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El siglo XIX,
los «ismos» del arte

EL NEOCLASICISMO, VUELTA A LA ANTIGÜEDAD QUE UN VOLCÁN SEPULTARA

Inspirado en la Antigüedad clásica, el neoclasicismo fue un movimiento que se impuso entre mediados del siglo XVIII y el primer tercio del XIX. Su inicio se debió a varios factores: ideológicos, como la influencia de las ideas ilustradas y el triunfo de la razón; estéticos, como la reacción frente al recargamiento decorativo del arte rococó; y de índole social, como el impacto que produjeron las excavaciones arqueológicas –promovidas por el rey Carlos III– de las antiguas ciudades romanas de Pompeya y Herculano, sepultadas por la erupción del volcán Vesubio en el siglo I de nuestra era.

Fue un arte basado en el equilibrio, la proporción y la serenidad, que se produjo como rechazo del movimiento desorbitado del Barroco y de los excesos decorativos rococós. La pintura se caracterizó por el predominio del dibujo sobre el color y por el abandono de curvas y contracurvas en favor de la línea recta. Los temas históricos fueron los preferidos para exaltar los valores patrióticos, junto con la corriente mitológica heredada de la Antigüedad.

El arte neoclásico para gloria de Napoleón Bonaparte

Si el rococó fue la manifestación del gusto decadente de la nobleza, el nuevo emperador francés, que como un césar acaparaba todos los poderes, favoreció el desarrollo del arte neoclásico para su propaganda personal.

El pintor francés Jacques-Louis David fue quien mejor supo interpretar los deseos imperiales, tanto en cuadros sobre temas históricos, como el Juramento de los Horacios y el Rapto de las Sabinas, como en los retratos del corso Bonaparte y de su coronación imperial.

Su discípulo Gros magnificó la imagen del emperador tanto en pinturas de batallas como propagandísticas: Napoleón en Alcolea, Napoleón con los apestados de Jaffa.

Jean-Auguste-Dominique Ingres desarrolló su obra a caballo entre el neoclasicismo y la época romántica, combinando el predominio de la línea frente al color con una temática sensible y emotiva. Su técnica grandilocuente destaca por una perfección en el dibujo y el retrato –Napoleón en el trono–, así como por su facilidad para el desnudo femenino, como puede verse en Odalisca o Baño turco, con su mujer de modelo en primer plano.

En escultura, será el italiano Canova quien haga el papel glorificador, como se observa en la gran estatua del emperador desnudo, divinizado, y en el retrato de su hermana Paolina Bonaparte cual Venus con la manzana de oro entregada por Paris «a la más bella». Otras obras suyas son Las Tres Gracias o Eros y Psiqué, en cuya composición en aspa muestra el ideal de belleza de la época.

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DAVID, Jacques-Louis. Juramento de los Horacios (1784). Museo del Louvre, París. Tanto el tema, derivado de una obra del historiador romano Tito Livio, como las características formales (dibujismo, matiz escultórico, ausencia de colores cálidos que pudieran despertar emociones en el espectador), indican que estamos ante una pintura neoclásica.

François Rude, nexo de unión con el Romanticismo, que tuvo que exiliarse a la caída de Napoleón, esculpió en plan heroico el relieve que representa La Marsellesa en el Arco de Triunfo de La Estrella de París, que realizó Chalgrin por mandato de Napoleón. «La Marsellesa» es el himno nacional de Francia, en homenaje a los voluntarios de Marsella que entraron en París el 30 de julio de 1792 entonando este himno para defender la patria frente a los austriacos.

Napoleón también mandó construir el templo de La Madeleine, obra de Vignon, inspirado en la Maison Carré. Así, fue trayendo a la capital francesa la imagen de la Roma imperial, a la que se sumó el arco del Carrusel, de tres vanos, obra de Percier y Fontaine. En 1790, Soufflot, tomando elementos griegos –pórtico– y romanos –cúpula–, terminó la iglesia de Santa Genoveva, que los revolucionarios convertirían en Mausoleo de los Hombres Ilustres.

Arte neoclásico en Europa y Estados Unidos

En escultura, destacó el danés Thorwaldsen, que imitó fielmente los temas clásicos: Jasón con el vellocino de oro, Ganímedes y el águila.

