escalada (913), en León, de tres naves con tres ábsides en la cabecera y pórtico sur de doce esbeltos arcos de herradura.
Otros templos mozárabes son: Santiago de Peñalba y Santo Tomás de las Ollas (León), San Miguel de Celanova (Orense), San Cebrián de Mazote (Valladolid), Santa María de Lebeña (Cantabria), San Baudel de Berlanga (Soria), San Millán de la Cogolla (La Rioja), San Quirce de Pedret (Barcelona), San Juan de la Peña (Huesca).
Pórtico sur de la iglesia de San Miguel de Escalada, León (1013). Está formado por doce esbeltos arcos de herradura característicos de la arquitectura mozárabe. Foto: autor.
Pero la actividad artística más importante fue la miniatura, sin volumen ni perspectiva, con animales fantásticos y figuras humanas de frente y perfil con grandes ojos («reflejo del alma»), muy expresionistas y dramáticas. No se pretende pintar con fidelidad sino transmitir una idea espiritual. Se emplean colores puros, o sea, sin mezcla, y se contraponen, dando lugar a contrastes cromáticos: verde oscuro, rojos, azules, amarillos. Las líneas o contornos están muy marcados. No existe la profundidad y escasea el paisaje. Las obras se clasifican en los siguientes grupos:
El románico se desarrolló en los siglos XI y XII, y fue el primer estilo internacional europeo. Socialmente se basó en el poder de la nobleza y la Iglesia, favorecido por las peregrinaciones –Roma, Jerusalén, Santiago–, las cruzadas y la expansión del monacato tras la reforma cluniacense que los «monjes negros» llevaron por Europa. Recibe su nombre porque, al estar basado técnicamente en el arco de medio punto y la bóveda de cañón, se considera derivación del arte romano, al igual que las lenguas procedentes del latín se denominan romances.
El arte altomedieval fue un arte rural. Ante la inseguridad de las ciudades, sus habitantes se trasladaron al campo buscando protección en torno a los castillos, lo que provocó la aparición del feudalismo.
Los monasterios se levantaron alejados del bullicio urbano –a veces, en lugares escarpados, como San Martín del Canigó–, buscando el sosiego para cumplir la regla de san Benito: «ora et labora». Constaban de iglesia, sala capitular, biblioteca, refectorio, cocina, claustro. A través de ellos, la Iglesia dirigió el pensamiento durante un larguísimo período, que muchos tratan de oscurantista por el rechazo del cristianismo a la cultura clásica, lo que ocasionó el retroceso intelectual de Occidente. Para otros, en cambio, no debe hablarse de oscurantismo, pues en las escuelas monásticas continuó desarrollándose el saber. Rodeados de las grandes posesiones que iban acumulando por donaciones, en un mundo donde no existían los intercambios comerciales ni la moneda, fueron expresión de poder ante una sociedad de miseria, hambre y calamidades.
Esas desgracias, unidas a las frecuentes invasiones (normandos, sarracenos, húngaros), hicieron pensar, al acercarse el año 1000 –para muchos el último–, que la profecía del Apocalipsis se cumpliría. Pero cuando ni en ese año ni en el 1033 (milenario de la muerte de Cristo) se terminó el mundo, por todas partes se extendió un sentimiento de acción de gracias que favoreció el desarrollo del arte.
La arquitectura románica fue esencialmente religiosa –iglesias, catedrales, monasterios–, aunque también se construyeron fortalezas que a veces –«castillos de Dios»– combinan ambas, como Loarre (Huesca) o Durham (Inglaterra).
Los templos se cubren con bóveda de cañón sustentada por arcos fajones en las naves y de arista en el crucero. Para soportar el peso, los gruesos muros se refuerzan con contrafuertes; hay pocos vanos abiertos hacia el exterior y son abocinados para impedir la entrada de la luz. La cabecera, semicircular, se rodea de absidiolas para abrir capillas secundarias.
El inicio de la arquitectura románica se halla en la Lombardía italiana, caracterizada por pequeñas iglesias de altos campaniles decoradas con arquerías ciegas, como San Ambrosio de Milán.
Torre inclinada de Pisa (s. XI), que con la catedral y el baptisterio forma un bello conjunto artístico, dispuesto mirando hacia las tres estrellas principales de la constelación de Aries. Foto: Alfredo Galindo.