En Alemania, el monumento más representativo es la puerta de Brandenburgo, obra de Langhans, con columnata dórica, que recuerda a los Propileos de Atenas, coronada por una broncínea cuadriga. Su modelo se repitió en Europa a lo largo del siglo XIX de la mano de su autor, que viajó por Italia, Francia, Inglaterra y Holanda.

Leo von Klenze estudió a fondo la arquitectura griega. Se estableció en Múnich, donde construyó la mayor parte de sus obras: los Propileos o puertas monumentales, con fachada hexástila dórica; la fachada meridional de la Residenz de esta ciudad, que se inspira en el palacio Pitti de Florencia, y la Gliptoteca, primer edificio realizado expresamente como museo.

En España, el iniciador fue Ventura Rodríguez, que representa la transición desde el Barroco. Obras suyas son la remodelación del Pilar de Zaragoza, la tardobarroca iglesia de San Marcos de Madrid, el convento de los Filipinos de Valladolid y la fachada de la Catedral de Pamplona, que muestran su academicismo.

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Fachada del convento de los Agustinos Filipinos en Valladolid, obra neoclásica de Ventura Rodríguez, aunque aún puede considerarse, en su academicismo, el epígono del gran barroco clasicista romano.

El italiano Sabatini, llamado por Carlos III, realizó la Puerta de Alcalá madrileña para cerrar la muralla de la ciudad, con alguna nota barroca en los contrastes de luces y sombras, y dos fachadas diferentes según sendos proyectos presentados.

Juan de Villanueva es el principal arquitecto de la época. Realizó las casitas de Arriba y de Abajo en El Escorial, así como diversos templetes entre jardines, como puede verse en los de Aranjuez. Su estilo monumental procede de modelos clásicos: Observatorio Astronómico y antiguo Museo de Ciencias Naturales –hoy del Prado–, en Madrid, cuya rotonda, que permite la entrada de la luz por su óculo cenital, está inspirada en el Panteón romano.

En cuanto a la pintura, Rafael Mengs retrató al «mejor alcalde de la Villa», Carlos III.

Maella, que fue seguidor suyo, destacó por la maestría en el dominio del dibujo, que hace tomar a sus figuras sensación de volumen o matiz escultórico.

Luis Egidio Meléndez, que perteneció a una familia de pintores, destacó especialmente en la pintura de miniaturas y bodegones, haciendo gala de un buen dominio de la composición, la luz y el volumen, por lo que se consagra como el principal representante de este género en la pintura española de la época.

Francisco Bayeu, discípulo de Mengs y cuñado de Goya, fue pintor de cámara y director de la Academia de San Fernando. Destacó como fresquista en los palacios de Oriente y El Pardo, así como en el convento de la Encarnación de Madrid, en los que se pueden apreciar connotaciones de los grandes decoradores italianos, como Luca Giordano y Corrado Giaquinto.

Por otro lado, en Estados Unidos, un país que daba sus primeros pasos, la arquitectura neoclásica, con su monumentalidad, tuvo un gran eco. El edificio más emblemático es el Capitolio de Washington, cuya cúpula se inspira en el clasicismo francés, concretamente en Los Inválidos de París. El de Virginia fue construido por el presidente Jefferson, también arquitecto, en un estilo similar.

GOYA, UN GENIO A CABALLO ENTRE DOS SIGLOS

Francisco de Goya y Lucientes nació en Fuendetodos, Zaragoza, en 1746, y murió en Burdeos, Francia, en 1828.

Su aprendizaje tuvo lugar en el taller de José Luzán. En los años 1763 y 1766 se presentó a unos concursos convocados por la Real Academia de San Fernando de Madrid, pero no se le otorgó ningún premio. En 1771 viajó a Roma para continuar aprendiendo y envió un cuadro titulado Aníbal cruzando los Alpes al concurso de la Academia de Parma, en el que logró una mención honorífica del jurado.

Volvió a Zaragoza en ese mismo año y se encargó de las pinturas al fresco de la bóveda del coreto de El Pilar. Entre 1772 y 1773 realizó el gran ciclo mural de la Vida de la Virgen para la Cartuja del «Aula Dei», cerca de Zaragoza, en el que se puede intuir ya la mano de un genio.

En 1775 se casó con Josefa Bayeu, hermana del famoso pintor, lo que le abrió las puertas de la corte, donde recibió el encargo de los cartones para tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara. Es su época de «muñequismo» en las figuras: colores claros y alegres, temas costumbristas, como puede observarse en La Vendimia o en La Pradera de San Isidro. Es elegido miembro de la Real Academia de San Fernando y pinta los frescos de la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid. En esta época empezó a retratar a altas personalidades como El marqués de Floridablanca o La familia de los duques de Osuna. Pintó también el Cristo del Museo del Prado, una obra serena, aún de colores claros.

En el invierno de 1792 sufrió una grave enfermedad que lo dejó sordo. Este triste hecho le ocasionó un fuerte cambio de personalidad, que lo llevaría a encerrarse en su mundo interior. Es la época de Los caprichos, grabados de crítica social. También de sus retratos de corte: Familia de Carlos IV, Godoy, La condesa de Chinchón, La maja vestida y La maja desnuda, identificados estos últimos con la duquesa de Alba.

Entre 1808 y 1814, coincidiendo con la guerra de la Independencia, realizó los aguafuertes de la serie Los desastres de la guerra, así como Los fusilamientos de La Moncloa, cuadro que recoge esta dramática escena del 3 de mayo, y retratos de héroes nacionales, como Palafox.

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DE GOYA, Francisco. La Familia de Carlos IV (1804). Museo del Prado, Madrid. En los gestos, las posturas, la posición en la escena, supo informarnos, sin que se dieran cuenta los protagonistas, del carácter de cada personaje. La mujer que vuelve el rostro representa a la aún desconocida esposa del futuro Fernando VII. Al fondo, a la izquierda, el pintor se autorretrata ante el lienzo en homenaje a Velázquez.

Sus pinturas negras de la «Quinta del Sordo» –su casa, así bautizada por el populacho sarcásticamente– reciben este nombre debido al predominio de colores oscuros (Viejas comiendo sopas, Saturno, El Coloso, Aquelarres). Se trata de temas visionarios, brujería y alucinación, que hablan de presurrealismo: «El sueño de la Razón produce monstruos», escribió en un aguafuerte.

De 1815 son los grabados sobre la Tauromaquia, con toda su carga trágica. Con el retorno de Fernando VII y la instauración del absolutismo, se instala en Burdeos, un exilio voluntario. Su último cuadro, de aire impresionista, fue La lechera de Burdeos, aunque últimamente su autoría se ha puesto en entredicho.

El cuerpo de Goya, al que le faltaba la cabeza cuando exhumaron el cadáver –quizá producto de un aquelarre o de la realización de estudios frenológicos muy en boga en la época para adivinar la personalidad a partir del cráneo–, se trasladó a San Antonio de la Florida, en Madrid.

EL ROMANTICISMO, LOS SENTIMIENTOS FRENTE A LA FRIALDAD NEOCLÁSICA

El Romanticismo como movimiento artístico se basa en la plasmación de los sentimientos, en contraposición al rigor de la razón que había imperado durante el neoclasicismo. Es el triunfo de la pasión y el idealismo.

Se produce una exaltación del individualismo, la búsqueda de las raíces de los pueblos (nacionalismo); el artista romántico es un rebelde que defiende, como hizo Delacroix, las causas heroicas, como, por ejemplo, «la primavera de los pueblos» (1848) o el apoyo a los griegos en su lucha por la independencia de Turquía. Como el poeta, el romántico es apasionado, solitario, y se recrea en los instantes terribles. Vive en el ensueño y la fantasía.

El espíritu neomedieval

El entusiasmo por el pasado llevó a los románticos al mundo medieval, sublime en su misticismo. Así surgieron los movimientos neorrománico y neogótico. El mejor ejemplo del primero es la basílica del Sagrado Corazón de París. El segundo se manifestó en la reconstrucción de las catedrales góticas, en lo que destacó el francés Viollet-le-Duc, y en el influjo de este estilo en nuevos edificios como el Parlamento de Londres, obra de Charles Barry, cuya torre del reloj, o Big Ben, es uno de los iconos mundiales.