Después, pasa a Francia, donde se construyen las «iglesias de peregrinación» en las rutas que conducen a la tumba del apóstol Santiago, prolongando las naves en el crucero para abrir capillas debido al gran número de romeros, como sucede en San Sernin de Toulouse. En Borgoña, la abadía de Cluny, fundada en 910 y renovada en el siglo XI, dio origen a la reforma monástica de la orden benedictina –los monjes negros, llamados así por su hábito de ese color–, que se extendió por Europa. De este tiempo es Santa Magdalena de Vézelay, cuya característica más notable son las dovelas de colores alternos en los arcos fajones de la bóveda central, lo que recuerda al arte carolingio: Capilla Palatina de Aquisgrán.
A las regiones de Périgord, Angulema y Poitiers llega la influencia bizantina, como se aprecia en Saint-Front, que copia a San Marcos de Venecia en su planta de cruz griega con cinco cúpulas; y en San Pedro y Notre-Dame la Grande, que tienen cúpulas y torres con escamas. En Normandía, las fachadas se encuadran entre torres –Catedral de Caen– y aparece la bóveda sexpartita en la abacial de San Esteban.
En la Toscana italiana pervive el clasicismo en sus policromados edificios de armoniosas proporciones: San Miniato al Monte, Baptisterio de Florencia. En Pisa, el famoso conjunto del baptisterio, la catedral y la torre inclinada, uno de los iconos universales. En Parma –catedral– y Módena, se ven pórticos columnados sobre leones y galerías de arcos en la fachada, rematada a modo de frontón.
En Sicilia, el arte sículo-normando mezcla influencias clásicas, bizantinas, normandas e islámicas: arcos entrelazados, cúpulas bulboides, mosaicos: catedrales de Cefalú y Monreale y Capilla Palatina de Palermo.
En Alemania, donde pervive la arquitectura otoniana, se levantan catedrales de grandes dimensiones con aspecto de fortaleza: Spira, Maguncia, Worms, abadía de Santa María de Laach.
En Inglaterra, conquistada por los normandos, las catedrales de Ely –sin abovedar– y Durham –«castillo de Dios»–, que combina la bóveda de crucería y los arcos apuntados, cual aurora gótica, pues el románico evolucionó muy rápidamente. Una construcción templaria de planta central es Round Church o Santo Sepulcro de Cambridge.
Varias fueron las rutas de peregrinación a Compostela. La más famosa, el Camino Francés, atraviesa el Pirineo por Somport o por Roncesvalles. Ambas vías se unen en Puente la Reina (Navarra) –cuyo nombre se debe a su puente de seis arcos, del siglo XI– y, por La Rioja, Burgos, Frómista, Carrión, León, Astorga, Villafranca, Sarria, Arzúa, conducen al sepulcro del apóstol.
El fenómeno de las peregrinaciones favoreció la difusión del románico en España. Se dieron influencias francesas, islámicas –por los frecuentes contactos entre cristianos y musulmanes– y lombardas. Hubo tres etapas:
A la primera corresponden las iglesias del Pirineo, de torres cilíndricas –Andorra– o cuadradas –Santa María y San Clemente de Tahull– y exteriores decorados con fajas lombardas de arquillos ciegos: San Vicente de Cardona, San Pedro de Roda y Santa María de Ripoll, de gran crucero y siete ábsides en el testero.
La segunda etapa se desarrolló al calor de la Ruta Jacobea. Se construyeron la Catedral de la Seo de Urgel y la de Jaca, cuyo ajedrezado o taqueado jaqués (una banda decorativa que recuerda el tablero de ajedrez, de ahí el nombre), se repite a lo largo del Camino de Santiago; también, la iglesia-castillo de Loarre y San Juan de la Peña, cuyo claustro se abriga en la naturaleza que le da nombre. En Navarra, el monasterio de Leyre, cuya cripta que nivela el suelo de la iglesia se cubre con bóveda de cañón. En Castilla, San Martín de Frómista, de tres naves, cúpula sobre el cimborrio y dos torres circulares a los pies. En León, la colegiata de San Isidoro, de tres naves separadas por arcos de medio punto peraltados y en el transepto polilobulados de influencia islámica; en su torre del Gallo, cuya imagen titular se cree que es una pieza persa del siglo VI de cobre bañado en oro de alta calidad, presidió la ciudad hasta 2002; sus destellos resistieron las inclemencias durante más de novecientos años así como el plomo de los invasores napoleónicos, que la tirotearon para robarla, sin que cayera de la veleta.