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Big Ben o torre del Parlamento de Londres. Construida en estilo neogótico tras el incendio del palacio de Westminster, en 1834, por los arquitectos Charles Barry y August Welby Pugin. El edificio es de una gran horizontalidad, interrumpida por esta y sus otras dos torres: la de la Victoria, que mide más de cien metros, y la torre central.

En esta tendencia nostálgica se halla un grupo de pintores alemanes llamados los Nazarenos, que surgió en reacción frente al neoclasicismo; pretendían volver a los tiempos medievales prerrenacentistas en su pureza compositiva. Vivieron en cofradía en Roma hasta 1820, estudiando la obra del Perugino, Rafael y Durero.

Otra hermandad de pintores, a mediados del siglo XIX, fueron los Prerrafaelitas ingleses, así llamados porque propugnaban la vuelta al arte anterior a Rafael, el espíritu medieval y la fidelidad a la naturaleza, con una sensibilidad romántica. Entre ellos destaca William Morris, que fue el creador del movimiento Arts and Crafts (‘artes y oficios’) y predica el valor de la artesanía, así como Dante Gabriel Rossetti, Ruskin, Millais, Burne-Jones y Ford Madox Brown.

En una línea fantástica, William Blake, pintor, poeta y grabador inglés, también tomó de la estética gótica la importancia del dibujo. Con su iconografía visionaria, se centró en la representación del diablo y el mal. Por las alucinaciones que se observan en su temática, se ha considerado como uno de los claros precedentes del simbolismo y del surrealismo. Ilustró la Divina comedia, la Biblia y obras de Shakespeare.

Triunfo del color sobre la línea

En la pintura romántica predomina el color sobre el dibujo, la línea curva sobre la recta, la diagonal y el dinamismo frente al reposo y la serenidad clásica, los violentos escorzos. Puesto que para ellos el paisaje refleja el estado de ánimo, se interesan por la naturaleza en ebullición (tormentas, tempestades) o instantes sublimes (amaneceres, auroras, puestas de sol).

En Francia destacaron Géricault, en su variada faceta de temas militares: Oficial de húsares; de denuncia social: La balsa de la Medusa, unos náufragos que terminan en la antropofagia; de retratos de dementes que observaba en sus visitas a hospitales, donde recogía cadáveres para diseccionarlos en su estudio; y pinturas de derbis de caballos a los que se aficionó durante su estancia de tres años en Inglaterra.

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FRIEDRICH, Caspar David. El mar de hielo (1823-1824). Kunsthalle, Hamburgo. Un paisaje silencioso y desolado que refleja la sublimación de la naturaleza una de las características de la pintura romántica.

Su discípulo Delacroix, el más fogoso de los románticos, recogiendo el dinamismo de Rubens y el colorido veneciano, cultivó los temas revolucionarios, como en La Libertad guiando al pueblo, cuadro en el que se ve a los revolucionarios avanzando entre cadáveres sobre las barricadas con la alegoría de la Libertad enarbolando la bandera francesa en primera línea de combate. Trató también el nacionalismo griego en su lucha contra los turcos –La matanza de Quíos– y el exotismo, es decir, temas de origen oriental, como la Muerte de Sardanápalo, que evoca la matanza que ordenó este rey asirio de sus caballos, sus esclavos y su harén antes de que cayeran en manos de los persas.

En Alemania, el romántico por excelencia fue Friedrich. En su primer gran óleo, La cruz en la montaña (El retablo de Tetschen), plasma su concepción del paisaje con montañas altas, pendientes escarpadas, donde el hombre se siente perdido. Muestra interés por paisajes majestuosos como el mar o las montañas: Viajero frente a un mar de nubes. También por la desolación, como en El mar de hielo. Otras veces, como en El naufragio, quiere representar el trágico destino de la condición humana.

Retrata la naturaleza a través de símbolos: las rocas, el mar, la montaña, los árboles a lo largo de las estaciones, con las huellas de la presencia humana: cementerios, cruces, barcos.

El suizo Füssli, que desarrolló casi toda su obra en Inglaterra, se adentró en el mundo oculto y demoniaco, y constituye por su fantasía onírica un precedente directo del surrealismo. Se define en La pesadilla: una mujer se retuerce en el lecho con simios encima del cuerpo, observada tras las cortinas por réprobos en forma de caballos.

En España, la pintura romántica se desarrolló en varias facetas. La retratista, con Federico de Madrazo (Isabel II) y Antonio M.ª Esquivel (Reunión de literatos). La faceta costumbrista, con Valeriano Bécquer –hermano del poeta– y los mal vistos, por su temática contestataria, «seguidores de Goya», que fueron Eugenio Lucas, pintor de manolas y corridas de toros, y Leonardo Alenza, quien, irónicamente, titula un cuadro El suicidio de los románticos. Y la faceta paisajista, con Pérez Villaamil y Carlos de Haes en sus Picos de Europa.

Otra faceta importante fue la pintura de historia, en la que trabajaron Casado del Alisal (La rendición de Bailén), Eduardo Rosales (Testamento de Isabel la Católica) y José de Madrazo (Muerte de Viriato). Mariano Fortuny también tocó la pintura histórica (Batalla de Tetuán) y con su paleta luminosa cultivó otros géneros: exotismo (La Odalisca), costumbrismo (La Vicaría).

La quintaesencia romántica se localiza en Inglaterra a través del paisajismo. Constable plasma los fenómenos naturales: la aurora, la lluvia, el viento, el sol; realiza series sobre el mismo tema (Catedral de Salisbury, La carreta de heno) con el fin de captar el momento preciso de la naturaleza, anticipándose al impresionismo.

Turner, aunque pintó cuadros de historia (Nelson, Aníbal), inspirándose en las «marinas» holandesas y en los paisajes de Lorena, captó efectos atmosféricos –tormentas, tempestades– y sucesos trágicos como naufragios o incendios, tal como dejó constancia en el del Parlamento de Londres, que recogió in situ, como harán los impresionistas.

La contrarrevolución: el realismo

Animado por el espíritu industrial y la burguesía, se desarrolló en Francia, con posterioridad a la Revolución de 1848, un movimiento artístico (principalmente pictórico) que ponía los pies en el suelo, atendiendo a los problemas sociales, como reacción frente al sentimentalismo romántico.

Courbet rompe moldes saliendo con sus bártulos al campo para pintar «à plein air», como harán los impresionistas (Bon jour, monsieur Courbet), algo desconocido hasta entonces porque los artistas, aunque cueste creerlo, ejecutaban sus cuadros en el estudio en lugar de copiar el natural. Buscó, a menudo, el escándalo, como hizo con su cuadro El estudio del pintor, en el que se retrata trabajando con vulgaridad, rodeado de gente, con una modelo desnuda a su lado. Recientemente, en febrero de 2013, se ha identificado a la modelo que posó mostrando el sexo para el cuadro conocido como El origen del mundo.

Daumier, que fue pintor, grabador y escultor, llegó al expresionismo caricaturesco con afán burlesco y crítica social, como en Vagón de tercera. Realizó escenas populares de matiz grotesco. Pisó la cárcel por su caricatura Gargantúa, dedicada al rey Luis Felipe de Orleans.

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Torre Eiffel, construida en la capital francesa para la Exposición Universal de 1889. Con sus trescientos metros de altura, fue la mayor de su tiempo y se ha convertido en uno de los iconos más conocidos, no sólo de Francia sino del mundo entero.Foto: A. Galindo.

La corriente naturalista de la escuela de Barbizón es contemporánea y a ella pertenecieron Millet, que centra su temática en la vida campesina (El Ángelus, Las Espigadoras); Rousseau, con sus característicos árboles grandes aislados; Corot, pintor de luz dorada para los ambientes cotidianos y los paisajes (Dama de la perla, Dama de azul, Catedral de Chartres); y grandes paisajistas de claro naturalismo como Dauvigny o Díaz de la Peña, francés de origen hispano. Esta escuela constituye el precedente directo del impresionismo, puesto que los pintores realizan sus paisajes en el exterior, en busca de la luz natural. El realismo, la vida cotidiana, será uno de los objetivos comunes de los integrantes de esta escuela.

En escultura, el mejor ejemplo es la obra del belga Meunier, cuyos bronces exaltan el trabajo obrero.