Tímpano de la portada del Cordero, en la colegiata de San Isidoro de León, con la escena del sacrificio de Isaac en el centro. A la derecha, el joven descalzándose antes de entrar en recinto sagrado; a la izquierda, el ángel del Señor mostrando el cordero que ocupará la pira y, presidiendo, el Agnus Dei (Cordero de Dios) entre dos ángeles tenantes. Foto: autor.
Portada del Perdón en la colegiata de San Isidoro de León. En el centro, la imagen del Descendimiento de la cruz, en el que le arrancan los clavos con tenazas a Jesús; a la derecha, un ángel muestra el sepulcro vacío a las tres Marías; y, a la izquierda, la Ascensión, con la particularidad de que los apóstoles ayudan a Cristo a elevarse. Foto: autor.
Hacia 1075 se inició la construcción de la Catedral de Santiago sobre la iglesia que a comienzos del siglo IX había levantado Alfonso II cuando, al observarse unas «luces misteriosas», se corrió la voz de que el sepulcro descubierto era el del apóstol en «Campus Stellae» (Compostela).
El templo posee tres naves separadas por arcos peraltados, triple crucero y girola con cinco capillas radiales; se cubre con bóveda de cañón sobre arcos fajones en la nave central y de arista en las laterales, sobre las que se levanta una amplia tribuna. Al ser meta de peregrinación, responde al modelo francés de templos espaciosos.
Durante el siglo XII se produjo el gran desarrollo del románico. En Navarra, hay que destacar las iglesias de San Miguel y San Pedro de la Rúa de Estella; Santa María la Real de Sangüesa, la colegiata de Tudela y las plantas centrales de Eunate (octogonal, rodeada de columnas) y Torres del Río (cúpula nervada de influencia islámica), que recuerdan el martyrium paleocristiano.
En Palencia, son importantes la ermita de Santa Cecilia y el claustro del monasterio de Santa María la Real en Aguilar de Campoo, así como el rico románico rural.
En Zamora, lo principal es el cimborrio catedralicio, cuya influencia bizantina se observa en la cubierta de cúpula gallonada en forma de media esfera, que se repite en la colegiata de Santa María de Toro y en la torre del Gallo de la Catedral Vieja de Salamanca. Dentro de la ciudad, destacan las iglesias de la Magdalena, Santiago del Burgo, San Juan de Puerta Nueva. En la provincia, Puebla de Sanabria, San Martín de Castañeda y Santa María del Azogue y San Juan del Mercado en Benavente. En Ávila destacan las iglesias de San Vicente, San Pedro y la primera girola de la catedral.
En Segovia, además de la iglesia templaria de la Vera Cruz, que recuerda el Santo Sepulcro de Jerusalén, destacan las esbeltas torres de San Millán y San Esteban, con pórticos laterales, al igual que San Esteban de Gormaz en Soria, donde la influencia árabe se plasma en los arcos entrelazados del claustro de San Juan de Duero y la francesa en Santo Domingo.
En el Camino norte de la península, la colegiata de Santillana del Mar, con tres naves, tres ábsides, cimborrio sobre el crucero, torre gemela a los pies y circular al mediodía.
La arquitectura monástica alcanzó un gran desarrollo en Galicia –herencia de asentamientos eremíticos–, en la Ribeira Sacra del Sil: Ferreira de Pantón, Pombeiro, Diomondi, Rivas de Sil. En Castilla, Santo Domingo de Silos (Burgos).
La arquitectura civil estuvo asociada a la peregrinación: puentes (puente la Reina), hospitales, calzadas, murallas como las de Ávila y Carcasona (Francia).
En territorio portugués, las principales influencias llegaron también a través del Camino: catedrales de Coimbra, Oporto y Lisboa, con torres fortificadas en su doble función de iglesia y fortaleza. El recuerdo de los Caballeros Templarios del Santo Sepulcro se puede observar en la iglesia de Tomar, de planta octogonal.
Tanto la escultura románica como la pintura se hallan subordinadas a la arquitectura, donde las imágenes cumplían una función didáctica, conocida como la «Biblia de los pobres» porque ilustraban a un pueblo analfabeto.
La principal característica estética es la ausencia de naturalismo en un mundo hierático, en el que la geometrización de las figuras y su tamaño jerárquico conducen a la alteración de las proporciones y a la deshumanización, pues el pensamiento teocéntrico medieval estaba determinado por el miedo al castigo divino.