Todo hierro y vidrio

El hierro colado abrió enormes posibilidades constructivas. Aprovechando su resistencia, y combinado con la transparencia del vidrio como material de cierre, Paxton diseñó el Crystal Palace para acoger la primera Gran Exposición de Londres (1851), que simbolizaba la mirada del hombre hacia el progreso e, inaugurada por la reina Victoria, demostró la supremacía británica.

Empleando el mismo material, el ingeniero francés Eiffel levantó para la Exposición Universal de 1889 la torre que lleva su nombre en París, hasta una altura de trescientos metros, la mayor del mundo en su tiempo. Está sustentada sobre altos arcos parabólicos apoyados en cimientos de grava y hormigón. Construyó, así mismo, el acueducto de Garabit en Francia, que contaba con el arco de luz más ancho de entonces (165 metros) y, en Oporto, el viaducto y el puente de María Pía, constituido por un doble arco que sostiene el ferrocarril, todo él apoyado sobre pilares.

SIMBOLISMO Y MODERNISMO

En la década de 1880, como reacción frente a la temática naturalista, surgió el movimiento simbolista, que recoge la tradición fantástica e imaginativa del Romanticismo, con gran influencia de la literatura. Técnicamente, la pintura se caracteriza por el predominio del dibujo sobre el color, imitando un estilo delicado y suave similar a los cuatrocentistas italianos y a los prerrafaelitas.

Los principales artistas en Francia pertenecieron a la escuela de Pont Aven, a la cabeza Paul Gauguin y su cuadro La visión después del sermón, que, como su título indica, representa un motivo imaginario. También fue importante el grupo de los Nabis –Bonnard y Vuillard–, junto con Puvis de Chavannes con El pobre pescador, Gustave Moreau con su Prometeo, y Odilon Redon con Las flores del mal y El Cíclope. En Suiza, los principales pintores simbolistas fueron Böcklin y Hodler, cuyo tema La Noche es desconcertante porque muestra un grupo de gente dormida a la que el fantasma de la muerte arranca de su sueño.

El modernismo fue un movimiento artístico, en torno al cambio de siglo, que se caracteriza por el decorativismo recargado y el trabajo artesanal. Se extendió por muchos países, en los que tomó diversos nombres: Art Nouveau en Francia, Modern Style en Inglaterra, Styl Sezession en Alemania, Jugendstil en Austria, Styl Floreale en Italia.…

En arquitectura se dan dos corrientes:

1. Floral u orgánica, de decoración recargada. Sus principales representantes fueron el belga Víctor Horta, creador de la línea ornamental en S que lleva su nombre –Hotel Solvay de Bruselas– y el francés Hector Guimard, cuyas decoradas bocas de Metro parisinas consideró Dalí, en su extravagancia, «comestibles».

2. Geométrica o abstracta, ornamentada a base de líneas rectas, ángulos, etc. En el foco austriaco trabajaron Otto Wagner, fundador de la escuela de Viena, estilo en el que construyó la Caja de Ahorros, con volúmenes, espacios y líneas depuradas; y sus discípulos Joseph Maria Olbrich –palacio de la Sezession de Viena, cubierto con cúpula calada de láminas de metal doradas–, y Adolf Loos y Josef Hoffmann, considerados iniciadores de la arquitectura contemporánea. El escocés Mackintosh construyó la Escuela de Bellas Artes de Glasgow, de severas líneas.

Otros arquitectos de cierta faceta modernista serían H. Berlage (Países Bajos), Auguste Perret (Francia) y Antonio Gaudí (España).

La pintura modernista destaca por su carácter decorativo y su dominio del colorido. En España, la cultivaron en alguna etapa de su obra Isidro Nonell, Ramón Casas, Santiago Russinyol y hasta Picasso. En Francia, hallamos gran parte de la obra de Toulousse-Lautrec, que en sus cuadros, dibujos y litografías reflejó el ambiente parisino de Montmartre.

En Austria, el pintor más destacado fue Gustav Klimt, cuya obra se caracteriza por la tendencia al lujo decorativo y el detallismo. Entre sus obras más conocidas se hallan Las tres edades de la mujer y la quizá aún mucho más famosa El beso.

En las artes decorativas, el modernismo tuvo un gran desarrollo por su tendencia a la ornamentación. En el diseño de muebles destacó el holandés Van de Velde, que adaptó las ideas artesanales al mundo industrial.

Rodin, un Miguel Ángel de otro tiempo

El escultor francés Auguste Rodin (1840-1917), considerado modernista al ser contemporáneo de este movimiento, presenta también otras corrientes: naturalismo, simbolismo, y desborda las fronteras de cualquier estilo concreto.

Estuvo en Italia estudiando la obra de Miguel Ángel. Regresó a París y realizó la puerta del Infierno, inspirada en la Divina Comedia de Dante, para la que concibió diversos motivos que después realizaría de forma aislada, como el Pensador, en el que se observa la influencia del genio italiano.

En Los burgueses de Calais, que constituyó un gran escándalo, consiguió un grupo escultórico con gran fuerza expresionista –a lo que contribuye su abocetamiento– y un profundo estudio psicológico. Después, realizó diversas obras de temática pagana, muy sensualistas, como El beso, La primavera; otras tienden al simbolismo: La mano de Dios. Inspirada en la columna Trajana de Roma, realiza la torre del Trabajo. En el campo expresionista, esculpió los monumentos a Balzac y Víctor Hugo.

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Palacio Episcopal de Astorga (León), una de las escasas obras de Gaudí fuera de su tierra. Levantado en estilo neogótico, quedó inacabado por diferencias entre el artista y el cabildo. El piso superior fue rematado en cruz griega por otro arquitecto. Foto: autor.

Gaudí, otro genio a lomos del cambio de siglo

La obra de Antonio Gaudí i Cornet (Reus, 1852-Barcelona, 1926) no se adscribe a ningún estilo concreto, aunque presenta elementos modernistas. Tiende a veces hacia el expresionismo y será uno de los inspiradores de esa corriente arquitectónica alemana del siglo XX. Sus obras son una conjunción de arquitectura y escultura. Emplea nuevas técnicas como los arcos parabólicos e imita la naturaleza con el uso de columnas óseas cubiertas de conchas marinas, como se ve en la Casa Batlló, formaciones vegetales, como en la Casa Milá o La Pedrera, y elementos orgánicos, como en el Parque Güell; también torres de perfil parabólico para resistir mejor los vientos, como en la inacabada Sagrada Familia, en cuya fachada se observan más de cien especies vegetales. Además de estas obras en la Ciudad Condal, construyó en León la Casa de Botines y el Palacio Episcopal de Astorga, en estilo neogótico. En Comillas, Cantabria, levantó la villa conocida como El Capricho. Llevó el arte a una línea personal creando un estilo que recibe su nombre, estilo Gaudí.

LOS PRIMEROS RASCACIELOS «MADE IN USA»

En la pujante ciudad industrial de Chicago se desarrolló una escuela de arquitectos que aprovechó los nuevos materiales técnicos –acero y hormigón armado– para levantar los primeros rascacielos, que por necesidades urbanísticas se hacían imprescindibles. El precursor fue Richardson, en cuyos edificios se ve cierta inspiración románica aprendida durante su estancia en Europa: Almacenes Marshall Field.

William Le Baron Jenney, trasplantando el esquema constructivo de las catedrales góticas, que desprecia el muro como elemento de soporte, demostró que el edificio puede elevarse en altura a partir de un esqueleto de vigas de hierro que soporta todo el peso. Aplicó este sistema en los Leiter Building I y II.

Su discípulo Louis Sullivan, que se trasladó a Europa y estudió en la Escuela de Bellas Artes de París, perfeccionó la técnica basándose en el sentido utilitario de la construcción, que extendió por el país: San Luis, Minesota, Wisconsin. En Chicago construyó el Auditorium Building, una gran sala con capacidad para seis mil personas, cuyo techo curvo está diseñado para propiciar las mejores condiciones acústicas.

IMPRESIONISMO: FIN DEL CICLO FIGURATIVO DE LA PINTURA DESDE LAS CAVERNAS PREHISTÓRICAS

El impresionismo fue un movimiento artístico, pictórico fundamentalmente, que nació en Francia. La primera exposición fue en París, en 1874; el cuadro de Claude Monet Impresión, sol naciente le dio nombre.