Los sobrecogedores pasajes del Juicio Final que narra el Apocalipsis de San Juan inspiran los relieves de las portadas –tímpanos, arquivoltas, dinteles, parteluz, jambas–; la iconografía procede del arte paleocristiano y bizantino: Agnus Dei, crismón, Cristo Juez, Pantocrátor o Maiestas Domini rodeado del tetramorfos. Imágenes de la Maiestas Mariae, Sede Sapientiae (Trono de Sabiduría) como Theotokos con el Niño, cuya forma es la de un adulto pero reducido de tamaño y centrado en su regazo, después desplazado hacia el lado izquierdo, de aspecto frío, hierático, en postura frontal, bendiciendo con dos dedos de su mano diestra para indicar que es la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Representaciones bíblicas (Adán y Eva, los profetas, el sacrificio de Isaac; parábolas, milagros de Jesucristo; Pasión y Resurrección, Ascensión, Pentecostés), así como figuras fantásticas (dragones, sirenas, arpías), motivos profanos (labores agrícolas, escenas de caza, los meses del año ) y geométricos (ajedrezado). Aparece un crucificado triunfador sobre la muerte, ricamente vestido, llamado Majestad (Batlló, Museo de Arte de Cataluña).
Los mejores conjuntos escultóricos se hallan en Francia:
En Italia destacan el relieve del Descendimiento de la Catedral de Parma y los bronces de las puertas de Pisa y Verona. La mayor influencia procede de Bizancio, por su presencia en el sur de la península, así como del mundo clásico.
En Inglaterra, la puerta del Prior de la Catedral de Ely, con el Pantocrátor en el tímpano y una minuciosa decoración vegetal de influencia nórdica en jambas y arquivoltas.
En Alemania, la escuela de broncistas de Hildesheim, que influyó en Verona (puertas de San Zenón) y en el arca de las reliquias de San Isidoro de León.
En España, la característica principal es la influencia francesa a través del Camino de Santiago. En el siglo XI se ve el crismón en el tímpano occidental de la Catedral de Jaca, motivo que influirá en San Pedro el Viejo (Huesca). En Castilla, los relieves del claustro del monasterio de Silos combinan influencias francesas e islámicas en sus escenas religiosas –duda de Santo Tomás–, vegetales y fantásticas. En San Isidoro de León, las portadas del Cordero –alba iconográfica del románico– y del Perdón contienen pasajes del Antiguo Testamento la primera: sacrificio de Isaac con Agnus Dei; y del Nuevo Testamento la segunda: las Tres Marías, Descendimiento de la Cruz –los discípulos sacan los clavos con tenazas– y la Ascensión –Cristo impulsado por los apóstoles para que suba al cielo–. En la Catedral de Santiago, la portada de las Platerías, de arcos lobulados de origen árabe y en relieve las Tentaciones de Cristo.
En el siglo XII destaca la portada del monasterio de Ripoll, con escenas en franjas presididas por El Salvador y los 24 ancianos del Apocalipsis; debajo, temas bíblicos, los pecados capitales y el infierno. En la portada de Sangüesa (Navarra), el Juicio Final muestra figuras estilizadas de origen francés. Los capiteles del claustro de San Juan de la Peña (Huesca) asombran por sus figuras de ojos exagerados. En Castilla impresionan los frisos del apostolado en las iglesias de Santiago (Carrión y Moarves).
A partir del siglo XII, comienza la transición al gótico: Cámara Santa de Oviedo –figuras de rostros expresivos que dialogan entre sí–, San Vicente de Ávila –apóstoles que tienden a conversar–, y culmina en el pórtico de la Gloria.
En la Catedral de Santiago de Compostela, donde se venera la tumba del apóstol, el maestro Mateo esculpió, entre 1168 y 1188 –según inscripción en el propio monumento– el pórtico de la Gloria, para gloria de los siglos. Debió de conocer la Magdalena de Vézelay, cuya portada le sirvió de modelo.
Formalmente, las figuras, que conservan su policromía original, se adaptan al marco; la plasticidad de los pliegues, sus actitudes naturalistas –sonrisas, posturas, gestos–, humanizando el arte, inician la transición al gótico. Se halla relacionado con el apostolado de la Cámara Santa de Oviedo e influyó en el pórtico del Paraíso de la Catedral de Orense.
Detalle del pórtico de la Gloria. El apóstol, sedente, con el bordón en la mano izquierda, preside el conjunto. Su sonrisa amable, como la de otras figuras, indica una transición desde los inexpresivos tiempos románicos hacia la humanización del mundo divino que veremos durante el gótico.
Se trata de un nártex dividido en tres arcos que corresponden a las tres naves; representa la Parusía o segunda venida de Cristo a la Tierra para juzgar a vivos y muertos. En el parteluz –donde los romeros colocan sus cinco dedos–, el árbol genealógico de Jesús –que arranca de Jessé (abajo) y termina en María (arriba)– y, encima, el apóstol, sedente, con el bordón en la mano izquierda y una leyenda en la derecha: «El Señor me envió». En la parte posterior, arrodillado, mirando al altar, la estatua de Mateo, conocida como «santo dos croques» (coscorrones) por la costumbre de darle cabezadas que tiene la gente. En el centro del tímpano, Cristo con el tetramorfos, acompañado de ángeles con los atributos de la Pasión y de los elegidos. En las arquivoltas, los veinticuatro ancianos del Apocalipsis afinando sus cítaras, arpas, violas
En la puerta izquierda, Adán y Eva viendo a Cristo, principio de la Redención. En la derecha, el Juicio Final: Cristo y san Miguel indicando a diestra y siniestra el lugar de los benditos y de los condenados entre horribles demonios. Sobre las columnas, personajes bíblicos: patriarcas, profetas, apóstoles.
La pintura mural emplea colores planos, ocres y rojizos separados por trazos negros. Las figuras, elementos de un mundo irreal, aparecen frías, hieráticas, de ojos exagerados (cual espejo del alma), sin volumen ni perspectiva, obviando este mundo porque miran hacia el otro.
En Europa destacan los frescos sobre el Juicio Final de Saint-Savin-sur-Gartempe (Francia) y San Ángelo in Formis (Italia). En España, San Clemente y Santa María de Tahull (h. 1125), que representan en estilo bizantino –frontalidad, rigidez– al pantocrátor y a la Theotokos, respectivamente; y, relacionados, la Veracruz en Maderuelo (Segovia) –fondo monocromo que resalta las figuras– y San Baudelio de Berlanga (Soria), que no trata escenas religiosas sino profanas (la caza).
En las bóvedas del panteón de Reyes de San Isidoro de León, al temple sobre estuco, el pantócrator, la anunciación a los pastores –de asombroso naturalismo–, la degollación de los inocentes –de un carácter frío–; en el intradós de los arcos, los meses del año y sus labores agrícolas. Domina el realismo naturalista en la espontaneidad de las actitudes. La influencia francesa y los aportes miniaturistas leoneses conformaron, hacia 1180, la «Capilla Sixtina del arte románico».
Panteón de Reyes de San Isidoro de León. Dos escenas de las pinturas que decoran sus bóvedas: pantocrátor y Anuncio a los pastores. La primera muestra solemne a Cristo en Majestad rodeado del tetramorfos. La segunda, de gran naturalismo, es una escena típica de la montaña leonesa, cargada de instantaneidad. Fotos del autor publicadas con la autorización del director del Museo de San Isidoro, León.
La pintura sobre tabla se desarrolló en los frontales de altar: Seo de Urgel –Cristo en Majestad– y Avià, de transición al gótico (el Niño se revuelve en el regazo de la Virgen).
En miniatura, el Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo (1100) sigue modelos carolingios.
En marfil, la cruz de don Fernando y doña Sancha y el Cristo de Carrizo, ambos del siglo XI, ejemplos leoneses que muestran una expresión solemne, ausente de dolor.
En orfebrería, cáliz de doña Urraca (1100), dos copas de ágatas unidas por la base adornadas con camafeos romanos; y arca de plata de las reliquias de San Isidoro (1063), ambos en León, salvados de la horda francesa. Y el frontal de Silos (mediados s. XII), en cobre dorado y esmalte champlevé (vaciado) de Limoges.
En el arte del tejido, el mejor ejemplo en Europa se halla en Inglaterra: tapiz de Bayeux (1080), bordado por la reina Matilde y que narra la conquista normanda de la isla. En España, el tapiz de la Creación, en la Catedral de Gerona (1100), con recuerdos paleocristianos, como el Cristo imberbe, y clásicos, como los vientos antropomorfos.