Sus principales características son:

No existen connotaciones ideológicas, religiosas o políticas; tampoco literarias ni psicológicas, sólo buscan plasmar en el lienzo la luz y el color del instante preciso de la naturaleza. De ahí que existan diversas series sobre una misma obra: Inundaciones de Port Mayrli, de Sisley; Catedral de Rouen, de Monet; este, en sus Ninfeas, agota el ciclo figurativo de la pintura iniciado en el Paleolítico, al ir perdiéndose la forma a medida que se repite la serie, por lo que termina en la abstracción.

Los grandes maestros del impresionismo son los franceses Claude Monet, Edouard Manet, Edgar Degas, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pissarro y Alfred Sisley.

Monet se caracteriza por las series de cuadros dedicados a un mismo tema, como la citada Catedral de Rouen, en los que plasma distintos momentos del día para captar las diversas tonalidades que el paso de las horas va ofreciendo.

Manet fue también pintor de retratos –Olimpia, Zola–, en los que las connotaciones típicamente impresionistas aparecen menos visibles que en sus innumerables paisajes campestres y urbanos.

Degas posee una faceta de cuadros de ballet, carreras de caballos y escenas circenses, por lo que quizá fue uno de los impresionistas que menos practicaron el estilo propiamente dicho, salvo en los frecuentes temas cotidianos, la captación y fijación del instante pasajero en sus pinturas o la copia del natural. Fruto de su aprendizaje académico, en sus obras, casi siempre, adquiere mayor importancia el dibujo frente al color.

Pierre-Auguste Renoir se interesó por los grandes paisajistas del siglo –Corot, Millet, Díaz de la Peña–, así como por Delacroix, la obra de Rubens y la escuela veneciana. En sus paisajes, a veces, se preocupa tanto o más de la figura humana que de la naturaleza, lo que queda al borde del estilo impresionista, del que terminó apartándose.

Camille Pissarro fue uno de los pintores impresionistas más puros. Sus obras abarcan el ambiente paisajístico y rural, además de las vistas urbanas. Cultivó todas las técnicas (óleo, acuarela, aguafuerte, litografías) y desarrolló una producción muy extensa.

Sisley fue aclarando su paleta a lo largo del tiempo. Pintó los paisajes fijándose en el agua, la nieve, el cielo, la bruma, donde puede observarse la preocupación impresionista por el juego de la luz-color y el à plein air. Realizó diversas series de cuadros sobre el mismo tema, entre las que destacan Las inundaciones de Port-Marly.

Otros artistas también desarrollaron obras impresionistas: Frédéric Bazille, amigo de Pissarro, supo reflejar los matices de las sombras a través de los colores, y las dos únicas mujeres que cultivaron el estilo: la francesa Berthe Morisot y la norteamericana Mary Cassatt.

Además de los precedentes directos –Velázquez, Lorena, Turner–, ejercieron gran influencia las estampas japonesas por su empleo del color y su captación del movimiento.

En España, la figura humana adquirió mayor importancia y existió una carga crítico social. Destaca una luz muy intensa, hiriente, expresiva, como la que es característica de Joaquín Sorolla en las playas de su Valencia natal. Además, también abunda la queja ante las tragedias: Y aún dicen que el pescado es caro; Darío de Regoyos se detuvo en los paisajes del País Vasco; Aureliano Beruete capta en sus escenas urbanas o rurales de Madrid la luz transparente de la Meseta. Sobresalen igualmente Joaquín Mir, Francisco Gimeno o Ramón Casas, que tiene aparte una faceta de denuncia: Carga de la Guardia Civil.

Los neoimpresionistas franceses Seurat y Signac, basándose en los descubrimientos ópticos, desarrollaron una técnica a base de pintar puntos de colores puros –rojo, azul y amarillo–, que fundidos en la retina del espectador producen los colores secundarios –verde, naranja y morado o violeta–. Se llamó puntillismo o divisionismo. En España, la cultivó Darío de Regoyos en su obra El gallinero.

LA SALIDA DESDE EL POSTIMPRESIONISMO

Agotado por sí mismo el impresionismo, la pintura buscó nuevos caminos. Tres artistas, a fines de siglo, representan otras tantas tendencias: